¿Por qué las tribunas argentinas se tiñen de prejuicios racistas, homofóbicos o misóginos? ¿Desde cuándo existen y de dónde vienen? Repasamos una serie de reflexiones de distintos trabajos académicos para profundizar sobre esta problemática.
Miércoles 12 de septiembre de 2018
“El fútbol es un mundo organizado de manera polar: de un lado están los machos, del otro los no-machos. Pero éstos no son las mujeres, porque ellas no cuentan en este orden simbólico: los no-machos son aquellos que no son adultos –hijos nuestros– o son homosexuales –putos. Este orden implica, además de una homofobia recalcitrante, la organización de una retórica, donde humillar al otro consiste, básicamente, en penetrarlo por vía anal: ‘los cogimos/les rompimos el culo’. Esto da lugar a juegos divertidísimos: son machos que afirman su masculinidad manteniendo relaciones homosexuales (simbólicas). Pero eso sí: siempre activos” sostiene el sociólogo Pablo Alabarces en su texto Fútbol, violencia y política en la Argentina: ética, estética y retórica del aguante.
Todos los aspectos de la discriminación están puestos en los estadios de fútbol. El diferente, aquel que no forma parte del colectivo argentino, también es puesto en tela de juicio en las canchas de futbol: “Son la mitad más uno, son de Bolivia y Paraguay, yo a veces me pregunto, che negro sucio, si te bañás. Boca que asco te tengo...”, se escucha desde la tribuna de Racing. Los hinchas saltan, agitan sus manos y sonríen. “Es el folklore del fútbol”, dicen algunos. Desde el sector xeneize, responden: “Son todos putos los de la Guardia Imperial, son todos putos los de la Guardia Imperial...”.
Los cantos discriminatorios, racistas y xenófobos son reiterados en este deporte, con el agravante de que existen pocas las políticas para prevenir este tipo de situaciones. Los clubes, principales actores en este escenario, son los que deberían tomar iniciativas en este sentido; sin embargo sus mayores preocupaciones están orientadas a que no ocurran incidentes entre los hinchas. Los otros problemas que rodean a este deporte -como es la cuestión de la discriminación y la xenofobia- muchas veces se naturalizan, quedan impunes o se sancionan solamente a los clubes más chicos.
Las medidas que se han tomado hasta el momento parten desde el Estado a través del INADI y desde la Asociación del Futbol Argentino que en su artículo 88 del reglamento de Transgresiones y Penas de la AFA expresa que: “Se impondrán sanciones al club cuyo público, antes, durante o después del partido, exhiba pancartas o símbolos discriminatorios (...), o entonen a coro estribillos o canciones con igual contenido”. Este artículo permite que los árbitros paren el partido cuando se escuchan cánticos racistas. Aún así las medidas son para atacar más los efectos que las causas de la situación.
Para el sociólogo Daniel Salerno, “En una sociedad racista, si al otro se lo ve como a un inferior se le aplican los atributos negativos. En el caso del fútbol se ejerce un racismo ligado a las clases populares, al color de piel, al tipo de inmigración. Lo terrible de pertenecer a una sociedad racista es que uno, muchas veces estando en contra, igual termina reproduciendo este tipo de estereotipos. Por eso hay que apostar a la educación, a la prevención con campañas a largo plazo”.
Pablo Alabarces en su libro Fútbol y Patria (Editorial Prometeo) sostiene: “A veces es bastante incómodo demostrar lo evidente, que el otro es una persona, pero hay que hacerlo. En realidad, en el fútbol la mujer sigue teniendo lugares prohibidos: el lenguaje es masculino; ciertos espacios, como los paraavalanchas, también lo son. Una antropóloga consiguió hace poco que una hinchada la dejara subir a un micro que iba a Rosario, a ver un partido. La dejan entrar, lo cual es un reconocimiento, pero en el viaje le hacen preparar sándwiches de mortadela. Además, se la excluye en el momento del enfrentamiento, porque la cultura de la violencia es machista y homofóbica. Sin embargo, hoy es notorio cómo el espectáculo futbolístico tiende a capturar a las mujeres, ratificando el carácter democrático e inclusivo del fútbol, que por supuesto sigue siendo administrado y relatado por hombres. Antes estaban la Gorda Matosas y la Raulito, personajes que eran masculinizados. Ahora no hay masculinización; las mujeres son mujeres y en las hinchadas se las reconoce como tales, no necesitan masculinizarse”.
¿En la historia de la práctica del fútbol en la Argentina, la homofobia y la violencia fueron siempre tan intensas? En los últimos años de la dictadura, la cultura futbolística hegemónica se volvió violenta y esto trajo consecuencias trágicas. El otro, es decir, la otra hinchada, pasó a ser visto en los cánticos como aquel al que hay que suprimir, al que hay que matar, aquel al que habría que penetrar sexualmente; aquí el sexo es una metáfora de la muerte. Aparece una homofobia muy fuerte y explícita. Hoy se escuchan tres cánticos dominantes, y los tres son terribles.
“El primero es la manifestación fuertemente homofóbica de la sumisión sexual. El segundo es: ‘te vamos a matar’. Y el tercero es espantoso: ‘no existís’. ¿Qué está pasando con una sociedad que, después de una dictadura que deja miles de desaparecidos, le canta al otro ‘no existís’? Yo me acuerdo que cuando Racing se va al descenso, un periodista hincha de Independiente escribió ‘no podemos vivir sin vos’: ésa era la clave de la cultura futbolística argentina, uno es uno porque está el otro. Uno puede desear el descenso del adversario, pero también que vuelva rápido, porque yo tengo que existir con él. En el momento en que una cultura se plantea que el otro puede desaparecer y que a pesar de eso uno va a seguir existiendo, esa cultura está fracturada. Este tipo de cultura futbolística demuestra indirectamente lo intolerante, discriminatoria, racista y homofóbica que puede ser la sociedad”, expresa Alabarces.
Es muy significativo que la dictadura utilizara al fútbol como narrativa unificante, mientras que la democracia choca con la dificultad de frenar la violencia en la cancha.
Se dice que el fútbol refleja a la sociedad. Eso es falso. El fútbol no es un espejo, el fútbol es parte de la sociedad, y como tal muestra muchas de las peores cosas de ella. A veces, las mejores también aparecen. La saga de Maradona, en ese sentido, fue ejemplar: un héroe plebeyo, fiel a sus orígenes, solidario, opuesto al poder. Lo mejor de esta saga, que va del 86 al 90, es una puesta en escena de algunas de las mejores cosas de la sociedad argentina, de sus pulsiones más democráticas. Pero el fútbol tiende a poner en escena las consecuencias de la dictadura que la democracia no ha sabido saldar. Y allí están la carga de intolerancia, de fanatismo, de expulsión del otro, de discriminación. La dictadura subió a los migrantes a un tren para devolverlos a Bolivia. Y ahora, en los estadios se canta “los hinchas de Boca son todos de Bolivia”. Esta xenofobia no existía en la sociedad argentina.
Algunos analistas sostienen que el primer antecedente de discriminación en este deporte ocurrió hace más de 30 años, cuando en un programa sobre fútbol el periodista “Pepe” Peña lanzó una frase en momentos en que River Plate andaba mal futbolísticamente: “A River le pasa esto por contradecir su historia, ¿cuándo se vio que los negros dirijan a los blancos?”, espetó en referencia a Didí, un jugador brasilero de color y además ex jugador del club que fue el DT de River.
Sin embargo la discriminación en el fútbol no puede tomarse como un hecho aislado de lo que fue la matriz de la discriminación en Argentina. “Las ideologías de la superioridad racial estuvieron presentes desde el inicio de la conquista y colonización, teorizadas y explicitadas más tarde (sobre todo en numerosos textos del siglo XIX) parecen perdurar de modo silencioso y vergonzante en las manifestaciones actuales de racismo, discriminación y exclusión”, analiza el sociólogo Mario Margulis en La Segregación Negada (Editorial Biblos).
Abordaremos las ideologías y prejuicios que tiñeron al fútbol en su origen en la segunda parte de esta nota.