Notas para recordar al poeta sanjuanino fallecido el pasado 10 de febrero
Demian Paredes @demian_paredes
Viernes 19 de febrero de 2016
El pasado 10 de febrero falleció, a los 95 años, el poeta Jorge Leónidas Escudero, nacido y afincado toda su vida en la provincia San Juan. Con él se pierde un miembro más de una camada de destacados poetas del “interior” del país, que nos fueron dejando los últimos años, como el pampeño Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1929-2010), el entrerriano Ricardo Zelarayán (1922-2010) y el jujeño Néstor Groppa (1928-2011).
Y, si se menciona a estos poetas, no es sólo por ser artistas “de provincia”, y de alguna manera, en algún grado, ninguneados por el establishment cultural-literario-artístico –amén de que la poesía ya es en sí misma un “gueto de resistencia”, como dicen muchos poetas–, sino por generación vital, tonos y voces en la escritura: todos, cada cual a su manera, se hicieron eco de los sonidos de las tierras que habitaron y recorrieron, del paisaje y de su gente: el lenguaje coloquial –tal como lo hicieron otros poetas de otros países, como el chileno Nicanor Parra–, el “encare”, la forma del diálogo “directo”, desde el lirismo de la voz poética hacia quien lee, es una de las características de todos los mencionados en general, y de Escudero en particular.
De joven estudiante de agronomía –carrera que dejó–, Escudero se dedicó a la minería, a la búsqueda de oro, plata y piedras características, trabajando informalmente (al pirquén). Y luego, con 50 años, publicó su primer libro de poesía, La raíz en la roca, en 1970. Y desde entonces –más allá de algún que otro “amague”– no paró más. Como se puede apreciar en los trabajos de otro poeta y narrador, el chileno Hernán Rivera Letelier –¿y acaso Neruda o el peruano Vallejo no fueron en sentido parecido?–, Escudero dejó constancia de su paso por las montañas y cerros, de sus travesías y andanzas, de sus ocurrencias, tras esas vivencias, en la escritura: la particular grafía de lo oral, el humor y las chanzas, la picardía y la abismal diferencia entre la pequeñez del ser humano y la inmensidad de las tierras, las aguas y los cielos que lo rodearon se manifestaron desde entonces. (Otros de sus libros, ya desde sus títulos, Piedra Sensible –1984–, y Andanzas mineras –partes 1 y 2; este último publicado no hace mucho, en septiembre de 2015– aluden a esas experiencias.)
Esto dice el poeta en “Atisbos” (2012):
Ante la inmensidad
Fue alguna de esas noches en que miraba cielo
en lejanías sobre campo oscuro y vi
cruzárseme un relámpago lejano. Fue tal
como ver chispear una idea
en el umbral de otro mundo.
Es como si en el fondo del desierto hubiera
querido hacerse luz una verdad pero
pasó fugaz y quedé a oscuras.
Parece que la inmensidad
quiere decirme un secreto y al ver
que todavía falta mucho en mí
queda muda.
También, y lejos de todo “exclusivismo regional” (o “regionalista”), como puede verse y oírse en el documental Oro nestas piedras (San Juan/Buenos Aires, 2008), Escudero compuso poemas contrastando, entre otras cosas, la ciudad (con sus autopistas) y los cerros y animales, y el clima (con el invierno y la nieve venidera). Así naturaleza y artificio (chispeantes ocurrencias, paradojales, exclamaciones indagadoras), individualidad y universalidad se manifestaron en él, tal como lo han hecho los mencionados poetas “de provincias”. En ese mismo documental, Escudero dice preferir, a diferencia de otras escrituras (lo que llama “fragmentarismo”: poesías compuestas más o menos arbitrariamente, con distintas ocurrencias, “sin hilo”), el “concepto de unidad”: “decir algo sobre algo; las palabras deben estar relacionadas entre ellas”. Ahí está, valga otro ejemplo, la “historia” y “poema al guanaco” (“Guanaco relincho”), inspirado –como contó él mismo– en una cacería que presenció. O, desde lo cotidiano –como otro ejemplo–, está “Amigo íntimo” (de Endeveras, 2004), poema que comienza así: “Era noche de viento anoche cuando /desvelado oí al gato amigo, el perdido, /llamándome. /Su quejumbre apagada oí e el impulso /tuve de abrir todas las puertas a recibirlo.”
El boliche, el vino, los amigos y la charla (el chiste, la discusión, la ocurrencia), fueron parte constitutiva, intrínseca-explícita, de muchos poemas. (Y aquí vale traer de nuevo a Zelarayán, quien en el posfacio de La obsesión del espacio –1972– contaba: “Hoy estaba almorzando en una pizzería y oí una conversación telefónica del cajero que estaba detrás del mostrador. ‘Escúcheme don Juan –decía el cajero–, la verdad es que cuando hablo con usted salen cositas…’. Se hablaba de comprar muy barato un hotel alojamiento por parte del cajero y de su invisible interlocutor. Hotel alojamiento aparte, lo importante era el cajero hablando”. Planteando como diagnóstico: “No existen los poetas, existen los hablados por la poesía. […] Mi agradecimiento es para la gente que habla, para la gente que se mueve, mira, ríe, gesticula... para la gente que constantemente me está enviando esos mensajes fuera de contexto, esos mensajes que escapan de la convención de la vida lineal y alienada”.) Escudero intentaba, como dejó registrado en otro poema, la “caza” de “la palabra única”. (Respecto a posteriores correcciones de poemas ya publicados, decía en un reportaje que, en definitiva –ni más ni menos– “son todos intentos para ver si uno logra expresar eso inefable que tenemos todos respecto a una expresión total” –y ahí está la comparación del poeta en “A otro hablar” de las “palabras huecas” con un simple ratón encontrado por casualidad, sin querer, sin que revista el menor interés–.) Lengua(je) popular y, al mismo tiempo, universal, Escudero invocó, con un poético y humilde “yo”, por momentos minimalista, sentimientos y cariños (como con su familia –leer el poema “Juego de fotos”–), ocurrencias y humorísticas paradojas, con el dejo de una particular nostalgia en muchos casos.
“Apriete” es otro poema bien ilustrativo del ingenio de Escudero. Allí cuenta que, echado “a dormir en campo abierto”, se despierta repentinamente con el “cielo echado sobre mí. /La Cruz del Sur clavándome el pecho, /las Tres Marías ciñéndome la frente y /un lucero espantoso apretándome la garganta.” Y sigue:
E me exigían hablara que qué relación
tenía con sus esplendores,
que si sentía la inmensidá en mí,
la presión del Universo, dijera algo.
Cerré ojos y estuve desvelado
pensando que les decir qué
si no sabía nada de nada. Pero musité:
Señoras estrellas yo soy un humilde
buscador de piedras que vine a la montaña
y soy inorante de vuestras grandiosidades.
“Chiquito”, tal como se lo apodaba cariñosamente, dejó, además de trabajos musicales folklóricos, unos 27 libros de poesía, varios de ellos publicados como “edición de autor”, y los últimos lustros Ediciones en Danza publicó varios títulos, y un volumen, en 2011, con su poesía completa.
Sus poemas se publicaron también en varios países, en diarios y revistas, y recibió (merecida y tardíamente) premios y homenajes. Escudero aparece también en la Antología de la poesía argentina, aquel gran trabajo de Raúl Gustavo Aguirre en tres tomos, publicado en 1979 (donde están “El truco del diablo”y “Naipe bolichero”, con su particular entonación y picaresca, zumbona, pertenecientes a su primer libro), y en 200 años de poesía argentina, compilación realizada y prologada por Jorge Monteleone en 2010.
Ha muerto un poeta. Un buscador del oro que hay en la poesía.
Que viva la poesía.
Y los libros de Escudero.