Con la obtención por primera vez de la Copa del Mundo, hizo historia y terminó con la hegemonía de Brasil y España. Análisis de un deporte que conserva humildad, barrio y amateurismo.
Martes 4 de octubre de 2016
El futsal no es fútbol, aunque provenga de su familia. Fue creado en 1930 por un uruguayo (Juan Carlos Ceriani), como tantas otras cosas, y desde su génesis toma aspectos de otros deportes. La pelota y la cancha son más chicas que la de Fútbol 11, y se juega sobre suelo duro, como el básquet (deporte del que también toma la cantidad de jugadores por equipo). La reglamentación relacionada a los arqueros es más propia del waterpolo. En el futsal casi no hay fricción; hay aceleración y freno constante. La pelota siempre se recibe con la suela, control absoluto; y ese es el big bang para lo que intentará ser una gran jugada. El equipo se compone por un arquero, que además es jugador; un líbero o cierre; dos alas; y un pivot.
En el futsal, el peso del colectivo es apabullantemente superior al de las individualidades. Si se juega bien, el equipo se convierte en algo superior y distinto a la suma de sus partes. Los sistemas de ataque son distintos a los sistemas de defensa. Y la rotación es fundamental a la hora del juego, para sacarse de encima las marcas.
Rotan los jugadores y la pelota y de esa rotación surge una sinergia colectiva, un ajedrez a alta velocidad que sólo se quebrará cuando esté suficientemente maduro. Es deber del jugador leer ese momento, cuando su criterio indique que es hora de saltar de lo colectivo a lo individual.
El éxito del sistema se juzgará según sus resultados: si la jugada termina en gol estamos ante la perfección. Si termina sin que el equipo pierda la posesión del balón (lateral, corner, o falta a favor), estamos ante una gran jugada. Pero si termina en los pies del rival posibilitando una contra sin que el equipo pueda rearmarse, estamos cavando la fosa del gol en el arco propio.
Aprender a jugar futsal puede ser muy tedioso, pero de ese proceso surgen revelaciones que un amante del fútbol jamás olvidará. La base del éxito está siempre en buscar al compañero. En el control de la pelota y la precisión en su entrega (que debe conjugar la mayor velocidad posible con el mínimo de riesgo de perderla) está el átomo de la diversión.
Johan Cruyff, difunto ex jugador y técnico holandés -considerado uno de los padres del “fútbol moderno” por los conceptos que puso en práctica-, declaró una vez: "El fútbol consiste básicamente en dos cosas. Primera: cuando tienes la pelota, debes ser capaz de pasarla correctamente. Segunda: cuando te pasan la pelota, debes tener la capacidad de controlarla. Si no la controlas, tampoco puedes pasarla. (...) Si, por las razones que sean, no puedes controlar una pelota que te llega en determinada posición o a según qué velocidad, no podrás empezar siquiera a desarrollar tu juego, así que tanto el rendimiento colectivo como el espectáculo se resentirán. Por desgracia, estas cosas se trabajan cada vez menos en los entrenamientos y en el fútbol teórico debido a varios factores". Ese “por desgracia” referido al álgebra de pasar el balón que Cruyff veía cada vez más acentuado en el fútbol actual, es sin embargo una de las principales certezas que pregona el futsal.
En Argentina, es un deporte que no para de crecer. Sin embargo, en Europa ya es una disciplina profesional. Y a nivel de seleccionados se destacan Italia, Portugal (que cuenta con Ricardinho, considerado actualmente el mejor jugador del mundo) y Rusia (con muchos jugadores nacionalizados), entre otros. Aunque la hegemonía absoluta era de Brasil y España, que se repartían las Copas del Mundo (cinco para el primero, y dos para el segundo), hasta ahora, que Argentina llegó a la cima.
El técnico de la Selección Argentina de fustal, Diego Giustozzi, es un ejemplo vivo de este proceso de auge y consolidación que vive el futsal en el país (aunque principalmente en Buenos Aires): empezó como jugador de salón en River para escalar en la liga italiana y la española. Jugó en la Selección (fue campeón de América en 1993) que dirige desde que colgó los botines, con la que acaba de conseguir el máximo título a nivel mundial (aunque es su quinto título desde que es DT, antecedido por la Copa América 2015, en la que Argentina fue verdugo de la principal potencia; Brasil).
En una entrevista brindada al Diario Clarín previa al Mundial, el técnico albiceleste declaraba (además de asegurar que salir campeones del mundo era una posibilidad) sobre Lionel Messi: “Es lo más grande que puede existir como deportista. Pensá en las grandes figuras, cuánto duraron en lo más alto. (...) Messi hace por lo menos siete años que es el mejor jugador del mundo, lejos. Y sigue mejorándose. Eso es ser un ser humano distinto, es ser una persona humilde de verdad”. Sin embargo, cuando le preguntaban si jugaría en su equipo, afirmaba: “Para mí no sería titular en la selección de futsal, pero bueno. A ver... yo por ejemplo soy amigo de Erik Lamela, un crack como persona, un crack como jugador; lo vi crecer y pasamos un montón de cosas juntos y él es un enamorado del fútbol cinco y a veces venía a entrenar con nosotros y es un monstruo, pero cuando jugaba con jugadores importantes hasta se enojaba con él mismo... Es distinto, es un deporte totalmente distinto”.
Está estadísticamente comprobada la capacidad de un distinto como Messi para potenciar a todos aquellos que lo rodean en un campo de juego. Aunque también comprobamos tristemente que con el mejor jugador del mundo no alcanzó para ganar un Mundial (faltó muy poco, pero faltó).
Lejos de cualquier comparación e intento de polémica berreta (de esas que nos tienen acostumbrados sectores del periodismo deportivo), desde estas líneas queríamos proponer no sólo sumarnos al brindis y al frenesí que conlleva la victoria (y bien merecido tienen aquellos que pertenecen al pequeño mundo del futsal). Por qué no, también, aprovechar los ecos del logro para adentrarnos en un mundo que tiene el sacrificio propio del amateurismo, conjugado con la calidad del profesionalismo.
Un mundo donde un modesto club de barrio puede hacer historia, a partir de reforzar una identidad colectiva de juego. Tal es el caso, por ejemplo, del Club Pinocho de Villa Urquiza, multicampeón de futsal local (14 títulos, 9 consecutivos, y un record de más de tres años sin perder en la cancha).
Un mundo donde lo más importante es jugar, lo más que se pueda, con humildad y sacrificio. Y para eso no hay mejor idea que tener la pelota siempre, y pasársela de la forma más simple al compañero. Un mundo donde lo elemental e inegociable es la idea, el proceso. Y lo demás -las victorias, el éxito-, llega solo. Los pibes de Giustozzi entendieron eso y ahora gritan "dale campeón".
Es un buen momento para mirar futsal y aprender esas cosas que creíamos tener muy claras.