La reivindicación de la vicepresidenta a la viuda de Perón volvió a poner en discusión esta figura histórica repelida por su propio partido. ¿Por qué reaparece Isabel? ¿Cómo se produjo el encuentro en Madrid, antesala de la colocación de un busto suyo en el Senado?
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Lunes 4 de noviembre 08:27
Una idea ciertamente compartida coincide en calificar a la presidencia de Isabel Perón (julio de 1974-marzo de 1976) como una verdadera calamidad para la historia argentina. Hasta el 17 de octubre de 2024 sólo la había reivindicado institucionalmente desde el Poder Ejecutivo el entonces presidente Carlos Menem, mérito que desde ese día también comparte la actual vice Victoria Villarruel con el resonado encuentro íntimo en Madrid y el posterior busto inaugurado en el Senado.
Por fuera de ambas figuras, ninguna otra referencia política de volumen se animaría a validar su gestión, ni siquiera en tiempos donde las derechas avanzan a caballo de nostalgias de ese tipo. Y el peronismo, ya sea como movimiento o bien como partido, y aún con las fracturas internas que dispersan liderazgos, le esquiva a Isabelita como un distraído jugando al huevo podrido.
Las discusiones hacia adentro del peronismo sobre cómo metabolizar a Isabel Perón en el relato histórico parecían discretamente olvidadas hasta que Villarruel las repuso en las conversaciones. Un recurso inteligente para sacudir el panteón justicialista y correr a la derecha una agenda fracturada por tensiones intestinas. Pero no más que eso: nadie puede imaginar que las fotos sonriendo con Isabelita puedan reportarle a la vicepresidenta un beneficio popular. Ni siquiera en el peronismo, donde intenta tejer una esperanza de frente electoral con sus intérpretes más reaccionarios, acaso como forma de incomodar a “jamoncito”, tal como ella ridiculizó entre risas a Javier Milei.
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Reivindicar a Isabelita es rescatar la Triple A, sacudir la Teoría de los dos demonios y hablar de “guerra sucia”, algunas de las premisas incluidas en ese enunciado sospechoso que la vicepresidenta milita: el de la “memoria completa”. Victoria Villarruel no lo hace inconscientemente: el desenfreno por la provocación que su espacio cultiva la lleva a abrazar a quien hoy le conviene. Incluso cuando se trate de alguien por quien había pedido cárcel nueve años atrás: “Condenar a los mismos de siempre o a tenientes es fácil, pero condenar a Estela Perón y su gabinete sería lo que correspondería”, escribió en agosto de 2015 en Twitter, posteo que aún sigue público en la misma cuenta donde compartió las fotos con Isabel en la complicidad del chalet de Villafranca del Castilo, barrio en las afueras de Madrid.
Para capitalizar esa foto, Villarruel forzó una admiración por Isabel que en verdad le tiene a Alfredo Astiz, con quien -sin embargo- aún no se anima a lucir ante una cámara. Astiz es Massera, la Armada: la fuerza que más se interesó no solo por derrocar a Martínez de Perón, sino también por humillarla en los cinco años de prisión rotativa hasta la virtual deportación a España.
Espiritualmente, Isabelita está en verdad más cerca de Karina Milei: su formación intelectual y emocional no fue regida por la política, sino por el esoterismo. Acaso el capítulo más tormentoso de esta experiencia haya sido el del ritual con el cadáver de Evita en Puerta de Hierro donde José Lopez Rega buscaba trasvasar el alma de un cuerpo al otro, o algo así.
Nada de todo eso parece agradable, entonces la vice lo toma para molestar a propios y ajenos, a libertarios y a peronistas. Ni Milei ni Cristina están interesados en disputar la figura de Isabel: Villarruel la entroniza por gusto propio dentro de la narrativa política que pretende representar. Reivindica a quien validó desde el Poder Ejecutivo y en democracia los denominados Decretos de Aniquilación de 1975, herramientas para la represión ilegal de las mismas Fuerzas Armadas que luego la voltearon.
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En ese abrazo publicado para el 17 de octubre pasado, la actual vicepresidenta recorta a su voluntad la Isabelita que, de momento, le conviene: la que acompañaba con su firma hasta el 24 de marzo de 1976, mas no la que siguió después. “Villarruel visitaba a Videla, no a Isabel Perón”, metaforizó días atrás Osvaldo Papaleo, último secretario de prensa de aquel gobierno.
La pregunta de fondo es cómo se produjo este encuentro entre dos representaciones políticas marginales (en términos electorales y populares) pero, a la vez, opuestas en las reivindicaciones de las derechas argentinas: Isabel fue flagelada por quienes admira Victoria, mientras que Villarruel suscribe a un frente que ubica a Martínez de Perón entre lo más deleznable. El arco narrativo se dinamiza, además, con el homenaje que la vicepresidenta le realizó en el Senado, donde se instaló un busto donado por el escultor a quien se lo había encargado especialmente el músico Ricardo Iorio.
El periodista Facundo Chaves reveló en una nota para Infobae que el encuentro en Madrid lo gestionó “un joven vinculado a ambas, cuya identidad se mantiene en reserva”. Tres meses antes, específicamente el 4 de julio, la cuenta de Instagram de Extra TV había publicado que Javier Milei invitó a Isabel al Pacto de Mayo que se terminaría haciendo en julio. “Por una cuestión de lógica de edad es imposible que la señora pueda viajar a la Argentina y tampoco por cuestiones jurídicas podría hacerlo, por lo cual es medio abstracta la invitación”, respondió Diego Mazzieri, presentado en el texto como “abogado de Isabel Perón”.
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En efecto, Mazzieri es un joven abogado argentino que se supo ganar la confianza de la expresidenta, tal como narra Facundo Pastor en su libro Isabel: Lo que vio, lo que sabe, lo que oculta: “Desde los trece años mantiene un intercambio epistolar con Isabel. Con el tiempo las cartas mensuales se convirtieron en llamados dominicales. Al principio eran saludos formales para cumpleaños, fechas patrias, aniversarios históricos o fiestas religiosas; luego las conversaciones empezaron a extenderse por varios minutos. Incluso horas. Ahora el trato es familiar”. Se sabe bien que el acceso a Isabel, de 93 años de edad, está restringido a un núcleo brevísimo y es infranqueable.
Por todo eso, el 4 de febrero de 2021, cuando Isabelita cumplió 90 años, Mazzieri le consiguió varios saludos personales filmados con celulares. Entre ellos el del propio Ricardo Iorio, con quien Villarruel se sacó una foto que comparte en sus redes toda vez que puede. Más adelante, el abogado publicó María Estela Martínez: Por siempre de Perón, en los hechos la primera biografía autorizada de Isabel, aunque de difícil disponibilidad en librerías.
La figura de Isabel Perón se fue configurando, con el paso del tiempo, como un enigma doliente de la historia argentina reciente: su silencio hiere incluso tanto como todo lo que se conoce o se supone de ella. Su negación a revelar “lo que vio, lo que sabe y lo que oculta”, tal como definió Facundo Pastor en el título de su libro. Mientras tanto, la actual vicepresidenta toma de María Estela Martínez lo que le es funcional a su discurso y gracias a la intermediación de exégetas del isabelismo, cultores de una narrativa que la derecha marginal busca reciclar.