Falleció el expresidente chino Jiang Zemin, figura clave en la historia reciente del gigante asiático.
Miércoles 30 de noviembre de 2022 22:02
El 30 de noviembre, a los 96 años, falleció el expresidente chino Jiang Zemin. La coyuntura de su muerte, marcada por el estallido de las protestas contra la estrategia de “COVID cero” -que ha actuado como una suerte de significante vacío para todos los descontentos, desde el alto desempleo juvenil y la difícil situación económica hasta el régimen autoritario del Partido Comunista Chino- tiene ciertos ecos con su ascenso al poder, en una situación precaria para la burocracia gobernante tras la violenta represión que puso fin al levantamiento de Tiananmen en 1989. Las protestas actuales no son comparables con esa rebelión, tanto en magnitud como en su naturaleza, y hasta ahora, el gobierno de Xi Jinping parece haber recurrido a una táctica ya probada: un retroceso parcial sin que se note, responsabilizando a las burocracias locales por sus medidas de confinamiento excesivas o arbitrarias.
Sin embargo, por primera vez en décadas han encontrado una demanda aglutinadora que apunta a la política y el liderazgo nacional, dentro de la cual se inscriben las protestas por fábricas que son de más larga data. Habrá que ver hasta dónde marcan o no un punto de inflexión. Lo cierto es que el régimen chino está en una encerrona que implica que es tan riesgoso mantener como levantar la política de “COVID cero”; y en ese cálculo político, aunque se trate de un régimen bonapartista que ha perfeccionado sus medidas de control social, entra también la relación con las masas.
La década y media que comprende el liderazgo de Jiang Zemin en el Partido Comunista y como jefe de Estado está asociada con un ciclo ascendente de China, no solo por el crecimiento económico, sino sobre todo por su integración pacífica a la “globalización neoliberal” comandada por Estados Unidos. Esto incluye la devolución de la soberanía sobre Hong Kong por parte de Gran Bretaña en 1997. Y sobre todo el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001.
Aunque hubo momentos de tensión, nada menos que una de las grandes crisis con Estados Unidos por Taiwán en 1995-96 (la más próxima fue el viaje de Nancy Pelosi), o el bombardeo de la embajada china en Belgrado en el marco de la intervención de la OTAN en Yugoslavia en 1999.
Tras el shock de Tiananmen, Jiang Zemin retomó el ritmo de la restauración capitalista y continuó a una escala superior la obra de Deng Xiaoping. Aceleró el desmantelamiento de empresas estatales obsoletas, para lo cual reprimió sin miramientos la resistencia de trabajadores (y también de campesinos) que se quedaban sin su sustento; consolidó el dominio bonapartista de la burocracia central mediante el disciplinamiento, las purgas y la represión; liquidó las múltiples fracciones que habían surgido dentro del PCCh producto del levantamiento de 1989; y aplastó sin atenuantes a la secta religiosa Falun Gong mediante arrestos masivos en campos de confinamiento, torturas y ejecuciones sumarias.
Jiang Zemin transformó en teoría de organización partidaria la restauración capitalista. Ideó la llamada “triple representatividad”, incorporada al cuerpo doctrinario del PCCh y a la Constitución. Esto quería decir que el Partido Comunista se erigía como representante ya no solo del “proletariado y los campesinos”, sino de lo que llamó las “fuerzas productoras”, es decir, el naciente empresariado chino, los llamados “empresarios rojos” que fueron incorporados a las filas del partido y a la jerarquía del régimen.
Pero el ciclo que los analistas llamaron “Chinamérica” que se inició bajo Jiang Zemin, hace rato que se cerró. Bajo Xi Jinping la situación de China es muy distinta. Pasó de “socio” a “competidor estratégico” de Estados Unidos, que considera a Beijing como la principal amenaza a su liderazgo.
Ya el gobierno de Obama había iniciado el llamado “pivote” hacia el Asia. El gobierno de Trump transformó la disputa con las “potencias revisionistas” –China y en menor medida Rusia y otras potencias menores como Irán- en la prioridad de la seguridad nacional y lanzó la guerra comercial contra China. Y Biden mantiene en lo esencial una continuidad con esta estrategia, aunque la forma no es el unilateralismo de Trump sino la recomposición de alianzas, una suerte de “multilateralismo” liderado por Estados Unidos contra China, tratando de capitalizar lo que ha avanzado en la guerra de Ucrania.
Aunque en lo inmediato no hay una disputa abierta por la hegemonía mundial y en la reunión bilateral entre Joe Biden y Xi Jinping en la cumbre del G20 hubo intentos de bajar los decibeles, la guerra de Rusia y Ucrania/OTAN debe leerse a la luz de esta disputa estratégica.
Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.