Tanto el gobierno provincial como distintos intelectuales insisten en la existencia de una vía cordobesa al desarrollo. ¿Cuáles son las bases del "modelo Córdoba"? ¿Cuánto se puede nacionalizar? En esta nota continuamos con la reflexión para aportar al debate
Sábado 29 de enero de 2022 15:21
Cualquier mirada al panorama político provincial de las últimas décadas impone una conclusión: el peronismo cordobés supo autorrepresentarse como un modelo exitoso de estabilidad política, eficientismo en la gestión del Estado y crecimiento económico apalancado en el dinamismo del complejo agro-industrial. El cordobesismo como sello nació para hacer de esa trinidad una identidad política propia, una forma marketinera de nominar lo específico de una experiencia de gobierno provincial que se pretende con vocación de proyección nacional. Entre la expresión de deseos y la posibilidad concreta, hay un debate abierto sobre qué es el “cordobesismo” y cuánto de nacionalizable hay en la experiencia. Federico Zapata, uno de sus intelectuales orgánicos, sostiene que el peronismo cordobés logró articular una narrativa , lo que requiere una serie de condiciones entre las que destacamos dos para esta reflexión: eficacia en representar una sociología en un territorio y capacidad de ordenar el pasado en función de una proyección de futuro.
De sociologías y territorios
Es sabido que el peronismo local expresa políticamente una exitosa alianza conservadora de matriz diversificada (donde convergen el agronegocio, la industria automotriz y alimentaria, la construcción, los servicios) lo suficientemente dinámica e integrada al mercado internacional como gozar de autonomía relativa del apoyo financiero (y del proyecto político) nacional. La orientación que el gobierno de Schiaretti viene dando a la gran obra pública, además de la promoción de Córdoba como polo turístico nacional, forma parte de su proyecto de generar una infraestructura que permita el traslado de commodities para un salto en la trasnacionalización de la economía provincial. Como denuncian las asambleas ambientalistas, el resistido intento de construir una autovía de montaña al oeste de la vieja Ruta Nacional 38 es parte del proyecto de la IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana), el foro técnico del COSIPLAN (Consejo Sudamericano de Infraestructura y Planeamiento) que busca ampliar la Ruta Nacional 38 para transformarla en un “corredor interoceánico” que comunique, sin aduanas ni fronteras, la brasileña Porto Alegre con el puerto chileno de Coquimbo, pasando por la zona centro-norte de Argentina. La sociología y la economía política que encarna el cordobesismo lo habilita al proyecto de profundizar su integración trasnacional con independencia relativa del puerto porteño, polo político con el que históricamente rivalizaron las elites de Córdoba. Pero las mismas bases necesarias para esta independencia relativa donde el cordobesismo se autorrepresenta como “la estrella polar del capitalismo argentino” en los términos de Ezequiel Espinoza Molina, no son suficientes para la construcción de una hegemonía de alcance nacional, como reclaman José Natanson y Federico Zapata. Dice éste último: “(…) el proyecto de DLS fue siempre un proyecto nacional, ecuménico. No se trataba solo de ‘alambrar Córdoba’, sino también de construir el ‘modelo Córdoba’. La sociología del cordobesismo no es otra cosa que la Argentina postconflicto con el campo. Al calor de esa ebullición, DLS entendió que se abría la caja de resonancia de una franja social que se ordenaría por fuera de la polaridad llamada ‘grieta’ y que no encontraba canales de expresión en la política AMBArizada: la Argentina federal. (…)
DLS interpretó que la grieta podía servir para ganar elecciones, pero no serviría para gobernar y modernizar. Solo la conformación de una nueva coalición exportadora, capitalista y federal lograría, en su cosmovisión, reordenar el tablero político nacional. Mientras el peronismo nacional perdía gradualmente un principio productivo, DLS montó una vía ‘peronista’ al capitalismo. Por supuesto, sabía que Córdoba no era perfecta, que no era una panacea, pero era, en términos relativos, su ventaja competitiva.”
Las medias verdades del análisis (la fortaleza de las bases socio-económicas que sustentan el modelo cordobés y las tentativas permanentes de De La Sota de ir más allá de Córdoba) no habilitan las conclusiones políticas que extrae Zapata. Cada intento del peronismo cordobés de trascender las fronteras provinciales para ser el eje articulador de un proyecto de peronismo federal fracasó. En la dimensión de la política, así lo demuestran los intentos fallidos de candidaturas presidenciales de De La Sota y Schiaretti, la apuesta a la alianza con el massismo (hoy integrado al Frente de Todos) que no resistió una elección, o la relación de amor-odio con el macrismo, la expresión de alcance nacional más orgánica de la zona núcleo, (que no resistió un mandato). En este sentido, más que proyectarse por encima de la grieta como una suerte de “tercer partido nacional” de la zona núcleo, el cordobesismo está atravesado por la contradicción política entre sus dos almas: “peronismo hacia adentro y macrismo hacia afuera”, como lo vienen expresando las últimas elecciones. Más de fondo, las dificultades para la exportación del modelo provincial residen justamente en la existencia de una compleja “sociología nacional” compuesta por amplios sectores de clase (trabajadores precarios, pobres urbanos, clase media baja) excluidos directos de los “beneficios” del promocionado modelo, así como en la preservación de una relación de fuerzas sociales más general que dificulta el ajuste necesario para imponerlo. Y para gobernar un país, eso importa. Traducido a los términos que aplica Zapata: la sociología representada políticamente en el cordobesismo se corresponde con un territorio provincial –donde el peso estructural del agro logra una hegemonía sobre las capas medias rurales y urbanas que se reforzó con la “crisis del campo”- no nacional. El propio fracaso del macrismo fue el de la incapacidad de la gran burguesía del agro (como cabeza rectora de un bloque social con la agroindustria, los capitales mineros y energéticos), de imponer un proyecto hegemónico de escala nacional, para lo que era necesario avanzar en ajustes estructurales más profundos sobre las condiciones de vida de los trabajadores y sectores populares. Conviene no olvidar: eso que Zapata llama la “política AMBArizada” a la que busca oponer la “Argentina federal” representa nada menos que al 37 % de la demografía nacional. Ya hemos señalado además que Córdoba no se reduce a su pampa gringa y que no sólo cuenta con regiones muy empobrecidas en el noroeste provincial sino que el anillo del Gran Córdoba exhibe los índices de pobreza más altos del país. El cordobesismo no se asienta sólo sobre un bloque social capitalista dinámico que irradia sobre las capas medias y un modelo de gestión eficiente del Estado que incluye desde ambiciosos planes de obra pública (apalancados en un endeudamiento cuyo 95% está nominado en dolares y que, devaluación mediante, puede ser un factor de crisis) hasta la menor proporción de empleo público de todo el país, con sólo 5 % de la población trabajando en alguna esfera del Estado (municipal, provincial o nacional). El modelo construye activamente el consenso conservador sobre una política de gestión de la pobreza que combinó el impulso de amplios planes de vivienda social que fragmentaron la cartografía urbana (relegando la pobreza a las áreas periurbanas extra-circunvalación) con una sólida estructura de contención social en la que actúan como ariete clave los movimientos sociales, en su gran mayoría integrados directamente al Gobierno. Asimismo, por la propia estructura social de la provincia, en el “Estado-integral” cordobés los sindicatos actúan como base central de la gobernabilidad, sobre lo que volveremos más adelante.
La vía cordobesa ante el 2001
Yendo al segundo aspecto: la vocación de ordenar el pasado en función de una proyección de futuro. Mucho se ha dicho ya sobre la dinámica histórica sobre la que las elites político-intelectuales de la provincia construyeron el relato de la excepcionalidad cordobesa, sea la de Córdoba como isla o como rostro anticipado del país, en los términos que sintetizó Cesar Tcach. Aquí apuntamos otro aspecto menos considerado y quizás con más incidencia directa sobre la dinámica política actual. La experiencia de gobierno del peronismo de Unión por Córdoba puede ser leída como resultante de la “vía cordobesa” de resolución de dos crisis de la historia reciente: la debacle del radicalismo con la quiebra del estado provincial a mediados de los 90 y la crisis del 2001, hitos claves en la construcción de su narrativa política. En la forma de campear ambas gestó la cultura política que, “crisis del campo” mediante, hoy goza de hegemonía en la provincia. En la crisis provincial de los 90 la provincia entró en cesación de pagos a sus acreedores, dejó de recibir crédito y suspendió el pago salarial a estatales, lo que llevó al retiro anticipado de Angeloz en medio de masivas movilizaciones y luego al acelerado desgaste del gobierno de Mestre (padre) por la continuidad del ajuste. Juan Manuel Reynares señala que el armado de Unión por Córdoba en 1998 - alianza entre el Partido Justicialista (PJ), la Unión Democrática de Centro (versión local de la liberal UCeDé de Alsogaray), Acción para el Cambio (Apec) y partidos vecinalistas menores que nucleó a dirigentes partidarios, empresarios y técnicos de la derecha local-, respondió políticamente a la crisis del estado provincial instalando la idea fuerza de la ineficiencia y corrupción en la administración pública del radicalismo como causal del desequilibrio fiscal. La “Córdoba de los impuestos más altos del país y los peores servicios” fue eje del discurso electoral de De La Sota en 1998 como base para la propuesta de transparentar y eficientizar la gestión pública, reducir los impuestos (un 30 %) y achicar el gasto del Estado. Dice Reynares: “El lazo representativo podía volver a construirse si el Estado funcionaba como una empresa, y si se promovían las condiciones contextuales para que los ciudadanos pudiesen erigirse en inversores que controlaran el objeto de su inversión, es decir, si se ampliaba la lógica de mercado al interior del Estado”.
Este sustrato ideológico legitimó la política de reforma del Estado que aplicó De La Sota en los primeros años de su mandato. La crisis de 2001 lo encontró en el gobierno, y la orientación planteada para afrontarla terminó de cristalizar una identidad política de largo plazo. Si en un sentido general podemos decir que las almas (Kirchnerismo y macrismo) de las dos grandes coaliciones políticas nacionales (Frente de Todos y Juntos por el Cambio) surgieron como consecuencia de las transformaciones operadas en el sistema de partidos post 2001, por los motivos inversos, el cordobesismo también es heredero de la forma en que el peronismo articuló una vía cordobesa donde primó la continuidad neoliberal. No olvidemos que en la crisis de la Alianza, que era la de la continuidad menemista, De La Sota estaba fuertemente alineado con el ajuste de De La Rúa a nivel nacional y fue firmante del pacto de “déficit cero” impulsado por Cavallo que pretendía sostener con ajuste a los trabajadores y jubilados los costos del alto nivel de endeudamiento externo, lo que en Córdoba se expresó en el retiro de cinco mil empleados públicos. Dice Reynares “(…) los hechos de 2001 eran interpretados por el peronismo cordobés como parte de una crisis de representatividad cuya solución radicaba en la ampilación de la lógica neoliberal en curso, y que ya había sido desplegada por el gobierno cordobés a cargo de De la Sota en las reformas del año 2000. El proyecto del peronismo cordobés seguía sosteniéndose en la necesidad de reformar la organización estatal bajo una lógica de empresa, es decir, de la competencia entre individuos pensados como ‘empresarios de sí mismos’. Dicha retracción de los ‘gastos de la política’ se presentaba al mismo tiempo como un propósito económico de ahorro de recursos públicos, y como un vehículo para reconstruir la ‘confianza ciudadana’ en el Estado.”
Ese año se llevó a cabo, reforma de la constitución provincial mediante, la transformación de la legislatura que reemplazó la representación bicameral con 133 integrantes por la de una sola cámara de 70 miembros. Mientras el 2001 obligó a la política nacional a ensayar nuevas narrativas antineoliberales, el peronismo local instaló un relato que lo explicó como una mera crisis de representación producto de la ineficiencia en la gestión pública aliancista, continúa: “al hacer énfasis en la reducción de gastos mediante la reforma estatal, el problema de la Argentina emergía de un deficiente marco institucional y de un gasto público excesivo. Al reunir el conjunto de críticas proliferantes en 2001 bajo el tópico de ‘los costos de la política’, De la Sota retomaba significantes ya ampliamente articulados en su experiencia de gobierno en Córdoba, más específicamente durante la reforma estatal de principios del año 2000, y que habían ocupado un lugar central de su línea política durante los noventa.”
El cordobesismo, que surgió como invención delasotista en 2011 para polarizar conceptualmente con el kirchnerismo, nació previamente en esa capacidad del régimen provincial de preservarse desprovincializando políticamente la crisis de 2001. Claro que la continuidad neoliberal del régimen provincial debió reconocer una relación general de fuerzas que le impuso retroceder en sus planes más ofensivos de privatización de la EPEC (movilizaciones masivas mediante), avanzar a una nueva relación con el “partido sindical” incorporando a dirigentes en la función pública y desplegar un creciente aparato de contención social dirigido a los sectores más depauperados.
La “imposible” tercer narrativa
¿Qué suerte corrieron las narrativas políticas alternativas que buscaron expresar la sociología de la “otra Córdoba”? Si la continuidad neoliberal le imprimió a la cultura política del régimen provincial un carácter marcadamente conservador (expresado tanto en el peronismo como en el radicalismo local), el bipartidismo cordobesista fue eficaz en fagocitar cada intento de construcción de un “tercer partido” provincial. Esa fue la suerte del juecismo primero (surgido inicialmente con perfil progresista y hoy integrado a los halcones de Juntos por el Cambio) y del kirchnerismo, que buscó presentarse como un “tercer partido” provincial disputando una identidad progresista. La apuesta a la figura de Carolina Scotto, primera mujer rectora en 400 años de la UNC, buscó ser la representación política de la “Córdoba laica y reformista” de las clases medias ilustradas, proyectando el espacio desde la Universidad como “territorio” y desde la intelectualidad progresista que en aquellos momentos lanzaba Carta Abierta en la provincia . Una identidad que buscó representar al amplio movimiento juvenil antirrepresivo que enfrentaba la política de saturación policial delasotista (con masivas “Marchas de la gorra”, por entonces promovidas activamente por la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos) y al movimiento obrero a través de una alianza con los sindicatos alineados con el kirchnerismo a nivel nacional que provincialmente lanzaron una CGT paralela, la hoy virtualmente inexistente Rodríguez Peña. Una identidad que se desdibuja en relación proporcional a su orientación creciente de asimilación política e ideológica al peronismo local, como hemos insistido en múltiples ocasiones. Los candidatos del espacio kirchnerista en las pasadas elecciones provinieron del riñón pejotista, esa élite cordobesista territorializada que apunta Zapata cuyo primer anillo del liderazgo estuvo por años conformado por De la Sota, Schiaretti, Oscar González (Traslasierra), Carlos Caserio (Punilla), Olga Ruitort (Ciudad de Córdoba) y Humberto Roggero (Río Cuarto). No podían más que expresar el programa del extractivismo, la especulación inmobiliaria y los vínculos con la Iglesia: una competencia con el PJ local bajo sus propias coordenadas económico-sociales e ideológico-culturales. La coronación, en el terreno de la política, de una orientación de creciente integración al régimen provincial en todos los terrenos de lucha social: el democrático, el sindical, el de la militancia universitaria (donde el serio retroceso de las organizaciones kirchneristas en las pasadas elecciones muestra la crisis en el bastión desde el cual proyectaron el proyecto político provincial). La hegemonía del cordobesismo goza de buena salud.
Imágenes del futuro
Hace varias décadas, un José Aricó que animó el proyecto intelectual de Pasado Presente, definió a Córdoba como una "Turín argentina" por ser un polo dinámico de producción automotriz, y por una fluida comunicatividad socio-política entre el mundo intelectual y el mundo del trabajo que alumbró fenómenos de radicalización obrero-estudiantil y entre la intelectualidad. Aquella estrecha conexión socio-política entre el medio fabril, universitario y barrial alumbró las más dinámicas experiencias de lucha y organización que hicieron de Córdoba el centro de la combatividad en los 60-70. Por dar un ejemplo, en el año 70 Santa Isabel fue uno de los epicentros de articulación de una potente alianza obrero-popular, con el surgimiento en las tomas de IKA-Renault y Transax de los comités de lucha como órganos autónomos de las bases obreras que articularon la alianza de las fábricas con los vecinos del barrio a través de comités barriales. Además de garantizar la defensa de las fábricas en lucha desde afuera, los comités barriales vehiculizaron la irrupción de denuncias contra la carestía de la vida, la existencia de servicios deficientes, los tarifazos y el avance de la especulación inmobiliaria que presionaba al aumento de los impuestos y los alquileres de la vivienda de los sectores populares. El movimiento estudiantil intervenía no sólo políticamente sino aportando la especificidad del “mundo técnico-intelectual” al servicio de la lucha: estudiantes de arquitectura, por ejemplo, participaban activamente de los comités barriales proponiendo modos alternativos de planificación urbana. Experiencias de las cuales aprender para proyectar las imágenes del futuro. Porque si es cierto que la fisonomía económico-social y político-intelectual de aquella Córdoba setentista sufrió múltiples mutaciones, no es menos cierto que hay una amplia sociología excluida del cordobesismo, en una Córdoba donde crecen el trabajo precario y la pauperización de la vida. Una Universidad que hoy representa una matrícula que cuadruplicó la de los años del Cordobazo, contiene a miles de estudiantes que son a su vez trabajadores precarios en diversos rubros como comidas rápidas, call centers, comercio, aplicaciones de delivery, la posibilidad de nuevos puentes entre los mundos. Aquella unidad entre mundo técnico-intelectual y mundo del trabajo del Cordobazo está desgarrada pero se puede reconstruir desde nuevas bases, enfrentando a la hegemonía del cordobesismo desde la lucha por una nueva hegemonía que se le oponga por el vértice.