Entre el regreso de la grieta y el abismo social. Las catástrofes por venir y los programas de salida. La urgente necesidad de afectar los intereses del gran capital.
Viernes 3 de abril de 2020 20:06
Foto: Enfoque Rojo.
Este viernes la Argentina profunda volvió a emerger. Cientos de miles de jubilados y jubiladas fueron expuestos al desprecio más brutal. Al frío de la madrugada. A una larga e innecesaria espera. A un destrato infinito que tiró por tierra los discursos recargados de la última quincena. La cuarentena se quebró por su lado más delgado. Hubo llantos, puteadas e insultos. Hubo desmayos y bronca.
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Esa Argentina profunda vino a mostrar, en vivo y en directo, el alcance de la crisis económica y social en curso. Una crisis que recorre el país, penetrando en cada hogar, en cada familia. En la última semana otra cifra catalizó esa situación: 11 millones de personas inscriptas para cobrar el Ingreso Familiar de Emergencia. Se trata, en la práctica, de casi la mitad de la Población Económicamente Activa.
Este viernes, el desprecio mostrado por Gobierno y bancos hacia los adultos mayores se convirtió en bandera para la derechista oposición de Juntos por el Cambio. Una cínica Patricia Bullrich se animó a hablar por los jubilados. Los usuarios de Twitter le recordaron las miles de balas disparadas en diciembre de 2017, cuando se votaba la contrareforma previsional.
La Corpo mediática aportó lo suyo. La condena al Gobierno llegó a cada rincón del país. La inoperancia oficial fue sobreanalizada. Los rostros cansados de jubiladas y jubilados invadieron las pantallas. El modelo “exitoso” -del que supuestamente habla el mundo- fue sepultado bajo un torrente de imágenes violentas.
El frío otoñal y las largas colas golpearon los flancos del peronismo gobernante. Su preocupación por "los más débiles" volvió a quedar como un discurso -anticuado- de campaña.
Cacerolas de acero laminado
La grieta renació en la semana que termina. Lo hizo a caballo de las tensiones sociales que trae aparejada la cuarentena forzada.
La palabra “miserables” -repetida una y otra vez por el presidente- catalizó el malestar de sectores de las clase medias altas y el empresariado. Acompañando el ruido de las cacerolas de Núñez y Belgrano, las respuestas en las redes no se hicieron esperar.
El gran capital aplaude y alienta. Su presión corre por los oscuros pasillos del poder. Se acompaña de aquella otra, pública, que anuncia la catástrofe social y económica por venir. El Gobierno, respondiendo de contragolpe, amplía la excepciones a la cuarentena. Anuncia el deseo de avanzar en una normalidad que se presenta compleja a la luz de sus decisiones iniciales. El confinamiento obligatorio, impuesto sin testeos masivos previos, abrió el camino de un derrumbe que se vuelca sobre la cabeza de las mayorías trabajadoras.
En esa perspectiva pretende caminar el oficialismo. Este viernes, luego de reunirse con la CGT y la UIA, se abrió la puerta para una salida gradual de la cuarentena a partir del 13/4. Sin haber alcanzado el posible pico del contagio, la "economía" ya se impone a la "salud".
La nueva crispación social encontró un vocero silencioso: Paolo Rocca, el hombre más rico del país, aunque su fortuna esté legalmente radicada en otro. El gran capital anuncia -de manera aun difusa- un programa de ajuste ante la crisis por venir: despidos, suspensiones y reducción salarial se anotan en un recetario dañino para las grandes mayorías.
El lucro capitalista impone su mirada. Golpea para negociar. Negocia para seguir golpeando. Ese interés se adivina también tras el lobby de los empresarios de la salud. Lo sabe Ginés González, desmentido casi en cadena nacional por Claudio Belocopitt, dueño de Swiss Medical y vocero privilegiado de esa fracción burguesa.
Hacia esa orilla se busca arrastrar a las capas altas de las clases medias. El reclamo de “abaratar la política” propone, en última instancia, un ajuste de los gastos que vaya en detrimento de las mayorías populares. El discurso gorila clasemediero que fustiga contra “los choriplaneros” encuentra expresión en esas cacerolas que braman contra los sueldos de los políticos sin protestar, ni por un segundo, ante las ganancias empresarias.
Si la grieta renace es gracias a esos antagonismos. La oposición derechista al peronismo dice presente al tiempo que clama por representación política. Bullrich, con su brutalidad habitual, les arrima el hombro. Larreta, atado a la gestión real de la crisis, está obligado a ensayar otras vías.
El abismo social
La celebrada “unidad nacional” recorre el camino del olvido. En los términos del discurso oficial, la economía empieza a vencer a la salud. La crisis social golpea sobre millones de hogares en todo el país. El conurbano bonaerense y las regiones más pobres lo sienten en demasía.
Los Gobiernos ofrecen paliativos, medidas acotadas frente al abismo que se abre para las mayorías pobres. La prohibición de los despidos -celebrada en los salones sindicales- evidencia sus límites: cesantías y finalizaciones de contrato se extienden, incluso, al interior del Estado.
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Mirando el barómetro de las tensiones sociales, el oficialismo busca el apoyo del moyanismo y convoca a la CGT. Los elogios desmedidos hacia el líder camionero son señal al establishment y sus voceros mediáticos: un aviso de que la grieta puede ampliarse. Un amague de "populismo" con la única finalidad de seguir negociando.
Es por eso que nadie debería engañarse. Las cúpulas sindicales fueron garantes necesarias de la paz social que dio sobrevida al macrismo tras diciembre de 2017. Son, por estas horas, las primeras en ofrecer un sacrificio en función de "salvar la economía". Un sacrificio que, claro está, será el de sus afiliados.
El peronismo completa los dispositivos de control social con las fuerzas represivas. El verde oliva entra en las barriadas populares para repartir comida. Anticipa el lugar de "contención" que jugará ante eventuales reclamos sociales.
La catástrofe social y económica ya se anticipa, se vislumbra, zumba en los oídos de millones. Ante ellos se abre un verdadero abismo. Vidas y familias corren peligro. se impone, con urgencia, evitar ese horizonte. No pueden ser nuevamente las mayorías trabajadoras las que paguen una crisis que no les es propia.
Ante este escenario, el programa que despliega el Gobierno evidencia una moderación casi ontológica. La tibia crítica al accionar capitalista acompaña medidas que no afectan el corazón de sus intereses. Se detiene, cortés, ante el umbral de las ganancias de los dueños del poder económico.
Evitar la catástrofe al pueblo trabajador solo puede ser el resultado de un programa inverso: el de afectar realmente los intereses del gran capital. Lo contrario, supone un frío desprecio por la Argentina profunda.
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Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.