×
×
Red Internacional
lid bot

Opinión. Frida, entre la “apropiación cultural” y la búsqueda de identidad mexicana

Frida Kahlo fue tendencia en estos días en redes. ¿La razón? Haber cometido “apropiación cultural”.

Jueves 14 de julio de 2022

Frida Kahlo, artista de la primera mitad del siglo XX en México, se volvió objeto de discusión luego de que una cuenta de Twitter angloparlante la acusara de "blanca" y de cometer apropiación cultural hacia los pueblos indígenas. Luego de generar un intenso debate, la cuenta en cuestión restringió sus publicaciones.

No sé quién necesite escuchar esto, pero Frida Kahlo era una mujer blanca que fingía ser indígena para obtener apoyo como artista. La regalía que ven en su trabajo no son de su familia, sino de la Oaxaca [sic] que frecuentemente trabajaba en su casa.

Nunca se olviden que cuando personas no indígenas declaran ascendencia indígena falsa, es solamente otro paso en tratar de concluir un proyecto colonial.

No es la primera vez que desde sectores progresistas de Estados Unidos pretenden hacer polémica sobre este tema. Sin embargo, este tipo de argumentos demuestran un desconocimiento de la realidad más allá de su frontera sur, al mismo tiempo que dejan ver los límites de esquemas de análisis descontextualizados que han ganado hegemonía.

Vayamos por partes.

¿Qué es la apropiación cultural?

La apropiación cultural, según lo define el diccionario Oxford, es “la adopción no reconocida o inapropiada de las costumbres, prácticas, ideas, etc. de un pueblo o sociedad por parte de los miembros de otro pueblo o sociedad, normalmente más dominante”. Sin embargo, extendiendo esa categoría de análisis, vemos que la antropóloga Rosemary J. Coombe [1] lo plantea, desde la realidad canadiense, como la “apropiación de la voz” de quienes pertenecen a una cultura dominada por parte de sus dominados, a fin de que se está “contando la historia de alguien más”. Asimismo, el filósofo James Young la extiende hacia el concepto de apropiación en sí, el cual sería “convertir a algo en propiedad privada”. [2]

Incluso en artículos periodísticos sobre el tema, vemos que el concepto adquiere un enfoque particular en la medida en que se enfatiza no solamente una apropiación estética (“cómo se ve”), sino que ésta se reduce a un retrato cercano a una imagen estereotípica.

Por ejemplo, en 2015, cuando una banda de música de estudiantes de secundaria desfiló por las calles de Georgetown en EE.UU., los estudiantes fueron objeto de crítica al portar penachos de la comunidad nativa, los cuales son considerados sagrados, en medio de un clima en el cual la población indígena estadounidense realizaba peticiones para cambiar el logo y nombre del equipo de los “Pieles Rojas de Washington” (hoy los Washington Commanders) por tratarse de un adjetivo derogatorio hacia las tribus indígenas en Estados Unidos.

Vemos entonces que “apropiación cultural” está estrechamente ligado a la visión estereotipada de un pueblo o una cultura para entonces apropiarse (convertir en mercancía) de elementos estéticos ya sea para mofa o para fomentar el incremento de las ganancias a expensas de dichas comunidades afectadas.

Otro ejemplo lo podemos ver en México en las incontables veces en las que se han realizado plagios de prendas típicas de las regiones indígenas por parte de diseñadores de moda. La más reciente el caso de la marca Zimmermann, que plagió un huipil mazateco.

En busca de la identidad mexicana

Una vez examinado estas definiciones y casos puntuales, cabe preguntarnos: ¿Frida cometió apropiación cultural?

La respuesta es un categórico no. Primero que nada, porque Frida nunca pretendió ser indígena, pertenecer a una cultura indígena o adoptar una estética indígena; segundo, el tweet hace gala de la ignorancia al acusarla de ser blanca. Eso ya nos dice que quien escribió la publicación lo hace bajo el esquema de clasificación racial de Estados Unidos. En tercer lugar, en muchos aspectos la discusión devino en “correcciones” de la clasificación de la artista que retrotraían a las jerarquías del sistema de castas de Nueva España y que probablemente llenarían de orgullo al virrey Mendoza.

Aplicar la clasificación de que “una blanca realizó apropiación cultural” en México —y que en el debate en redes devino en querer revivir, consciente o inconscientemente, las clasificaciones de castas del sistema virreinal— elimina por completo el elemento que tiene el mestizaje como actor que ha moldeado —para bien o para mal— la realidad de los distintos países de América Latina. La Nueva España, como todos los territorios coloniales del imperio español, se mantenía sobre la base de un sistema de castas que beneficiaba en primer lugar a los “españoles peninsulares” (nacidos en España) en detrimento de los “españoles criollos” (nacidos en América). Por consiguiente, todas las demás castas (mestizos, indígenas, negros, castizos, coyotes, mulatos etc.) se veían sujetos a esta jerarquía.

Una vez obtenida la independencia, aunque la discriminación y el racismo continuaron —y continúan hasta nuestros días—, una de las primeras acciones que se realizó a lo largo de Latinoamérica fue la eliminación de este nefasto sistema de castas. Sobre la base de los pejuicios de la opresión del sistema de castas que se preservó a través de la historia, la supresión formal de las mismas no impidió que continuara la cultura racista basada en la dominación de los blancos. Sin embargo, en México se añade la particularidad de que el concepto de nación se fue forjando bajo distintos esquemas hasta mediados y finales del siglo XIX, luego de que el país fuera objeto de innumerables golpes de Estado e invasiones extranjeras.

En medio de este marco es que asciende al poder, tras la muerte de Juárez y las presidencias de Lerdo de Tejada e Iglesias, Porfirio Díaz con el objetivo de estabilizar al país. Al hacerlo, Díaz favoreció no sólo la inversión extranjera y el fomento del desarrollo capitalista a expensas de las mayorías trabajadoras, sino que lo hizo con un especial énfasis en la cultura francesa. Es sabido incluso que el dictador se polveaba el rostro para parecer más blanco cuando era retratado en películas, ya que, al ser oriundo de Oaxaca (como Juárez) y mestizo, su piel era morena.

Pero la identidad mexicana justamente adquirió un nuevo impulso tras el derrocamiento de Díaz mediante la revolución de 1910, cuya onda expansiva sacudió la sociedad mexicana del México posrevolucionario. Rechazando la noción porfirista que beneficiaba la cultura europea, el nuevo gobierno se vio impulsado a adoptar un marco ideológico que no enfatizaba lo extranjero, sino lo nacional. Esto incluso llegó al punto de que el partido en el poder subrayaba ese elemento al adoptar el nombre de Partido Nacional Revolucionario.

Frida en el México posrevolucionario

Es en este marco que surge el muralismo como corriente política. A la vez que el régimen del PNR (más tarde PRM y hoy PRI) fomentaba que los artistas y muralistas (como Diego Rivera, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, el Dr. Atl y David Alfaro Siquieiros) plasmaran los grandes hitos nacionales, también se buscaba una identidad que retomara los orígenes mexicanos, lo cual inevitablemente llevaba a reexaminar a las culturas prehispánicas como un “legado de nuestros ancestros”.

En particular, el matrimonio Rivera-Kahlo llegó a tener una vasta colección de objetos prehispánicos (que están en exhibición en el museo que Rivera diseñó para ello: el Anahuacalli en la alcaldía Coyoacán). Pero esta colección se hacía para hacer una reexaminación del pasado indígena del país, no para “fingir ser indígena”. Diego Rivera y Frida Kahlo, como tantos otros mexicanos en ese momento, estaban haciendo una búsqueda de sus propios pasados, en los que las identidades del sistema de castas novohispano de ninguna manera entraban en juego. En el caso de Frida, se agrega además el elemento de que su familia materna, los Calderón, provenían de Oaxaca, por lo que la indumentaria que la caracterizó era una herencia familiar y no una "apropiación cultural".

La retórica del PNR-PRM-PRI se hizo al poner por delante la identidad del mestizo como “la mezcla de dos culturas” y el “encuentro de dos grandes imperios” (el mexica y el español). La zona arqueológica de Tlatelolco lo plasma diciendo que “no fue ni victoria ni derrota, sino el nacimiento doloroso del pueblo mestizo que es el México de hoy”; de hecho, a propósito de Tlatelolco, también por esa razón es que en la tercera sección se sitúa la Plaza de las Tres Culturas, con la zona arqueológica como ejemplo de la cultura indígena, la Iglesia de Santiago Tlatelolco como ejemplo de la cultura hispana y colonial, y los edificios circundantes (el Chihuahua, 2 de Abril y 15 de Septiembre) como ejemplo de la cultura mexicana-mestiza moderna. El uso del concepto de mestizaje se hizo como punta de lanza para intentar “homogeneizar” a la sociedad bajo el esquema de la clase dominante de la burguesía posrevolucionaria ligada al PNR-PRM-PRI.

Ciertamente el discurso del mestizaje se ha utilizado para ocultar el despojo y abandono con el que se mantuvo y ha mantenido hasta hoy a los diversos pueblos originarios de México, que bajo distintos mecanismos se han visto obligados a abandonar sus tierras y hasta su lengua para acomodarse en la sociedad mestiza (occidentalizada) de hoy. Sin embargo, en el contexto del México posrevolucionario, era y es imposible hacer apropiación cultural debido a que se estaba rescatando una cultura y la visión de ésta del folklor popular que por décadas se había pretendido olvidar, así como que se contribuía hacia una identidad nacional que estaba por definirse y en la cual el muralismo fue una pieza clave.

Por otra parte, eso tampoco impide examinar la trayectoria artístico-política del matrimonio Rivera-Kahlo. Si bien tuvieron posturas progresivas y en favor de los trabajadores como integrar el sindicato de artistas o pedir a Cárdenas el asilo a León Trotsky, ambos, como objeto de su época, no pudieron ver que ante sus ojos se desarrollaba un Estado burgués que permitía cooptar de distintas maneras las expresiones de descontento con el régimen.

Así, tras el rompimiento con Trotsky y posterior a su asesinato, Diego Rivera continuó pintando obras públicas de los presidentes del PRI (la última, inconclusa, siendo la del mural del Estadio Olímpico de la UNAM), mientras que Frida llegó a realizar obras y exhibiciones en Nueva York y el Palacio de Bellas Artes. En última instancia, terminaron cooptados por un régimen bonapartista (el del PRI), que los volvía instrumentos de apoyo del institucionalismo político que impulsaba.

Decolonialidad vs materialismo histórico

Finalmente, cabe destacar que el querer “cancelar” a una artista de la primera mitad del siglo XX por su color de piel obedece a una visión que saca de contexto al sujeto examinado (en este caso Frida) del marco en el que se desarrolló (el México posrevolucionario). Como dijimos arriba, el elemento del mestizo y de la reexaminación de las culturas prehispánicas sirvió como reacción a la identidad eurocéntrica que el positivismo de Porfirio Díaz había impulsado durante los 30 años de dictadura.

Por otra parte, también señalamos que el discurso del mestizaje se ha hecho para justificar prácticas de despojo hacia estas mismas comunidades. La realidad, sin embargo, como se podrá notar, es compleja.

No porque este discurso genere dinámicas de dominio significa que se deba descartar por completo. Hay aspectos progresivos (eliminación del sistema de castas) y elementos reaccionarios. Son consecuencia del desarrollo desigual y combinado de México y los países de América Latina, los cuales, lejos de tener un desarrollo capitalista avanzado, desde el primer momento se convirtieron en naciones dependientes de otras potencias —Inglaterra, Francia y Estados Unidos—, relegando las tareas democrático-burguesas (como el reparto agrario) y que en México este proceso, que despegó en la revolución de 1910, quedó interrumpido y lo cual no se puede entender si no es sobre la base de la victoria militar del bando burgués de la revolución (el carrancismo) por encima del bando radical encarnado en Villa y Zapata.

Adoptar qué elementos rescatar y cuáles no es la clave aquí, lo cual solamente se puede hacer, como decía Lenin, “analizar cada problema desde el punto de vista de cómo surgió en la historia el fenómeno dado y cuáles fueron las principales etapas de su desarrollo y, desde el punto de vista de su desarrollo, examinar en qué se ha convertido hoy”. [3] Hacer esto es adoptar un esquema materialista dialéctico, lo cual permite dirimir qué sí y qué no retomar. Distinto del enfoque decolonial, que se encarga de juzgar con los ojos del siglo XXI dinámicas del pasado para condenarlas y descartarlas por completo. Analizar una realidad con categorías que no corresponden a ella coincide más con una postura que es, en última instancia, reaccionaria.

Estados Unidos no tuvo, como sí América Latina, un proceso de mezcla cultural, lo cual los lleva a plantear cuestiones como la apropiación cultural, no porque esto no suceda en México y otros países, pero el mestizaje sí genera un cambio cualitativo en cómo se lleva a cabo esa dinámica y en la que influyen más factores que sólo el color de piel.

Este enfoque de discusión no sólo resulta racista (en tanto pretende revivir la clasificación de castas en una sociedad que hace más de un siglo las abolió), sino incluso misógino, pues dentro de los y las artistas mexicanas —en un México en el que las mujeres casi no participaban en la política y en el que Frida lo hacía, a pesar de luego adoptar un marco cercano al estalinismo tras su ruptura con Trotsky—, es a la única a la que se le acusa y critica de realizar una apropiación cultural y por su color de piel.

Con esto en mente, critiquemos a Frida Kahlo y a su obra, pero no por su color de piel, sino por sus posiciones políticas y su trayectoria, las cuales la llevaron a ser cooptada por el gobierno como un ícono tras su muerte, rol que persiste hasta hoy y que, paradójicamente, ha buscado despojarla de su identidad como artista. Sectores del movimiento feminista han reclamado su figura y su legado artístico, sin que esto haya detenido a la industria que ha comercializado su imagen.


[1Ver Coombe, R. “The Properties of Culture and the Politics of Possessing Identity: Native Claims in the Cultural Appropriation Controversy”, Canadian Journal of Law and Jurisprudence, Vol. VI, No.2 (July 1993), pág. 249.

[2Young, J. (2008) Cultural Appropriation and the Arts, “What is cultural appropriation?”, Vancouver: University of British Columbia, pág. 4.

[3Lenin, V. (1918) “Sobre el Estado”.

Óscar Fernández

Politólogo - Universidad Iberoamericana

X