El miércoles 7, en una nueva audiencia en el juicio por crímenes de lesa humanidad, declararon Florencia Chidíchimo, hija de Ricardo Darío Chidíchimo, el sobreviviente Ricardo Solís y Patricia y Claudia Congett, hijas de Jorge Luis Conget.
Domingo 18 de noviembre de 2018 13:22
La primera testigo en declarar fue Florencia Chidíchimo, quien relató el secuestro de su padre ocurrido la madrugada del 20 de noviembre en su casa en Ramos Mejía cuando ella tenía ocho meses.
Los secuestradores irrumpieron violentamente en el domicilio rompiendo la puerta de entrada. A los golpes separaron a sus padres mientras discutían si llevaban a su madre, Cristina del Río.
Florencia contó sobre la militancia de sus padres, que se inició en tareas sociales con la iglesia tercermundista y continuó orgánicamente con Ricardo en la JUP en Ciencias Exactas de la UBA, donde estudiaba y se recibió de meteorólogo, y Cristina en la JTP de La Matanza, donde la familia se mudó en el año 1975.
Florencia contó que por la actividad de su madre en el sindicalismo en La Matanza Ricardo conoció a Jorge Congett, trabajador y delegado municipal desaparecido cuyas hijas declararon en la misma audiencia. Chidíchimo estuvo entre los fundadores del Partido Auténtico en la zona oeste, junto a Jorge Congett, José Rizzo, Héctor Galeano y Gustavo Lafleur, como la rama política de Montoneros en la zona.
Tras el secuestro de Ricardo la familia se mudó a la casa de la abuela y nunca volvieron a Ramos Mejía. La búsqueda de Ricardo la inició su madre, Nélida Fiordeliza, conocida como “Quita” entre sus compañeras de Madres de Plaza de Mayo. Entre la presentación de hábeas corpus, la ayuda de organismos como la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y la visita a regimientos y a algunos sectores de la jerarquía de la iglesia como el capellán Emilio Graselli, la familia se vinculó a la lucha y pudo reconstruir algunos datos. Florencia aportó para la causa la ficha que Graselli confeccionó por el caso de su padre, que forma parte del famoso fichero por el que se le imputa la complicidad con el terrorismo de Estado.
La testigo describió la persecución que sufrió la abuela “Quita” con aquel grupo inicial de Madres: le pintaron “M.T.” con aerosol rojo en la casa, en alusión al mote de “Madre Terrorista” y la llamaban por teléfono para amenazarla. Fue además sobreviviente del secuestro de las madres, los familiares y las monjas francesas del 8 de diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz.
Relató que un día su madre fue con ella a la iglesia en donde se reunían varias madres y familiares de desaparecidos y el genocida de la ESMA Alfredo Astiz, quien se encontraba infiltrado como Gustavo Niño y simulaba tener un hermano desaparecido, le preguntó a su madre “¿Tu marido estaba en la joda?”, lo que le hizo sospechar a Cristina de este personaje.
El testimonio que ayudó a echar luz sobre la incertidumbre del destino de Ricardo fue el de Nilda Eloy, a quien Florencia conoció cuando fue a buscar el legajo de la DIPPBA de su padre a la Comisión por la Memoria, donde trabajaba la exdetenida. Al escuchar su apellido Nilda se conmovió y le relató que había compartido cautiverio con su padre a fines del ’76 en el CCD “El Infierno” y que llegó allí con un grupo de detenidos que venía de San Justo. “Ese lugar era de destino final me dijo. Es la primera vez que yo sentí de cerca la muerte de mi papá. No es lo mismo buscar un muerto que buscar un desaparecido. El encuentro con Nilda fue muy amoroso, fue muy tremendo y me contó un montó de cosas”, relató emocionada.
Nilda le contó que en “El Infierno” su papá, para darle ánimo a los compañeros, miraba por la hendija de una ventana y daba el parte meteorológico.
En su declaración Nilda cuenta que había dos obreros de la fábrica SAIAR, Luis Jaramillo, a quien le decían “El Sapo” y Héctor Pérez, que era un muchacho jovencito. Además de Gustavo Lafleur, Chidíchimo y José Rizzo.
Al finalizar su testimonio Florencia manifestó que: “Yo celebro estar ahora acá. Yo viví el Punto Final, la Obediencia Debida y los Indultos. Y espero que no haya un nuevo indulto con el 2x1”. Pidió también que se desafecte el edificio de la Brigada de San Justo y se erija allí un museo de la memoria. Agregó: “Para mí es importante estar acá. Por dos cosas, dos imágenes me vienen, una mi mamá diciéndome desde muy chiquita que ella busca justicia y no venganza. Y otra imagen que me acompaña hoy es a mi abuela saliendo del juicio de la ESMA, de la iglesia de Santa Cruz, diciendo “Misión cumplida” y se murió a los seis meses”.
En segundo lugar dio testimonio Oscar Solís quien fue secuestrado junto a su hermano Alberto en su casa de La Tablada y que pasó una semana en el CCD “El Infierno” en diciembre de 1976. El testigo contó que en junio del 76 había terminado el servicio militar en el Regimiento 3 de Tablada y se había dedicado a estudiar.
La noche del 16 de diciembre del 76 volvía de dar un examen en la Facultad de Agrarias de la Universidad de Lomas de Zamora, y como a las dos o tres de la mañana llegó a su casa un operativo comandado por un oficial rubio de ojos claros vestido de fajina militar verde. Se los llevaron a él y a su hermano tabicados en un viaje de cuarenta minutos hasta un edificio que luego supo que era la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda. Allí sufrieron torturas con picana eléctrica e interrogatorios.
Tras la tortura fue recluido en las celdas de 2 x1 mts que había en el lugar, donde tenían que turnarse entre ocho personas para sentarse y respirar por la situación de hacinamiento. Allí pudo saber de varios detenidos como José Rizzo, delegado de la fábrica CEGELEC con quien pudo hablar y a quien vio con mucha pérdida de peso, Rubén Ramos, delegado de la fábrica de químicos ESEX de San Martín, y Luis Jaramillo, de la fábrica SAIAR de termotanques y calefones.
También escuchaba a Nilda Eloy, alojada en una celda contigua. Luego de una semana fueron liberados cerca de un arroyo en Villa Domínico. Su padre se encargó de contactarse con la familia de Rizzo y con los compañeros de Ramos en su lugar de trabajo. Su testimonio vuelve a convalidar la ruta de varios detenidos-desparecidos de este juicio desde la brigada de San Justo hacia el CCD de Avellaneda como destino final.
Luego dió testimonio Patricia Congett, la hija mayor de Jorge Luis Congett, secuestrado el 20 de noviembre del ’76, un día antes de que Patricia cumpliera 18 años. La testigo comenzó definiendo la militancia de su padre, empleado de la Municipalidad de La Matanza, delegado gremial, militante montonero y del Partido Auténtico. Dijo que había comenzado a vincularse a tareas barriales desde el área de acción social del municipio y que pese a las condiciones posteriores al golpe de Estado había continuado militando.
La noche del 19 de noviembre estaban en la casa familiar de Villa Luzuriaga, San Justo, su padre, su madre Ester Muiños y su hermana Claudia de 6 años. A las doce y media de la noche entró una patota de doce personas a las que la testigo recordó como un grupo conjunto de policías y militares. Se lo llevaron en el baúl de un auto.
La búsqueda se realizó con los correspondientes hábeas corpus, la recorrida por hospitales, regimientos, la vicaría castrense. Al igual que la familia de Chidíchimo, visitaron a Graselli, quien les dijo que “sólo consolamos a las familias”. Patricia aportó en debate la ficha de su padre confeccionada por Graselli y pidió que se lo cite a aclarar las inscripciones que allí figuran.
Patricia sumó por su parte que ella veía siempre a ese represor rubio cuando en las inmediaciones de la Brigada cuando iba a visitar a su padre al trabajo en la Municipalidad. Al revisar el álbum de fotografías de los represores, Patricia reconoció al rubio en dos fotos distintas del represor Ricardo Juan García. También señaló como participante del operativo a Héctor Carrera.
Finalmente declaró la hermana de Patricia, Claudia Congett, quien relató que durante el secuestro de su padre uno de los represores la alzó en brazos y le dijo “¿No querés venir conmigo?”. Ella se grabó ese rostro pese a tener sólo 6 años. Claudia hizo lo propio y señaló a García como quien la tuvo en brazos. Las hermanas pudieron reconstruir el destino de su padre a través de los testimonios de Nilda Eloy, en igual situación a la narrada por Florencia Chidichimo, y de Horacio Matoso, quien les sumó un dato certero: cuando es liberado del CCD “Infierno”, Matoso recibe un mensaje del detenido apodado “El Abuelo”, que le dice que vaya a avisar de su situación a la capilla Stella Maris. Patricia y Claudia supieron que ese era el apodo de su padre.
Claudia cerró su testimonio diciendo que “el 20 de noviembre se cumplen 42 años. Queremos ser la voz de nuestro padre y que la Justicia nos escuche. Como hubiera sido la voz de Nilda Eloy y Estela Gariboto, que no llegaron a este juicio”.
El caso de Jorge Luis Congett, por las fragmentaciones y arbitrariedades del tratamiento de las causas que siguen garantizando impunidad, no es parte de este debate.
El testimonio y la ardua tarea de investigación de Nilda Eloy, de quien el lunes se cumplió un año de su fallecimiento motivo por el cual ayer se realizó un emotivo y nutrido acto en su homenaje en el local de ATE de la ciudad de La Plata, y de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, fueron clave para determinar el recorrido y el derrotero de éstos y muchos otros detenidos-desaparecidos.