Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, anunció un plan de inversiones millonarias para los próximos tres años. El estancamiento de la economía y la amenaza de la deflación apuntalan esta medida. Aunque los analistas tienen serias dudas de su efectividad.
Martes 25 de noviembre de 2014
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, fuertemente cuestionado hace semanas por un caso de evasión millonario, anunció un plan de estímulos a la inversión de 300.000 mil millones de euros en tres años. Este sería la piedra angular de un proyecto más amplio para hacer frente a la crisis que atraviesa la economía europea.
Desde el 2007 un año antes del inicio de la crisis la inversión en la zona europea arrastra una caída del 15%, con picos de hasta el 60% en España el retroceso es del 44%, según un documento de la Comisión Europea.
Hasta la fecha los Estados miembros han remitido un listado con 1.800 proyectos que suman un total de 400.000 millones de euros para el próximo trienio. Pero Bruselas confía en poder elegir sobre un abanico de proyectos aún más amplio, que sumen en torno a un billón de euros.
Aunque no todas parecen tan buenas. El plan de Juncker se presenta como ambicioso pero solo cuenta con poco dinero fresco. Bruselas dispone de un fondo propio de apenas 16.000 millones procedentes de los presupuestos europeos, en el cual solo 2.000 son dinero nuevo; el resto son reasignaciones de otras partidas presupuestarias, y 5.000 del Banco Europeo de Inversiones (BEI). El resto, 284.000 millones de euros van a solicitarlos al sector privado. Algunos analistas ponen en dudas el plan de Juncker por la poca credibilidad que puede mostrar a los mercados, quienes deben aportar la mayoría del dinero para que se haga efectivo.
Algo que está en el trasfondo de las dudas es la capacidad de devolución de los préstamos por parte de los Estados y el mismo sector privado. Sin ir más lejos, el Banco de Inversión Europeo (BEI) quien tendría a su mando la ejecución del plan de inversiones, prácticamente no otorga créditos por la preocupación de perder la categoría AAA que otorgan las agencias calificadoras de riesgo, ante la posibilidad de no recuperar el dinero prestado.
Otros límites del plan son propios de la burocracia de gobierno como el tiempo que lleva identificar, analizar, evaluar financiera y medioambientalmente, auditar y finalmente estructurar de 1.000 a 1.500 proyectos en tres años.
De aquí que lo calificaran de un plan “keynesiano low cost (de bajo costo). Pero los límites no vienen solo del poco dinero que dispone para iniciar el plan, sino que el mismo no cuestiona los planes de austeridad de Alemania. Por el contrario, ha salido como parte de un acuerdo del presidente de la Comisión Europea y su par alemana, Angela Merkel. Juncker asumió el pedido del gobierno alemán para que no le costase un euro adicional, y que las decisiones del Fondo fuesen comunitarizadas, por mayoría cualificada, y no intergubernamentales.
Así Alemania conserva su poder de decisión, a la vez, que logró que la Comisión Europea aconsejara a Francia e Italia de no comprometer su delicada situación fiscal, y en caso de solicitar dinero para inversiones, sea bajo el compromiso de impulsar reformas que como adelantamos en este diario se encaminan hacia el deterioro de las condiciones laborales.
El miércoles de esta semana el proyecto de Juncker se presentará en el parlamento europeo. Habrá que ver cual es el resultado de la deliberación. Por el momento, no parece ser una propuesta que escape a los planes de austeridad alemanes, ni a los intentos espasmosos de estímulos monetarios del BCE que conduce Mario Draghi. Más bien se ubica a media carrera entre ambos.