El resultado de las elecciones del 1 de noviembre en el Estado Nacional Judío de Israel –tal su denominación legal- es una expresión, aunque no lineal, del corrimiento cada vez más a la derecha de un sector importante de la población israelí, que constantemente recibe de ese Estado y sus políticos discursos o señales racistas hacia los árabes. El amigo de Trump, Netanyahu, con su partido Likud vuelve al poder y tendrá que formar gobierno con sus aliados ultra ortodoxos y nacionalistas de extrema derecha.
Mirta Pacheco @mirtapacheco1
Martes 8 de noviembre de 2022 05:10

Este año, el resultado de las quintas elecciones israelíes (en cuatro años) dejó un mapa político donde los colonos israelíes, los representantes del oscurantismo religioso y contra los derechos más elementales democráticos y seculares fueron los grandes ganadores. La “izquierda” sionista, Meretz, no entró a la kneset (parlamento) y el histórico Partido Laborista –que dirigió al Estado sionista por varias décadas desde su fundación a instancias de las Naciones Unidas en 1948, en esa época se denominaba Mapai- casi corre el mismo destino, pero logró entrar con lo justo obteniendo el mínimo de 4 diputados.
De los partidos árabes israelíes, solo ingresaron al parlamento el más conservador de Mansour Abbas, la Lista Árabe Unida –que fue parte del último gobierno Bennet –Lapid- y la alianza Hadash-Ta’alm más de centro. Ambos obtuvieron 5 bancas cada uno. El partido que se reivindica nacionalista árabe no alcanzó los votos necesarios. Pero sin embargo obtuvo muy buenas elecciones en ciudades mixtas (donde convive la mayoría de la población árabe israelí con los judíos) como Acre, Yaffo y Lod. En esa última ciudad, sobre todo, es donde mayor violencia racial ejercieron los ultra nacionalistas contra los palestinos en 2021.
Luego de las elecciones del último martes, informamos del triunfo que le daban los resultados a boca de urna al líder derechista Benjamín Netanyahu (terminó obteniendo 32 bancas). Esta vez llevó adelante una alianza con los extremistas nacionalistas de Sionismo Religioso, que con 14 asientos en la kneset se convirtió en el tercer partido más grande (el segundo es Yesh Atid del actual primer ministro interino Yair Lapid, con 24 escaños); los ultra ortodoxos sefaradíes –originarios de territorio ibérico- agrupados en el partido Shas que ahora tendrán una bancada de 11 diputados y el partido Judaísmo Unido de la Torá (ultra ortodoxos asquenazis) logró ingresar a 7 de sus representantes. Son 64 diputados, sobre un total de 120, que le da la mayoría a esta coalición ultra nacionalista. Esto le permite a Netanyahu, enjuiciado por varios casos de corrupción, ser designado por el presidente israelí Herzog para formar el próximo gobierno de Israel.
El partido Unidad Nacional, que lidera el actual ministro de Defensa Benjamín Gantz (responsable directo, junto con Lapid, del actual accionar asesino del Ejército israelí en territorios ocupados), quedó en cuarto lugar con 12 diputados. Este partido es una alianza entre ex jefes del ejército –como el mismo Gantz y políticos de derecha y de centro derecha, como el actual ministro de Justicia Gideon Sa´ar, un ex del Likud. En un primer momento los rumores hablaban de que “Unidad Nacional” intentaría ingresar en la coalición triunfante, pero este lunes emitió un comunicado donde afirma que pasará a la oposición.
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Una mención más sobre Meretz. La “izquierda” sionista, en 1992, se convertía en el tercer partido más votado, después del partido Laborista y el Likud. El diario Haaretz, leído fundamentalmente por la clase media secular israelí, decía: “la derecha ha sufrido un duro golpe: los fanáticos con el brillo enloquecido en los ojos, quedaron afuera”. Treinta años después, Meretz no logró pasar el piso de 3,25% para entrar al parlamento y los “fanáticos” serán gobierno. Esto habla tanto de lo que a lo largo de los años se demostró como una utopía reaccionaria: pensar que mientras existan los pilares del Estado colonial de Israel habrá iguales derechos para los palestinos, como de la configuración, cada vez mayor, de un corrimiento hacia la preponderancia de ideas nacionalistas extremistas, ultra religiosas, etc., expresadas en partidos que tienen como bandera su odio racial hacia los árabes y la finalidad de un Estado abiertamente teocrático, más todavía de lo que en rigor ya es. Recordemos que la ley votada en el parlamento que designó a Israel como Estado Nacional Judío, entre otras cosas declara que los únicos que tienen derecho a la autodeterminación son los judíos israelíes.
Pero la formación de gobierno no será sencilla. Netanyahu pretende retener para su partido los principales ministerios y ahí comienza la puja con sus aliados de Sionismo Religioso, Shas y Judaísmo Unido de la Torá. Además, el líder del Likud tiene que defender los intereses de la burguesía israelí, sobre todo la dedicada a la alta tecnología, que observando los intereses de sus negocios no ven con mucho agrado la preponderancia del extremismo religioso y nacionalista en lugares claves del futuro gobierno.
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Sus 32 diputados empatan en número a los diputados que conquistaron sus aliados. El Likud pretende un gabinete de 30 ministros, quedándose con 15 de ellos. Uno de los más importantes para Netanyahu es el ministerio de Justicia, para poder tener control, por medio de sus operadores, sobre los jueces (algo fundamental por los juicios que enfrenta). El ministerio de Exteriores lo reservaría para su partido, sobre todo para continuar con los “Acuerdos de Abrahan”, que Israel convirtió en política de estado a instancias de Trump y el mismo Netanyahu. Sería entregado al único gay de esta coalición, también con la fútil esperanza de que eso sirva para lograr en la “comunidad internacional” una visión edulcorada poniendo en un segundo plano la política interna de la ultra derecha y de los ultra religiosos, sobre todo en relación a la intención de aumentar los asentamientos; darle más vía libre a la Policía y al ejército en los territorios ocupados y avanzar sobre Jerusalén oriental.
Por eso Ben Gvir, uno de los líderes del Sionismo religioso, pretende el ministerio de Seguridad Pública, que dirige a la Policía. Este hombre de extrema derecha, un provocador profesional, hasta hace poco era considerado por el jefe de ese mismo cuerpo sionista un “incitador a la violencia”. Fue el año pasado cuando los extremistas nacionalistas iniciaron progroms contra los palestinos israelíes, ataques donde los mismos policías dejaban hacer y con el correr de los días encabezaron. El otro líder es Bezalel Smotrich, por estas horas negocia la cartera de Defensa, algo que Netanyahu también considera fundamental tener en sus manos, a cambio le ofrecería el ministerio de Transporte, así los ultra ortodoxos podrían volver a paralizar por completo el transporte público los sábados (shabat), además de garantizarles a los colonos una mejora sustancial en esa área. Mientras el Judaísmo Unido de la Torá exigiría el ministerio de la Construcción, clave también para que avancen las colonias israelíes en Cisjordania. Esta fracción extremista de los religiosos, también en un anterior gobierno de Netanyahu, lograron que la kneset cancelara la norma que obligaba a las escuelas ultra ortodoxas con subvención estatal a enseñar inglés, matemática y ciencia. Además están exentos de ingresar en el ejército, algo que es fundamental para la misma existencia de este Estado terrorista.
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Aunque no fue la apuesta de Biden por temor a que este gobierno se convierta en disfuncional para la política del imperialismo estadounidense (lo que ya pasó durante la última etapa del gobierno de Obama, cuando Netanyahu era primer ministro), por supuesto la alianza estratégica con su socio menor en Medio Oriente, se mantiene firme. Eso es lo que resaltó Biden cuando llamó para felicitar al futuro primer ministro israelí. Mientras Mike Pompeo, el ex Secretario de Estado durante el gobierno de Trump, tuiteó con abierta alegría el regreso de “Bibi”.
Bibi Netanyahu's return is a good thing for Israel, it's a good thing for America, and it's a good thing for global stability.
We should be all be glad he's back.
— Mike Pompeo (@mikepompeo) November 6, 2022
Una elección que, no es difícil de prever, no traerá nada bueno para la vida de los 1,930 millón de palestinos con ciudadanía israelí, ni qué hablar de los casi 3 millones que viven en Cisjordania -con una juventud que ve en la Autoridad Palestina más a un colaboracionista de Israel que a un gobierno propio- y los 2 millones en la Franja de Gaza. La movilización y solidaridad internacional, sobre todo de los pueblos hermanos de la región, serán claves para apoyar al pueblo palestino contra el avance del Estado colonial y terrorista de Israel.
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