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Red Internacional
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PRENSA Y GENOCIDIO. José Claudio Escribano: patéticas mentiras de un cómplice de la dictadura

El editorialista de La Nación habló con el diario español El País sobre el rol desempeñado por el matutino de la oligarquía y por él mismo durante el genocidio.

Daniel Satur

Daniel Satur @saturnetroc

Jueves 5 de abril de 2018

Este miércoles el reconocido diario español El País entrevistó a José Claudio Escribano, quien lleva décadas siendo uno de los mayores exponentes del oligárquico diario argentino La Nación. La entrevista estuvo a cargo del periodista Carlos Cué y las preguntas y respuestas recorrieron temas tanto del pasado como del presente.

En la introducción del artículo Cué presenta a Escribano como alguien que “aún conserva influencia inspiradora en La Nación, el periódico de referencia que dirigió hasta 2006. Allí lleva 62 años y aún tiene despacho. Siempre cercano al poder, era el gran cronista político del país durante la dictadura, y después el director del periódico durante 25 años”. Efectivamente el hombre de 80 años asumió como director en 1981 y dejó el cargo hace 12 años, cuando cumplió medio siglo trabajando allí.

“Este es uno de los mejores periodos de libertad de prensa de la Argentina”, fue la primera respuesta de Escribano. Y agregó que, según su visión, “no hay hostigamiento” contra los medios por parte del Gobierno y “tampoco hay un apoyo en términos desmesurados de la prensa adicta” hacia el Gobierno. Obviamente, él se ubica en el bando de la “prensa adicta”, una definición que bien puede aplicársele al momento de recordar su relación con los secuestradores, desaparecedores, asesinos, violadores y ladrones que ocuparon la Casa Rosada entre 1976 y 1983.

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Una parte importante de la entrevista fue dedicada a recordar la relación de La Nación con Videla, Massera, Agosti y sus cómplices. Lo primero que le preguntaron es cuál fue, según él, “el papel de la prensa durante la dictadura”, teniendo en cuenta la complicidad con los militares de parte del diario y su rol como “periodista clave en ese momento”.

“Sería interesante recorrer toda la prensa argentina del 76 al 83 y registrar si algún periódico menciona la palabra dictadura”, fue lo primero que respondió. “Era la vida o no”, agregó como excusa. “Además, el golpe de 1976 fue frente a un gobierno absolutamente impopular”, justificó enseguida.

Lo de “era la vida o no” es bastante cínico, toda vez que la Nación fue un aliado de los genocidas antes, durante y después de marzo de 1976. No eran precisamente las plumas del diario de la oligarquía argentina quienes estaban amenazados en esos momentos.

Entonces le preguntaron “cómo vivió el golpe”. Sin mediar titubeos Escribano dijo que lo vivió “como un hecho inevitable”. La justificación a la enésima potencia.

Acto seguido, Cué dio un paso más en el cuestionario: “Usted era el columnista político estrella en ese momento. ¿No sabían lo que estaba pasando?”, preguntó. “No sabíamos”, dijo Escribano. E incluso se animó a decir que en ese momento, para quienes se codeaban todos los días con los represores, “no había infidencias ni nada sobre el tema de los desaparecidos.

“¿Nunca supieron de los desaparecidos?”, insistió Cué con algo de desconfianza. El entrevistado, haciendo un esfuerzo para que se lo comprenda, respondió que “sí, aparecían cuerpos, pero como un tema abstracto, no con nombre y apellidos, ni como número”. Si no fuera porque es un caradura, abrumaría su mediocridad periodística. Obviamente, si “no sabía” que había desaparecidos menos aún va a reconocer que sabía del plan sistemático de apropiación de bebés, del que dice que no tuvo “ni idea”.

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Lo que no pudo desconocer Escribano sobre aquella época es sus habituales encuentros con los jerarcas genocidas. Sobre Jorge Rafael Videla dijo que nunca se reunió con él a solas, pero que sí compartió “reuniones de grupo”. Y justificó esa relación con la dictadura diciendo que en verdad él trataba de “mantener viva la idea de que había una puerta para la restauración democrática” y por eso reunirse con los militares era una forma de afianzar el diálogo.

El editorialista de La Nación reconoció que “como periodistas” podrían haber hecho más de lo que hicieron. Eso sí, no dijo qué. Vale recordar que Escribano fue nada menos que presidente de la Asociación de Empresas Periodísticas de Argentina (Adepa).

El periodista de El País le recordó el asesinato de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. “Ellas eran conocidas, habían hecho una solicitada en La Nación y desaparecieron. No eran guerrilleras, eran madres de clase media. Ese caso fue muy conocido. ¿Por qué no hicieron nada?”, preguntó. A lo que Escribano respondió que como “ese terrorismo producía horror” ellos veían a “un gobierno que lo combatía”.

En seguida, corriéndose un cachito hacia el centro y apoyándose en la nefasta teoría de los dos demonios, el jerarca de La Nación afirmó que “el gran error de los militares fue combatirlo sin la ley, con los mismos métodos”.

Según su relato, el genocida Emilio Massera una vez lo amenazó de muerte porque él “tenía una posición favorable a la incorporación de civiles en el Gobierno para ir haciendo una transición”. Es cierto que la sola idea de que Massera lo amenace a uno puede causar escalofríos. Pero Escribano no tuvo miedo. Es más, según él mismo recuerda, pocos días después Massera lo llamó para pedirle disculpas y hasta lo invitó a almorzar.

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Escribano no se guardó ni siquiera las ganas de hacer chistes. “¿Usted no defendió la dictadura?”, le volvieron a preguntar desde El País. “Yo creo que no”, dijo sin que se le mueva un pelo. Y hasta dijo que desde su diario hicieron “todo lo posible para la restauración democrática”, poniendo como ejemplo que “en tres oportunidades en que la vida de Alfonsín corrió peligro encontró refugio en un campo propiedad de los Saguier, hoy accionistas mayoritarios de La Nación”. Fuerte, ¿no?

En la entrevista Escribano también habló de otros temas, como su visión sobre el gobierno de Macri y su pelea con los Kirchner. Pero todavía le quedaría otra referencia a lo hecho entre 1976 y 1983. Por ejemplo, explicó que nunca escribió en sus columnas el sustantivo “dictadura” para referirse a ese período. “No escribíamos dictadura, nadie lo hacía. Y yo por muchos años, ya en democracia, me inhibí de escribir la palabra dictadura porque pensaba, ¿voy a hacerlo ahora si no lo escribí en su momento?”, se preguntó.

Por último Cué le preguntó a Escribano cómo vivió el hecho ocurrido hace dos años, cuando La Nación publicó un editorial a favor de la prisión domiciliaria de los genocidas y en la redacción hubo fuertes rechazos que hasta motivaron la publicación de una nota de descargo. “Fue un fenómeno de redes sociales”, respondió el dinosaurio. Y finalizó diciendo que el diario sigue exigiendo “la igualdad de trato para terroristas de un lado y de otro”.

No se sabe si Cué no le preguntó o si, consultado sobre el punto, Escribano prefirió no responder. Lo cierto es que en la entrevista no se mencionó Papel Prensa, el gran negociado entre los genocidas, La Nación, Clarín y La Razón para quedarse con el monopolio de la fabricación de papel de diario dentro del país. Un ejemplo claro de lazos estrechísimos y complicidades varias entre esos medios y la dictadura.

Posiblemente el jerarca de la “tribuna de doctrina”, de haber respondido, habría dicho “Papel Prensa es un emprendimiento totalmente transparente desde sus orígenes en el que junto al Estado logramos fomentar la producción nacional”. O algo así.

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Daniel Satur

Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).

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