Presentamos esta traducción de un artículo publicado en la revista impresa de nuestro sitio hermano Left Voice. En él se da una discusión entre las distintas propuestas estratégicas que han surgido a lo largo de la existencia del movimiento de la diversidad sexogenérica en Estados Unidos.
Este año marca el 50 aniversario de la revuelta de Stonewall. Las corporaciones aprovecharon la oportunidad para un pinkwashing [1] intensivo: zapatos tenis, tazas y playeras de arcoiris. Durante el mes del orgullo en la ciudad de Nueva York, la policía marchó en el desfile oficial junto al Bank of America, Wells Fargo y otras megacorporaciones. Ese mismo mes, Layleen Polanco [2] murió en confinamiento solitario en la isla Rikers. Quizá nada ilustra mejor las contradicciones del movimiento de la comunidad sexodiversa hoy: la policía se atavió de arcoíris mientras una mujer trans de color murió bajo su custodia.
Ningún otro grupo ha pasado de tal marginalización a la asimilación capitalista tan rápidamente. En sólo 50 años, la policía pasó de golpearnos, violarnos y arrestarnos a marchar en nuestro desfile. Desde su inicio, el movimiento por la diversidad sexogenérica se ha dividido en lo que respecta a la cuestión de la asimilación: ¿queremos encajar en el sistema actual o queremos cambiar todo? Aquí, los socialistas revolucionarios pueden hacer una contribución importante, con una estrategia para vencer al capitalismo y luchar contra todas las formas de opresión.
Asimilación y el movimiento homófilo
Las organizaciones asimilacionistas se pueden caracterizar como de “un sólo tema” —definiendo a la problemática de la diversidad sexogenérica en los términos más estrechos, lo cual por lo general ha significado la exclusión de las personas trans, de las personas de color y de la gente de clase trabajadora. Estos grupos optan por tácticas como el lobbying y buscan limar los aspectos más disruptivos de lo que constituye ser queer —después de todo, no quieren espantar a los políticos del Partido Demócrata y a los grandes donantes. La ideología que subyace es que Estados Unidos puede ser imperfecto, pero las estructuras existentes como las cortes y el Congreso proveen de medios para perfeccionarlo. La justicia es como una escalera: podemos acumular derechos de la misma manera en que escalamos los peldaños para eventualmente llegar a la igualdad.
A veces la historia del movimiento queer moderno se plantea como haber empezado en Stonewall, rastreando sus raíces sólo a un pasado radical. Esto es engañoso hacia lo que constituye la historia de la comunidad sexodiversa; algunos elementos del activismo gay eran profundamente asimilacionistas desde el inicio. Entre los primeros grupos en Estados Unidos estaba el de la Sociedad Mattachine, fundada en 1950. Usaban el término “movimiento homófilo” para evitar mencionar el sexo. Pero la Mattachine no era el único grupo de su tipo. Destacan las Hijas de Bilitis, quienes empezaron a organizar lesbianas pocos años antes de la creación de la Sociedad Mattachine.
Las organizaciones homófilas emergieron en un contexto terriblemente represivo: en 1953 el presidente Dwight D. Eisenhower decretó una orden ejecutiva estableciendo la “perversión sexual” como una ofensa suficiente para despedir a alguien de un empleo gubernamental y cientos fueron despedidos en lo que se conoció como el “Susto Lavanda”. Todos los estados exceptuando a uno prohibieron explícitamente el sexo homosexual. Había redadas regulares en los bares en los que la policía golpeaba y arrestaba a gente de la comunidad sexodiversa, a veces incluso publicando sus nombres en periódicos locales. La organización temprana de la diversidad sexogenérica de los años 50 también se dio en el contexto del “Susto Rojo”, [3] en el cual las acusaciones de homosexualidad y el comunismo por lo general se entremezclaban: la premisa era que los “pervertidos sexuales” tenían poca voluntad y eran fácilmente corrompibles y que podían rendirse ante la “amenaza comunista”.
La Sociedad Mattachine se fundó en los 50 por antiguos militantes del Partido Comunista de los Estados Unidos con el objetivo de darle a las personas gays un sentido de pertenencia y de “desarrollar una ética homosexual disciplinada, moral y socialmente responsable” [4] En el ambiente represivo de los años 50 y principios de los 60, la Sociedad Mattachine era la salvación para muchos gays e incluso algunas lesbianas, llegando a ser miles a lo largo del país con su publicación, la Mattachine Review.
Como lo explica Nan Amalia Boyd en su libro Wide Open Town, la Mattachine intentó presentar a sus miembros como ciudadanos estadounidenses propios y buenos; los líderes del grupo “intentaron distanciar sus circunscripciones de prácticas que combinaban la transgresión del género con la homosexualidad. También se distanciaron del activismo y de luchas políticas de las comunidades de color”. [5] Generaban expectativas en el Sueño Americano con una carta publicada en la Mattachine Review que decía: “nuestros corazones no están menos llenos de orgullo y honor al ver miles de banderas estadounidenses [sólo] porque somos homosexuales”. [6]
La Mattachine hizo un giro a derecha muy notable a inicios de 1953, cuando un ala del grupo se intentó posicionar como abiertamente anticomunista a pesar de que varios de los fundadores habían sido miembros del Partido Comunista. Al final, esta lucha llevó a que tres de los cinco fundadores, incluyendo al líder del grupo, Harry Hay, renunciaran. Para 1956, la Sociedad Mattachine declaraba que era “inalterablemente opuesta a los comunistas y la actividad comunista y no toleraría el uso de su nombre para o por cualquier grupo o frente comunista”. [7]
Y mientras la Sociedad Mattachine era anticomunista, el Partido Comunista de los Estados Unidos, siguiendo los dictados de la Internacional Comunista estalinizada, era contrario a la diversidad sexogenérica. En 1918, los bolcheviques despenalizaron la “homosexualidad”, pero Stalin la recriminalizó en 1933. Esto era una traición muy fuerte a las ideas emancipatorias de la Revolución de Octubre, una que se llevó a cabo en todos los partidos comunistas de todo el mundo. Las políticas homofóbicas y transfóbicas del Partido Comunista fueron la razón de por qué la Sociedad Mattachine de Hay no se conectó con la organización socialista en la que Hay había estado involucrado con el activismo gay que luego construyó.
Stonewall y los Queers Radicales
“Como una presa rompiéndose, Stonewall fue la erupción después de 20 años de progreso a cuentagotas por puñados de hombres y mujeres conscientes de que organizarse daba pie a una ola espontánea de furia”, escribe Sherry Wolf en Sexualidad y Socialismo. [8] Stonewall fue parte de una era radical marcada por el Black Power, los movimientos contra la guerra y feministas. Stonewall vino un año después de la explosión global de 1968 —el Mayo Francés, el movimiento estudiantil mexicano, la Ofensiva del Tet y las luchas de masas contra la burocracia estalinista.
Stonewall no fue la única revuelta de su tipo. En 1959 ocurrió una revuelta en el café-restaurante Cooper’s Do-nuts en Los Ángeles, y en 1966 sucedió la revuelta de la Compton Cafeteria en San Francisco. Pero lo novedoso de Stonewall fue el tipo de organización que se suscitó después.
Stonewall fue todo lo que la Sociedad Mattachine no fue: fue furiosa, de color y trans, era pervertida y fue una revuelta. El veterano de Stonewall Jim Fouratt dijo: “fuimos una pesadilla para ellos [el movimiento homófilo]. Estaban comprometidos a ser estadounidenses lindos y aceptables del status quo y nosotros no; no teníamos absolutamente ningún interés en ser aceptables”. [9] De hecho, la reacción de la Sociedad Mattachine luego de la primer noche de las revueltas de Stonewall fue escribir un texto llamando a la calma y quietud afuera del Stonewall Inn.
El Frente de Liberación Gay (Gay Liberation Front) fue el grupo más importante que emergió de la revuelta de Stonewall. Su periódico, The Rat, encapsuló el espíritu del movimiento: “somos un grupo homosexual revolucionario de hombres y mujeres con formadas con el entendimiento de que la liberación sexual completa para todas las personas no puede llegar a menos que las instituciones sociales existentes sean abolidas. Rechazamos el intento de la sociedad de imponer roles sexuales y definiciones de nuestra naturaleza”. [10] Pero no había consenso en qué era lo que significaba exactamente la revolución. Como plantea Alan Sears en “Anticapitalismo Queer”, el nuevo movimiento enfatizó visibilidad, militancia y la lucha contra la normativa sexual y los roles de género. Sears propone que esta era una era de “utopismo sexual”, “el cual presentaba lo erótico como un reino para la liberación” y para el cual el enemigo era la normatividad. [11]
Aunque el enfoque político del nuevo movimiento queer era una sexualidad muy abierta y expuesta, elementos de este movimiento también fueron interseccionales y antiimperialistas. El nombre en sí mismo, Frente de Liberación Gay, hacía referencia al Frente de Liberación Nacional de Vietnam, una clara señal hacia el antiimperialismo. El GLF declaró: “nos identificamos con los oprimidos: la lucha vietnamita, el tercer mundo, los negros, los trabajadores [...] todos aquellos oprimidos por esta sucia, podrida, vil y jodida conspiración capitalista”. [12] De igual forma, el GLF buscó relacionarse en particular con el Black Panther Party, reuniéndose con líderes de las Panteras Negras y asistiendo a su conferencia de 1970. La clase obrera organizada, empero, estaba generalmente ausente de las reflecciones del GLF.
Para el GLF, luchar contra la asimilación significaba luchar contra una política de representación en los escalafones superiores del capital. El periódico Come Out escribió: “no seremos una burguesía gay en busca del estéril ‘Sueño Americano’ de la cabaña cubierta de hierbas y el buen trabajo corporativo, pero tampoco toleraremos la exclusión de los homosexuales de cualquier ámbito de la vida estadounidense”. [13] Algunos incluso eran anticapitalistas. Un antiguo miembro de la célula de Chicago del GLF dijo que el movimiento “tenía la visión política de que el mundo capitalista dominado por el complejo industrial estadounidense no era algo para reformar o mejorar, sino destruir y reemplazar con un sistema de igualdad y justicia”. [14]
Pero el GLF no vivió por mucho. Sus reuniones, abiertas para todos y regidas por el consenso, eran inoperables —ser queer no quería decir que los asistentes todos llegaran a un acuerdo político. Si el objetivo era la revolución, ¿qué significaba? ¿Y quién era el enemigo? ¿Eran los hombres, como empezaban a plantear algunas feministas? ¿O eran los heterosexuales, como algunos queers radicales decían? ¿Era el estado capitalista? El GLF se dividió en grupos que tomaron varias posiciones ante estas cuestiones, como el grupo de las Radicalesbians, los Street Transvestites Action Revolutionaries (STAR) y la Alianza Activista Gay.
A pesar de la retórica revolucionaria de estos grupos, el estado capitalista estaba notablemente ausente de muchas de sus reflexiones políticas y la “revolución” se concebía principalmente como una cultural. El “Gay power” o el separatismo lésbico fueron vistos como estrategias viables. Para muchos, el enemigo se volvieron los “valores heterosexuales” y la “sociedad heterosexual” —por fuera de los capitalistas y el estado que organiza la sociedad alrededor de la cis-heteronormatividad en primer lugar.
Como el estalinismo al inicio del movimiento homófilo, Fidel Castro jugó un papel similar en distanciar al socialismo del nuevo movimiento queer. En 1965, Castro puso a gente de la comunidad sexodiversa en campos de concentración conocidos como Unidades Militares de Ayuda a la Producción. En Estados Unidos, gran parte de la izquierda ofreció apoyo incondicional al gobierno castrista, ya sea teniendo acuerdo en que la homosexualidad era “burguesa” (como lo sistenían el Partido Comunista y las brigadas de solidaridad) o planteando que luchar por los derechos de la comunidad sexodiversa en Cuba equivalía a ejercer “imperialismo cultural”. Y es verdad, los revolucionarios estadounidenses deberían defender la Revolución Cubana de los ataques imperialistas estadounidenses, pero esa defensa no debería implicar apoyo a una burocracia antidemocrática que puso a la diversidad sexogenérica en campos de concentración.
La no lucración de la diversidad sexogenérica
Justo cuando parecía que la organización radical queer empezaba a amainar, inició la crisis del SIDA. Mientras el gobierno se rehusaba a reconocer la crisis, el SIDA diezmó a la comunidad sexodiversa mientras la derecha religiosa lo retrataba como una enfermedad de gays que había venido a extinguir a los pecadores homosexuales. En este contexto, la organización radical queer reemergió al inicio de la era neoliberal. A finales de los 80, ACT UP [15] se enfocaba en la acción directa contra la falta de acción del gobierno hacia el SIDA y la avaricia corporativa que permitía que las compañías se beneficiaran de la crisis.
Desde entonces, el movimiento queer “logró avanzar mientras todos alrededor estaban en retirada”. [16] A la par de que el neoliberalismo avanzaba, el activismo de la diversidad sexogenérica, la ideología de igualdad formal bajo el capital y la promesa de ganancias de pinkwashing significaban que algunas de las leyes más discriminatorias hacia los gays y lesbianas eran derogadas —como la prohibición de la “sodomía”, la cual se eliminó federalmente apenas en 2003. La comunidad sexodiversa ganó el derecho al matrimonio igualitario en Estados Unidos en 2015. Hoy, un hombre abiertamente heterosexual fue un contendiente serio a ser candidato presidencial por parte del Partido Demócrata. El capitalismo ha probado ser lo suficientemente flexible como para integrar a gays y lesbianas en los escalones superiores del poder y comodificar la sexualidad gay y lésbica mientras margina a los miembros de esa comunidad que son de color o de clase trabajadora. Es cierto, la comunidad sexodiversa no es una comunidad monolítica y homogénea, y mientras algunos de nosotros ganamos más derechos, las diferencias de clase y raza entre nosotros se vuelven más evidentes.
Dos cosas significativas han ocurrido en las últimas tres décadas: los servicios gubernamentales se han recortado y las identidades lésbicas y gays se han, hasta cierto punto, normalizado. Como resultado, el movimiento de la comunidad sexodiversa ha sido empujado casi por completo al complejo industrial sin fines de lucro. Esto fue parte del boom generalizado en las fundaciones sin fines de lucro, que pasó de 3 mil en 1965 a 1.5 millones hoy. El complejo industrial sin fines de lucro es la estrecha plataforma en la que actúa el debate de la asimilación en estos días. En particular, el grupo sin fines de lucro denominado como la Campaña de Derechos Humanos (Human Rights Campaign) trae el legado del movimiento homófilo. Otras fundaciones sin fines de lucro intentan llevar el legado de Stonewall, aunque incluso las más radicales están bajo una constante presión conservadora.
La campaña de Derechos Humanos
La campaña de Derechos Humanos (HRC por sus siglas en inglés) se organiza en condiciones significativamente menos adversas y con significativamente menos recursos de los que la Mattachine Society hubiera podido haber soñado: tiene un presupuesto anual por sobre los $45 millones y patrocinadores corporativos como Citibank y Apple.
Sin embargo, la meta de la campaña de Derechos Humanos es notablemente similar a la del viejo movimiento homófilo: asimilada en el sistema capitalista patriarcal. Como la Sociedad Mattachine, la HRC se enfoca en los problemas más limitados. Para ellos, esto significa pelear por matrimonio igualitario y contra la prohibición de personas de la comunidad sexodiversa en el ejército. Las personas trans están constantemente excluidas de la ecuación, como en el apoyo de HRC para una versión de la Ley de No Discriminación en el empleo que no incluye gente trans. La HRC intenta mostrar que los gays y lesbianas son estadounidenses patriotas y respetables. En las campañas de la HRC de los demócratas se acoplan hasta los capitalistas más viles del país. En 2017, el grupo incluso le dio a Jeff Bezos un “Premio a la igualdad”, mientras que los trabajadores de Amazon laboran en condiciones inhumanas por salarios mínimos.
A diferencia de los capitalistas durante la era del movimiento homófilo, un sector completo de los capitalistas del país ahora quiere asistir a las galas gay. Y a diferencia de los líderes del movimiento homófilo que dieron dinero de sus bolsillos en su organización, el CEO de la HRC gana aproximadamente medio millón de dólares anuales. La HRC, con todo su poder y recursos, controla la agenda de lo más popular del movimiento de la diversidad sexogenérica, restringiéndolo a un conjunto limitado de demandas a ser alcanzadas para las campañas del Partido Demócrata.
Liberación homosexual sin fines de lucro
La HRC no es el único tipo de organización sin fines de lucro orientada a la comunidad sexodiversa. Algunos otros abrazan políticas que son mucho más radicales e interseccionales: grupos como el Sylvia Rivera Law Project, el Audre Lorde Project, y Queers for Economic Justice. Algunos autores han llamado a estos grupos organizaciones de liberación homosexual. Ellos son la manifestación neoliberal de los sueños de Stonewall. Como las organizaciones de la era Stonewall, carecen de una estrategia cohesiva para la liberación, y a además de eso, están atrapadas en una carrera de ratas por financiamiento.
A su favor, estas organizaciones ofrecen una extensa visión de la liberación homosexual que incluye discusiones sobre el complejo industrial de las prisiones, el sistema migratorio y la regresión neoliberal de los servicios de gobierno. Algunas, como las organizaciones de la era Stonewall, incorporan una crítica al capitalismo. Ellas están por lo que Dean Spade llamó “gotear la justicia social”: La idea de que las organizaciones deben primero abordar los problemas que afectan a los más marginados, lo que también beneficiaría a todos los estratos por encima de ellos.
Y aunque estas organizaciones sin fines de lucro alientan a la gente a imaginar un futuro libre, en términos de estrategia, no ofrecen mucho más que un plan de reformas. Como los miembros del GLF, los homosexuales progresistas que trabajan en esta organización sin fines de lucro no tienen acuerdo en sus metas o en su estrategia para alcanzarlas. ¿La meta es un cambio cultural? ¿Expandir los servicios del gobierno? Dada la ausencia de un acuerdo político claro, las presiones conservadoras que ejercen las organizaciones sin fines de lucro cada vez son más difíciles de soportar.
Muchas de estas organizaciones sin fines de lucro proveen servicios importantes y muy necesarios para la comunidad sexodiversal. Aún así, como argumentó Myrl Beam en la Gay Inc., la verdadera necesidad de obtener fondos para proveer estos servicios es una presión material y conservadora. Logan, un trabajador de organización sin fines de lucro, dijo que “cuando la misión es subvertir las mismas instituciones que hicieron posible obtener la subvención, debe ser difícil, porque estás usando una herramienta que está diseñada para mantener la estructura que estás intentando desmantelar”. [17] Muchas personas que trabajan en las organizaciones sin fines de lucro saben lo siguiente: a pesar de las mayores intenciones del ala izquierda, las organizaciones sin fines de lucro pueden mantener la provisión de servicios para siempre sin terminar con el capitalismo y sin realmente crear una sociedad libre de explotación y opresión. Este es el problema con las organizaciones sin fines de lucro: ellas nunca ofrecerán la liberación homosexual.
No podemos obtener la liberación homosexual en una sociedad basada en la explotación de las mayorías para los beneficios de unos pocos. Es por esto que nuestros derechos no son primordiales, por qué nuestros derechos no pueden acumularse hasta la liberación, y por qué la explotación interseccional y los CEOs arcoíris no pueden liberarnos —porque la mayoría de los homosexuales pertenecen a la clase trabajadora, muchos de los cuales son de color; un presidente gay no va a cambiar el hecho de que luchamos para ganarnos la vida. También es por qué nuestra sexualidad por sí misma no es el punto para la liberación, como deja claro la apropiación y mercantilización de la sexualidad homosexual. Pero la interseccionalidad y la lucha por reformas y servicios para los de abajo son insuficientes para la liberación homosexual. Criticar al capitalismo no es suficiente para liberarnos de él.
La liberación homosexual es únicamente posible en una sociedad construida por el pueblo, una sociedad sin fines de lucro en la que todas nuestras necesidades materiales estén satisfechas, y eventualmente, una sociedad que otorgue tiempo libre y libere nuestro potencial creativo: en comunismo.
La pelea por la revolución socialista
Nuestra opresión y explotación no puede ser concluida cambiando sólo la cultura. Nuestra opresión está enraizada en las instituciones del estado capitalista: las prisiones, los policías, las escuelas, así como en el rol del cristianismo en el estado. Está enraizada en los roles de género que son necesarios para obtener labor reproductiva no remunerada primordialmente de las mujeres, así como la alienación general dentro y fuera de los lugares de trabajo. Está enraizado en una sociedad de miseria sexual, en la que desgastamos nuestros cuerpos y mentes en el trabajo para sólo ser una sombra de nosotros mismos al volver a casa. No podemos reformar nuestra salida de esto: necesitamos una revolución que expropie a los capitalistas, creando las bases materiales para un masivo cambio cultural para liberar nuestro género, sexualidad y a toda la humanidad. Este es el objetivo del comunismo.
Aunque el estado capitalista parezca invencible, la clase obrera es fuerte: nosotros producimos todo, y nosotros hacemos que todo el capitalismo funcione. Es por eso que la clase obrera es la fuerza detrás de la revolución: La única que puede poner a todo el sistema de rodillas, y luego echar a andar todo otra vez en control colectivo y democrático. Hoy la clase obrera representa la mayoría en la población mundial, está compuesta de gente de color, gente con discapacidades, gente homosexual, mujeres, y, sí, también de gente blanca.
Pero la clase obrera “por sí misma” no es suficiente. Para liderar una revolución, la clase obrera —y no capitalistas símbolo como Pete Buttigieg— debe mostrar puede resolver todos los problemas de la sociedad, incluyendo la opresión de la comunidad sexodiversa. Esta alianza entre la clase obrera y todos los grupos oprimidos es la base necesaria para la revolución socialista.
Afortunadamente, estamos en un momento político en donde crece el número de jóvenes que son socialistas o que sienten curiosidad sobre el socialismo —que saben que este sistema no mantiene más que miseria para nosotros. Pero si nuestro objetivo es el socialismo —un socialismo que sea lejanamente diferente a la burocracia homofóbica de Castro o Stalin—, ¿cuáles o qué ejemplos podemos tomar?
Hay una historia del socialismo que corre aparte del brutal legado homofóbico del estalinismo. Ya en 1895, los Comunistas eran el único grupo en defender a Oscar Wilde y en defender la legalización de la homosexualidad. En la Unión Soviética, también lo hicieron en 1919. Pero así como la URSS iba creciendo en su burocratización, retrocedía más y más en las victorias obtenidas por la revolución rusa, incluyendo aquellas sobre género y sexualidad. Al mismo tiempo, León Trotsky y la Oposición de Izquierda levantaron una lucha en contra de esto. Como resultado, cualquier oposición al estalinismo sería llamada “Trotskismo” y la Oposición de Izquierda fue asesinada por los estalinistas en todo el mundo. Asesinaron al mismo Trotsky en 1940.
El trotskismo es la continuidad del hilo conductor de las ideas libertarias de Marx y la revolución bolchevique, y ofrece tanto una estrategia y teoría para aplastar al capitalismo y construir una sociedad libre de opresión. Esto no significa que todas las organizaciones que han alzado la bandera del trotskismo han tenido las políticas correctas hacia los grupos oprimidos, pero en un marco trotskista se puede organizar una teoría y estrategia correctas para la organización.
Trotsky enfatizó la importancia de organizar a los más oprimidos. En el Programa de Transición, decía: “las organizaciones oportunistas por su pura naturaleza concentran la atención principal en las capas superiores de la clase trabajadora y por lo tanto ignoran a ambos: jóvenes y mujeres trabajadoras. La decadencia del capitalismo, sin embargo, da sus golpes más fuertes a las mujeres como asalariadas y como amas de casa. Las secciones de la IV Internacional deben buscar bases para el apoyo entre las capas más explotadas de la clase trabajadora: consecuentemente, entre las mujeres trabajadoras”. Si sólo se buscan reformas, o negociar con los capitalistas por migajas, entonces serán, por supuesto, los más oprimidos quienes inevitablemente sean liquidados, y es inevitablemente el internacionalismo el que se liquida. Esto es lo que dejan las políticas reformistas y asimilacionistas.
Un futuro Comunista
Nadie puede decir con exactitud cómo será el comunismo. Pero lo que podemos decir es que será una sociedad que ponga fin a la explotación, fronteras y prisiones —una sociedad en la que Layleen Polanco estuviera con vida y próspera. En el comunismo eliminaremos la explotación laboral y la alineación en los centros de trabajo, dejándonos inmensas cantidades de tiempo libre. Herbert Marcuse visionó esta sociedad en Eros y la civilización: “La cantidad de energía instintiva aún debe ser desviada hacia el trabajo necesario (a su vez totalmente mecanizado y racionalizado) sería tan pequeño que una gran área de restricciones y modificaciones represivas, ya no sostenida por fuerzas externas, colapsaría… Eros, los instintos de la vida se liberarían en un grado sin precedentes”.
Similarmente, en el comunismo, el trabajo doméstico estará socializado, para que la paternidad, la cocina y todas las labores de reproductividad sean tomados por la comunidad, y cuando se tomen individualmente, sean un acto de amor y no una necesidad. Así como los bolcheviques y otros primeros marxistas avizoraron, este será el final de la familia (heteropatriarcal) como pilar fundamental de la sociedad. En el comunismo, las bases materiales para los roles de género desaparecerán, y lo que vendrá después nadie lo puede saber realmente.
Como argumentaba Marx en La ideología alemana, la promesa del comunismo puede hacer posible “dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos.”. [18] Quizá esto pueda ser aplicado tanto al género y a la sexualidad también: el comunismo nos dará la libertad de vivir nuestro género y sexualidad con tanta libertad y fluidez como queramos, tal como lo tenga en mente, sin tener que convertirme en cazador, pescador, pastor o crítico.
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