Estamos prácticamente en el cierre de la segunda parte de la campaña electoral y el domingo se vota. Quienes escuchan este programa tienen una idea de nuestro posicionamiento político que no ocultamos detrás de ninguna supuesta “independencia periodística”. Entre otras cosas, porque el periodismo independiente no existe. Por eso hemos planteando abiertamente propuestas, ideas, programas o demandas que creemos que son imprescindibles para salir de la crisis. Pero, quisiera aprovechar estas vísperas de la jornada electoral para plantear una reflexión más general, sobre el “tono” de las campañas, sobre sus perspectivas, sobre su escasa imaginación política y sobre sus miradas puestas en el pasado. Y en los límites. Se viven tiempos en los que parece estar prohibido imaginar. La narrativa de las coaliciones tradicionales se caracteriza, esencialmente, por el acento puesto en los límites: es un discurso sobre todo lo que no se puede hacer. El límite de la herencia recibida, el límite de la crisis, el límite de la relación de fuerzas, el límite de la pandemia, el límite de la economía. Hace poco citaba en un artículo un texto del intelectual peruano José Carlos Mariátegui, incluido en la Antología seleccionada y curada por Martin Bergel y publicada este año por Siglo XXI; se titula La imaginación y el progreso y dice: “Los libertadores —se refiere a los líderes de la independencia americana— fueron grandes porque fueron, ante todo, imaginativos. Insurgieron contra la realidad limitada, contra la realidad imperfecta de su tiempo.” Y fueron audazmente creativos porque “la realidad sensible, la realidad evidente, en los tiempos de la revolución de la independencia, no era, por cierto, republicana ni nacionalista. La benemerencia de los libertadores consiste en haber visto una realidad potencial, una realidad superior, una realidad imaginaria”. Y sintetiza Mariátegui, justamente por eso “Bolívar tuvo sueños futuristas”. Bueno, con la excepción de la izquierda —hay que decirlo— nadie plantea sueños futuristas y la mayoría gestiona de diferentes maneras el pasado. Venden pesadillas del pasado. Veamos algunos ejemplos: partamos del más extremo, Cynthia Hotton, candidata de derecha en la provincia de Buenos Aires, que propone directamente volver al medioevo y que la vida pública esté guiada por el oscurantismo religioso. A esa “restauración conservadora” la llama “revolución de los valores”. Javier Milei y José Luis Espert proponen retornar a la época de oro del capital “libre”, antes de que el movimiento obrero y las mayorías populares conquisten derechos: un pasado libre de derechos sociales y laborales, de libertad absoluta para el poder económico y de esclavitud para todos los demás. Un sistema “libre”, libre de escrúpulos. Pero, veamos el macrismo de Juntos, muy probablemente sea formalmente el triunfador en términos de la aritmética electoral, pero un dato que dejaron las PASO y que probablemente se repetirá el domingo es que se votó para que pierda el Gobierno, no para que gane Juntos. Digo, en promedio ¿no?, hay millones de motivaciones para el voto, pero hablo sobre la tendencia general. Por eso en la estratégica provincia de Buenos Aires, ambas coaliciones perdieron votos. Y por eso Juntos también administra pasado y se postula para “terminar con el kirchnerismo”, para que no vuelva a esto o lo otro etc. Por el lado del Frente de Todos hay una incongruencia importante en esta etapa de la campaña en la que la publicidad electoral —aconsejada, dicen, por ese famoso asesor catalán— afirma el “sí” a muchas cosas, pero en el contenido de los candidatos es el “no” a todo. Quien mejor lo expresó fue Leandro Santoro —cabeza de lista para diputados nacionales en la Ciudad— con la famosa “correlación de fuerzas” que no permite prácticamente cuestionar nada. Lo ví y lo escuché en una conversación con el periodista Tomás Rebord y en un momento le dice con sinceridad brutal: “Yo no entré en política para militar el equilibrio fiscal”, que es lo que está haciendo ahora. Y fue una buena síntesis de una derrota política, intelectual y casi moral. Entonces, el último recurso es administrar pasado: que no vuelva (Mauricio) Macri. Alguien lo sintetizó en Twitter: “El Frente de Todos no te promete el paraíso, pero Juntos te quiere llevar al infierno”. Algo así. Es relativamente lógico, si se aceptan puntillosamente las condiciones, las reglas del juego impuestas por los poderes reales, empezando por el Fondo Monetario Internacional, no se puede proponer futuro, no hay futuro. Entonces, la recuperación de la imaginación política se impone por su propio peso. Porque no se trata de ganar o perder un duelo intelectual o un debate político: la aceptación de estas condiciones tiene consecuencias concretas y graves sobre las mayorías (no quiero abrumar con cifras que todos conocemos). Y la imaginación no como un sueño artificial, sino alrededor de cuestiones que ya están en la realidad: que la deuda es impagable; que unos trabajan mucho y otros no tienen laburo, por lo tanto hay que repartir las horas de trabajo; que los bancos son una mafia legal y que hay que nacionalizar la banca; que no se puede seguir con una voracidad capitalista que está destruyendo el planeta etc. Quizá llegó la hora de devolverle a la imaginación en política los estatutos que nunca debió haber perdido. Y en ese mismo acto de justicia actualizar el popular lema del Mayo Francés: “Seamos realistas, imaginemos lo posible”.