En su trayectoria mezcló la literatura con el activismo político, sin cesar en sus batallas íntimas y colectivas ni en sus innumerables contradicciones humanas. Huérfano, ladrón y mentiroso, según se definía a sí mismo, fue sacado de la cárcel por nombres entonces destacados como Jean Paul Sartre o Jean Cocteau, con el que filmó “Un chant d’amour”, su único mediometraje, durante mucho tiempo prohibido por estos lares, por considerarlo pornográfico.
Novelista, poeta y dramaturgo de clara influencia sobre otros escritores posteriores, con su prosa a la vez hermosa y descarnada, adelantada a su tiempo y sexualmente explícita, rompió muchos tabúes en la Francia de su época, acercándose a otras figuras como el citado Cocteau, la inmensa Violette Leduc (“La bastarda”) o el pintor Pablo Picasso. Singular mago de la prosa poética ya en sus primeros relatos, como “L’ enfant criminel” o “El funambulista”, se acercó a mundos interiores donde la lucidez, el lirismo y la transgresión se dan la mano en una estrecha mezcla de horror y belleza. En “Diario de un ladrón”, una de sus primeras novelas, retrató el episodio real de cómo “Las Carolinas”, célebres travestidas barcelonesas, rindieron un sentido homenaje al cruising de la época, poniendo flores en la entrada de unos baños públicos, cerrados por la policía. Un lugar de ligue clandestino clausurado por la autoridad moralista y heteropatriarcal, contra la que siempre arremetió. Este acto fue, a su manera, revivido por los miembros de “La Radical Gai”, a mediados de los años noventa del siglo pasado, cuando, con motivo del cierre del cine “Carretas” en Madrid, pusieron una placa conmemorativa en la fachada de lo que fue un lugar de encuentro clandestino entre hombres durante el franquismo.
Genet retrató, de forma poco convencional, la ocupación de Francia por el nazismo en su perturbadora novela “Pompas fúnebres”, otra obra maestra de la literatura, a la vez sombría, evocadora y sensual, transgrediendo algunos de los mitos y arremetiendo contra los héroes de la época, llegando a incluir en su libro claras fantasías sadomasoquistas. Se manifestó contra las penosas condiciones de los inmigrantes en Francia y, posteriormente, se acercó a la lucha del pueblo palestino, de la que dio su feroz testimonio en su vigorosa obra breve “Cuatro horas en Chatila”. De su periplo por los territorios ocupados también salió un voluminoso libro, bajo la forma de diario personal, llamado “Un cautivo enamorado”, donde cuenta su terrible aventura en un mundo sacudido por la guerra, la pobreza, el miedo, la incertidumbre y la falta de amor.
Como narrador, casi siempre se acercó a los mismos temas: la transgresión, la homosexualidad vivida sin tapujos, el crimen y una perpetua inmersión en diversas formas de rebeldía narradas con una mezcla de soltura y barroquismo, cinismo y ramalazos de su peculiar forma de entender la belleza formal. En obras dramáticas como “Las criadas” (que influyó en muchas piezas posteriores) o “El balcón” (llevada al cine por Joseph Strick), en la que cuestionó los pilares de la autoridad establecida: la Iglesia, la Justicia y el estamento militar, se acercó más a la abstracción y a la crítica mordaz del colonialismo (“El balcón”, “Los negros”). Fue coguionista de “Madame”, junto a Margarite Duras, la infravalorada película de Tony Richardson, donde vuelve a retratar un mundo campestre sacudido por el mal que toma la forma de una adusta profesora y la figura de un niño que queda huérfano, siendo el único espectador de los arbitrarios crímenes anónimos que se suceden en la localidad. En su novela “Santa María de las Flores”, presidida también por el homoerotismo, la traición y el asesinato introdujo la figura mágica de “Divina”, la primera transexual orgullosa de la literatura de su país.
A partir de “mayo de 1968” se unió a la causa de los Panteras Negras, dando charlas y asistiendo al juicio del líder Huey Newton. Allí conoció a otros presos políticos como Angela Davis o George Jackson y apoyó el grupo de información sobre lo que realmente ocurría en el interior de las cárceles, llevado a la práctica por gente como el filósofo Michel Foucault. Su novela “Querelle de Brest”, donde narra, en tono a la vez poético y fatalista, los encuentros sexuales entre marineros en los muelles, fue llevada al cine en por Rainer Werner Fassbinder, que se despidió de las cámaras con este peculiar homenaje al escritor francés. Un filme mitificado que, no obstante, y al contrario que la inabarcable prosa de su autor, no ha resistido demasiado bien el paso del tiempo. Con la publicación de su voluminosa biografía, el también escritor Edmund White, nos acerca, con detalle, al periplo personal y artístico de una de las figuras mas relevantes de su época, testigo y a la vez actor de tiempos convulsos, incapaz de mantenerse indiferente ante la injusticia y los abusos de los poderosos.
El escritor no es sino su obra; y a ello está condenado. En una entrevista concedida en 1964 a Playboy, Genet aseguraba que conducía su vida al olvido, a no ser recordada por ella misma sino por su transcripción. Su autoexilio responde a la búsqueda consciente de la marginalidad: al primer Genet arrastrado y anónimo sigue una construcción literaria sublimada y transgresora, desde la recreación de su propio pasado, que condiciona totalmente su identidad. No es extraño que él mismo tratara de ser elevado a los altares de la “santidad”, una gloria institucional coronada por la infamia. Sartre le retrató bien en lo que calificaba como un "cuento para la antología del humor negro": "Un niño expósito da pruebas de malos instintos desde su más tierna edad, roba a los pobres campesinos que lo han adoptado. Lo reprenden, e insiste, se evade del reformatorio en el que han tenido que internarlo, roba y saquea cada vez más, y por añadidura, se prostituye. Vive en la miseria, de la mendicidad, de los hurtos, jactándose con todos, y traicionando a todos, pero nada puede desalentarlo, es el momento que elige para dedicarse deliberadamente al mal; decide que hará lo peor en todas las circunstancias, y, como se ha dado cuenta que la mayor fechoría no era obrar mal, sino poner de manifiesto el mal, escribe en la cárcel obras abominables, que hacen la apología del crimen y caen bajo el peso de la ley. Precisamente por eso va a salir de la abyección, de la miseria y de la cárcel. Se imprimen sus libros, se leen; un director de escena, condecorado con la legión de honor, monta en su teatro una de sus obras que incita al homicidio; el presidente de la República le condona la pena que debía cumplir por sus últimos delitos, justamente porque se jactaba en sus libros de haberlos cometido; y cuando le presentan una de sus antiguas víctimas, ella le dice: muy honrada, señor. Sírvase usted continuar." (Sartre, "San Genet, comediante y mártir”).
La mayor transgresión de Genet consiste en mostrar fríamente ese lado oculto que nadie se atreve a nombrar, y lo hace a menudo de forma sublimada e incluso exquisita, convirtiendo la hez en puro diamante. Por ello su obra es reconocida por su calidad literaria a la vez que repelida por su sordidez. Genet se aísla y lanza un mensaje antihumanista. Su autoexilio le permite recrearse y proyectar una imagen de "outsider" consentido, plasmando el reverso de la naturaleza permisible, atacando a los individuos atrapados entre sus roles y sus deseos. Él mismo quiere llegar a la ruptura total, e insiste en el trasfondo de muerte que hay en toda búsqueda del placer, que no es otra cosa que la atracción por el mal que toda libertad conlleva (al escritor le ocurre como al héroe. En "Diario del Ladrón" leemos: "El héroe no podrá poner mala cara a una muerte heroica; sólo es héroe por esa muerte". El lado del bien es el de la sumisión y de la obediencia. La libertad es siempre una puerta a la rebeldía, y el Bien está ligado al carácter cerrado de la regla. De este modo la experiencia del Mal no tiene límites; solo a través de ella se adquiere la consciencia del ser, y solo así se llega al escándalo: una consciencia- sin escándalo es una consciencia alienada. Y aquí es donde la literatura de Genet muestra su verdadero sentido: nos traslada definitivamente, nos instala en el cuarto oscuro.
Genet escribe desde la contradicción de ser y parecer: la imagen reflejada en la literatura o la idea de lo que no se quiso nunca dejar de ser. Ser y crear. Dos dimensiones opuestas: el ideal, es decir, la imagen que perseguimos, y la realidad, que generalmente se desconoce y se oculta. ¿Cómo poder aguantar? ¿Se puede ser rebelde e inmoral desde la más absoluta comodidad y seguridad? ¿Se puede aceptar a Genet desde la morbosidad del moralista? ¿Al Genet ideal, al Genet literario, al proyectado por él mismo? Es difícil no caer en la tentación de escribir un texto laudatorio sobre Genet, inspirado únicamente sobre su visión literaria. ¿Se puede comparar a Genet con Sade? Sade en el manicomio ¿dónde Genet? Ambos muestran lo demoniaco de la moral burguesa, la contradicción entre su fondo y su apariencia: la morbosidad del guardián que vigila a sus presos, a los que odia y desea a un tiempo. Fin del juego: "filosofía del tocador", muerte de la madre, violada, torturada, asesinada por su hija; muerte del amante, del amor mismo como idea "humanista" burguesa. Toda relación es muerte, sin escape. La idea literaria nos lleva a submundos de alteridad, marginación, desorden, infinita caía, como la de Alicia, hacia el fondo del pozo, infernal. Tras la elección entre injusticia y desorden, nunca fue tan grande el terror surgido: intolerable persecución del "otro", mensajero del caos, relegado al submundo dantesco del campo de exterminio. En este contexto, la escritura de Genet se vislumbra efectiva, provocadora y transgresora, al tiempo que demostrativa de su propia debilidad: el reconocimiento de su propia contradicción, y la búsqueda de una identidad perdida en prisiones, reformatorios y barrios bajos. Uno y otro lado del espejo. A partir de que Cocteau y Sartre le animaran a publicar y le salvaran de las "garras de la justicia", comenzó el "constructo-Genet". A partir de aquí, el tema recurrente en su literatura no es otro que el juego macabro de falsas identidades ("’Las Criadas"), o el mundo de Alicia convertido en burdel ("El Balcón"), la atracción por la muerte ("Pompas Fúnebres"); o la sofisticación del hedor ("Los Negros"). ¿Comienza el Genet escritor y termina definitivamente el Genet real? A partir de ahí se inicia el mayor ejercicio de travestismo: mantener la transgresión a través de la literatura, al mismo tiempo que una imagen, beneficiada del ocultamiento público, que le situaba en una categoría de maldito permanente.
O, y no hace ascos a los premios institucionales; que se autoexilia entre sus íntimos, y recoge regularmente su cheque de la editorial Gallimard. Aunque estas contradicciones no empañan sin embargo su valor. Efectivamente, no es un Sade condenado, ni un Rimbaud. Aquí la vida parece escabullirse en un intento literario de ser y desear; se recrea en una imagen turbadora de perversión y nos arrastra, seducidos por ella, confundiendo la realidad con su reflejo. Es realmente seductor su alejamiento, su "autoexilio", sus posturas radicales, que sí ejercían un fuerte influjo en la formulación de todo un discurso alternativo, en el que entraba ese submundo al que él siempre se refirió. Mantenerse al margen voluntariamente con billete de vuelta, no es lo mismo que estar sin remedio. La imagen "Genet" funciona bien institucionalmente, es cierto. Se pueden hallar sus obras en cualquier biblioteca pública, hasta en centros de enseñanza; es ya un “clásico”. No es un marginado en ese sentido. Pero ¿dónde queda el primer Genet? La obra posterior le completa: sólo podremos acceder a él con una condición, que recurramos al “Mal”, es decir, a la violación de lo prohibido.
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