Este artista inigualable condensó el sonido de la tierra colorada y las luchas de su pueblo. Fue condenado a treinta años de exilio. Su vida y obra desafían el olvido.
Domingo 7 de mayo de 2017
José Asunción envuelto
en llama pura
la musical palmera
de tu pueblo
es tu nombre
AUGUSTO ROA BASTOS
Argentina es, para muchos paraguayos, una extensión desgarrada de la tierra natal. Hambre, dictaduras, guerra e insurrecciones forjaron una historia nacional atravesada por el drama de la emigración. Sus ecos se intuyen en la producción de prolíficos artistas que resisten al olvido.
Es el caso de Augusto Roa Bastos, Elvio Romero y Hérib Campos Cervera, escritores forzados al exilio e integrantes de la famosa Generación del 40’. Constituyó también el derrotero de quien llamaran su “maestro”: el compositor José Asunción Flores.
Mediante la creación de la guarania, Flores conquistó la admiración de intérpretes como Astor Piazzola, Mercedes Sosa y Aníbal Troilo, e inspiró a compatriotas de la talla de Félix Pérez Cardozo y Demetrio Ortiz. El propio Borges afirmó que sus melodías portaban “una rara belleza comparable con las composiciones impresionistas de Debussy”. La vida y obra del músico pintan las luchas del pueblo paraguayo, su dulzura, su talento, sus dolores.
Soy de La Chacarita
Desde la ribera del Río Paraguay crece La Chacarita, uno de los barrios más antiguos y pobres de Asunción. Allí nacía José Agustín Flores una tarde de 1904.
Su madre, Magdalena, vendía frutas y era empleada doméstica. Al igual que muchos niños paraguayos, José debió lustrar botas y repartir diarios para ayudar a la familia. Por “cabezudo” -según él mismo relataba- a los diez años se escapó de su hogar y trabajó como lavaplatos en un barco de carga. Un conflicto con el capitán lo obligó a bajar en Puerto Guaraní donde ingresó como operario a una fábrica inglesa de tanino. Las largas jornadas con obreros de comunidades guaraníes constituyeron una experiencia que lo marcó profundamente. Doña Magdalena pudo encontrarlo un año después. Luego de un largo abrazo -y muchos regaños- regresaron a casa.
Cuando el adolescente cumplió 13 años, su madre lo llevó a la comisaría zonal en la cual funcionaba una orquesta. Flores nunca fue policía –de hecho, ésta lo sometería a más de una represalia a lo largo de su vida-. Sin embargo, fue así como conoció el trombón, el violín, la guitarra y el piano, descubriendo un genio musical oculto. A la par que estudiaba teoría y solfeo, aprendió a leer y escribir de la mano de un tutor que lo acercó a las ideas de Rafael Barret y Piotr Kropotkin. Corría el agitado 1917.
Viejas nuevas melodías
Con 18 años compuso su primera obra: una polca instrumental. Para ese entonces notó que había una gran diferencia entre la interpretación de las melodías nativas y su escritura. Obsesionado con solucionar este problema, consultó con diversos artistas e incursionó en pruebas de armonía. Concluyó que era necesaria una revolución musical que reflejara los paisajes del Paraguay profundo. Mediante la invención de obras en un compás de seis por ocho de subdivisión binaria creyó encontrarla: era el amanecer subrepticio de la guarania .
Jejuí, estrenada en 1925, y Arribeño resay de 1926, marcaron el inicio de un género que tuvo rápida apropiación por parte del público y los músicos profesionales. En 1928 creó India , su más importante obra a la cual dio letra el poeta Manuel Ortiz Guerrero. Las fuentes de inspiración de Flores –que cambió su nombre a “José Asunción”- fueron la cultura indígena y popular así como la realidad de los obreros, los trabajadores del mercado, los canillitas y los mensú. Contra la prohibición del guaraní impuesta en el sistema educativo desde la posguerra de la Triple Alianza, la mayoría de sus títulos fueron en esa lengua.
Aires de música y rebeldía
En 1932, el músico se alistó como combatiente de la Guerra del Chaco. Al año siguiente viajó a Buenos Aires donde se unió a la Agrupación Folclórica Guaraní (AFG) y formó una banda que ganó renombre en los principales clubes porteños.
En suelo argentino, Flores trabó lazos con muchos paraguayos, compañeros suyos en historia y destino. Entre ellos se encontraba Agustín Barboza –actualmente ícono musical del Paraguay- quien combinaba el trabajo de instrumentista con la estiba en el puerto. Fue él quien mejor resumió el trabajo de su colega y amigo: “La guarania es uno de los cimientos de nuestra cultura y uno de los medios para abordar y comprender nuestras vicisitudes”.
José Asunción Flores se desarrolló como un famoso intérprete, director y compositor manteniendo siempre su sencillez. Algunas anécdotas lo pintan de cuerpo entero. Cuando su banda consiguió un contrato con la discográfica Odeón para grabar en un importante estudio, no tuvo mejor idea que llevar a su perro. Frente a la ira del técnico, el artista alegó entre risas: “En Paraguay ninguna serenata está libre de la presencia molesta de algún animal”.
Elvio Romero lo describía como un admirador de boxeo, un gran relator de anécdotas y un perfeccionista que reescribía sus partituras “con la delectación del inconforme fecundo”.
Piazzolla nunca olvidaría cuando Flores lo presentó ante Neruda como “el músico del futuro”, una noche que tocaba junto a Troilo. El paraguayo le aclaró a Pichuco, quien era su amigo: “No te enojes, gordo. No habrá bandoneón que pueda reemplazarte. Pero él es joven y a los jóvenes hay que ayudarlos a volar”.
Militancia en el Partido Comunista Paraguayo
En 1935 Flores se afilió al Partido Comunista Paraguayo (PCP) con el que mantendría una relación conflictiva y con distintos grados de compromiso a lo largo de su vida.
El músico fue crítico de las prácticas burocráticas y se negó a componer obras en honor a Stalin. Por otro lado, como miembro del Consejo Mundial de la Paz viajó en reiteradas ocasiones a Moscú donde realizó grabaciones y presentaciones. Aunque muchos de sus allegados lo describían como un “socialista romántico” que privilegiaba una adhesión sentimental, formó parte de importantes momentos dentro de la organización.
El PCP llegó a tener diez mil afiliados durante la década del 40’, en un marco de agitación obrera y estudiantil. Al igual que el resto de los PC latinoamericanos, actuó frenando el movimiento de masas y lo orientó hacia la colaboración de clases. En los hechos, esta política facilitó el avance de la derecha -que en otros países el partido apoyó abiertamente- y el asentamiento de la hegemonía colorada.
La música y el silencio
En 1944, mientras el músico se encontraba en Argentina, la persecución cruzó la frontera. Debido al prestigio que había alcanzado, la dictadura de Higinio Moríngo declaró a India como “Canción Nacional”. Al mismo tiempo, a través de la Embajada, hizo que su autor fuera detenido en el Penal de Caseros por unos días y logró que el Estado argentino clausurara la Agrupación Folclórica Guaraní.
Cinco años más tarde el gobierno ilegítimo de Félix Paiva le ofreció a Flores una Orden Nacional al Mérito. Éste la rechazó debido al reciente asesinato del joven estudiante comunista Mariano Roque Alonso en manos de la policía. Por tal motivo fue acusado de “traidor a la patria”.
El sueño que mantuvo durante sus últimos años fue instalarse en un ranchito de Cerro Corá, lo cual nunca ocurrió. Durante la dictadura de Stroessner no sólo se le prohibió la entrada al país sino que a través de una campaña oficial se pretendió negar su autoría de la guarania. El artista falleció a raíz de un infarto chagásico en Buenos Aires, el 16 de mayo de 1972, tres meses antes de su cumpleaños número sesenta y ocho. Fue enterrado en el Cementerio de la Chacarita argentina.
Obras como Gallito Cantor, Panambi Vera, Obrerito, Kerasi, Ñemity y Ka’aty -entre muchas otras- permanecen como su legado imborrable.
Derrotar la derrota
Recién en 1991, dos años después de la caída de Stroessner, el Gobierno permitió la repatriación de los restos de José Asunción Flores. El pueblo paraguayo salía de una dictadura de treinta y cinco, la más larga de Sudamérica. Junto con las consecuencias sociales y económicas de la derrota, se impuso un manto de olvido sobre la historia, el arte y la cultura, que perdura hasta hoy.
Los rebeldes del pasado rompen las cadenas del silencio. Su voz, colmada de lecciones, espera resurgir en nuevas luchas, nuevas melodías.
“La Guarania es de mi pueblo. Allí están los sollozos de su pasión y los gritos de su rebeldía. Nació conmigo pero sobrevivirá mientras el hombre paraguayo sea capaz de silbar una canción. Más que mi música, pienso que mi legado a la juventud es el esfuerzo por mantener una dignidad, una fe en el inexorable destino libertario del Paraguay. (…) La victoria es siempre de la juventud.”
J. A. Flores, 1971.-