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Red Internacional
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ZONA SUR DEL GRAN BUENOS AIRES. Guernica, “tan violentamente dulce”

Acercamos a los lectores una visión de la noche del 14 de octubre en Guernica escrita por Roberto Ramirez, colaborador de LID.

Viernes 16 de octubre de 2020 13:08

“Soná guitarra pampera que preciso tu tristeza,
envolveme en la tibieza de tu bordón celestial,
que en esta gota de sal, es un gaucho el que te besa…” José Larralde

Fotografía: Carlos Broun

Atardecer de un paraíso negado

El anaranjado lo cubre todo: las chapas, los naylons, los baldes con los que se acarrea agua, los niños y niñas que vuelven de juntar ramas, el hombro cansado del changarín que vuelve a la toma con poco y nada de esperanzas y monedas, las mujeres en eterna espera que cada día es más desesperanzadora. “Desde el barrio La Lucha se ven las mejores puestas de sol” dijo alguien hace unos días y era justicia. Pareciera que el destino funesto se empeñara en mostrarles a las cientos de familias desesperadas lo hermoso que puede ser aquello que les es negado por pertenecer a la clase trabajadora, ese paraíso terrenal de 10x20 inaccesible y maravilloso, con puestas de sol a lo “División Miami”, pero sin Don Johnson, ni Miami, ni Phillips Michael Thomas.

Preludio de garrotes

El atardecer es bellísimo, pero para las familias es un presagio de fuego y garrotes, de balas e insultos a grito pelado. Ya se sabe que han desalojado a fuego, garrotes y balas una toma en Barrio La Unión de Rafael Castillo, saben que de la violencia estatal no se salvaron ni los fideos para el guiso comunitario, que también fueron pasados por fuego y el odio. Rememoran a las familias que dejaron la toma, “que arreglaron”, con amargura los rememoran, pero sin bronca. Acá todos vinieron con el mismo objetivo: un pedazo de tierra donde ranchar, pero no todos vinieron en las mismas condiciones, ni con la misma determinación. Y cuando el hambre y la necesidad mandan, las voluntades se pueden comprar con poco dinero y muchas promesas. La gente, se sabe, está en las últimas, en cuarentena y sin laburo, y con la amenaza de que van a perder la miserable asistencia del Estado, no es difícil comprender a los que se fueron.

El Estado, ese hermano mayor violento y engañoso

La toma de Guernica está sitiada por el Estado: uniformados de todos los colores y sabores la rodean, vehículos de todo tipo la vigilantean por tierra y por aire, equipos de funcionarios de tercer y cuarto rango pasan a cada tantos días tratando de convencer a más familias que abandonen sus sueños, sus derechos, para dejar paso al desarrollo inmobiliario de countries privados de la clase que maneja el país a su antojo. Es risible para las familias ver como nunca antes la presencia del Estado en este momento, cuando son “usurpadores” de tierra para vivir, y nunca antes aparecieron las soluciones que se necesitan hace décadas. ¿Dónde estuvo todos estos años ese hermano mayor violento y prepotente que no brindó respuesta, ni siquiera en la “Década ganada”, ante la necesidad de 3.5.000.000 de viviendas según el censo 2010? Hoy el hermano prepotente con los laburantes tiene la misma respuesta de siempre: fuego, garrote y balas en defensa de la propiedad privada de los que manejan el país.

Cae la noche sobre Guernica

Como las bombas de los alemanes e italianos sobre la homónima ciudad española, cae la noche. Como si el nombre conllevara la maldición de sufrir la violencia de uniformados, la toma de Guernica se arropa con el peligro en ciernes. Lejos de “El amor vence al odio” y “La patria es el otro”, el gobierno se prepara para lanzar sobre las familias desprotegidas todo el poder de sus perros de presa; se prepara el mayor despliegue policial en la historia de la provincia, sin escatimar en recursos de ningún tipo. La osadía del débil ante el poderoso se paga caro y estas familias han osado tomar la tierra sin someterse al Estado que le pertenece a los dueños de la tierra. Es un mal ejemplo, se sabe. En la toma de Guernica es donde la lucha de clases se hace carne: la clase trabajadora por un lado y los patrones, su Estado y sus gobiernos por el otro, sin medias tintas, sin ambages. La única grieta que existe hace más de un siglo, siempre negada, siempre camuflada, siempre desestimada; pero siempre vivita y coleando, siempre alimentada por los mismos esbirros de siempre en el llano y sus señores en la oscuridad moviendo los hilos. A lo lejos alguien reaviva la fogata del tacho y “…a lo lejos alguien canta, a lo lejos…”. Los niños y niñas duermen el sueño de los inocentes, soñando con habitaciones inalcanzables, etéreas comodidades; las madres amamantan ilusiones y presagios. Los hombres fuman, vigilan y callan; de tanto en tanto acarician el garrote y atizan el fuego. Sí, ellos también tienen garrotes y fuego, se dicen. A los lejos suena una guitarra. Soná, soná guitarra pampera.