Fue el jueves pasado en una sucursal de Supervielle. El hombre se descompuso y lo asistieron otros que hacían la cola como él. Desde el banco no dieron ninguna explicación. Otra vez, la vida de los viejos también vale.
Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Martes 30 de junio de 2020 12:43
Banco Supervielle. Sucursal Berazategui
Pasó desapercibida la noticia. Solo algunos medios de la zona se hicieron eco. Algunos podrían pensar que fue una simple y penosa descompensación física de un adulto mayor, otros podrían osar culparlo por romper la cuarentena siendo una persona “grande”- sentimiento alentado por varios funcionarios públicos y medios de comunicación que cargan en la responsabilidad individual el aumento de los contagios y el colapso sanitario.
Según informó el Periódico El Progreso el hombre, cuyo nombre se desconoce, fue asistido por un joven que le realizó maniobras de RCP mientras se aguardaba el arribo de la ambulancia; horas después se confirmó su fallecimiento en el hospital local. Mientras, el banco recargaba los cajeros automáticos.
Sobre lo sucedido, desde la entidad bancaria brindaron una insólita respuesta, de más técnica. “Según el protocolo de recarga de cajeros automáticos no podemos realizar la carga mientras hay gente en el lobby de la sucursal. Una vez finalizada la operación, abrimos nuevamente”, afirmaron. Al día siguiente, el escenario era el mismo: largas colas en un intenso día de invierno que se hizo sentir, al igual que el desprecio de los bancos que priorizan mantener las inmensas ganancias.
¿“Cuidar al abuelito”?
El año pasado, Vicente, un jubilado de 70 años, fue asesinado a patadas en las puertas del supermercado Coto de San Telmo, a manos de los custodios del lugar. Alfredo Coto quedó satisfecho al recuperar el queso, el aceite y el chocolate que se había llevado sin pagar; conocemos a don Coto: no hay vida que valga más que su mercadería.
En 2017, un hombre de 91 años se suicidó en las oficinas de Anses en Mar del Plata, “cansado de luchar” dijo, ante tanto manoseo para quienes durante años entregaron su vida para que otros se enriquezcan; volviéndose “beneficiarios” de una miseria.
En plena pandemia, fuimos testigos del intento de coartar el derecho de circulación de las personas mayores de 60 años en la ciudad de Buenos Aires en nombre, otra vez, de “cuidar” al sector de mayor riesgo ante el Covid- 19, hecho que generó tal repudio que la justicia porteña lo declaró inconstitucional por “discriminatoria y alevosa”.
Se suman las escenas de residencias geriátricas evacuadas por contagios de coronavirus. Muertes y contagios completamente evitables si se realizaran testeos a todos los residentes y a sus trabajadores, pero claro, el negocio es la enfermedad, no la salud.
El sólo hecho que más de 70 % de los jubilados y jubiladas cobre menos de 20.000 pesos es una prueba más que para el Estado y los grandes empresarios, la salud y la vida de millones de personas consideradas “grupos de riesgo” no valen ni importan. El hambre en la vejez es una epidemia que persiste.
Te puede interesar: Alerta spoiler: ¿Alberto Fernández se quedó con los bancos o los jubilados?
Te puede interesar: Alerta spoiler: ¿Alberto Fernández se quedó con los bancos o los jubilados?
En varios países de Europa, las personas mayores con diagnóstico de coronavirus eran libradas a su suerte y a la muerte. Según los criterios de internación para la atención a los adultos mayores establecidos por el gobierno de Madrid, “puede ser trasladado a urgencias todo aquel paciente que tenga infección respiratoria o insuficiencia respiratoria; que no tenga deterioro cognitivo; que sea una persona independiente; y que no tenga patologías asociadas- que no sea hipertenso, no tenga diabetes- que no tenga antecedentes”. El mensaje es claro: frente al colapso sanitario, llevan las de perder.
El presidente Alberto Fernández había prometido que entre los bancos y los jubilados, elegiría a estos últimos. Palabras volátiles. Con el congelamiento de la movilidad jubilatoria y los bonos entregados a principios de año como única asistencia brindada, una promesa más que se desvanece el aire y el cuidado de los adultos mayores se vuelve un discurso mucho más hipócrita en el contexto de la pandemia. Las largas colas para cobrar jubilaciones en lo que fue el primer día de atención de los bancos aquel viernes de abril son un ejemplo del desprecio hacia la vejez en estado puro.
Cuando el sistema convierte en una pieza inservible de este engranaje capitalista, el adulto mayor se torna una “carga” para las cuentas públicas y la preocupación por “los más débiles” se torna una real farsa. En un sistema que solo ofrece miseria para millones y abundancia para unos pocos, es hora de dar vuelta las prioridades: son ellos o nosotros.