En marzo de 2013 el mundo se sorprendía por la llegada de un “no europeo” y latinoamericano al sillón de San Pedro. La Iglesia católica atravesaba una debacle histórica, con varios escándalos y pérdida de influencia política. ¿Qué logró el papa argentino en esta década? Del discurso a la realidad, un recorrido por los hitos del monarca de una institución insalvablemente represora y oscurantista.
Daniel Satur @saturnetroc
Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Lunes 13 de marzo de 2023 09:01
Aquel 13 de marzo la fumata blanca sorprendió al mundo con el anuncio de un nuevo jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Jorge Bergoglio, cardenal primado de Argentina, era el elegido para ocupar el trono de San Pedro. La noticia de un papa latinoamericano fue de gran impacto, sobre todo porque era el primer pontífice nacido en el hemisferio sur y el primero no europeo desde mediados del siglo VIII. Encima se puso Francisco, buscando identificarse con el “austero benefactor” de los pobres de Asís.
Tras el papado de Juan Pablo II (gran colaborador de la restauración capitalista en los exestados de la Unión Soviética, repartiéndose tareas con Reagan, Tatcher y sus herederos “globalizadores”), el breve papado de Joseph Ratzinger dejaba a la Iglesia en una enorme crisis político-institucional luego de conocerse el escándalo de los Vatileaks (filtración de documentos secretos sobre corrupción, estafas y crímenes sexuales encubiertos por Benedicto XVI). La renuncia del alemán fue un “mal necesario” para preservar los intereses vaticanos. Sin esa dimisión histórica sería incomprensible la mudanza de Bergoglio de Buenos Aires a la Residencia Santa Marta.
Buscando relegitimar la imagen de la Iglesia, Bergoglio se presentó como “protector” de los mismos pobres que el sistema capitalista al que defiende no deja de fabricar. Además, era la figura perfecta para mostrar que la Iglesia sería conducida por alguien no salpicado por esos escándalos “europeos”.
Sin embargo, como se demuestra en los siguientes párrafos, hay un frondoso “lado B” de la trayectoria bergogliana en Roma; una contracara que, por su voluminosa existencia, contradice las definiciones y los valores declamados por el cultor de la austeridad y la humildad.
Una aclaración: desde una perspectiva marxista, en una sociedad libre e igualitaria, instituciones como el Vaticano deberían estar destinadas a formar parte de los museos. Aquí sólo se analizará la conducta del monarca de un Estado y de una institución que, pese a ser medieval y oscurantista, sigue concitando la adhesión de cientos de millones de personas y tiene innegable relevancia geopolítica.
Su pasado lo condena
A fines de 2019 Netflix estrenó su película Los dos papas, en la que se intentaba recrear la historia de Jorge Bergoglio y su relación con el renunciado Ratzinger. La ficción, presuntamente “inspirada en hechos reales”, relata un pasado con menos anclaje en la verdad histórica que Avatar. En este sitio se calificó al film como “una apología del papado de Bergoglio contando hechos que nunca sucedieron o que, peor, sucedieron al revés”.
Tres años después Netflix estrenó su serie La chica del Vaticano , el caso de la adolescente Emanuela Orlandi, desaparecida en 1982, donde la Santa Sede siempre encubrió la verdad y Bergoglio le mintió a la familia. La serie es documental, es decir que cuenta hechos reales, no como la ficción apologética.
En el pasado de Bergoglio el capítulo que más se ha querido deformar u ocultar es el de su relación con la dictadura-cívico-militar-eclesiástica. Sobrevivientes del genocidio, organismos de derechos humanos y medios como La Izquierda Diario han demostrado que el hoy papa fue un cómplice directo de los represores.
No sólo les soltó la mano a curas de su congregación que luego fueron secuestrados. Sabiendo de las desapariciones y del sistemático robo de bebés, siempre privilegió su relación con las cúpulas militares. En un juicio por delitos de lesa humanidad de 2010, al que fue llamado como testigo, su memoria hizo malabares ante las preguntas de querellantes como Myriam Bregman y Luis Zamora. Primero negó haber sabido que se robaban bebés hasta entrado el Siglo XXI. Como sonaba poco creíble, se corrigió y dijo que a mediados de los 80. Pero hay una carta que demuestra que él hacía “gestiones” por niños desaparecidos en plena dictadura.
Bergoglio ante las preguntas de Myriam Bregman
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Sucesor del ultraconservador Antonio Quarracino en el Arzobispado porteño, entre 1998 y 2013 Bergoglio fue un férreo defensor de valores reaccionarios. Se convirtió en vocero privilegiado de los sectores de derecha, tanto de Buenos Aires como del resto del país, muchos de los cuáles terminaron formando la alianza Cambiemos que ganó la presidencia en 2015. Su lucha denodada contra la obtención de derechos para las mujeres y las diversidades, sus vínculos con el poder económico concentrado, sus diatribas “por los pobres” bancando a quienes fabrican la pobreza, son sellos de la prehistoria franciscana.
Eso no lo borra nadie. Ni siquiera los tres tomos, de mil páginas cada uno, que la Conferencia Episcopal Argentina acaba de publicar para exculpar los “pecados” de la Curia aliada de los poderosos durante los 60 y 70. Una obra basada en (parte de) los archivos que el mismo Bergoglio se negó a abrir siendo arzobispo. “Hagamos algo para que no nos escrachen en el 40° aniversario de la democracia”, suplicaron los bergoglianos y, tras un pacto con la alas derechas del Episcopado, salió la “investigación” titulada La verdad los hará libres (Planeta).
Ni blanco ni negro, gris
El 15 de marzo de 2013, dos días después de asumir, el papa dijo ante periodistas de todos los países: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. A diez años, nadie le ha preguntado aún cuántas de las enormes riquezas del Vaticano han dejado de ser administradas por sus tesoreros. La respuesta parece obvia. Nada. Eso sí, el monarca cada tanto sigue usando zapatos gastados y repite ese anhelo de pobreza para el reino que conduce.
La Iglesia católica maneja fortunas incalculables. No es una exageración. A través de mil maniobras, ese patrimonio es imposible de calcular aún para quienes investigan a fondo y buscan cuantificar las propiedades del clero. Gran parte de esas fortunas están en manos de los sectores más conservadores y reaccionarios de la Curia.
Aún desde antes de instalarse en Roma, Bergoglio se armó una imagen distanciada de esos sectores rancios, integristas, preconciliares, militaristas y ultraconservadores. “Se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado”, decía de ellos al comienzo de su papado, acusándolos de tener “una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario”.
Primero pactó con esos sectores el reparto de poder. Su propuesta era que bajaran un poco el perfil y se acomodaran al nuevo discurso a cambio de mantener su influencia económica y encubrir sus “pecados” (sus crímenes). Pero nunca pudo conciliar a todas sus ovejas, algunas de ellas nostálgicas del fascismo y de la Santa Inquisición.
Siempre mantuvo la mano extendida para acordar. Y cuando alguna que otra papa le quemó, pactó ostracismo con los más impresentables. Como con Fernando Karadima en Chile en 2018 o con Roberto Yanuzzi en Argentina en 2020, dos de los pocos clérigos “expulsados” de la Iglesia en esta década. Escrachados por aberrantes crímenes sexuales, Bergoglio procuró discreción y pactó sus “retiradas”, pero mantuvo las estructuras de abuso que aquellos habían armado en sus congregaciones y encubrió a sus discípulos también denunciados.
Algunos de esos sectores perdieron parte de sus privilegios en los últimos años. Pero el papa no escatimó esfuerzos para contenerlos. El caso de Argentina es claro, donde el Opus Dei , El Verbo Encarnado (fundado por Carlos Buela, otro depredador sexual al que recluyeron en España) o Miles Christi (creación del expulsado Yanuzzi) conviven con las alas “progres”. Hablamos de instituciones con probadas prácticas represivas y violentas que han naturalizado la tortura y el abuso.
Fiel a su estilo, ahora Bergoglio dice que a esta altura ya “se han resuelto las (resistencias) que ha habido” por parte de esos sectores y que, si todavía hay alguna, “está ahí, en el rincón, escondida” (entrevista a Infobae del 9 de marzo). Y como prueba se vanagloria de haber conseguido una mayoría adepta en el Colegio de Cardenales de Roma tras promover una caterva de obispos por él ordenados.
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Vistiendo de corderos a los lobos
Sin dudas los crímenes sexuales cometidos por obispos, curas y laicos vinculados a la Curia y su sistemático encubrimiento por parte de la jerarquía católica, es uno de los mayores dolores de cabeza que aquejan al Vaticano. Las miles de denuncias de niñes, jóvenes, adultos y ancianos a nivel mundial ponen en evidencia un naturalizado sistema en el que se crean las condiciones para los abusos, se concretan, se silencia a las víctimas, se traslada a los victimarios a otros sitios (donde siguen abusando), se abren expedientes canónicos que no investigan nada, se niegan los hechos y se amenaza y ataca a quienes denuncian. Un sistema del cual Bergoglio es una pieza fundamental.
Intentando sortear la crisis en la que estaba la Iglesia cuando asumió, Francisco impulsó reformas cosméticas a fin de mostrarse comprometido con las víctimas y decidido a “erradicar” los abusos en los muros celestiales. Atacado por todos los frentes (incluyendo el éxito hollywoodense Spotlight ), Francisco convocó a una cumbre mundial donde, tras tres días de rezo, pidió perdón a las víctimas; publicó una “guía de procedimientos” para obispos que reciban denuncias (donde los exime de denunciar ante la justicia civil); e incluyó la pedofilia y la pornografía infantil como nuevos delitos penados en el Código Canónico. Acomodarse a los nuevos tiempos era una necesidad.
Desde la revelación de curas pedófilos en Chile, México, Estados Unidos, Portugal, Alemania, Australia, España, Italia y Francia hasta el horror de los ataques de monjas a niñas en los orfanatos católicos de Dublín o el macabro hallazgo de cientos de cuerpos de indígenas asesinados en los internados canadienses; los crímenes no dejaron de producirse. Y los gestos de Francisco no pasan de ser eso, puro gestos. Es más, debe decirse que Bergoglio es un gran encubridor de abusos cometidos por obispos, curas y laicos de estrecha vinculación con la Iglesia.
“No se dejen llevar de las narices por los zurdos que son los que armaron la cosa. No sean tontos. Abran su corazón a lo que Dios dice y no se dejen llevar por esas macanas”, les dijo sin pudor (lo estaban filmado) en mayo de 2015 a un grupo de fieles chilenas que habían viajado a Roma. Hablaba del caso del cura derechista Fernando Karadima, denunciado de múltiples abusos. Pero los “zurdos” tenían razón. Tras su traumático paso por Chile en enero de 2018 (donde posó junto al obispo Juan Barros, protector de Karadima), el escándalo derivó en la renuncia preventiva de todos los obispos chilenos y la expulsión de Karadima de la Iglesia.
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En su propio país lleva años protegiendo tenazmente a criminales de la talla de Julio Grassi, Justo José Illaraz, Nicola Corradi (ya fallecido), Horacio Corbacho, Héctor Giménez, Eduardo Lorenzo (suicidado en una sede de Cáritas de La Plata a minutos de ser detenido), Agustín Rosa Torino y decenas de curas (algunos obispos) con investigaciones canónicas que sólo dieron impunidad. Ni siquiera a los pocos curas condenados penalmente los echó de la Iglesia.
Un caso emblemático de protección papal es el de su amigo, el exobispo salteño Gustavo Zanchetta, refugiado en suelo romano y nombrado asesor de la inmobiliaria del Vaticano al momento de ser denunciado por abusos. Durante el proceso que lo terminó condenando, recibió asistencia de “asesores” enviados desde la Santa Sede. Y otro ayudita fue para Julio Grassi, condenado a 15 años de prisión, sobre quien Bergoglio nunca habló públicamente pero sí ordenó a la Conferencia Episcopal que publicara una “investigación” sobre el expediente judicial cuya conclusión bastardeara el testimonio de las víctimas.
Los casos de curas abusadores siguen saliendo a la luz por la valentía de víctimas y organizaciones que denuncian las prácticas endógenas y sistemáticas que, mal que le pese a los apologistas de Bergoglio, persisten por su responsabilidad. No es extraño que su negativa a visitar Argentina tenga entre sus razones el deseo de no enfrentar el escrache de quienes siempre recibieron ninguneo y desprecio.
¿Enfermes, endiablades o equivocades?
Si el gris es el tono que mejor define a Francisco respecto a su relación con lo más medieval de su iglesia, hacia afuera no es muy diferente. El ejemplo más claro es su intento de “dialogar” con la comunidad LGBTIQ+ sin resignar su dogma inquisidor. Lleva diez años haciendo malabares en cuestiones de género y diversidad sexual. Pero la doble moral le sale por los poros.
Entre 2010 y 2012 encabezó la campaña contra la comunidad LGBTIQ+ en el marco de la votación de las leyes de Matrimonio Igualitario y de Identidad de Género en Argentina. Llegó a calificar a las disidencias sexuales de servidoras del Demonio en su “guerra contra Dios”. Por eso en marzo de 2013 la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans expresó su “pesar” porque una figura tan reaccionaria llegara a un puesto de poder tan alto.
Pero apenas nombrado papa Bergoglio “vio la luz” y cambió su discurso. Primero dijo que no podía “juzgar” a nadie por ser gay, lesbiana o trans. Luego pidió que los Estados no criminalicen tanto la homosexualidad y que las familias “no echen de sus casas” a quienes así se reconocieran. Ahora dice que las “personas de tendencia homosexual” (sic), aunque sean “de la pandilla del diablo” pueden ser bien recibidas si tienen buena voluntad.
Eso sí, con lo que no negocia es con la llamada “ideología de género”, porque es “peligrosa” y busca una “colonización ideológica” que “va más allá de lo sexual” (entrevista reciente con La Nación). Según su amalgamada definición, quienes luchan por su identidad y sus derechos en un mundo machista y patriarcal “diluyen las diferencias” y van contra “la vocación humana”.
Otro dato delata la hipocresía bergogliana. En la reciente entrevista con Infobae el papa dijo que “un cura que no sabe trabajar con las mujeres le falta algo” y que en su papado las mujeres ganaron mucho terreno en cargos y posiciones en el Vaticano. Pero según datos oficiales, entre 2013 y 2023 las empleadas de la Ciudad del Vaticano y de la Santa Sede pasaron del 19,2 % al 23,4 % del plantel total. Y las mismas estadísticas dicen que ese porcentaje no supera el 5 % en puestos de jerarquía. Para “avance”, poco y nada.
La política de caer siempre bien parado
A Bergoglio se lo suele identificar con el ideario peronista. Libros y artículos fundamentan ese alineamiento político, que incluye una referencia (nunca desmentida) a una militancia juvenil en Guardia de Hierro en los 60 y el dato (confirmado) de que fue él quien en los 70 le entregó la gestión “laica” de la Universidad del Salvador a esa organización de intelectuales de la derecha peronista.
Vale decir que Perón fundó su “doctrina justicialista” inspirado en la “doctrina social de la Iglesia”, por lo que la identificación de sectores eclesiásticos con el peronismo no es extraña. Pero se considere o no peronista, Bergoglio demostró, como pocos, tener gran habilidad para el doble discurso y un hiperdesarrollado sentido de la oportunidad.
A nadie se le ocurriría decir que Francisco está contra el capitalismo. Menos que tiene una visión crítica del régimen geopolítico mundial, con el que coquetea e invita diariamente a conversar. Pretender que su papado sea una base para luchar por un mundo sin explotación, opresión ni represión sería un verdadero pecado. El tema es que, como líder político del mundo burgués y representando a una institución cuyo programa habla de paz, fraternidad y amor; su década papal no sirvió para frenar ni morigerar ninguno de los efectos deshumanizantes del “capitalismo de mercado” (como suele decirle).
Entre 2013 y 2023 pasaron muchas cosas ante los ojos de Francisco. Guerras, golpes de Estado, revueltas populares reprimidas salvajemente por las policías y los ejércitos, muertes masivas de migrantes, ocupaciones violentas de territorios de unos Estados sobre otros, catástrofes climáticas que derivaron en la muerte de millones de personas (sobre todo pobres) y una pandemia que paralizó y desangró al mundo por más de un año. En ninguno de esos casos, el Vaticano cumplió algún rol beneficioso para las víctimas. A lo sumo se distanció de los victimarios para no quedar muy pegado.
Mirando a Latinoamérica, se mantuvo inmóvil frente a los golpes en Bolivia en 2019 y en Perú en 2022, así como ante la reciente asonada golpista en Brasil. En el caso de Bolivia, la propia Conferencia Episcopal local aplaudió y entregó la Biblia a Yanine Añez cuando irrumpió en el Palacio Quemado. Para no hablar de su nula preocupación por los muertos y cegados en Chile por la represión de Sebastián Piñera en 2019 y 2020. Otros golpes y represiones ante protestas de la población se dieron también en otros continentes. Y siempre la “gestión” papal cumplió el mismo rol: desalentar la movilización, pedir “diálogos” imposibles, sugerir menos dureza a los gobiernos y condenar los “excesos” con los hechos consumados.
Lo hecho con su país natal merece mención aparte. Si bien aún no visitó Argentina, desde Santa Marta le prestó mucha atención a las negociaciones del gobierno de Alberto Fernández con el FMI, tanto que fue un facilitador VIP de reuniones entre Martín Guzmán y Kristalina Georgieva y de ésta con Fernández en mayo de 2021. Encuentros en Roma, algunos organizados por Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano, donde también se pudo ver al director del Banco Mundial Axel van Trotsenburg o a la secretaria del Tesoro yanqui Janet Yellen.
Bergoglio no necesitaba una revelación divina para saber que cualquier acuerdo con el FMI, por bendecido que esté, es una carga muy pesada para las espaldas de la clase trabajadora y los sectores populares de Argentina, que ya venían empobreciéndose por la inflación, el ajuste de Mauricio Macri y los efectos de las políticas de Frente de Todos durante la pandemia. Sin embargo, atendiendo las demandas del empresariado que digita la economía nacional, fue un lobbista ideal para que el Fondo diera sus “facilidades extendidas”. Ahora las y los laburantes pagan las cuentas de una deuda ilegal y fraudulenta y no hay rezo que pueda compensarlo.
Otra muestra de la hipocresía bergogliana son las donaciones para ayudar al “pueblo de Dios”. En 2020 mandó 100.000 euros a Italia (0,0017 euros por habitante) y 30 respiradores para combatir el Covid 19. Frente a catástrofes climáticas, envió 200.000 euros a Haití (0,017 por habitante) y 69.000 a Bangladesh (que tiene 170 millones de personas). Mientras, las arcas de la Iglesia siguen cubiertas por el más celoso secreto bancario, sus propiedades reciben beneficios impositivos en todo el mundo y más de una gran empresa tiene como accionistas a miembros de la Curia.
¿Cuántas de las siete millones de víctimas del coronavirus podrían haberse salvado de haber habido vacunas para todas y todos? Podían llegar antes y en cantidad hasta el último rincón del planeta, pero para eso debían liberarse las patentes y socializar las condiciones de producción. La negativa de los gobiernos, como el del católico Joe Biden, a quitarles ese privilegio a los laboratorios multinacionales tuvo trágicas consecuencias. ¿Por qué, como monarca de la religión a la que pertenecen infinidad de empresarios y presidentes, no fue él quien ordenó evitar ese crimen social so pena de excomunión por fraticidio? Ni siquiera eso.
Aunque el gorila se vista de seda…
Desde que Bergoglio es Francisco ha intentado levantar a una Iglesia alicaída con b. En encíclicas y documentos ha hablado en estos diez años de los poderosos, contra el poder financiero, en nombre de los más desprotegidos y por una capitalismo “más humano”..
Pese al intento de quienes quieren ver en él un garante de la búsqueda de justicia para los buenos y de lucha contra los malos, Bergoglio nunca dejó de ser lo que siempre fue: un fiel custodio de una de las instituciones más reaccionarias y cómplices de los más grandes crímenes sociales de la historia.
Daniel Satur
Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).