Los cambios en la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIE). La asociación ilícita de la Justicia y los espías. El general Milani en el centro de la escena. Los indomables de Lear.

Eduardo Castilla X: @castillaeduardo
Domingo 21 de diciembre de 2014

El centro de las editoriales de este domingo está dado por los recambios acaecidos en la cúpula de la SIE. Como no podía ser de otra manera donde los editorialistas de Página12 ven un avance sobre la corporación judicial y la mafia de la inteligencia estatal, los columnistas de Clarín y La Nación ven ataques contra la democracia o maniobras del kirchnerismo para salvarse de futuras investigaciones.
Espías y jueces
Morales Solá se enoja afirmando que “espoleada por el miedo o la desesperación, la política argentina perdió el sentido de las proporciones. El Gobierno acaba de decapitar al servicio de inteligencia sólo porque no controlaba a la Justicia o, en el mejor de los casos, porque no estaba suficientemente informado de los próximos pasos de un dirigente opositor. Las anomalías parecen cosas normales de tan frecuentes. Se podrán decir muchas cosas de Cristina Kirchner, menos que esconde sus broncas y sus odios. Los expone brutalmente, hasta el extremo de borrar cualquier límite institucional. El poder del espionaje para el general César Milani y la obscena formalización de la ex SIDE como interlocutor con la Justicia significan la peor regresión de la democracia tres décadas después de su reinstauración”. Además, en un curioso recorte de la historia, agrega que “Cristina se queja también de su propio error: fueron ella y su marido los que mandaron al servicio de inteligencia a hurgar en las cuestiones internas y a controlar a los jueces. El servicio de inteligencia decidió en algún momento cambiar de patrón o de simpatías. Pasó eso. Nada más”.
Como es ampliamente sabido, la relación entre los espías y la justicia es de vieja data en la Argentina. Horacio Verbitsky la saca a relucir en su columna de este domingo, señalando que “el gobierno de Néstor Kirchner introdujo a partir de 2003 nuevas normas para la designación de ministros de la Corte Suprema de Justicia y de jueces federales y el Senado reformó su reglamento, de modo que hubiera un escrutinio público de la calidad profesional y personal de los propuestos. Pero no cesó la lógica perversa que vincula a la Secretaría de Inteligencia con determinados estudios jurídicos y con operadores informales que a su vez actúan sobre el fuero federal”.
La definición del periodista de Página confirma que no estamos en presencia de un cambio fundamental que desarticule el poder de los servicios de inteligencia en Argentina, sino de una movida pragmática cuyo único objetivo es evitar que un recurso estatal tan valioso -para la casta política patronal-, escape de sus manos en un año electoral. Como afirma Rosa D’Alesio “en los últimos meses habían trascendido distintos episodios enmarcados en un enfrentamiento entre el sector referenciado en el histórico director de Operaciones Antonio "Jaime" Stiusso, a quien también se lo vincula con Sergio Massa y tiene un abierto enfrentamiento con el gobernador bonaerense y precandidato presidencial del kirchnerismo, Daniel Scioli, y su jefe de policía Hugo Matzkin”. Nada nuevo en términos de cambios profundos. Un giro pragmático para evitar sacudones en el 2015.
La guerra que no es
Morales Solá, a tono con sus editoriales habituales, afirma además que “Nadie en el Gobierno supo leer los últimos gestos de la Justicia. Una avalancha de votos ungió ganadora a la lista más opositora al kirchnerismo en la Asociación de Magistrados. Una ovación saludó al juez Bonadío en la multitudinaria cena anual de esa Asociación. "Preferimos morir con un tiro en la cabeza y no de rodillas", exageró un juez. Saben que el kirchnerismo los condenó a muerte”.
Las frases grandilocuentes que apelan a la terminología militar están demás. Como ya hemos señalado en esta columna, no hay ninguna guerra abierta entre la casta judicial y el gobierno. A lo sumo asistimos a una “guerra de desgaste” donde cada movida intenta debilitar la posición del rival pero sin ir a la raíz de su poder. La actitud timorata del kirchnerismo quedó de manifiesto cuando blandió una reforma de la justicia que no pasó a mayores y terminó consensuada con la cabeza de ese poder. Una verdadera transformación implicaría liquidar su carácter de casta, terminando con sus ingresos millonarios y el conjunto de los privilegios que poseen.
El general sí tiene quien le escriba
Con estas modificaciones en la Secretaría de Inteligencia, el general Milani se convierte en la garantía del funcionamiento aceitado para el gobierno. Como señala Eduardo Van der Kooy en Clarín que “El general significa una pieza clave de este sistema. Que reflejaría, en su auténtica dimensión, el desprejuicio del relato K y el retroceso pavoroso de la Presidenta”.
Milani combina tiempo lealtad y experiencia en el área de inteligencia. Su posicionamiento en el centro del nuevo esquema de inteligencia implica una nueva confirmación de la vacuidad del relato sobre los derechos humanos que sigue esgrimiendo el gobierno. Se podrá condenar públicamente las declaraciones de Barreiro pero la defensa a rajatabla de Milani es una piedra (o un pedregal) en el zapato para el progresismo K. Hasta el mismo editorialista de Clarín puede escribir, sin faltar a la verdad, que “el kirchnerismo defiende a capa y espada al militar acusado por la desaparición en Tucumán de un conscripto (Roberto Ledo) en junio de 1976, apenas tres meses después del golpe. Aníbal Fernández, el nuevo secretario de la Presidencia, que como senador voto su ascenso, explicó que a las acusaciones le faltarían fundamentos. Y recalcó, a modo de exculpación, la juventud que por aquellas épocas tenía Milani. La misma juventud que la de Ernesto Barreiro, el ex represor del centro clandestino de detención La Perla, imputado en 518 delitos (63 homicidios calificados) y sometido a juicio oral. Barreiro colmó de elogios la semana pasada a Milani”.
Si algo faltaba a Milani para redondear su pertenencia a la camarilla kirchnerista, era una acusación por enriquecimiento ilícito. En estos días se conoció además la acusación contra el otro hombre “duro” del kirchnerismo, el Secretario de Seguridad Berni. Una muestra más de que dentro el kirchnerismo nadie dejó de usar la función pública para aumentar el tamaño de sus alcancías.
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Mientras en las altas esferas de la política se discutía la relación entre espías, jueces y gobierno, el país conoció otra noticia: el fallo de la Sala 10 de la Cámara del Trabajo que ordena a la patronal de LEAR la reinstalación de los trabajadores despedidos que viene protagonizando una enorme pelea desde hace casi 7 meses.
Decir que lo conoció el país no es exagerar. Los principales medios de comunicación nacionales y en las provincias dieron cuenta del fallo. No podía ser de otra manera. Como se señaló en esta nota, la lucha de Lear fue el principal conflicto para los CEOS de la Argentina. Es precisamente a raíz de ello que se convirtió en un hecho mediático enorme el anuncio del fallo. La noticia fue un mensaje para millones de obreros en todo el país. Un mensaje que evidencia que una lucha resistente y dura puede triunfar sobre enemigos muy poderosos. No está de más recordar que los trabajadores tuvieron que enfrentar a una alianza de la patronal, el gobierno nacional y de la provincia de Buenos Aires, y a la conducción del SMATA que tiene en su haber una tradición abiertamente persecutoria y mafiosa contra los sectores sindicales disidentes y combativos.
Esta noticia no está en ninguna de las editoriales nacionales. No podía ser de otra manera. Antonio Gramsci, revolucionario italiano que pasó años en las cárceles de Mussolini, decía que un periódico puede actuar o ser un partido político. Clarín, La Nación y Página 12 -por solo nombrar los principales- son voceros de los intereses empresariales, estén alineados con el gobierno o con la oposición. La Izquierda Diario pretende ser la voz y la opinión de los millones de trabajadores que sufren los ataques de la clase capitalista y que resisten cotidianamente, a pesar de las traiciones de sus dirigentes sindicales. En nuestra editorial no podían estar ausentes los indomables obreros de Lear.

Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.