×
×
Red Internacional
lid bot

Opinión. Gabón: claves de un nuevo golpe de Estado en África

La cadena de golpes de estado en la África subsahariana sigue sumando eslabones y ampliando su área geográfica. Después del putsch en Níger de fines de julio, le tocó el turno a Gabón, un pequeño estado petrolero de África Central.

Viernes 1ro de septiembre de 2023 00:59

Aunque con características y motores específicos, el golpe en Gabón parece tener un guión y una estética similares a los precedentes.

El 30 de agosto, luego de que se conociera que el actual presidente Ali Bongo iba a asumir su tercer mandato consecutivo, un grupo de 12 militares con uniformes de la guardia republicana, el ejército y fuerzas de seguridad, copó las pantallas de la televisión nacional. En un escueto comunicado leído al aire, el llamado Comité para la Transición y la Restauración de las Instituciones, anunció que quedaban anuladas las elecciones presidenciales del 26 de agosto, que Bongo había ganado con un más que sospechoso 65% de los votos. Y que “en nombre del pueblo gabonés” y “para “preservar la paz” había decidido “poner fin al actual régimen”, prometiendo ahora sí transitar el “camino de la felicidad”.

Esta junta militar improvisada disolvió el congreso y la corte suprema. Y puso bajo arresto a Bongo, su familia y miembros de su gabinete con cargos que van desde fraude y gobierno irresponsable hasta traición.

Como ha sucedido en otros países de África francófona, también en Gabón hubo escenas de apoyo y júbilo popular ante la caída de Bongo, e idénticas consignas contra el neocolonialismo francés y sus socios de las elites locales.

El general Oligui Nguema, líder del golpe y hasta el momento comandante de la guardia republicana, asumió como presidente transitorio. Se comprometió a crear un “gobierno de unidad nacional” integrado por miembros de los partidos políticos, y a convocar a elecciones en un año. Pero el futuro es incierto.
Todavía es prematuro dar por cerrado el episodio, aunque si la experiencia reciente sirve de guía, hay altas probabilidades de que la asonada triunfe. Si termina consolidándose, sería el octavo golpe militar en la región desde 2020.

La nota de color del día la dio el mismo Bongo. Poco después de ser derrocado, circuló en varios medios un video en el que Bongo, recluido en un lujoso salón del palacio presidencial y un poco desorientado, pide a sus amigos de las potencias occidentales que “hagan ruido” (sic) contra el golpe. Aunque el pedido suene gracioso, probablemente sea ruido lo único que obtenga. Viendo la experiencia reciente del golpe en Níger, no parece que haya ni fortaleza ni voluntad para que las instituciones pro-ocidentales de África –la Unión Africana, la CEDEAO y otras por el estilo- o las potencias imperialistas, se embarquen en la aventura de reinstalar mediante la fuerza a los viejos socios caídos en desgracia. El discurso más enérgico, por razones obvias, fue del presidente Emmanuel Macron, que habló de una “epidemia de golpes” contra sus aliados, una enfermedad que debilita la ya pálida impronta neocolonial francesa.

Si bien se trató de un golpe de palacio, también es cierto que ningún golpe sucede en el vacío. Si en el caso de Níger, como antes en Mali, Burkina Faso y Chad, el trasfondo era la intervención francesa para “combatir al terrorismo”, en el de Gabón, el desencadenante inmediato fue un proceso electoral fraudulento llevado adelante por un presidente débil. Pero el denominador común es la precariedad económica, y el hartazgo con regímenes autoritarios y dinásticos que garantizan los intereses neocoloniales de Francia a cambio de quedarse con una parte del saqueo principalmente del petróleo y la minería.

De los 63 años de existencia de Gabón como estado independiente –hasta 1960 fue una colonia francesa- 56 fue gobernado por la familia Bongo. Este régimen dinástico comenzó en 1967 con Omar Bongo, que fue presidente durante 41 años hasta su muerte en 2009, y siguió con su hijo Ali. A través de la familia Bongo el imperialismo francés siguió ejerciendo un control colonial en los asuntos económicos, políticos y militares. Aún hoy Francia tiene desplegados unos 400 soldados y una base en Gabón, y una gran presencia de sus monopolios como Total.

La supuesta “democracia” que dice defender Francia, Estados Unidos y las potencias occidentales es a todas luces una farsa escandalosa. Omar Bongo fue puesto en funciones por el gobierno francés del general De Gaulle y apuntalado por el imperialismo francés. Hasta 1990 existía en Gabón un régimen de partido único, el Partido Democrático Gabonés, que representa los intereses de la familia Bongo y de la elite endogámica construida en su entorno. Más allá de las formas, este régimen de partido único continúa en los hechos a través de una trama de clientelismo y represión que supone elecciones fraudulentas y reformas constitucionales funcionales a la perpetuación de los mismos intereses.

Los gobiernos de Ali Bongo han sido más inestables que los de su padre. En 2016, su primera reelección ya estuvo cuestionada. La angurria hizo entrar a la familia Bongo en cortocircuito con el gobierno francés, que denunció a varios hermanos Bongo (es una familia numerosa) por apropiarse de unos 85 millones de euros. En la tensión el gobierno de Gabón también tomó algunas medidas, como el ingreso a la Commonwealth que aumentaron las tensiones.

En 2018 Ali Bongo sufrió un derrame cerebral durante una visita de estado a Arabia Saudita, que lo dejó fuera de la escena pública durante más de un año.
Pero lo más importante no vino de las intrigas estatales sino de la calle: en 2019 una oleada de manifestaciones masivas y huelgas de docentes y estudiantes universitarios sacudió el país durante semanas contra una ley que atacaba la educación. El gobierno terminó retirando la contra reforma pero el movimiento inspiró protestas de otros sectores y se extendió más allá de la capital. La impopularidad de Bongo y el temor a la movilización alentó a un sector destituyente a intentar sin éxito un golpe de estado. La situación cerró con varios muertos y un recrudecimiento represivo que no alcanzó a desterrar la semilla del descontento.

Las fuerzas motoras que configuran la situación del golpe son profundas. Según el Excel del Banco Mundial, Gabón es un país de ingresos medios-altos. Como exportador de petróleo y miembro de la OPEP, tiene un PBI per cápita de 9000 dólares, comparado con U$ 500 de Níger, U$ 890 de Burkina Faso, o incluso U$ 2000 de Nigeria, considerado una potencia regional. Sin embargo, al igual que sus vecinos más pobres, un tercio de la población vive bajo la línea de pobreza, y el 40% de los jóvenes de entre 15 y 24 años están desocupados.

Por eso, más allá de las particularidades nacionales, el odio a las elites locales y el profundo sentimiento anti francés –es decir, anticolonial- es el denominador común en la convulsionada situación en África.

Estados Unidos tiene sus propios intereses en la región. En el marco de la guerra de Ucrania, su principal preocupación es evitar que el rechazo al imperialismo francés y este “espíritu de época anticolonial” sean utilizados demagógicamente por Rusia y China para profundizar su penetración en África. Como es sabido, varios de los exaliados de Francia, como Mali, han establecido vínculos estrechos con Rusia a través del grupo Wagner. La muerte de su líder, el mercenario Evgeny Prigozhin que pagó con su vida el desafío que le planteó al gobierno de Vladimir Putin, abre la posibilidad de que el Kremlin “estatice” las operaciones tanto militares como económicas que esta próspera empresa de mercenarios viene desarrollando en África.

Los militares golpistas africanos no son “antiimperialistas”, sino que buscan mejores condiciones, alineándose en el bloque capitalista de Rusia y China. Pero el hecho de que algunos de ellos recurran al lenguaje anticolonial para legitimarse es un síntoma de que las contradicciones y rivalidades geopolíticas pueden abrir el camino a la intervención del movimiento de masas.


Claudia Cinatti

Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.