Los hoarders o “acumuladores” son aquellas personas que juntan cosas compulsivamente, careciendo de la capacidad para elegir algunas y descartar otras.
Jueves 1ro de agosto de 2019 00:00
El acumulador se queda con todo lo que tiene, y busca siempre más porque nunca se sacia.
Quien es víctima de la compra compulsiva no hace sino llenar espacios físicos con objetos que no necesita y que sólo adquiere porque estaban de oferta y le atraían. A veces, sólo el hecho de que algo cueste barato y tenga un lindo aspecto es un anzuelo que atrae a las personas proclives a atestar su espacio para sentirse acompañadas, a salvo como en un nido. Porque una cosa es que cada uno de nosotros tenga sus objetos personales, adornos, libros, recuerdos, cartas, fotos de antes, alguna colección, discos y con eso decore su espacio habitable, pero cuando la cantidad de objetos nos domina y nos supera, cuando ya no somos conscientes de cuánto tenemos, de qué tenemos, ahí dejamos de ser meros coleccionistas para convertirnos en acumuladores, que es una condición delicada ligada a un desorden compulsivo que requiere de intervención psicológica, cuando no psiquiátrica, y en muchos casos también, de asistencia social.
Dentro de esta condición de hoarder se esconde la angustia que lleva a reemplazar la vida afectiva con cosas materiales. Así empieza una cadena de acumulación que invade una casa al punto de enfermar no sólo psicológicamente sino físicamente a la persona que inició este proceso tan difícil de revertir. Esa persona queda limitada a dormir en un rincón, al estilo Gregor Samsa (el protagonista de “La metamorfosis” de Kafka), como un bicho en la mugre.
Este fenómeno se da sobre todo en países desarrollados, donde existen grandes cadenas de supermercados, centros de compras y tiendas departamentales que ofrecen una más que amplia gama de opciones difíciles de ser rechazadas. La mercadería a la vista en las góndolas y otro tanto en los sitios web, son un llamado directo a que se compre más de lo necesario.
Uno de los países con tasa más alta de acumuladores es India, paralelamente destaca Dubai y también se hace común esta problemática en Estados Unidos, y en menor medida, el Reino Unido de Gran Bretaña.
Desde ropa interior que nunca se usará hasta joyas que no verán la luz del día, pasando por objetos diversos para la casa y el jardín, y desde jeans que permanecerán con su etiqueta colgando por años hasta muebles de interior y exterior que se apilarán o se taparán con ropa, revistas o diarios, todo es tentador a los ojos del acumulador.
Quien no ha establecido equilibradamente sus parámetros de prioridades en la vida, es víctima fácil de la acumulación. Se compra lo que no se necesita simplemente porque las tarjetas de crédito están a la mano y el objeto es atractivo. No se espera a necesitar algo para adquirirlo, sino que se compran cosas “por las dudas”.
En el caso de alguien con bajo poder adquisitivo, se acumulan diarios, papeles, volantes de pizzerías, de plomeros, gasistas matriculados, peluquerías caninas y toda la extensa lista de rubros existentes de quienes pasan su aviso debajo de la puerta. En el caso de quien no posee el dinero necesario para tener una colección de autitos hechos en escala real, juntará revistas sobre autos, tantas que al final pierda la cuenta y el acceso a dichas publicaciones que apiladas llegan del piso al techo.
Los de Dubai, mientras tanto… acumulan oro, joyas, autos de alta gama. Unos juntan porquerías, los otros, lujos, pero el problema es el mismo: hay que llenar con lo material lo que no aparece en el mundo afectivo.
Y entonces me pregunto: ¿No era que el dinero traía la felicidad?
No; no es así. De ser así, Cristina Onassis no se habría suicidado, porque si hay algo que a los Onassis les ha sobrado es el dinero, las propiedades en tierra y en los astilleros y el mar, los barcos.
¿Qué pasa con la felicidad, entonces? ¿No es que el Capitalismo es el mejor sistema que mantiene al mundo andando? ¿No es que el libre comercio permite que uno se expanda y crezca, sea exitoso y feliz?
Aunque a muchos les cueste creer esto, en Harvard existe una materia llamada Felicidad.
Se ve que a la felicidad hay que enseñarla porque nadie conoce el secreto para adquirirla, o para una vez adquirida, poseerla de modo permanente. Se ve que—aunque sí se tenga el dinero como para acceder a tan prestigiosa universidad de Boston, Massachussets—a la felicidad hay que cursarla para aprender a encontrarla.
Aunque parezca que el tema de los acumuladores no está ligado al Capitalismo, sí, lo está y grandemente, porque esa carrera inhumana hacia el prometido éxito que potencialmente es para todo aquel que se deslome—aun cuando está pensado en pequeña escala para una minoría—esa carrera enloquecida trae insomnio, ansiedad, trastornos en la alimentación, problemas en la piel… y neurosis. ¿Por qué? Porque no se puede vivir permanentemente en competencia, corriendo de un lado al otro, temerosos, y sin tiempo para evaluar por qué uno se presta (estoy usando el “uno” aludido por Heidegger) a ese juego del hambre que el Capitalismo implementa. Ergo, la persona se compra una felicidad en el shopping, en el supermercado u online.
Y la oferta es enorme; directamente proporcional a la desesperación de quien se convierte principalmente en consumidor.
En algunos casos, la acumulación está disimulada. Las puertas de los placares y roperos encierran los objetos que sobran; las cajas, bauleras y todo tipo de espacios disponibles para el almacenamiento disfrazan una problemática en aumento: La necesidad de acaparar bienes materiales para sentirse a gusto, más allá de las necesidades reales.
La gente que posee riqueza, aquélla a quien les sobra el capital, no sólo acumula cosas visibles, sino que también almacena algo inadvertido, algo que permanece oculto: su capital. Sea en forma de cuentas cifradas, bonos, acciones, lingotes de oro, bitcoins, lo que sea. Esa gente es la más acumuladora de todas; sucede que, en este caso, el producto de su hoarding se encuentra en los bancos y empresas, en diferentes formas que no ocupan estrictamente un lugar físico, aunque psicológicamente obra de igual modo con respecto a quien acumula muñequitos, revistas, accesorios para la cocina, cajas, adornos y ropa.
La acumulación es un fenómeno que trasciende las clases sociales porque cada uno, dentro de sus posibilidades, si padece de este desasosiego, acumulará algo que le parezca que eventualmente podrá ser vital.
Esa idea ha sido exacerbada por el Capitalismo que fomenta una sociedad en donde los individuos deben entrar en competencia para tener cosas y mostrar así su crecimiento material ante los demás.
Se trate de objetos baratos o caros, lo grave es el sentir la necesidad de rellenar un bache existencial con acumulación de dinero, casas, departamentos, autos que apacigüen el malestar que provoca la sociedad en la que vivimos, en el mundo que hemos construido donde es más importante llevar a los niños a pasear a un shopping que a la plaza.
Encerrar a los niños en centros de consumo para que vayan mamando desde el principio de sus vidas que lo importante está detrás de la vidriera… eso es grave. Por supuesto que para quien cree que comprar compulsivamente es normal, pensará que estoy exagerando; sin embargo, yo creo que el último lugar adonde llevaría a un niño a pasear es a un shopping y a un pelotero encerrado dentro del ámbito de una cadena de expendio de hamburguesas sospechosas.
El Capitalismo es un sistema de clases basado en la explotación de la mayoría, que solo puede funcionar anteponiendo las ganancias a las necesidades humanas. Lo vemos en la práctica, cotidianamente, quienes vemos el fracaso de todos los gobiernos que canjean sus promesas electorales por lo que ineludiblemente viene después: Empiezan y terminan dentro del sistema capitalista regido por leyes económicas que la misma intervención gubernamental no puede superar.
Por eso, todo en derredor al Capitalismo es una trampa que sólo tiene presente y futuro para unos pocos a quienes este sistema beneficia en detrimento del pueblo, que es la mayoría de las personas existentes.
Cuando se fomenta la acumulación desde arriba, no es fácil desoír ese mandato. No es fácil vivir con menos posesiones, dado que son esas posesiones las que están reemplazando cada vez más todo lo que nos falta: compañía, sentido de un propósito, pasiones, alegría de vivir.
Si la acumulación es un desorden, entonces sí, el Capitalismo es un sistema de acumulación de riqueza a través de la producción de mercaderías; por lo tanto, la acumulación es una consecuencia del Capitalismo.