En el 88 aniversario del inicio de la guerra civil española, la Corriente Revolucionaria de Trabajadores coloca una placa en homenaje al militante de la Sección Bolchevique Leninista Española. Combatió el golpe de Estado en Sevilla, fue parte de la resistencia de Madrid y defensor de la revolución social contra el estalinismo en la Barcelona de mayo de 1937, donde cayó. Repasamos una intensa biografía que sintetiza buena parte de las lecciones de la revolución española.
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Viernes 19 de julio 01:17
Desde este 19 de julio ―88 aniversario de la revolución social desatada tras la derrota del golpe fascista de 1936―, Barcelona cuenta con un espacio de memoria y homenaje a la participación en aquella gran gesta de la clase trabajadora de los y las militantes trotskistas.
En el popular y céntrico barrio del Raval, en la esquina entre la calle Hospital y la actual calle Junta del Comerç, la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras colocó, en la noche del 18 al 19 de julio, una placa en homenaje a uno de ellos, Julio Cid Gaitán, caído en medio de los combates de mayo de 1937.
Su vida es un concentrado testimonio de las enormes peleas ―en el frente de batalla y en el terreno de las ideas y la estrategia― dadas por él y toda una valiosa generación. Recordarlas y rendirles tributo no es un gesto de nostalgia por el pasado, sino una apuesta por luchar, sin partir siempre de cero, por la victoria de las revoluciones del futuro. En este artículo hacemos un breve repaso de esta biografía que merece ser conocida.
Un trotskista andaluz que quiso ganarse a los jóvenes socialistas para la revolución
Fue en 1933 cuando Julio Cid comenzó a militar en las filas de la Oposición de Izquierda Internacional. Ingresó en el grupo local de Gerena (Sevilla) de la Izquierda Comunista de España. Cid era un joven trabajador, empleado del Ayuntamiento, e ingresó junto a su compañero José Quesada en la organización fundada y liderada por Andreu Nin.
Corría el último año del gobierno republicano-socialista, electo en las primeras elecciones de la Segunda República de junio de 1931. Este fue la primera gran ―y amarga― experiencia de la clase trabajadora y el campesinado pobre con sus direcciones reformistas en los años 30. La coalición con los partidos republicanos burgueses dejaba dos años en que, en nombre del progresismo, se había mantenido buena parte de la legislación antiobrera de la dictadura de Primo de Rivera y no se habían resuelto ni uno solo de los grandes problemas sociales que llevaron a la caída de la Monarquía, empezando por el de la tierra, el más acuciante del campo andaluz donde se crio Cid.
Dentro de las filas socialistas, en particular en sus juventudes, esta decepción con la vía de la reforma paulatina, generó una corriente de radicalización política y simpatía por las ideas de la revolución de Octubre. La vía reformista se demostraba un terreno yermo, donde los trabajadores y el campesinado sin tierra no tenían nada más que esperar que la represión de los Guardias de Asalto o la Guardia Civil, como habían visto crudamente en la matanza realizada para aplastar la revuelta campesina de Casas Viejas (Cádiz).
Mientras los reformistas no ofrecían más que esperas y engaños, la derecha y los grupos fascistas avanzan y se fortalecían. Ocurría en el Estado español, donde la CEDA de Gil Robles ganaba las elecciones de noviembre de 1933. Y también en Alemania donde Hitler había llegado al poder ante la inacción absoluta de las direcciones estalinistas y socialdemócratas. Solo la revolución proletaria podía frenar la amenaza del fascismo, esta era la conclusión a la que empezaban a llegar muchos jóvenes de las Juventudes Socialistas y la UGT.
Esta radicalización no era un fenómeno exclusivamente hispano, sino que se daba en otros países también dentro de las filas socialistas, como era el caso de Francia o EE.UU. León Trotsky aconsejó a los militantes de la Oposición de Izquierda, que eran parte de pequeños grupos en diversos países, entrar en las organizaciones socialistas a bandera descubierta, para ayudar a esos sectores radicalizados a terminar de hacer una experiencia con sus direcciones y sacar conclusiones revolucionarias. Se trataba de confluir con ellos para avanzar rápidamente en la construcción de partidos revolucionarios en ruptura con la socialdemocracia y el estalinismo.
Cid y Quesada siguieron el consejo de Trotsky y entraron a las Juventudes Socialistas. Quesada llegaría a ser secretario general de sección de Gerona. Sin embargo, fueron una minoría los militantes de la ICE que hicieron lo mismo. La dirección Nin no adoptó esta línea.
Lamentablemente, esto facilitó que la mayoría de estos sectores en vías de radicalización terminaran influidos y atraídos por el PCE, que se presentaba como el partido de la revolución rusa, aún a pesar de que Stalin estaba liquidando el bolchevismo. En abril de 1936 los estalinistas lograron fusionar sus juventudes con las socialistas, dando lugar a la Juventud Socialista Unificada, que jugaría un rol de vanguardia en la lucha contra la revolución social desatada en el verano de 1936.
Se trató de una enorme oportunidad para avanzar en la construcción de un partido revolucionario que fue desaprovechada. Nin, lo justificó para mantener una independencia organizativa del pequeño grupo de la ICE. Sin embargo, un poco más tarde, en octubre de 1935, optó por fusionarse con el Bloque Obrero y Campesino de Maurín. Una organización que defendía una abierta línea de alianza con la burguesía democrática ―en particular la catalanista― y que llevaría al nuevo partido a la integración y claudicación ante el Frente Popular en febrero de 1936 y, sobre todo, en el primer año de guerra civil.
Los trotskistas españoles, algunos dentro del POUM y otros por fuera, pelearán en solitario contra esta línea. La alianza con la burguesía republicana solo podía llevar, en el mejor de los casos, a repetir la experiencia del primer bienio progresista; en el peor, a desmovilizar y desorganizar las fuerzas sociales capaces de enfrentar la reacción fascista. La necesidad de una política independiente y revolucionaria para prepararse para el escenario de revolución socialista o contrarrevolución fascista, era una tarea preparatoria fundamental.
Sevilla, Extremadura y Madrid: en la primera línea de la lucha contra el fascismo
A Julio Cid el golpe de Estado fascista iniciado el 17 de julio de 1936 le pilló en su pueblo. Tan pronto como llegaron los rumores del alzamiento y de la respuesta que el proletariado sevillano estaba protagonizando, bajó a Sevilla a unirse a los combates. A pesar de los llamamientos a la calma del gobierno del Frente Popular, secundados por el PCE con fuerte implantación en la capital andaluza, los trabajadores enfrentaron con las armas en la mano la salida de las tropas de los cuarteles.
La enorme resistencia que impidió que el golpe se impusiera en todo el Estado de forma rápida, solo fue posible gracias a la ruptura y desobediencia que miles de trabajadores mantuvieron respecto a las consignas oficiales del gobierno y sus direcciones. Aún así los llamamientos a la calma debilitaron en muchos casos la aguerrida respuesta y evitaron que se ganara en plazas como la sevillana, a pesar de la combatividad demostrada por sus obreros calle a calle.
Cid formó parte de los heroicos combatientes sevillanos, resistiendo en la Plaza San Francisco y el edificio de la Telefónica. Ante la caída inminente de la capital, regresó a Gerena donde lograron desarmar a los fascistas. Desde su pueblo, junto con algunas seccionales locales de la CNT, organizaron la defensa y Cid participó de varios intentos de volver a Sevilla y asediar a las tropas golpistas, como la voladura del puente que la unía con la localidad minera de Algaba.
Sin embargo, el avance fascista arremetió con fuerza. Los últimos días de julio, Cid participó del combate y la toma de Tocina, pero acabaron realizando una retirada ordenada hasta la localidad extremeña de Azuaga. Allí confluyeron con compañeros del POUM de Llerena, donde los fascistas habían asesinado a 600 trabajadores, entre ellos 60 militantes del partido.
Ante la ofensiva fascista hacia Extremadura, se dirigieron a Madrid, donde se sumaron a la defensa de la capital unas semanas antes de que comenzase el sitio franquista que fue resistido por el pueblo en armas al grito de “No Pasarán”.
Los militantes del POUM andaluces y extremeños, junto a los madrileños, muchos de ellos trotskistas, conformaron el Batallón Lenin. Cid fue elegido su Comisario y llegó a contar con 900 milicianos y milicianas. A pesar de las diferencias con la política de la dirección del POUM, Cid y otros trotskistas como Quesada, siguieron militando dentro sus filas como una tendencia organizada.
En Madrid Cid coincide con internacionalistas como la argentina Mika Etchébere y su compañero Hipólito, el poeta surrealista cubano Juan Breá o la británica Mary Lowy. Los blindados de su batallón son perfectamente reconocibles por las siglas del POUM y su “Viva Trotsky”.
Durante meses serán parte de los combates que lograron evitar la caída de la capital. El pueblo de Madrid, en un enorme proceso de autoorganización que contrastó con la huida y abandono del gobierno republicano en noviembre, logró mantener a raya a las tropas profesionales y mercenarias concentradas por Franco en sus alrededores.
La pelea por construir una nueva dirección revolucionaria: el último combate de Julio Cid
La revolución social iniciada en verano será paulatinamente desactivada en gran parte de la retaguardia por parte de las direcciones estalinistas y reformistas, con la estrecha colaboración de la dirección de la CNT, integrada en el gabinete de Largo Caballero. Sin embargo, en Cataluña y el Frente de Aragón, esta operación de desmantelamiento “decreto a decreto” no consiguió imponerse.
La dirección del POUM y la CNT se habían integrado también en el gobierno catalán. Desde allí avalaron la aprobación de decretos contra las milicias, los comités o el control obrero de la economía colectivizada. El POUM fue expulsado en diciembre de 1936 a exigencia de los estalinistas del PSUC, pero en ningún momento consideraron que había sido un error su participación y su dirección siguió alentando la ilusión de que la revolución social podía triunfar sin un enfrentamiento con la Generalitat y los partidos contrarrevolucionarios.
Cid se desplazó a Barcelona en abril de 1937 para participar del Congreso del POUM. Había sido elegido, junto a Quesasa, como delegado de los militantes andaluces y extremeños.
La ciudad era un hervidero. La clase trabajadora ofrecía resistencia a la aplicación de los decretos. Sectores de la CNT y las Juventudes Libertarias acaban de fundar la Agrupación “Amigos de Durruti”, que llegó a tener más de 4000 adherentes. Llenaron la ciudad de carteles que llamaban a pelean por una Junta Central Revolucionaria, conformada por delegados obreros y campesinos, del campo, la ciudad y el frente. Una forma de gobierno obrero de base consejista que debería sustituir a la Generalitat.
Aunque nunca dejaron de reivindicarse anarquistas, los militantes más avanzados del movimiento libertario superaban por medio de su propia experiencia uno de los grandes límites de su estrategia, la necesidad de pelear por el poder.
En línea con la Junta Central Revolucionaria, plantean otras consignas como recuperar el control del orden público, constituir un ejército revolucionario, depurar a los contrarrevolucionarios y establecer el control de la economía colectivizada por parte de los sindicatos.
En Barcelona, Cid decide ingresar en la Sección Bolchevique Leninista de España (SLBE), una organización fundada en diciembre de 1936 por Grandiso Munis y otros trotskistas establecidos en la capital catalana. La dirección del POUM se había negado a aceptar su entrada en el partido como tendencia organizada, pero Cid consigue mantenerse. Hay otros sectores de este partido, como la célula 72 dirigida por Josep Rebull, que están pelando internamente contra la política de su dirección de participación y colaboración con el gobierno del Frente Popular.
Desde la SBLE se buscaba estrechar el diálogo y la colaboración política con estos sectores del POUM y otros del anarquismo, como los “Amigos de Durruti”. Aun a pesar de sus modestas fuerzas, no dejaron de buscar las vías para poder contribuir a que emergiera una dirección revolucionaria que ofreciera una alternativa al callejón sin salida que ofrecía la política de las direcciones del POUM y la CNT.
El proletariado español, con el catalán a la vanguardia, no había dejado de dar muestras de que, en contra de sus direcciones reformistas, no iba a permitir que le robasen su revolución social. Pero faltaba una dirección a la altura para conducir a la victoria esa enorme voluntad colectiva.
El Congreso del POUM no llegó a realizarse, los hechos de mayo lo pospusieron y el 16 de junio el partido fue ilegalizado. El 3 de mayo el gobierno de la Generalitat, en coordinación con el de la República establecido en Valencia, y con el PSUC al frente de las fuerzas policiales y parapoliciales, dio un golpe que buscaba cambiar definitivamente la correlación de fuerzas.
Asaltaron la Telefónica de la plaza Cataluña, donde sus trabajadores se habían negado a acatar los decretos contra el control obrero. Su resistencia desencadenó la huelga general en la ciudad y las barricadas se extendieron por todos los barrios. Hasta el 6 de mayo el control territorial fue casi absoluto para las fuerzas obreras. El gobierno central mandó fuerzas policiales y Reino Unido dispuso barcos de su armada en el puerto de la ciudad. Evitar el triunfo de una revolución caiga quien caiga: esa era la consigna. El mismo Companys valoró bombardear la ciudad, como meses después harían los aviones fascistas.
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En aquellas jornadas los militantes de la SBLE combatieron codo a codo con los de la CNT y el POUM en las calles del Raval y las Ramblas. Los “Amigos de Durruti” repartieron entre los combatientes una octavilla en favor de la Junta Central Revolucionaria y el resto de sus consignas, en la que saludaban la confraternización con los militantes del POUM.
Julio Cid y sus compañeros de la SBLE editaron otra, en clara consonancia, en la que se podía leer:
“Viva la Ofensiva Revolucionaria. Nada de compromisos. Desarme de la GNR (Guardia Nacional Republicana, NdR) y la Guardia de Asalto reaccionarias. El momento es decisivo. La próxima vez será demasiado tarde. Huelga general en todas las industrias que no trabajen para la guerra, hasta la dimisión de todo el gobierno reaccionario. Sólo el poder proletario puede asegurar la victoria militar”.
Exigían el “Armamento total de la clase obrera” y cerraban con “Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM” y "Viva el Frente Revolucionario del Proletariado”. Como forma concreta para constituir ese poder proletario planteaban “En los talleres, fábricas, barricadas, etc… Comités de Defensa Revolucionaria”, tomando como referencia los organismos confederales desde los que se había organizado la resistencia obrera al golpe de 1936 y los primeros compases de la colectivización.
En mitad de la batalla, la SBLE buscó la confluencia y la unidad de acción con otros sectores del POUM y la CNT-FAI, detrás de este programa en el que coincidían.
La posibilidad de establecer un gobierno obrero revolucionario en Barcelona, conformado por representación de las organizaciones cuyos militantes estaban dando la vida en las barricadas, era la última oportunidad de salvar la revolución social. Incluso aunque quedara aislado en la capital catalana, su resistencia podría haber servido de referencia y aliento para que se extendieran levantamientos como los de mayo en el resto de la retaguardia republicana en defensa de esa heroica “comuna obrera”, e incluso en la retaguardia franquista o en las "democracias" occidentales.
Hasta el último momento, y hasta el último aliento, Julio Cid peleó por esta perspectiva y esta posibilidad. El 5 de mayo, se dirigió con Quesada a una reunión que mantendría este último con el dirigente de los “Amigos de Durruti”, Jaume Balius. Mientras ambos se reunían en la sede de dicho grupo en la calle Hospital, muy cerca, Julio Cid, que hacía guardia a su compañero, caía en la calle Mendizábal ―hoy calle de la Junta del Comerç―.
En un principio, el diario de la SBLE, “La Voz Leninista”, atribuyó la muerte a disparos realizados por error. Años más tarde, Quesada sostuvo que su compañero había sido asesinado por los estalinistas. Una hipótesis para nada descabellada. En aquellos días y las semanas posteriores, los agentes de la policía política estalinista de la URSS, en colaboración con militantes del PSUC y agentes de inteligencia de la República, llevaron a cabo detenciones ilegales, torturas y asesinatos de decenas de militantes de la SBLE, del POUM, de la CNT y de las Juventudes Libertarias.
El legado de una derrota del pasado que está cargado de lecciones para la victoria del futuro
La insurrección de mayo fue finalmente derrotada. Primero políticamente. Las direcciones de la CNT y el POUM, en línea con la política conciliadora mantenida los meses previos, llamaron a abandonar los combates el mismo 3 y 4 de mayo respectivamente. Una capitulación que dejó a los y las combatientes desorientados y sin un norte. Los intentos de la SBLE, sectores del POUM o los “Amigos de Durruti” por tratar de dar una orientación y dirección alternativa no fructificaron.
La segunda derrota fue física. La represión republicana y estalinista cayó con toda su fuerza. A las desapariciones y asesinatos de dirigentes como Andreu Nin, Kurt Landau o el anarquista Camilo Berneri ―muy crítico con la dirección de la CNT― se sumaron detenciones masivas ―casi 3000 solo en Barcelona―, la clausura de periódicos y la ilegalización y persecución de grupos como el POUM, los “Amigos de Durruti” o la SBLE. En agosto, el Ejército Popular acabó el trabajo en Aragón, desmantelando las colectividades, deteniendo y asesinando a miembros de los comités y las milicias.
A pesar de la derrota, la revolución española dejó grabado a fuego grandes lecciones indispensable para pensar y preparar las revoluciones del mañana. La enorme capacidad creativa y transformadora de la clase trabajadora, resolviendo en apenas días los grandes problemas sociales y democráticos que los reformistas prometían hacer en un siglo ―como el problema agrario o acabar con el desempleo y la carestía―, son un enorme ejemplo contra todos aquellos apologistas del capitalismo, y demuestran que otra sociedad sin explotación ni opresión es posible.
También quedó constatado que la conquista de esta enorme transformación no vendrá regalada. Además de las fuerzas de la reacción fascista, las direcciones reformistas y los burgueses “democráticos” empelarán todos los métodos posibles, desde el engaño hasta la liquidación física, para impedirlo. De ahí la enorme necesidad de construir una dirección alternativa, un partido revolucionario de la clase trabajadora que se prepare para enfrentarlas y ofrecer una alternativa. Una tarea capital que no puede posponerse para el momento final, en medio de la batalla, porque se torna colosal.
Algunos como Julio Cid y sus compañeros dedicaron a ella toda su vida militante. Lo hicieron en medio de la batalla y mucho antes, desde que decidieron entrar en el grupo de la ICE en Gerena o, cargados de audacia, intentaron disputarle al estalinismo la influencia sobre los jóvenes socialistas radicalizados.
Su biografía, su memoria y su legado son inspiradores para quienes creemos que esa misma tarea tiene hoy una enorme actualidad y urgencia. Quienes formamos la CRT, y somos parte de la corriente internacional de la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional, tomamos el ejemplo de Julio Cid y de tantos otros y otras revolucionarios ―parafraseando la obra de Grandioso Munis en la que volcó su experiencia y lecciones de la revolución española― queremos partir de los jalones de experiencia de las derrotas del pasado, para construir las promesas de victoria del futuro.
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.