Reseñas sobre, "El precio de un hombre", “Tiempo suspendido” y “Los pibes”, films proyectados en la 30º edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Sábado 7 de noviembre de 2015
Habiendo visto apenas una pequeñísima parte de la programación de esta 30º edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, intentaremos diagramar un pequeño mosaico de películas comprometidas socialmente y arraigadas en las ilusiones de los individuos aunque con enfoques muy diferentes.
Por un lado, la ficción El precio de un hombre (La loi du marché), del director francés Stéphane Brizé, es una película que se planta en el seno de una familia de clase media francesa que debe afrontar la ya conocida y siempre dificultosa situación del desempleo. Thierry es un trabajador como tantos, de aproximadamente 50 años, padre de familia y sostén económico; busca, tras haber sido despido hace 20 meses, encontrar un nuevo trabajo. Así, ingresará muy rápidamente a la rutina que el sistema le tiene preparada al desempleado, y se enfrentará a muchísimas instancias degradantes y abusivas propias de la maquinaria de la reinserción laboral.
En ese recorrido se choca con situaciones vergonzantes, que debe aceptar con una sonrisa amable en su rostro ya cansado, aunque golpeen con fuerza su moral. Pero el relato no se queda ahí, sino que va más allá y continúa tras los pasos de Thierry, que consigue un puesto dentro del sector de seguridad de un supermercado vigilando que no se produzcan robos. Pero la ‘bella tarea’ que debe desarrollar no se limita -como es de suponer- al control de los clientes, sino que también debe vigilar a sus propios compañeros.
Así, mientras su situación familiar sigue siendo delicada en términos económicos, (ya que con mucho sacrificio apenas pueden mantener los estudios de un hijo con capacidades diferentes, un automóvil modesto y un crédito en cuotas del que todavía tiene varios años por delante), a nivel profesional todo se precipita barranca abajo y nada parece poder detener una caída cada vez más acelerada hacia su degradación como individuo y como ser social. La película acude a la moral de Thierry para intentar desanudar una trama que comprime el aire de los espectadores, ante la aplastante realidad que se retrata.
En este recorrido, la identidad del individuo se ve absolutamente pisoteada o ninguneada. A través de los pasos del protagonista podemos comprender cómo el sistema tiene preparadas distintas “soluciones” pretendidamente universales como vender la vivienda o sacar otro crédito, sin pensar ni por unos segundos en las particularidades de cada persona o grupo familiar, en sus necesidades y deseos particulares.
En Tiempo suspendido, Natalia Bruchstein, su directora también nos habla de la identidad como uno de los temas centrales junto con el de la memoria. Laura Bonaparte es una incansable luchadora perteneciente a la Línea Fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, con una historia familiar atravesada por las pérdidas de sus hijos y su ex marido por parte de la Dictadura Militar. Pero es su nieta, quien dirige el documental y quien intenta mantener la línea conceptual ya que su abuela está perdiendo poco a poco la memoria y ya no recuerda muchas de sus experiencias de vida.
Con una delicadísima sensibilidad la película conmueve y nutre a la vez, con reflexiones agudas y profundas de una luchadora que hizo de su vida una lucha y que lejos de estar arrepentida o desmoralizada, reivindica la militancia y se enorgullece de haberla ejercido, tanto ella como sus hijos. Tanto esto, como muchísimos otros elementos históricos a los que el relato acude, no hacen otra cosa que reivindicar la subjetividad del individuo y de intentar perpetuarla a través del cine, aunque en la vida real de la protagonista los recuerdos se escurran inevitablemente como arena entre los dedos.
Los pibes es el flamante nuevo documental de Jorge Leandro Colás; un relato que se apoya en un grupo de trabajadores del Club Atlético Boca Juniors que llevan adelante la difícil tarea de seleccionar jugadores para conformar los planteles de las divisiones inferiores.
Si bien los protagonistas están claramente preparados para la tarea que hacen y ponen amor en su trabajo, debajo de la superficie de un relato amable, aparece una maquinaria en funcionamiento que trabaja silenciosamente.
Con un aire fresco y aparentemente contemplativo, la película nos pasea por las distintas canchitas, potreros y campitos donde se desarrollan las pruebas, pero poco a poco la garganta se nos va anudando y vemos como las posibilidades de esos chicos (se prueban 40.000 por año) se tornan ínfimas y el fuego que alimenta su pasión comienza a apagarse paulatinamente.
Para cada chico es prácticamente imposible sobresalir del resto o “mostrarse” como ellos mismos dicen. Al llegar a la prueba -si es que logran abrirse paso dentro de la desproporcionada cantidad de pibes que se presentan- cada uno de ellos comienza a ser ordenado por categoría o por ubicación en la cancha. Es decir, los delanteros, los enganches, los defensores, los cinco, los nueve, y así. Prácticamente ningún chico es llamado por su nombre y es imposible que así sea. Este mecanismo de selección se alimenta entonces de la ilusión de muchísimos pibes -y de sus familias- que sueñan con ser jugadores profesionales y -por qué no- gozar de los beneficios que todo ello conlleva.
Con absoluta simpleza, las tres películas conceptualizan muy claramente sobre la opresión del individuo bajo la lógica capitalista, en universos -aparentemente- inconexos, que intenta permanentemente eliminar los rasgos distintivos de cada uno de nosotros.