Los resultados del domingo fueron muy bien recibidos por la clase dominante peruana, con una inmediata subida de la Bolsa. Pasan al balotage dos candidatos que defienden el programa económico neoliberal y el “orden”.
Miércoles 13 de abril de 2016 13:38
Keiko Fujimori, primera con cerca del 40 % de los votos válidos, y en segundo lugar Pedro Pablo Kuczinski (PPK), con un modesto 21 %. Apenas por delante de Verónika Mendoza, que arañaba el 18,8 % de los votos válidos, según datos de la ONPE con 93,5 % de las actas contabilizadas, mientras la abstención fue de un 17 % y el voto en blanco y nulo o viciado sumaron otro 17%. Parece difícil que estos datos puedan variar demasiado en lo que falta del escrutinio.
De hecho, los preparativos de campaña hacia el balotage del 5 de junio ya están en marcha. El establishment empresarial y financiero preferiría a Kuczynski (PPK), hombre de su riñón, pero parece difícil que este gerente de transnacionales pueda frenar la marcha de Keiko hacia la Casa de Pizarro. La gran pregunta que sobrevuela las especulaciones políticas es si en la segunda vuelta el “antifujimorismo” le prestará los votos que le faltan al veterano gerente.
Una nota en El País (11/04) dice que “toda la política peruana gira alrededor de los Fujimori”. Es bueno detenerse un momento en los por qué de la larga sombra que proyecta el fujimorismo sobre la vida política nacional.
El Perú burgués le debe mucho a Don Alberto: de la mano de los militares, completó el aplastamiento de la guerrilla senderista con los métodos de la “guerra sucia”, derrotó la resistencia obrera, campesina y popular e implantó el programa neoliberal abriendo de par en par las puertas a la inversión extranjera. Fue la salida reaccionaria luego de la profunda crisis de los años 80, que logró prosperidad en los negocios y orden social. Además, dejó una Constitución reaccionaria, que con escasas modificaciones, es la vigente hasta hoy. Sin embargo, sus métodos brutales, su autoritarismo y corrupción terminaron haciéndose intolerables para el pueblo y disfuncionales para la clase dominante. Su intento de mantenerse en el poder con un tercer mandato terminó abortado tras el levantamiento popular de junio-julio del 2000. Más tarde, Alberto Fujimori fue enjuiciado y condenado por diversos delitos, desde corrupción a violaciones de los derechos humanos y cumple condena en el penal de Barbadillo, cárcel modelo construida para él cerca de Lima.
Sobre la herencia de “reformas estructurales” que dejó el fujimorato se mantuvo el “modelo peruano” basado en la apertura al capital extranjero, la expansión de la megaminería y los hidrocarburos de la década pasada. Ese legado es también una clave de la actual “democracia para ricos”. Pero a la vez, constituye una profunda marca divisoria: la experiencia histórica del fujimorismo despierta, de un lado, profundo rechazo en amplios sectores populares, pero por otra parte, un nivel de simpatías como para alimentar la estrella electoral de Keiko.
El proceso electoral y la crisis del sistema político peruano
El País, portavoz de las transnacionales españolas interesadas en América Latina, expresa bien la satisfacción de la derecha internacional: “Las elecciones en Perú refuerzan el cambio político en Latinoamérica. El Congreso peruano pasa a tener un dominio claro de la derecha fujimorista y el liberalismo”. Cualquiera de los dos partidos derechistas gobernará para los ricos, en el marco neoliberal y de los acuerdos con el imperialismo, y esto se inscribe en el viraje a derecha en las alturas políticas de la región que se registra en Argentina, Brasil y otros países. El nuevo gobierno será una mejor base para los ataques, la austeridad, la represión y la entrega que el nuevo gobierno, necesariamente, deberá lanzar para mantener a flote el “modelo” y hacer pagar los costos de las dificultades económicas al pueblo trabajador.
Pero también debieran registrar en el “debe” las sombras que opacan ese éxito político en Perú. En primer lugar, las instituciones del régimen y su precario sistema de partidos han sufrido un mayor desgaste.
El proceso electoral mostró una inusitada serie de manipulaciones y arbitrariedades, con hechos como la exclusión, por irregularidades procedimentales, del candidato Julio Guzmán (que se presentaba como una expresión “renovada” de la centroderecha y hasta su salida figuraba en segundo lugar), lo que contribuyó a que se pudiera colocar, con el apoyo de los grandes medios y hasta de homilías arzobispales, a Kuczynski en posición de disputar el ballotage, entre otras reglamentaciones antidemocráticas.
El Tribunal Superior de Justicia y el Consejo Nacional Electoral jugaron un papel de árbitro al servicio del régimen que guarda semejanzas con el rol del “partido judicial” en Brasil y Argentina, que deja expuesto todo el reaccionario andamiaje electoral.
En este marco, no es un hecho menor que lo que quedaba en pie de los partidos tradicionales, como el APRA o el PPC, junto a los ex presidentes como Alan García y Alejandro Toledo, hayan sufrido un rotundo fracaso en estas elecciones, mientras que el Partido Nacionalista, del actual presidente Ollanta Humala, haya debido retirarse de la campaña para no hacer un mayor papelón.
Diversos analistas subrayan que las formaciones políticas en el Perú actual son coaliciones inestables, sin base ideológica o programática coherente, nucleadas para la ocasión en torno a un candidato. En el Congreso, la laxitud partidaria se traduce en un extendido “transfuguismo”, que dificulta los acuerdos parlamentarios. Sobra decir que el “cemento” obligado de tan gelatinoso comportamiento es la corruptela generalizada de la desacreditada “clase política”. Esta tradición “personalista” y clientelar también tiene la marca de Fujimori: así apareció en la política peruana a fines de los 80, hoy es la fujimorista Fuerza Popular el único “gran partido” burgués estructurado y de alcance nacional.
En tiempos de desaceleración económica, cuando el malestar crece entre amplias capas de la población, aumenta el rechazo a los políticos tradicionales. En Perú, los politólogos registran la tendencia a votar por “outsiders”, figuras nuevas, vistas como ajenas a la política profesional y que “sintonizan” de alguna manera con el descontento popular. Los principales fenómenos políticos del actual proceso electoral registran este rasgo entre sus componentes. En primer lugar, un crecimiento de las simpatías electorales por la izquierda, que se reflejó en la alta votación de Verónika Mendoza, que aparece como una figura joven y de izquierda (cierto que en una versión bastante moderada), asegurándose una veintena de diputados en el Congreso. A la derecha del espectro político, se emparentan con esta búsqueda de “algo nuevo” el frustrado intento de Guzmán de una nueva centro-derecha y en cierto sentido, la propia Keiko se propone como “algo distinto” de quienes compartieron el poder durante esta década.
El “modelo” se enfría, las contradicciones económicas y sociales crecen
La estimación de crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) para 2015, fue reducida en dos décimas, a apenas 2,9%, debido sobre todo al débil comportamiento del consumo y de la inversión pública. El precio de las exportaciones peruanas cayó también durante el año pasado, arrastrando a la baja los ingresos fiscales. Desde 2014, la balanza de cuenta corriente viene dando resultados negativos. Se estima que a mediados de este año, de no reverse estas condiciones, la clasificación del Perú como mercado bursátil podría retroceder de “emergente” a “fronterizo”, reflejando la tendencia a la salida de capitales ante las señales de agotamiento en un “modelo” que depende estrechamente de las cotizaciones de unas pocas materias primas como el cobre o la plata. Además, el fenómeno del Niño está afectando, con duras sequías, a diversas zonas del país.
Con esta “desaceleración”, crece la insatisfacción en los sectores populares. Una acusada particularidad del crecimiento de la década fue que si bien se redujeron parcialmente los indicadores de pobreza, se mantuvo la enorme desigualdad en la distribución de los ingresos. En plena bonanza “de negocios” la mayoría de los trabajadores y campesinos no recibió sino migajas. Con el enfriamiento económico, sufren en primer lugar el empleo, los salarios, las condiciones de vida y trabajo de millones.
El descontento contra los gobernantes, su tren de vida, sus escándalos de corrupción, la falta de respuesta a demandas elementales, se combina con la experiencia de importantes procesos de lucha contra los megaproyectos mineros, por reivindicaciones regionales, de sectores de trabajadores, campesinos y estudiantes. Junto con ello, hay un desfasaje entre el “orden” conservador-neoliberal, con su sello posfujimorista de fuerte tradición patriarcal y peso clerical, y el crecimiento de aspiraciones democráticas básicas entre la población, como las de género.
Todo ello contribuye a gestar cambios en el horizonte ideológico-político. Una nota publicada en La República, sobre “el resurgimiento de la izquierda”, de Steven Levistky proporciona datos del Instituto de Opinión Pública de la PUCP según la cual crece el espacio para la izquierda: “el 40% del electorado quiere un gobierno que realice “cambios radicales” en la política económica, comparado con el 33% en 2011. Y una sólida mayoría (52%) cree que “promover una mayor intervención del Estado es la única forma en que el Perú puede desarrollarse”, comparado con 42% en 2011. Sólo el 36% de los encuestados cree que el mejor camino es “promover una economía privada de mercado”. En contraste, con el alineamiento conservador de la amplia mayoría de las fuerzas políticas visibles “gran parte del electorado se quedaba sin representación”. A pesar del fortalecimiento de las opciones de derecha, no parece que los resultados electorales indiquen un viraje reaccionario sin fisuras. Síntomas de la diferenciación y polarización se reflejan en el voto por izquierda de un cuarto de los votantes.
Keiko, la hija del padre
La candidatura de Keiko representa un “populismo de derecha”, conservador, que combina la demagogia y el asistencialismo de los planes sociales, con la adhesión al programa económico privatista y de precarización laboral, condimentado con los tópicos del “capitalismo popular” de los 90, un discurso “securitario”, represivo y que corteja a las Fuerzas Armadas, además de su sesgo clerical-conservador (enemiga del derecho a la aborto y del matrimonio igualitario).
Keiko y su camarilla han procurado dar un rostro “renovado” al fujimorismo, con gestos para distanciarse de algunos actos de su padre (como el Compromiso “democrático” que firmó públicamente el 5 de abril, aniversario del autogolpe de 1992). Esto produce eventuales fricciones con los sectores más derechistas; aunque Keiko reivindica en lo esencial la herencia familiar. Es digna hija de su padre. Después de todo, este es su principal capital político.
Fuerza Popular es prácticamente la única formación política burguesa que cuenta con una estructura sólida a nivel nacional y enraizada en la población a nivel local. Contará con mayoría propia en el nuevo Congreso (quizás 68 diputados sobre 130). Aún en caso de perder en la segunda ronda, el fujimorismo será un interlocutor imprescindible y partícipe obligado de cualquier pacto en las alturas para asegurar la gobernabilidad. En caso de ganar, su control del Legislativo le otorgaría mayor libertad de movimientos de la que quisiera el establishment, que hoy por hoy prefiere una solución “republicana”, pero Keiko puede contar con un margen inicial de popularidad propia desde el que aplicar su programa en tiempos difíciles, una virtud apreciable para el gran capital.
Es sólo un 10% del electorado el que necesita convencer para imponerse el 5 de junio. Aun así, debe negociar garantías y sellar pactos con los “factores de poder” y remontar la cuesta sembrada de obstáculos por el fuerte rechazo antifujimorista de medio país.
Kuczynski, el gerente ideal
PPK representa la opción neoliberal-republicana preferida por las élites. Su organización Peruanos por el Kambio, es una “coalición de independientes” en base a aliados con peso local. Kuczynski obtuvo su mayor votación entre la burguesía y los sectores acomodados de clase media. Su principal base electoral es Lima, donde se acercó al 30% y Arequipa, segunda concentración urbana del país.
Gerente, tecnócrata, lobbysta de transnacionales, más que curriculum vitae, lo suyo es un prontuario: fue parte de los gobiernos de Belaúnde, en los 60 y en 1980, cuando fue ministro de Minas. En 1968 era gerente del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP). Tras el golpe militar nacionalista de Velasco Alvarado, que nacionalizó el petróleo, huyó a Estados Unidos acusado de proporcionar a la petrolera yanqui IPC unos 115 millones de dólares, en maniobras ruinosas para el país. Servicios como éste fueron bien recompensados por el capital: fue miembro del directorio de empresas como Compañía de Acero del Pacífico, Edelnor, S.A.,Toyota Motor Corporation, Siderúrgica Argentina, R.O.C. Taiwan Fund, First Boston, Southern Peru Copper Corporation, Tenaris y Ternium Inc. Hombre de las transnacionales, a las que volvió luego de sus temporadas en el Estado, el signo de su eventual gobierno no sería otro que aplicar el programa del gran capital, y con ello, también la represión.
Tiene la confianza de la CONFIESP y el imperialismo, pero su carácter de gerente confiable es también su “techo electoral” y su principal desventaja de cara al segundo turno: cómo ganar un voto masivo entre sectores populares como para volcar la balanza a su favor Parece difícil que el sólo expediente del antifujimorismo alcance.
Verónika, Goyo y otros. Un 25% de votos por izquierda
Fue el fenómeno inesperado de esta campaña. En conjunto el voto por opciones consideradas de izquierda fue de casi un 25% de los votos: un caudal muy considerable para el escenario peruano de los últimos años.
Además del notable avance de Verónika Mendoza, hubo otras expresiones minoritarias de la tendencia a votar por izquierda. Gregorio Flores, ex autoridad regional de Cajamarca encarcelado bajo acusaciones de corrupción, obtuvo el 4% de los votos como candidato presidencial pese a la virtual imposibilidad de hacer campaña desde su celda. Cosechó el 40% de los votos en su región y hubiera tenido 4 diputados si no fuera por la anti-democrática legislación que fija el piso del 5% para acceder al Congreso. Su peso local y popularidad se fundan en la tenaz oposición a emprendimientos mineros contra los que se movilizó Cajamarca.
Verónika Mendoza, 35 años, psicóloga, cuzqueña, aparece como una figura joven, crítica de la “vieja política”, habiendo roto con el gobierno de Ollanta Humala en 2012. El Frente Amplio se convirtió en una fuerza política nacional, logró una veintena de diputados y se impuso en 7 distritos del Sur del país. Este bloque se formó sobre la base de algunas siglas reformistas y de centroizquierda, como Tierra y Libertad, Movimiento Sembrar, Movimiento Pueblo Unido, así como descontentos del nacionalismo, dejando por el camino a varios otros intentos de reagrupamiento reformista.
Entre los ejes políticos de su campaña, Verónika hizo énfasis en que “Un nuevo Perú se levanta para afirmar una nueva política limpia y clara; y poner fin a la vieja política de las repartijas y los acomodos, y a este modelo económico excluyente y sin futuro". También en “exigir con firmeza que se cumplan todos los derechos para todos y todas sin ningún tipo de discriminación, ni por raza, ni por idioma, ni por credo, ni por orientación sexual." Atacó a "La corrupción nos roba oportunidades. Son millones de millones que terminan en los bolsillos de funcionarios o empresarios corruptos". Propuso “defender el agua, la vida, la tierra. Para decirle basta a la vieja manera de entender el desarrollo. Un supuesto desarrollo que destruye, contamina, envenena nuestros ríos, nuestro futuro" , ofreciendo participación a las comunidades para decidir sobre sus recursos naturales y rechazando algunos proyectos mineros muy cuestionados. Se comprometió también a “revisar los tratados de libre comercio que limitan nuestra soberanía y bloquean nuestro desarrollo nacional. No vamos a permitir que nuestra industria en Gamarra agonice ni que nuestros productores agrícolas y pecuarios se vean perjudicados. No vamos a permitir que el TPP se implemente así como lo ha firmado este gobierno supuestamente nacionalista." Habló también de cambiar la Constitución y de mejoras salariales y en los derechos laborales.
Este discurso político se referencia en procesos de lucha como los que vienen sacudiendo al Sur, región de tradición combativa y apela a causas populares sentidas, lo que le permitió capitalizar el movimiento a izquierda de una parte de la juventud, de los trabajadores y la población rural.
Sin embargo, sus respuestas programáticas son moderadas, no trascienden los límites de un reformismo emparentado con los proyectos posneoliberales que han predominado en la década en América del Sur, hoy en franco retroceso debido a sus estrechos límites y la falta de solución a los problemas estructurales de nuestros países.
Con este programa no se puede dar respuesta real a las aspiraciones profundas de los trabajadores, los campesinos, los pueblos originarios, los oprimidos. Los tratados imperialistas no se pueden “revisar”, hay que romper con ellos. No hay forma de “asociar” a las transnacionales al desarrollo nacional o “convencerlas” de ser respetuosas de la tierra y el agua de las comunidades, hay que nacionalizarlas.
Por su carácter social, teñido por la influencia de la intelectualidad progresista y por su tibio programa de reformas dentro del orden, el Frente Amplio no es la izquierda que pueda contribuir a la movilización y organización de masas para derrotar los planes del gran capital y sus representantes.
La trampa del balotage
“La segunda vuelta está íntegramente planteada en términos de fujimorismo y antifujimorismo. Para ganar, Kuczynski tendrá que asumir una posición antifujimorista más marcada de la que ha tenido hasta ahora. Keiko debe insistir en tomar distancia del gobierno de su padre” comentaba un analista político a Página 12 (11/04). En efecto, desde la prensa internacional a los grandes medios peruanos, incluyendo sectores del “progresismo” alientan la idea de que sería preferible un neoliberal con discurso republicano, pese a su prontuario como ministro de nefastos gobiernos represores, antes que una neoliberal heredera de una nefasta tradición bonapartista. Esa es la gran maniobra que está en marcha para arrear el voto popular en el segundo turno.
La polarización y los ataques mutuos seguramente recrudecerán en la larga recta final al 5 de junio, pero entre tanto, ha habido algunos guiños sutiles, que preparan el terreno para aceitar la “gobernabilidad” Keiko ha reiterado su intención de “reconciliar al país” y su compromiso “democrático”; Kuczynski se dijo favorable a una ley para que los ancianos completen sus condenas en su domicilio -algo a medida de Fujimori padre, que tiene 78 años-. A fin de cuenta, a pesar de sus diferencias políticas, ambos se paran sobre la misma base “programática” fundamental: el programa de explotación, saqueo de los recursos naturales, subordinación al imperialismo, que se remacha con el TLC y el TPP, la impunidad, las leyes represivas, las medidas para garantizar las ganancias el gran capital y dejar caer los costos de las dificultades económicas sobre las espaldas de los trabajadores y el pueblo humilde.
Llamar a votar por “el gerente” contra “la autoritaria” es entrar de cabeza en la trampa política que significa el balotage: dar mayor legitimidad al régimen de conjunto, y fortalecer a las figuras que han de gobernar Perú al servicio de la burguesía y las transnacionales.
Lo que corresponde es denunciar esta trampa y alertar desde el vamos contra el próximo gobierno, pues gane quien gane, habrá que enfrentarlo en las calles y con la lucha. No hay mejor lección que el vergonzoso historial de capitulaciones en nombre del “mal menor” que al respecto exhiben la izquierda reformista y el “progresismo” en Perú. En la segunda vuelta de 1990, contra Vargas Llosa llamaron a votar por Fujimori, que poco después dio el consabido autogolpe junto a los militares. En 2011, contra Fujimori hija llamaron junto a Vargas Llosa a votar por Ollanta Humala, que poco después abrazó el programa conservador. En cada caso, la capitulación de la izquierda al “menos malo” de turno sirvió para fortalecer a la reacción y desarmar y confundir al pueblo. Sin embargo, lejos de aprender algo de todo esto, ya hay voces en el Frente Amplio que prefieren no pronunciarse, con la excusa de que hay que “consultar a las bases” para definir una posición hacia el 5 de junio.
Las tareas elementales de una izquierda que merezca tal nombre hoy pasan por denunciar la trampa del balotage y llamar a no votar por ninguno de los dos rostros de la derecha. Ponerse al servicio de la resistencia en las fábricas, los centros de estudio, los barrios populares y comunidades. Construir una verdadera alternativa política de los trabajadores, que defienda la independencia de clase e impulse un programa de acción para que la crisis la paguen los ricos.

Eduardo Molina
Nació en Temperley en 1955. Militante del PTS e integrante de su Comisión Internacional, es columnista de la sección Internacional de La Izquierda Diario.