Charla de Juan Carrique en la Escuela de Verano de la CRT, los días 1 al 3 de julio de 2022, acerca de la política imperialista del Estado español, su relación con Marruecos y sus consecuencias en el continente africano.
El Estado español, a pesar de su atraso respecto al resto de países europeos que en comenzaron a colonizar y repartirse África, también desarrolló un capitalismo imperialista que colonizó países con el objetivo de succionar las riquezas y las materias primas de esos territorios ocupados. Y en este sentido hay que recordar que el capitalismo español se constituyó a raíz de una de las más grandes empresas de ocupación y colonización capitalista de la historia: la conquista de América. La imposibilidad de una revolución burguesa en España, por el miedo de la burguesía española a romper con la nobleza terrateniente, determinó que el régimen monárquico español entrara en crisis y fuera incapaz de mantener en el siglo XX su antiguo imperio colonial. Sin embargo, el capitalismo español dio lugar a un estado imperialista de segunda línea. Así, de su participación en el reparto colonial de África, tras el Tratado de Algeciras del 1912, le correspondieron lo que el resto del imperialismo europeo consideraba los “restos” del reparto: el Norte de Marruecos y el Sáhara Occidental en el Magreb, y la Guinea Ecuatorial en el centro de África.
La naturaleza imperialista del Estado español es un fenómeno evidente, aun a pesar de haber perdido los territorios que ocupaba como potencia colonial, el Norte de África en el 1956, la Guinea Ecuatorial en 1968 y el Sáhara Occidental en 1975. El capital español, por medio de las empresas transnacionales españolas, controla las finanzas y las industrias de esos países formalmente independizados de la metrópoli española. De esta forma, las empresas españolas acumulan los beneficios que le proporcionan la situación de privilegio que sus filiales tienen en estos países, aumentando sus cuentas de resultados gracias a unas ganancias que son extraídas de la explotación de las riquezas naturales y de la población trabajadora de estas excolonias. Los gobiernos burgueses que se constituyeron en esos países tras la independencia han sido incapaces de poner coto a la expoliación que el Estado español y otras potencias imperialistas europeas los someten, pues están ligados por múltiples relaciones a éstos en una relación de dependencia, cuya estabilidad depende del mantenimiento del sometimiento al imperialismo.
Todo ello lleva a que, desde el punto de vista de sus intereses históricos, la clase obrera del Estado español no tiene ningún interés en el mantenimiento de la dependencia de las excolonias españolas y de la sobre explotación de la clase trabajadora de estos países. Por lo tanto, se impone una política de denuncia de la política exterior española y sus objetivos imperialistas, así como el apoyo de todas las luchas que enfrenten a esta por parte de las poblaciones locales de estos países contra el imperialismo y sus propias burguesías cipayas. Los discursos de la izquierda institucional de condenar moralmente a estos países por “no defender los derechos humanos” y mantener “regímenes dictatoriales” no son más que una excusa para mantener su inacción ante la situación de dependencia de los mismos: el primer deber de un marxista revolucionario es denunciar a su propio imperialismo, y esa denuncia no se puede quedar restringida una crítica a la política imperialista española. Se tiene que convertir en apoyo decidido a la lucha de esos pueblos para enfrentar a esa política y a las consecuencia económicas y sociales de la mismas, así como educar a la clase obrera en su propio país en la solidaridad y apoyo a las clases trabajadoras de los países expoliados por el imperialismo.
Este planteamiento internacionalista y antiimperialista tiene especial relevancia en el contexto actual, pues la guerra en Ucrania está generando una retención de gran parte de la producción de cereales que está determinando una subida de precios generalizada, también alentada por los aumentos de la inflación en los países de la Unión Europea, que ya tienen nefastas consecuencias en las poblaciones del norte de África y otros países oprimidos en el mundo, ya que estos productos forman parte de dieta básica de las clases populares en esos países. Se vislumbran pues importantes choques y movilizaciones por estos motivos, donde el imperialismo español querrá mantener sus posiciones de privilegio económico y políticos en estos países, los trabajadores en nuestro país y sus organizaciones tendrán que enfrentar estas situaciones.
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