Reseña sobre el libro “Nós Mulheres, o Proletariado” (“¡No somos esclavas!”) de Josefina Martínez, publicado en Brasil en 2022.
En los últimos meses se han realizado en Brasil más de una decena de presentaciones del libro “Nós Mulheres, o Proletariado” (“¡No somos esclavas!”) de Josefina Martínez. El libro se ha presentado hasta ahora en la USP (San Pablo), Unicamp (Campinas), Recife (Pernambuco), Natal (Rio Grande do Norte), João Pessoa (Paraíba), Campina Grande (Paraíba), ABC (São Paulo), Porto Alegre (Rio Grande do Sul), Belo Horizonte (Minas Gerais) y Río de Janeiro, con la participación de cientos de trabajadoras, trabajadores y estudiantes.
En junio se realizó la presentación en la Universidad Federal de ABC, en São Bernardo-São Paulo. La mesa contó con la coordinación de Maíra Machado, profesora de la red estatal en Santo André-São Paulo y presentadora del podcast Feminismo e Marxismo; la presencia de Leticia Parks, coautora del prefacio del libro junto a Diana Assunção y militante de Pão e Rosas; y Alessandra Teixeira, Profesora adjunta de la Universidad Federal de ABC - UFABC, coordinadora del grupo de Investigaciones Resistencias, control social, memoria e interseccionalidades. Reproducimos a continuación la intervención de Alessandra Teixeira en la mesa de presentación.
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El libro que la argentina Josefina Martínez nos presenta es un registro al mismo tiempo histórico y contemporáneo acerca del papel estratégico que ocupan las mujeres para el proceso de acumulación y de reproducción social bajo el capitalismo.
Además de traer a flote el debate de su sobreexplotación – apropiación del tiempo y la explotación del trabajo femenino para la acumulación, tema además ya bastante debatido por los feminismos marxistas y socialistas – la autora rescata el protagonismo de las luchas colectivas de las mujeres para la superación de las opresiones y violencias sistémicas (no solo de género) bajo el capitalismo. Esas luchas siempre tan silenciadas, pero que son inevitables para una comprensión de las resistencias y conquistas de los trabajadores/as que se dieron a lo largo de la modernidad, y que reflejan formas variadas de enfrentamiento al capital – desde expresiones más conocidas como huelgas, motines, protestas; hasta insurgencias variadas que reinventan otros medios de movilización como el contemporáneo ciberactivismo y otras formas de resistencia.
Al mismo tiempo, esta obra permite una vez más interpelar las representaciones y las narrativas, también históricas y contemporáneas, presuntamente dominantes, del feminismo liberal y “civilizatorio”(para usar aquí una expresión de la feminista anticolonial Françoise Vergès), en sus fabulaciones y marcos históricos (como las llamadas “olas feministas”) que tienden a omitir y minimizar las luchas de las mujeres obreras y sus agendas de vanguardia por la socialización de los cuidados, por los derechos sexuales y reproductivos, y por el trabajo, inclusive como factores decisivos e imprescindibles para las conquistas legales a lo largo del siglo XX, como el derecho al voto y al divorcio por ejemplo.
El libro también permite profundizar en las relaciones entre marxismo y feminismo, trayendo nuevos aportes teóricos y analíticos con la capacidad de enfrentar las configuraciones contemporáneas del capitalismo, como la discusión sobre el colonialismo, el poscolonialismo y su contribución a la interpretación de las dinámicas que se instalan hoy en el contexto de una renovada división internacional del trabajo en el marco de la globalización. Así, renovados flujos migratorios producen sujetos indocumentados e “ilegales”, útiles para la sobreexplotación a través, sobre todo, del papel que juega la precariedad del trabajo femenino (y por ende la feminización de la pobreza) en la geografía de la globalización neoliberal, es decir, la precariedad de inserción de mujeres inmigrantes (y racializadas) en cadenas productivas internacionales, especialmente permeadas por el racismo, la xenofobia y la violencia sistémica.
Los casos relatados por Martínez también traen la actualidad y el carácter sindémico que conlleva el COVID 19, pues ha precarizado aún más estas relaciones ya en sí precarizadas, ya sea de las trabajadoras sobreexplotadas de la industria textil -marcada por la subcontratación de mano de obra en general inmigrante y jornadas agotadoras e ininterrumpidas en condiciones insalubres- o en el estallido del carácter esencial pero continuamente infravalorado y sobreexplotado de las trabajadoras de limpieza y cuidado.
Limpiando hospitales, oficinas y empresas (“los espacios que el patriarcado neoliberal necesita para funcionar” para tomar prestada otra expresión de Françoise Vergès), o en la primera línea del trabajo de cuidados y del trabajo doméstico (infra)remunerado, en todas esas facetas, el trabajo esencial, aunque sumamente infravalorado para estas mujeres, está para evidenciar que la crisis contemporánea del capitalismo es ante todo una crisis socio-reproductiva, como señala la filósofa Nancy Fraser. Esta crisis expone así la falacia de la privatización y externalización de la esfera de la (re)producción social predicada por el discurso neoliberal, y sustentada por la ideología conservadora y autoritaria expresada con fuerza a través de las máximas del cisheteropatriarcado capitalista contemporáneo, en la retórica de la valoración de la familia y la subordinación de las mujeres; en la destrucción del estado social, de los derechos sociales, de la protección social, de los cuidados colectivos y compartidos, de las experiencias y saberes comunes, colectivos y socializados en espacios como la escuela, o espacios comunitarios, o territorios de cultura producción, ocio, etc.
Sin embargo, si bien este diagrama ha llevado a una sobreexplotación de las mujeres pobres, racializadas e inmigrantes, a expensas de un “empoderamiento femenino” de solo el 1% de las mujeres, ha fomentado, en otro sentido, insurgencias y movilizaciones COLECTIVAS que tienen lugar en el seno de estos procesos de explotación, que renuevan los términos de lo que entendemos como lucha de clases, señalando que nuevas subjetividades pueden y han emergido precisamente de estas fronteras de disputa en las que las mujeres se reconocen a la vez como esenciales al capital y sometidas por la intersección de opresiones, actualizando así la noción marxista de “conciencia de clase”. Esto es lo que una vez más da sentido a la excelente elección del título brasileño por parte de las autoras que prefacian el libro - Leticia Parks y Diana Assunção - posicionando a las mujeres como los más conmovedores sujetos del proletariado hoy (y quizás no solo hoy como el propio libro nos recuerda).
Ahora bien, si Marx definió al proletariado como el verdadero sujeto revolucionario, el único capaz de dirigir la revolución que ponga fin a todas las formas de explotación y alienación porque es ese sujeto el que las vive al máximo, porque ha sido despojado de propiedad, de la naturaleza, de los demás seres y de uno mismo, no teniendo así nada que perder – podemos entender que somos nosotras (nós mulheres), las mujeres trabajadoras, quienes mejor ostentamos esta condición – de tal despojo o expropiación que, aunado al reconocimiento de que todos la riqueza la producimos nosotras, surge en nosotras la conciencia y la responsabilidad de nuestro papel revolucionario en la superación de las formas de explotación que nos oprimen y que, en consecuencia, conducirá a la superación de todas las demás formas de explotación en la sociedad. Por esta razón, solo en nosotras puede presentarse tal conciencia de una manera singularmente disruptiva. Nosotras, las mujeres, el proletariado.
¿Cómo se pueden dar los términos de la movilización colectiva de las mujeres, el siguiente paso en la toma de conciencia para el proceso revolucionario, teniendo en cuenta el diagrama de desigualdades y violencias, y el pasado colonial que nos atraviesa en Brasil?
En este punto, quisiera resaltar la centralidad absoluta que el trabajo doméstico “por delegación”, precario, desvalorizado y racializado, ocupa en la vida de las mujeres trabajadoras y es expresión de los arreglos desiguales y violentos que atraviesan todo el tejido social en Brasil. Entonces, si queremos hablar del proletariado en el país, no podemos quitar la mirada de las mujeres que realizan la imprescindible, pero también peligrosa, insalubre y hasta cruel y sobre todo invisible labor de limpieza y cuidado. Martínez también destacó la importancia del trabajo doméstico (infra)remunerado para las inmigrantes latinas en España, para las mujeres de Europa del Este en Europa Occidental y, en general, para las mujeres racializadas -indígenas de Paraguay y Perú- que trabajan en casas de familias de élite blanca en Argentina, siendo una de las expresiones que incide en la noción de “trabajo esclavo” que da título al libro.
Diana Assunção y Letícia Parks justifican acertadamente el cambio de título de la edición brasileña, ya que no pueden dejar de resaltar la importancia que la esclavitud de sujetos secuestrados de África durante casi 4 siglos representó en la experiencia fundacional de nuestro país y sus marcas y reinvenciones absolutamente presentes y definitorias de las dinámicas actuales, en especial la explotación de las mujeres negras en el país. El trabajo doméstico “tercerizado” o “por delegación”, y toda la explotación, precariedad, desprestigio y, finalmente, violencia, con que es representado y ejercido principalmente por mujeres negras e indígenas en Brasil, tiene un papel destacado e ineludible si pretendemos hablar de la mujer trabajadora, del proletariado y de la conciencia de clase en el país.
Continuación y herencia de la esclavitud colonial e imperial en el país, el trabajo doméstico se ha normalizado desde el fin de la esclavitud como una extensión de la misma. Existen innumerables registros en la literatura, en la investigación histórica y en la vida cotidiana de millones de familias aún hoy, desde las prácticas de esclavización de las mujeres llevadas por familias blancas (o no racializadas) aún de niñas, hacia el exhaustivo y extenuante trabajo doméstico, gratis, sin descanso, sin libertad, y para toda la vida. Acompañado siempre de la cordial y tranquilizadora mención de ser “de la familia” de haber sido llevadas “para criar”, no es de extrañar que entre 2020 y 2022 se reportaran (quizás por primera vez) casos de mujeres rescatadas en estas condiciones. - algunas habiendo pasado TODA LA VIDA con una sola familia en varias generaciones, como en los casos de Madalena rescatada en 2020 a los 48 años desde los 8 años), y doña Madalena rescatada en 2022 a los 77 (¡También desde los 8 años con los la misma familia!). La práctica de “tener” una empleada doméstica (el verbo usado en el discurso nativa es el mismo), ya sea en una condición análoga a la esclavitud, o de superexplotación, ha llevado y lleva a millones de familias de clase alta y media a “confinar” estas mujeres (incluso las no esclavizadas) a los odiosos “cuartos de empleada”, creación nacional que fue muy bien retratada por la escritora Eliane Alves Cruz en la obra “Solitário”, cuyo título es bastante sugerente.
El trabajo doméstico realizado por mujeres (en su mayoría negras) en el país expresa la realidad -oficialmente- de los 6,7 millones de mujeres que hay en el país (10% de la población económicamente activa femenina (PEC por sus siglas en portugués)), y representando la categoría profesional más destacada entre las mujeres y en especial las negras, sigue siendo, sin embargo, la más desprotegida socialmente, con solo un 20% en 2019 formalizada y con alguna protección social. La lucha de estas mujeres, a diferencia de la realidad argentina de recientes movilizaciones por la sindicalización, como nos cuenta Josefina, está marcada por un largo recorrido de luchas por el reconocimiento y regulación de la profesión, por los derechos laborales y por la protección social, desde prácticamente la abolición.
Laudelina Campos luchó por la sindicalización desde la década de 1930, fundando la primera asociación en 1934, siempre profundamente aliada al movimiento negro. La sindicalización legal llegó tarde, y la exclusión de la Consolidación de las Leyes de Trabajo (CLT) en la década de 1940 fue la prueba definitiva de que la burguesía y el estado patrimonial brasileño no renunciarían fácilmente a los privilegios y la violencia racial y de género (interseccional) que construyeron ese estado y organizaron todo un orden social, muy bien aceitado por el mito de la democracia racial, responsable de retrasar el disentimiento y las reivindicaciones radicales de derechos. Las trabajadoras del hogar fueron las ÚLTIMAS en tener su reconocimiento legal en el país, ni siquiera la constitución de 1988 las equiparó a los trabajadores en cuanto a derechos, manteniendo prácticamente intacto el pacto hecho con la casa grande para mantener la esclavitud o sus remanentes en la figura de la empleada doméstica. La lucha de estas mujeres en la Asamblea Constituyente finalmente tendría consecuencias con la PEC de las domésticas, recién en el 2013 y en su reglamentación en el 2015, siendo la última categoría profesional en el país en obtener pleno reconocimiento jurídico.
El trabajo doméstico remunerado y la cuestión de los cuidados y las Enfermedades de Transmisión Sexual (DST) en el país es lo que expone, quizás de manera más elocuente, la fractura que se produce entre las mujeres, promovida por marcadores interseccionales, lo que datos de la Investigación Nacional por Muestra de Domicilios (PNAD) del Instituto Brasilero de Geografía y Estadísticas (IBGE) de 2019 (prepandemia) contribuyen a atestiguar. Si bien la división sexual del trabajo afecta a todas las mujeres (en los diferentes grupos raciales, los hombres trabajan menos de la mitad de las horas que las mujeres en las tareas del hogar), la tasa de participación (inserción en el mercado laboral) es muy diferente entre mujeres blancas y negras, con las mujeres blancas sin hijos alcanzando el mismo nivel que los hombres, el 73%. Incluso cuando tienen hijos, las mujeres blancas alcanzan una tasa mucho más alta que las mujeres negras con hijos: 62% frente a solo el 49% de las mujeres negras con hijos. Cuando las mujeres negras no tienen hijos, su tasa de ocupación es del 63%, por tanto inferior a la que alcanzan las mujeres blancas en la misma condición, e igualándose a la que alcanzan cuando son madres, lo que denota la desventaja socioeconómica de las mujeres negras y sugiere que ellas asumen el responsabilidad del cuidado aun cuando ejercen la maternidad, al tiempo que indica que las mujeres blancas, cuando tienen hijos, pueden contratar a otras mujeres para delegar el trabajo de cuidado.
Si la fractura entre las mujeres es indiscutiblemente existente, no es inevitable. Estos datos invitan a pensar los términos de una coalición urgente y necesaria, más allá de lo posible. El epílogo del libro de Josefina nos llama a nosotras, mujeres de todo el mundo, a unirnos, a través de la lucha y con miras a superar la opresión y la explotación. ¿Cómo vamos a pensar los términos regionales o locales de esta convocatoria frente a nuestras idiosincrasias que marcan la condición de mujer en una sociedad atravesada por el “racismo enmascarado” (que nos menciona Lélia González), por las reinvenciones de las relaciones de esclavitud precisamente en las casas de familia a través de la apropiación del cuerpo, del alma, la vida, y de los sueños de las mujeres negras? ¿Cómo hacer posible esta unión si no enfrentando las contradicciones fundantes de los privilegios raciales y de clase entre las mujeres, para suprimir sus raíces, devolviendo a la agenda prioritaria a las mujeres “que limpian el mundo” buscando hacer efectivos sus derechos y protección social, su valorización profesional, equidad salarial y económica, además de la socialización del cuidado y la responsabilidad colectiva y estatal de la reproducción social -en fin, justicia social para lograr su dignificación y emancipación- porque sólo así la emancipación y liberación de todas (todes y todos) será realmente posible.
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