La crisis desatada por la pandemia ha dejado a la vista de todos cómo millones de trabajadores precarios son parte de la primera línea y de los esenciales, aquellos trabajadores y trabajadoras que hacen funcionar la economía mundial y uno de los motores fundamentales de la sociedad.
Esta revalorización del trabajo de estos sectores puede ayudar también a un aumento de la subjetividad obrera y preanunciar un mayor protagonismo en los próximos embates de la lucha de clases de la juventud precaria y los sectores más explotados de la clase trabajadora. Por eso es fundamental reflexionar alrededor de esta cuestión, ya que seguramente será uno de los factores fundamentales para la reconfiguración del movimiento obrero y para la conquista de nuevas direcciones tanto sindicales como políticas de la clase trabajadora.
La precarización del trabajo es un fenómeno global que afecta mayoritariamente a los jóvenes, a las mujeres y a los trabajadores inmigrantes. Se trata de uno de los pilares fundamentales de la ofensiva neoliberal y por el cual han conseguido en todas estas décadas degradar las condiciones laborales de sectores cada vez más importantes de la clase trabajadora. En un primer momento los gobiernos normalizaron que los jóvenes entraran en el mercado laboral con contratos de mayor precariedad que la población adulta, con la excusa de facilitar el empleo entre la juventud. Sin embargo, esto solo significó un primer paso para atacar al conjunto de los trabajadores. Tanto los procesos ligados a la globalización, con la entrada al mercado mundial de cientos de millones de obreros en Asia y otros países con salarios mucho más bajos, como la imposición de toda esta masa de precarios provocó una espiral descendente generalizada de sueldos y condiciones laborales. Con la crisis desatada en 2008 este fenómeno se acentuó y la burguesía logró generalizar la precariedad a sectores cada vez más amplios.
El éxito en la aplicación de este modelo por parte de los capitalistas y sus gobiernos deja consecuencias muy evidentes. En el mundo hay más de 150 millones de jóvenes entre 14 y 25 años que viven en la más extrema pobreza. En el Estado español la tasa de temporalidad en el empleo juvenil es de un 71%. A causa de toda esta precariedad tan solo un 19% de los jóvenes menores de 30 años puede emanciparse, y los que lo hacen dedican el 95% de su salario a ello. Pero la precariedad no solo afecta a la juventud, se ha convertido en algo crónico para otros sectores de trabajadores como las mujeres y los inmigrantes. El 52% del empleo en el Estado español es con contratos temporales, a tiempo parcial o que combinan ambas cosas.
De esta manera varias generaciones que ya tuvimos que soportar la crisis de 2008 cuya receta fue una mayor precarización, ahora sufrimos de nuevo el golpe de la crisis incentivada por la pandemia. Sobre nosotros pesa también la desocupación. Lo hacía antes y ahora lo va a hacer a unos niveles extremos. En marzo, la tasa de paro juvenil era de un 33,1%, más del doble de la general de un 14,5%. Las mejores estimaciones adelantan que 2020 terminará con una tasa general de desempleo del 19%. Con cada recesión se expulsa del mercado a los trabajadores más precarizados, los temporales. En 2013, momento más agudo de la crisis de 2008, la tasa de paro juvenil llegó a ser del 55%.
Organismos como el FMI y el Banco Mundial han advertido que la recesión que se avecina va a superar la registrada tras la crisis financiera del año 2008. Ante esta situación el recetario de los distintos gobiernos es el mismo: proteger las ganancias capitalistas. El Gobierno español ha destinado por el momento 30.000 millones a combatir la crisis sanitaria y económica, de los cuales 18.000 han sido destinados a ERTEs, es decir a liberar a grandes empresas de pagar el salario de sus trabajadores, mientras estos lo ven reducido y, como advierten algunas organizaciones sindicales muchos de estos ERTEs terminaran en EREs de despido. Algo que ya ha facilitado el Gobierno y comenzamos a ver en varias empresas, al igual que anuncios de cierres como en el caso de Nissan o Alcoa.
Los perdedores de la globalización en la primera línea contra los ataques
Si atendemos a las previsiones de los datos económicos la situación parece poco esperanzadora. Sin embargo, y a pesar del silencio de los grandes medios de comunicación que se concentran en presentar la situación catastrófica y crear un clima de miedo y frustración, hay algunos hechos que nos muestran cómo la situación que vivimos también ha supuesto el inicio de un camino que avanza en la organización sectores de trabajadores, muchos de ellos precarios, y el avance en peleas por derecho elementales como las que vimos en muchos países en los últimos meses y que se retoman de nuevo en el contexto de la crisis desatada por la COVID-19.
Así, incluso en los momentos de confinamiento más estricto se produjeron algunas expresiones de resistencia que, aunque pequeñas, muestran un intento de lucha frente a los ataques. Es el caso de los trabajadores del Mcdonalds en Marsella que nada más iniciada la cuarentena en ese país decidieron ocupar una de las tiendas y distribuir comida en los barrios populares. También en el Estado español lo vimos con los jóvenes de Telepizza que se organizaron frente a las amenazas de la patronal y la falta de protocolos de protección para los trabajadores y declararon “ queremos servir comida sana a los más vulnerables y no que algunos hagan negocio.” También con los riders que se movilizaron en Madrid y otras ciudades para pelear contra los recortes de Glovo en medio de la pandemia. O las Kellys que intensifican sus campañas de denuncia ante la situación que golpea de nuevo a las trabajadoras precarias que limpian los hoteles.
Es que la crisis del coronavirus no cayó en el desierto, en los meses anteriores a nivel mundial se había vivido el comienzo de un nuevo ciclo de la lucha de clases. No en vano los ecos de finales de 2019 seguían presentes, a pesar de las cuarentenas en todo el mundo. Ese año se abrió un nuevo ciclo de movilizaciones a escala internacional. De esta manera vimos la respuesta de los trabajadores de Bolivia frente al golpe de la derecha racista en ese país, a los chilenos y chilenas combatir día tras día contra las consecuencias del laboratorio neoliberal y sus ajustes, al movimiento indígena y los jóvenes en Ecuador tirando abajo el paquetazo impuesto por el FMI, y a los trabajadores franceses luchando contra los ataques de Macron dirigidos a los sectores populares.
En este nuevo ciclo de movilizaciones una nueva generación de luchadores irrumpió, eran los “perdedores absolutos” de la globalización. A diferencia de las movilizaciones generalizadas en 2003 o las que se dieron a principios de esta década, eran aquellos sectores empobrecidos, precarizados, desempleados, jóvenes en su mayoría que había quedaron por fuera del “pacto social” neoliberal, los que llevaron el peso de las revueltas. Esto provocó que las protestas tuvieran métodos más radicalizados, pero también que los Estados y los gobiernos intentaran dividir las movilizaciones entre manifestantes de primera y de segunda. A estos últimos se les atribuía la responsabilidad de la violencia que pudiera producirse en las manifestaciones. Más allá de la demagogia utilizada por las burguesías para deslegitimar la protesta, desde luego es significativo que la entrada a la vida política de estos sectores supone un auténtico terremoto en la estabilidad neoliberal, y marca una tendencia hacia protestas más radicalizadas que las que estábamos acostumbrados.
Tras el primer golpe de esta crisis, marcado por el giro autoritario de la mayoría de los gobiernos, este ciclo de movilizaciones se vio interrumpido. Los regímenes capitalistas aprovecharon para intentar apagar la calle por el miedo al contagio. Sin embargo, con la “vuelta a la normalidad” y dada la profundidad de la crisis, parece que nuevamente en muchos países la lucha de clases vuelve a tomar aire. Esta semana las revueltas en Minneapolis y otras ciudades de Estados Unidos por un asesinato racista por parte de la policía son probablemente la máxima expresión de este cambio de tendencia en la situación. A su vez, Latinoamérica vuelve a estar en el ojo del huracán mediático y no solo por ser el nuevo epicentro de la pandemia sino también por las importantes luchas y movilizaciones que han surgido en países como Ecuador, Chile o los jóvenes precarios en Argentina que a través de la recién creada Red de trabajadores Precarios se movilizaban este viernes en la principales ciudades y expresaban abiertamente sus reclamos por unas condiciones dignas de trabajo en medio de la pandemia, como podíamos ver en declaraciones de uno de los participantes de estas movilizaciones “son necesarias medidas urgentes de seguridad, necesitamos ART [seguro médico] para todos los pibes y pibas, así como materiales de higiene que garantice la empresa”. También los y las repartidoras de aplicaciones han protagonizado dos paros en 6 países de América Latina “Por nuestro presente y futuro laboral” como expresan.
En Italia los cientos de ’braccianti’, trabajadores inmigrantes del campo que fueron a la huelga el pasado 21 de mayo reclamando la falta de derechos en el campo y la convocatoria del 6 de junio de manifestaciones en varias ciudades italianas que abre sus reclamos con la idea de ’que la crisis la paguen los capitalistas’, aunque todavía son acciones pequeñas o de sectores de vanguardia, mientras las grandes burocracias siguen garantizando la pasividad social, preanuncian un clima más caldeado también en el viejo continente.
Mucho que ganar...
Todas estas luchas muestran, como síntoma, la no resignación, el despertar y la rebeldía de todo un ejército de jóvenes, mujeres e inmigrantes que muestran una resistencia ante las consecuencias de la nueva crisis. Como gritaban los “braccianti” del campo italiano en su huelga “eso es solo el inicio”.
Sin embargo, para que estas experiencias dejen de ser conatos y puedan abrir un escenario que permita pasar a la ofensiva es necesario avanzar en la coordinación y organización de los distintos sectores precarios que quieran pelear por conquistar sus derechos y por dar una salida a esta situación que no pase por mayor degradación de las condiciones de vida.
El capitalismo se sostiene sobre la precariedad de millones, un fenómeno que se ha vuelto estructural. Es por ello que pelear contra esto con un programa antipatronal y combativo es hacerlo contra uno de los nudos del sistema mismo. Incluso ahora cuando la crisis del coronavirus incentiva nuevas tendencias nacionalistas burguesas y se plantea la vuelta atrás en la lógica deslocalizadora de la industria en países imperialistas, para los capitalistas esta solo puede pasar por la orientalización de los salarios, es decir por tratar de imponer tendencias a la baja más acentuadas. Por eso, incluso los llamados gobiernos progresistas, como la coalición de Unidas Podemos y el PSOE en el Estado español, son incapaces de poder derogar uno de los pilares legales sobre los que avanzó el fenómeno de la precariedad, como son las reformas laborales.
También es necesario señalar por qué millones de trabajadoras y trabajadores precarizados quedaron por fuera de la organización de los grandes sindicatos: esto no fue por casualidad. Las burocracias sindicales llevan años allanado el camino de la precariedad, trabajando por la paz social y dejando atrás a todos estos sectores.
En el ciclo de movilizaciones abierto en 2019 la juventud precaria y aquellos grandes perdedores de la globalización, irrumpieron otorgando a las movilizaciones una impronta de radicalización. Si aquellos más golpeados por la crisis se organizan y salen a la calle pueden ser una mecha que encienda la llama de otros sectores de trabajadores. Pero no solo debe ser ejemplo que ayude a despertar otras batallas, hay que pelear por unificar las luchas de todos los trabajadores: precarios y no precarios, despedidos, mujeres e inmigrantes y tejer alianzas con el conjunto de la clase y con aquellos sectores que tiene el control de las posiciones estratégicas y que pueden hacer temblar el capitalismo y sus gobiernos.
La fragmentación y división de la clase obrera fue una conquista del neoliberalismo con la complicidad de las burocracias sindicales y la base sobe la cual se pudo imponer la precariedad. Para pelear en contra de ella tenemos que romper ese aislamiento que nos impusieron. Los sectores más precarios desligados de los grandes aparatos sindicales tienen que pelear por romper el aislamiento que tanto se empeñan en mantener gobiernos y burocracias con solidaridad, tomando demandas de todos los sectores y unificando las luchas.
El ejemplo de la red de trabajadores precarios en Argentina, el ejemplo de los jóvenes “de la primera línea” que se organizan en Estados Unidos, o las redes de repartidores que se organizan en Ecuador, México y otros países, incluso planteando acciones internacionales y coordinación, son un gran paso adelante, que hay que apoyar desde todos los países. En el Estado español es necesario no solo solidarizarnos con estos ejemplos, sino apostar a que estas expresiones de lucha también empalmen con las iniciativas que ya existen aquí. En ese sentido las movilizaciónes semi espontáneas que surgieron está primavera de trabajadores de Glovo en Madrid y otras ciudades y las huelgas de Telepizza permiten la posibilidad del desarrollo y coordinación de un gran movimiento de Riders y precarios también en el Estado español
Hoy vemos además importantes pelas para el conjunto de nuestra clase. Vemos a los trabajadores de Nissan y Alcoa enfrentándose a los cierres de fábrica. Un preludio de que la clase obrera no va a dejar pasar los peores ataques de esta crisis sin pelear. Estas experiencias nos muestran cómo dar una salida ante los ataques, los despidos, los cierres de centros de trabajo... Los trabajadores precarios tenemos que hacer de estas luchas nuestra bandera y pelear por ser aquellos que rompan con la pasividad y el aislamiento impuesto.
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