Las monjas de la congregación andan por todo el país al servicio de curas abusadores. Desde el Provolo de Mendoza al Gianelli de Mar del Plata, algunas están presas y otras supieron escapar a tiempo.
Daniel Satur @saturnetroc
Martes 16 de octubre de 2018
Liliana Peralta (adelante en el medio), Asunción Martínez (atrás a la derecha) y compañía | Foto Facebook
Como se demostró más de una vez, la Iglesia católica que comanda Jorge Bergoglio ha hecho del encubrimiento a los crímenes sexuales sobre niñas, niños y adolescentes por parte de curas y distinguidos feligreses un verdadero plan sistemático.
Ese sistema de encubrimiento, naturalmente, precede al papado de Francisco. Sin embargo en Argentina, donde Bergoglio dirigió la Curia entre 2001 y 2013, hace décadas se vienen produciendo infinidad de esos crímenes. Y en casi todos los casos que salieron a la luz (gracias a la valentía de las y los denunciantes) la jerarquía eclesiástica cumplió siempre el mismo rol pérfido y secuaz.
Lo demuestran dos casos emblemáticos de los últimos años: el de los abusos y vejaciones cometidos por curas, monjas y empleados del Instituto Provolo de Luján de Cuyo (Mendoza) sobre decenas de niñas y niños sordos y el de los abusos y vejaciones cometidos por una profesora de música del colegio Gianelli de Mar del Plata (Buenos Aires) sobre decenas de niñas y niños de jardín de infantes.
En ambos, además de la complicidad y encubrimiento, un elemento se destaca en el catálogo de aberraciones: la congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto, o más popularmente conocida como “Hermanas del Huerto”.
Se trata de un grupo de monjas especializadas en encubrir abusos sexuales y demás torturas, proteger a los victimarios y, más de una vez, participar directamente en algunos de los hechos.
El caso de Kumiko Kosaka es bastante conocido. La religiosa de origen japonés fue detenida hace poco más de un año por integrar la banda de pedófilos conducida por los curas Nicola Corradi y Horacio Corbacho en el Instituto Antonio Provolo de Mendoza. Como se explica más abajo, a ella se la acusa entre otras cosas de entregarles directamente niñas y niños a sus jefes para convertirlos en precoces víctimas de todo tipo de abusos.
Pero un dato que poco se conoce es que Kosaka y su colega Asunción Martínez (también imputada en el caso Provolo) pertenecen a las Hermanas del Huerto, al igual que Crisolina López Ríos, Liliana Elizabet Peralta y Adriana Roselló, quienes están involucradas en el encubrimiento de varios casos de abusos sexuales en colegios de Mar del Plata y Entre Ríos.
Menos aún se sabe, entonces, que lejos de ser “desvíos” personales o traiciones morales inesperadas, el accionar criminal de esas monjas es parte de un mismo modus operandi, cada vez más expuesto, dentro de la Iglesia.
Dato no menor: esta gente es parte activa de la “ola celeste”, la campaña católico-evangélica contra la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo y la aplicación de la Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas, camuflada detrás de clichés fundamentalistas del tipo “salvemos la dos vidas” y “con mis hijos no te metas”.
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La fundación
Cuenta la leyenda que Antonio María Gianelli nació el 12 de abril de 1789 en Cerreta, una ciudad de la provincia italiana de La Spezia. Dicen que era pobre, pero que a los 18 años una mujer terrateniente para la que trabajaban sus padres le consiguió el ingreso al Seminario de Génova. Allí fue ungido sacerdote a los 23 años y desarrolló una intensa carrera como profesor de Retórica y formador de nuevos curas.
En 1829 Gianelli creó en la ciudad de Chiavari la congregación de las “Hijas de María Santísima del Huerto”. Sus biógrafos cuentan que su empresa tenía el objetivo de conformar un ejército de monjas que hicieran las veces de “madres” de niñas huérfanas alojadas en institutos y asilos.
El hombre murió en 1846, a los 57 años. Un siglo después, en 1951, el papa Pío XII (entre otras cosas bendecidor de las armas nazis de Hitler) lo consagró santo. En casi dos siglos, aquella empresa se convirtió en una multinacional. Hoy las Hijas de María Santísima del Huerto están en Italia, España, Estados Unidos, India, El Congo, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia y, por supuesto, Argentina.
Acá tienen colegios, hogares de ancianos y hospitales distribuidos en Córdoba (donde además funciona la “casa provincial”), Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán, Salta, Jujuy y Entre Ríos. Además, sus monjas suelen “misionar” por todo el país, integrándose a colegios e instituciones gerenciadas por otras congregaciones. Son los casos del colegio Gianelli de Mar del Plata o del Instituto Provolo de Luján de Cuyo.
Almas gemelas
En un artículo reciente de La Izquierda Diario se relató el caso Gianelli-Fleming, de cuando Iglesia y jueces pretendieron callar a 44 niñas y niños abusados en dos jardines de infantes de Mar del Plata. El instituto Fleming es de gestión laica. Pero el colegio San Antonio María Gianelli es, naturalmente, de gestión católica.
Cuando en 2013 decenas de niñas y niños de entre tres y cinco años relataron a sus familias los abusos sexuales sufridos a manos de la profesora de música Analía Schwartz, Crisolina López Ríos y Liliana Elizabet Peralta entraron en acción.
T., una de las madres denunciantes, recuerda que López Ríos “era la representante legal del colegio y quien daba las órdenes al personal de cómo actuar frente a las denuncias, qué decir y qué callar”. Peralta, en tanto, era una especie de responsable administrativa. “Ambas estuvieron en la reunión a la que nos convocaron apenas empezaron a florecer las denuncias. Siempre juntas. Y fueron las que en la Departamental de la Policía siguieron de cerca las primeras alternativas del caso”, afirma.
Una de las primeras directivas de la hermana Crisolina fue la adulteración de pruebas en el edificio, modificando los vidrios (de esmerilados a transparentes) de la sala de música donde se habían consumado varios de los abusos.
Desde eso hasta obligar al alumnado a rezar cada mañana por la profesora Analía, argumentando que “el demonio estaba en la escuela y que había que rezar para que se fuera”, había toda una estrategia de defensa.
“Al principio el abogado de la escuela, Javier Viadas, nos dijo que las hermanas nos iban a pedir disculpas. Y se disculparon. Entonces pedimos que las maestras y directivos fueran retirados de sus cargos mientras durara la investigación. Nos dijeron que sí. Pero después hubo una reunión con todo el equipo de la escuela en el Obispado y de ahí ya surgió el speach de que esos hechos nunca habían sucedido”, recuerda T.
Madres y padres aseguran que en aquella reunión en el Obispado tuvo una activa participación Patricia Perelló, la “prestigiosa” abogada marplatense (de onerosos honorarios) ligada al PJ provincial que asumió la defensa de Schwartz y fue determinante para conseguir su primera absolución en el juicio del año pasado.
El accionar de la hermana Crisolina quedará en la memoria de las familias de las víctimas. “Es una mujer muy soberbia”, la define T. Y recuerda que a varios denunciantes les dijo que le iban a terminar “pidiendo perdón”, porque “todo era una mentira para sacarle plata al colegio”.
“Crisolina empezó a hacer reuniones con padres y docentes de cada curso a donde invitaba a gente del Obispado, como el padre Silvano Del Sarro, y les hacía un ’tour’ por la sala de música para que vieran que ahí no se podía abusar de nadie. ¡Pero antes había modificado la escena de los hechos!”, se indigna T.
Mirá el documental No abusarás (el mandamiento negado en la Iglesia de Francisco)
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La madre agrega que ahí empezó la campaña de demonización contra los denunciantes. “Ella misma era quien terminaba obligando a las docentes a ir a las marchas en defensa de la abusadora, les decía que la escuela iba a cerrar y se iban a quedar sin trabajo si no defendían al colegio”.
Durante el juicio oral contra Schwartz la figura de Crisolina López Ríos se hizo mucho más conocida, ya que encabezaba las concentraciones frente al Tribunal y organizaba las cadenas de oración clamando por la inocencia de la profesora. Y si bien más de una vez pidió a sus jefes que por favor la dejaran irse de Mar del Plata, se mantuvo firme durante cinco años defendiendo la causa. Hasta el verano de 2018.
Su ida a Chile fue un hecho peculiar. El 8 de enero, en la Catedral marplatense, el obispo Gabriel Mestre la despediría oficialmente con todos los honores. En una misa plagada de turistas, el monseñor la miró a los ojos y le dijo: “pido al Señor que te recompense al ciento por uno en estas tareas gozosas que tuviste y también en las situaciones difíciles que tuviste que pasar en esta ciudad”. Le agradeció haber estado “siempre a la altura de las circunstancias”, sobre todo para “enfrentar las situaciones difíciles que misteriosamente el Señor puso en tu vida”.
La huida de Liliana Rublilar fue bien distinta. Por lo repentina y por lo tan poco protocolar. “Al tiempito de nuestras denuncias, desde el colegio dijeron que Liliana se tuvo que ir de Mar del Plata porque había sufrido ataques de pánico, conmocionada por la situación”, recuerda T. Hubo quienes aseguraban que se había ido a Entre Ríos y quienes afirmaban que su destino había sido el conurbano bonaerense. Y ambas posibilidades son ciertas.
En noviembre de 2014 Peralta cumplía tareas administrativas en el Colegio Nuestra Señora del Huerto de Paraná. La prensa entrerriana la recuerda atendiendo el teléfono de la escuela en momentos en que allí también aparecían denuncias de abusos sexuales sobre chicas y chicos. Le tocaba cubrirle las espaldas a Adriana Roselló, apoderada legal del colegio, miembro de la congregación y nada menos que hermana gemela de Guadalupe Roselló, la monja que poco antes había sido nombrada directora del colegio Gianelli de Mar del Plata luego del escándalo.
Las familias de las 44 víctimas de los colegios Gianelli y Fleming al día de hoy desconocen por qué Liliana Elizabet Peralta nunca fue citada a declarar siquiera como testigo en el jucio contra la profesora Schwartz. Y desconfían que el motivo haya sido la supuesta inestabilidad emocional que la hizo huir de Mar del Plata. Razones no les faltan. Una foto publicada en Facebook el 29 de noviembre de 2015 (pocos meses antes del inicio del proceso) la muestra relajada y sonriente. Junto a ella, nada menos que la hermana Kumiko Kosaka, tal vez su confesora y sostén anímico.
Sor-presas
La hermana Kumiko tiene 44 años, es japonesa nacionalizada argentina. En el año 2000 recibió los hábitos y se convirtió en una legítima Hija de María Santísima del Huerto. Poco tiempo después aterrizó en Mendoza, donde comenzó a trabajar en el colegio de una cofradía del Valle de Uco. Luego fue trasladada al Provolo, donde entre 2004 y 2012 se encargó de “acompañar física y espiritualmente” a las niñas que, en su mayoría hipoacúsicas, estudiaban y dormían en el instituto.
Cuando en noviembre de 2016 decenas de denuncias contra los curas Nicola Corradi y Horacio Corbacho conmocionaron al país, Kosaka ya no estaba en Luján de Cuyo. Pero algunas de las víctimas recordaban al detalle muchas de las cosas que les había hecho “la monja mala”: desde entregarles menores a los adultos para convertirlos en víctimas hasta colocarle pañales a una de ellas para que no se le notaran les heridas. Pasando por filmar a niñas y niños mientras se bañaban.
El fiscal del caso, Flavio D’amore, la imputó por “comisión por omisión del delito de abuso sexual con acceso carnal, en concurso ideal con abuso sexual gravemente ultrajante, agravado por ser el autor encargado de la guarda, y por ser cometido contra un menor de 18 años de edad aprovechando la situación de convivencia preexistente con el mismo”.
Kumiko Kosaka estuvo oficialmente prófuga más de un mes, entre el 31 de marzo de 2017, cuando el Poder Judicial mendocino ordenó su captura, y el 3 de mayo, cuando se terminó entregando en una comisaría de la Provincia de Buenos Aires. Gracias a los buenos oficios de la Curia, hoy cumple prisión preventiva pero con arresto domiciliario en un lugar donde residen otras monjas que la asisten en este trance.
Pero Kumiko no es la única “hermana del huerto” imputada en el caso Provolo. A Asunción Martínez, nacida en Paraguay, también se la acusa por ser parte de la banda, aunque en su caso se le imputa haber tomado conocimiento de uno de los tantos abusos y no haber actuado pese a estar obligada a hacerlo.
“Si bien no ejerció violencia física, ante la posibilidad de denunciar e implicar a los religiosos varones decidió callar, poniendo le imagen de la Iglesia por sobre los derechos de los chicos”, dijo a este diario Oscar Barrera, abogado de cinco de las víctimas sobrevivientes, hoy mayores de edad.
Kosaka y Martínez son las únicas dos monjas imputadas judicialmente en este caso, pero la congregación a la que pertenecen lleva años a cargo del albergue de niñas hipoacúsicas del Provolo cuyano. Es lógico pensar que el resto de las Hermanas del Huerto que allí trabajan, con el prontuario que tiene la congregación, algo más sepan sobre el asunto.
“Asunción Martínez está en libertad y cumple periódicamente con su comparencia para acreditar que se somete al proceso. Kumiko está con prisión preventiva en la modalidad domiciliaria. Algunos exalumnos sordos las han llamado ’la monja buena’ (Martínez) y ’la monja mala’ (Kosaka), porque una era la maternal, la de buenos tratos y la otra era la agresiva, la que los castigaba, los golpeaba y hasta les suministraba pastillas para atontarlos”, graficó el abogado Barrera.
Si Analía Schwartz, la abusadora del colegio Gianelli de Mar del Plata, es defendida por la cotizada abogada Patricia Perelló, las monjitas del Provolo no podían ser menos. A Kumiko Kosaka la defiende el doctor Carlos Varela Álvarez, recordado por haber defendido, entre otros, al contrabandista de armas sirio Monzer Al Kassar y al exministro de Trabajo de la Alianza Alberto Flamarique en la famosa causa por coimas en el Senado (la llamada causa Banelco). A Asunción Martínez la defiende Valeria Corbacho, quien ostenta en su currículum otras defensas de altísimo tenor: genocidas de la última dictadura, Fernando de la Rúa, el espía Ciro James y el expresidente de la DAIA, Rubén Beraja.
¿Quién paga todos esos honorarios?
Nota: por un error involuntario en la versión original de esta nota se nombró a Liliana Rubilar y en realidad se trata de Liliana Elizabet Peralta. No obstante, Rubilar también estuvo en el colegio Gianelli entre 2012 y 2015, es decir que presenció o supo de los hechos y nunca habló. Hoy vive en Chile junto a Crisolina López
Daniel Satur
Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).