El 4 de noviembre del 2001, se estrenaba en los cines de todo el mundo la primera de la saga de J.K. Rowling, y se convertía en furor. Para millones de personas, fue el primer acercamiento a la literatura, pero también a la política.
Jueves 4 de noviembre de 2021 13:31
Para toda una generación, es increíble pensar en que se cumplan 20 años del estreno de Harry Potter y la Piedra Filosofal. Parece ayer cuando veíamos por primera vez ese castillo mágico llamado Hogwarts, ese banco dirigido por duendes con cara de pocos amigos y al chico de la cicatriz haciendo deporte montado en una escoba.
Todavía recuerdo la primera vez que me hablaron de Harry Potter. Probablemente yo tenía 8 años. Un vecino me contó que la madre le estaba leyendo unos libros sobre un niño mago con una cicatriz extraña en la frente. “Ahora va a salir la primera película, pero yo estoy leyendo el tercer libro”. No le presté mucha atención.
Sin embargo, el cine logró enamorarme de la saga. Muchos llegamos a los libros a partir de esa primera película. Empecé a leer cuando volví del cine hace dos décadas. Pero cuando digo que empecé a leer, no me refiero a Harry Potter solamente, sino a un primer encuentro con la literatura, que probablemente sea una experiencia compartida por muchos y muchas de mi edad.
Todos los niños del mundo conocerán su nombre
Entre quienes conocemos y disfrutamos del mundo creado por J.K. Rowling, hay quienes ubican a La piedra filosofal como una de las peores películas de Harry Potter. Dicen que es la más ingenua, que es para chicos o que no tiene la profundidad y la oscuridad de las siguientes, sobre todo desde El cáliz de fuego en adelante, cuando la saga empieza a ponernos cara a cara con la muerte de “los buenos”.
Sin embargo, cometen un error, y uno muy grande: subestimar la maravillosa capacidad con la que se presenta este complejo mundo mágico en unos pocos minutos. Hoy en día, para millones de personas que vieron las películas o leyeron los libros, no es novedad saber que en ese mundo hay personas no mágicas (muggles) y personas mágicas que se esconden del resto del mundo. O saber que el correo en ese mundo es a través de lechuzas. O que la magia se hace con varitas. O que los chicos van a un colegio en un tren que sale de una vía escondida entre dos plataformas de la estación King’s Cross, en Londres. Y así podríamos seguir.
Incluso, la historia de “el niño que vivió”: antes de ver la primera película, nadie sabe por qué Harry Potter tiene una cicatriz, qué pasó con sus padres, quién es Voldemort y un largo etcétera. Todo eso y mucho más se presenta en la primera media hora.
Los créditos de ese logro monumental son para el director Chris Columbus y el guionista Steve Kloves, pero también para uno de los más grandes compositores musicales del cine, John Williams. Él es el gran responsable de que si uno dice “la música de Harry Potter”, automáticamente empiece a sonar en nuestro cerebro esa melodía misteriosa, intrigante e inolvidable.
Es Leviosa, no Leviosá
La larga lista de directores que desfilaron a lo largo de la saga marcaron estilos muy diferentes. Tal vez la más controvertida de todas haya sido la tercera película, El prisionero de Azkaban, en la que Alfonso Cuarón se ganó el odio de varios fanáticos: a pesar de haber logrado una obra maestra en cuanto a la estética, el montaje y un montón de decisiones artísticas, tergiversó y suprimió muchas de las escenas del libro, algo que muchos no le perdonaron.
Nada de esto pasó en La piedra filosofal, donde se respetó casi al pie de la letra la sucesión de los hechos escritos por Rowling. Solo hubo unas pocas excepciones dignas de mención: no aparece Peeves, el poltergeist. Falta la escena en la que Charlie Weasley, el hermano de Ron, se lleva el dragón de Hagrid para salvarlo. Tampoco vemos la trampa de Malfoy en el “duelo de medianoche”. Por último, falta la prueba de las pociones en el camino hacia la piedra filosofal, en la que Hermione resuelve un acertijo de forma brillante.
Pero lo esencial se mantiene y quedó en la memoria de millones de personas. La ceremonia del Sombrero Seleccionador, cuando Harry le pide que no lo ponga en Slytherin y termina quedando en Griffyndor. El partido de Quidditch en el que se traga la Snitch dorada. La escena en la que Hermione corrige a Ron con el icónico “Es Leviosa, no Leviosá”. Las ocurrencias de Dumbledore, la historia detrás de la cicatriz y la emoción de McGonagall cuando le dice a Oliver Wood “te conseguí un buscador”.
"El mundo no se divide entre mortífagos y gente buena"
La frase aparece recién en la quinta entrega de la saga, La Orden del Fénix, y le pertenece a Sirius Black, el padrino de Harry. Creo que contiene uno de los dos grandes aciertos de Rowling. Si el primero, como dije antes, fue acercar a la literatura a toda una generación de chicos de diez u once años, el segundo fue esperar a que fuéramos creciendo y de a poco llevarnos a sacar conclusiones políticas del mundo que se nos presenta.
En Harry Potter no solo están “los buenos y los malos”. Hay mucho de eso, sí. La idea de la luz y la oscuridad, los enemigos como “comedores de muerte” (mortifagos) y la constante del amor como fuerza arrasadora por sobre lo maligno. A nadie se le escapa ese aspecto sensiblero y naif.
Pero también aparecían otras cosas: diarios que ocultan la verdad para defender a líderes políticos; familias adineradas que desprecian a sectores de la población a los que consideran inferiores; métodos autoritarios de gobierno para enfrentarse a adversarios políticos; regímenes policiales dentro de un colegio que van recortando derechos; personajes que son presentados como grandes criminales cuando en realidad son “de los buenos”; y lo más importante: frente a todas las injusticias, un grupo de magos que se organiza para resistir y enfrentarlas.
Esto no quiere decir que haya que idealizar a J.K. Rowling ni mucho menos. De hecho hubo toda una polémica el año pasado alrededor de sus repudiables dichos transfóbicos.
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Sin embargo… Hermione luchando por los derechos de los elfos domésticos; el querido profesor Lupin discriminado por ser un hombre lobo; incluso el propio Harry Potter viviendo abajo de una escalera y maltratado por sus tíos, ¿no fueron algunas de las primeras exposiciones de la opresión frente a nuestros ojos?
Es por eso que Harry Potter no es una historia “para chicos”, sino la invención de un mundo maravilloso y exótico que, sin embargo, nos revela muchas cosas de la realidad de nuestro “aburrido” mundo muggle, y nos sigue haciendo felices.
¿Después de todo este tiempo? Siempre.