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Juventud, revolución y estrategia socialista

Elías Lavín

Irene Olano

Juventud, revolución y estrategia socialista

Elías Lavín

Irene Olano

Ideas de Izquierda

El pasado sábado 15 de abril tuvo lugar en Madrid, con la participación de más de 120 jóvenes, el primero de una serie de Encuentros (que continuaron en Barcelona y Zaragoza) de las agrupaciones Contracorriente y Pan y Rosas, en los que se debatió como seguir construyendo una gran juventud socialista y revolucionaria. Dicho Encuentro comenzó con una charla de debate sobre las diferentes estrategias para enfrentar el capitalismo en la que se basa el presente artículo.

En el último período, la clase trabajadora y en especial sus sectores más jóvenes, hemos sufrido agudamente las múltiples crisis generadas por el capitalismo: una pandemia cuyos efectos se cebaron con la clase trabajadora y los sectores más explotados y oprimidos de las clases populares -como las mujeres, las juventud, las personas migrantes y LGTB-, el comienzo de una guerra reaccionaria en Europa, el agudizamiento de las tendencias a la recesión económica, el auge de la extrema derecha, el agravamiento de la crisis climática, la falta de futuro, la extensión de los problemas de salud mental, entre otros graves problemas vitales que nos aquejan.

Sólo este año hemos visto cómo se naturaliza la existencia de una guerra reaccionaria en el terreno europeo que puede agravarse en cualquier momento con una intervención más directa de la OTAN o con el uso de armamento nuclear. Junto con ello vemos el auge del militarismo en todo el mundo y especialmente en Europa. La aprobación de los presupuestos militaristas por parte del Gobierno del PSOE y Unidas Podemos no solo sirven a la guerra actual sino a los intereses imperialistas del Estado español. También hemos visto cómo se agudizaba la represión a la juventud y a las personas migrantes, cómo se ejecutaban matanzas en la frontera con Marruecos avaladas por el Estado español, cómo se descubren infiltraciones policiales en movimientos sociales y en el independentismo catalán, cómo empiezan de nuevo a quebrar bancos en Estados Unidos y Europa que son rescatados con dinero público. En resumen, cómo se sigue haciendo que los sectores populares y, en concreto, la juventud, paguen las crisis capitalistas y las guerras.

Sin embargo, este no ha sido solamente el año en el que el capitalismo ha mostrado su lado “distópico” y catastrófico. Hacemos este encuentro en mitad de un ascenso importantísimo de la lucha de clases en Europa. Un fantasma recorre el viejo continente europeo. Es el fantasma del descontento, la revuelta, la huelga y la movilización: las huelgas generales en Grecia a la que se están sumando miles de estudiantes son un ejemplo de ello. Reino Unido vive, además, jornadas históricas de lucha de los trabajadores públicos, así como Alemania, donde en marzo se vivió la mayor huelga en el sector del transporte y los servicios públicos de los últimos treinta años. En Portugal se están dando, además, huelgas nacionales de docentes, sanitarios y ferroviarios.

Sin duda, el país donde estas tendencias están más avanzadas es Francia. Desde enero y, más agudamente, desde la aprobación provisional del decreto 49.3 por el que se aumenta la edad de jubilación no paran de sucederse jornadas de protesta y huelgas por todo el país. Se han dado ya 13 jornadas de huelgas generales, acompañadas de movilizaciones masivas en todo el país (más de 3 millones de manifestantes el 7 de marzo).

Desde los años posteriores a la crisis de 2008 no se veía un escenario de huelgas simultáneas en el continente europeo. Y muchas de ellas, como la francesa, recuerdan, por su combatividad, a las jornadas revolucionarias que recorrieron el mundo en mayo del 68. Son, sin duda, un ejemplo de cómo el siglo XXI no es solo el siglo de las crisis y las guerras, sino que también lo será de las revueltas y de las revoluciones.

Esta dinámica vuelve a plantear con fuerza los grandes problemas del marxismo revolucionario: la cuestión del sujeto, de la hegemonía, de la organización política, de las tácticas y los métodos de la lucha de clases y, especialmente, el problema de la estrategia, es decir, del arte de hacerse con el mando y vencer.

“La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, escribieron Marx y Engels en 1848 en el Manifiesto Comunista. Esta idea nodal del marxismo revolucionario sigue teniendo una profunda actualidad. Los procesos de lucha actuales son un producto inevitable de la explotación y la opresión del capitalismo. Por ello decimos que no hacen falta revolucionarios para que haya revueltas ni revoluciones, hacen falta revolucionarios para que estos procesos triunfen.

Porque sabemos que ante la lucha de las y los explotados hay todo tipo de agentes al servicio de la burguesía y su Estado que quieren impedir que esta se desarrolle. Tanto los partidos de la derecha y la extrema derecha, como los partidos social liberales y los reformistas, pasando por las burocracias sindicales, actúan para evitar que se desarrolle la lucha de clases, ya sea usando el garrote o la zanahoria. Como dice nuestro camarada Matías Maiello del PTS de Argentina en su libro “De la movilización a la revolución”, la pregunta es cómo hacer que la energía de estos procesos de lucha de clases “no sea contenida en los marcos de los regímenes políticos capitalistas o termine siendo aplastada por salidas reaccionarias o, peor aún, contrarrevolucionarias, sino que, al contrario, abra paso a las nuevas revoluciones de nuestro siglo” [1].

En este contexto, la perspectiva de Contracorriente y Pan y Rosas es construir una juventud revolucionaria y socialista que luche por una salida revolucionaria en los procesos de lucha actuales y en los que vendrán, que pelee por una perspectiva marxista en las universidades, los institutos, los barrios, los centros de estudio y de trabajo. Queremos retomar las banderas de la juventud del mayo francés de 1968, para que la juventud actúe como un factor subversivo en la lucha junto a la clase obrera. Queremos ser parte de una juventud que contribuya a llevar estos procesos, no a la desviación institucional o a la derrota, sino a la victoria.

Uno de los lemas de este Encuentro es “luchemos como en Francia”, porque es allí donde están teniendo lugar asambleas de miles de estudiantes que van a apoyar a los piquetes, donde cientos de estudiantes se ponen entre las pelotas de goma y los trabajadores, que no se doblegan ante la policía incluso enfrentándose a detenciones. Allí es donde nuestros compañeros de Révolution Permanente y Le Poing Levé, agrupación hermana de Contracorriente, están peleando por esta perspectiva marxista, de independencia de clase, sin confianza en los reformistas como Melenchón y las burocracias sindicales que tratan de contener el movimiento para que pueda ser desviado hacia diferentes proyectos electorales. Posteriormente lo desarrollaremos más en profundidad. Es un orgullo para nosotras pertenecer a una organización internacional que en Francia hoy está plantando una bandera trotskista independiente. Esta perspectiva es la que trataremos de fundamentar en esta charla.

La reflexión sobre la estrategia

La historia de los últimos 50 años lo ha sido también de un progresivo retroceso en muchos de los derechos conquistados históricamente por la clase trabajadora. El capitalismo desde los años 70, con la colaboración activa de las burocracias sindicales y políticas reformistas, ha llevado a cabo un progresivo proceso de precarización de la clase trabajadora, de fragmentación de ella, al mismo tiempo que la expandía por todo el mundo y aumentaba como nunca el número de asalariados. La fragmentación ha sido una condición para mantener dividida a la clase entre trabajadores nacionales y migrantes, contratados y subcontratados, ocupados y parados… en definitiva, entre trabajadores de primera y de segunda categoría. A este periodo iniciado en los 70, que tendrá como colofón la restauración del capitalismo en las ex URSS y China es lo que hemos denominado “restauración burguesa”. [2]

Esta fue la salida que el capital encontró a la crisis de los años 1970 para volver a relanzar un nuevo ciclo de acumulación y mantener sus tasas de ganancia. Con la restauración burguesa los capitalistas lograron un nuevo periodo de crecimiento de los negocios en base al deterioro brutal de las condiciones de vida. Este período también llamado neoliberalismo ha sufrido desde 2008 una nueva crisis donde la hegemonía neoliberal se rompió en mil pedazos: en España es claro: ya nadie piensa que vaya a vivir mejor que sus padres. Esto dio inicio a un primer ciclo internacional de lucha de clases inaugurado por la “Primavera Árabe” de 2011, y seguido por el 15M y las dos huelgas generales en España, por las 30 huelgas generales en Grecia y por un movimiento de “indignados” a escala internacional. En múltiples países los viejos partidos de centro derecha y centro izquierda entraron en crisis. Se dieron lo que nosotros caracterizamos como “crisis orgánicas”, un término acuñado por el marxista italiano Antonio Gramsci que quiere decir que se produce un momento en que se combina la crisis política y social, en que las masas rompen con sus partidos tradicionales, poniendo en cuestión la legitimidad del régimen político y dando lugar a nuevas formas de pensar [3].

Muchos de estos procesos de lucha fueron derrotados en forma violenta, pero la amplia mayoría fueron desviados dentro de los regímenes burgueses. Sin ir más lejos, en el Estado español, el último ciclo de movilización fue interrumpido fundamentalmente a través de dos mecanismos. Por un lado, la ilusión generada por el nuevo reformismo de que un régimen ultrarreaccionario como el español se podía cambiar desde arriba y sin lucha de clases. Por otro lado, el desvío de la lucha por el derecho a decidir en Catalunya y la brutal represión del régimen para derrotarlo.

Pero a pesar de las derrotas y desvíos la lucha de clases no se detiene. Por eso en 2018 la clase trabajadora volvió a irrumpir en un segundo ciclo de movilización internacional, esta vez arrancando en Francia con el movimiento de los “chalecos amarillos” y extendiéndose por distintos países como Chile, donde estalló una revuelta social, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Argelia y otros países. Este segundo ciclo se vio interrumpido con la pandemia, pero la guerra en Ucrania, la inflación y en general la carestía de la vida, está dando lugar a nuevos procesos de movilizaciones y nuevas revueltas. Como vemos hoy en Francia, está lejos de ser un ciclo agotado.

Los agentes que buscan que estos procesos sean derrotados mediante la represión o desviados mediante la institucionalización dentro de los márgenes de la democracia burguesa siguen actuando. Por eso la clave de la preparación estratégica es precisamente pensar cuáles son las vías para romper la relación circular entre movilización e institucionalización, para que los procesos que siguen en curso y los que vendrán no terminen como los anteriores, sino que puedan triunfar.

Lenin y la Tercera Internacional Comunista denominaron a nuestra época como una “época de crisis, guerras y revoluciones”. Es la época del capitalismo en su etapa imperialista, de decadencia. Es evidente que crisis económica hay, también crisis climática, y la guerra ha retornado con fuerza nada menos que al centro de Europa. Pero es cierto que en lo que va del siglo XXI hasta el momento no hemos visto verdaderas revoluciones. Lo que sí está habiendo son grandes revueltas. La pregunta que queremos plantear aquí es justamente, ¿cómo hacer para que estos procesos de revuelta se conviertan en revoluciones? Y esto es una pregunta por la estrategia.

El concepto de estrategia viene del pensamiento militar, lo mismo que el de táctica. Según el pensamiento militar convencional la estrategia es el plan para dirigir una campaña militar, y la táctica es el plan para dirigir una batalla. Una campaña está compuesta de diversas batallas, las batallas son tácticas con respecto a la campaña militar. La pregunta, para los marxistas, no es cómo hacer que haya lucha de clases, porque lucha hay y seguirá habiendo como respuesta de las masas a las crisis, a las guerras y a todos los padecimientos que sufren las mayorías sociales. La pregunta es cómo hacer que esa lucha que muchas veces tiende a surgir espontáneamente se transforme en una lucha consciente para vencer al estado capitalista. León Trotsky explicó la diferencia entre táctica y estrategia para la lucha de clases. Mientras que la táctica es “el arte de dirigir operaciones aisladas”, la estrategia es la que liga estas operaciones con el objetivo final [4].

Las y los revolucionarios no participamos de los sindicatos, de la lucha estudiantil, de la organización de la juventud precaria, incluso de las elecciones, solo por reivindicaciones mínimas inmediatas o económicas, aunque las defendamos. Participamos para formar alas o fracciones revolucionarias en los sindicatos y los movimientos con el objetivo de acumular volúmenes de fuerzas que nos permitan en el momento preciso que la lucha de clases lo permita unificarlos y volcarlos contra la clase dominante, torcer su voluntad e imponer la voluntad de las y los explotados. Eso es estrategia; todo lo demás, en función de eso, es táctica. Por tanto, cuando hablamos de estrategia no nos referimos a una lucha concreta, sino a un “plan” más amplio: cómo articulamos las fuerzas necesarias para derrotar al estado capitalista e instaurar un nuevo tipo de estado de la clase trabajadora, infinitamente más democrático que el más democrático de los estados capitalistas, que sea una trinchera para luchar por el socialismo a escala internacional.

Obviamente, las y los socialistas revolucionarios no somos los únicos con un “plan” para enfrentar al capitalismo. En esta charla queremos también explicar cuáles son algunas de las principales perspectivas estratégicas que se plantean desde la izquierda que se considera crítica con el capitalismo o anticapitalista, y por qué nosotras reivindicamos una estrategia determinada: la estrategia de la insurrección proletaria del bolchevismo y la herencia del marxismo revolucionario de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg y otros grandes revolucionarios de la historia.

Para nosotros, el marxismo revolucionario no es, por tanto, una cuestión de fe: es una estrategia que se ha probado en la historia como la más correcta para llevar la movilización de la clase trabajadora hacia la victoria.

Diferentes estrategias para enfrentar el capitalismo

Erik Olin Wright, un sociólogo estadounidense que adscribe a la corriente del marxismo analítico escribió en 2019 un libro titulado “Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI”, donde identificaba algunas “lógicas estratégicas” presentes en la mayor parte de enfoques anticapitalistas actuales. Si hemos hablado de la diferencia entre táctica y estrategia, falta hablar del objetivo que se propone cada estrategia. Aunque el autor en su libro termina reivindicando una lógica reformista, su análisis de estas lógicas es interesante y nos permite pensar en cuáles son los abordajes hoy de la lucha contra este sistema. Olin Wright identifica cinco estrategias diferentes: desmantelar el capitalismo, domesticar el capitalismo, resistirse al capitalismo, huir del capitalismo y aplastar el capitalismo. Apuntaremos brevemente en qué consisten, pero aquí nos interesa polemizar contra dos: la estrategia de domesticar el capitalismo y la de huir del capitalismo. Terminaremos explicando la estrategia de aplastar el capitalismo, la estrategia bolchevique. [5].

1. Desmantelar el capitalismo

Desmantelar el capitalismo supone lo que podríamos identificar con la estrategia clásica de la socialdemocracia, es decir, una transición ordenada y pacífica hacia el socialismo mediante reformas introducidas por el Estado y el parlamentarismo burgués, de modo que se introducen elementos de una alternativa socialista al capitalismo. Como ya señaló Rosa Luxemburg en “Reforma o revolución”, el problema de esta estrategia es que es irrealizable: no se puede desmantelar el capitalismo sin oponerse frontalmente a él y no se puede transitar naturalmente hacia el socialismo porque el Parlamento burgués es la junta los negocios comunes de la burguesía, como señaló Marx, y no puede responder a otros intereses que no sean los de la burguesía.

Ella proponía, contra la lógica de adaptación parlamentaria, la táctica del parlamentarismo revolucionario, es decir, utilizar el parlamento para la continua impugnación del régimen político y como elemento de apoyo para estimular la autoorganización de la clase trabajadora. Luxemburg señalaba, además, que cuando un ministro comunista entraba en un gobierno burgués era el ministro quien se adapta al régimen burgués, y no al revés.

2. Domesticar el capitalismo

Por su parte, la segunda estrategia, de domesticar al capitalismo no se propone, en realidad, superarlo, sino crear instituciones dentro del Estado para controlar algunos de sus excesos. Desde nuestra óptica, esta sería la lógica de la estrategia neorreformista, como Podemos, Mas Madrid, Sumar o la propia Izquierda Unida y el PCE, e incluso buena parte de la izquierda independentista catalana y vasca. En realidad, esta estrategia no se propone construir una sociedad socialista, sino hacer “más amable” el capitalismo.

Si prestamos atención al proceso de crisis que se abrió con el 15M y luego volvemos a la actualidad, veremos que la realidad es diferente. En el 15M, se abre lo que ya hemos denominado un proceso de “crisis orgánica”. Con el 15M la gente salía a las calles planteando que el PSOE y el PP era “la misma mierda”, denunciando la monarquía y la Constitución. Hubo dos huelgas generales, y en Catalunya esto tuvo su correlato con el procés y la lucha por la autodeterminación. En resumen, fue un proceso en el que se comenzaban a poner en cuestión los pilares fundamentales del Régimen del 78. Sin embargo, años después de experiencia neorreformista -y procesista en Catalunya- lo que nos encontramos es una verdadera “restauración progresista” del régimen.

La entrada de Podemos al gobierno actuó como pata izquierda del PSOE y lo salvó de una crisis histórica (en Francia y en otros países el Partido Socialista dejó de existir prácticamente), las reformas laborales (una del propio PSOE en 2010 y la del PP en 2012) ahora tienen la firma de la “ministra comunista” sin haber cambiado nada de los principales ataques. Hoy tenemos unos presupuestos militares, que llevan a cabo un armamento histórico del imperialismo español, el rescate de las empresas durante la pandemia, las masacres en Melilla, el crecimiento de la extrema derecha rancia y españolista. Tras conducir el movimiento por la autodeterminación del pueblo catalán a la derrota, los partidos independentistas catalanes han vuelto al autonomismo mientras siguen demostrando ser firmes defensores de la burguesía catalana. Lo que propone Sumar en estos momentos es algo aún más a la derecha que lo que proponía Podemos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Con el 15M diversas corrientes políticas, que nosotros denominamos “centristas” refiriéndonos a que oscilan entre la reforma y la revolución, apostaron con todo a la construcción de un partido que tratara de ganar las elecciones. Entre estas corrientes Anticapitalistas tuvo especial protagonismo. Mientras que una radicalización de la lucha habría consistido en reforzar las luchas obreras, llevar los conflictos a los centros de trabajo, coordinar las luchas, y establecer alianzas con otros sectores en lucha para enfrentar al Estado capitalista, construyendo al calor de esta experiencia un partido revolucionario de la clase trabajadora, el modus operandi de estas corrientes fue el de canalizar el descontento hacia un proyecto electoral de reforma del capitalismo, fundando Podemos y permaneciendo 8 años en su interior.

Todo ello, además, no habría sido posible sin la colaboración de la burocracia sindical de CCOO y UGT, que hizo todo lo posible por separar las luchas en los centros de trabajo de la lucha en las plazas contra el régimen y sus partidos. Nosotres, con nuestras humildes fuerzas, apostamos a intervenir dando centralidad a la lucha de clases y coordinando diferentes luchas obreras. Sin la intervención de los centristas y la burocracia sindical no habría sido posible el enorme desvío del 15M hasta ahora. Sin embargo, algunos grupos como Anticapitalistas siguen planteando que hay que reeditar un Podemos de los orígenes -como están haciendo en Andalucía, solo que con un discurso soberanista andaluz- y en países como en Francia, donde la lucha de clases avanza en cuestionamientos cada vez más profundos del régimen, no plantean una política alternativa a la burocracia sindical y apoyan a candidaturas neorreformistas como la de Mélenchon.

Otras organizaciones como las Juventudes Comunistas en el Estado español, las juventudes del PCE, mientras que se dedicaron durante todas las movilizaciones abiertas con el 15M a ir detrás de las burocracias sindicales y a ser parte de la burocracia del movimiento estudiantil, conteniendo las luchas y participando de desviarlas hacia el proyecto de Unidas Podemos, ahora se han encontrado, de repente, con que su partido, el PCE, forma parte de un gobierno “social-liberal” que aplica una política neoliberal e imperialista. La UJCE ahora mismo atraviesa una crisis enorme. Mientras hace un ejercicio de giro discursivo a la izquierda para criticar al Gobierno del que forman parte, siguen formando parte del PCE que tiene ministros en ese Gobierno y se proponen reformarlo. Esta es una política totalmente errática e impotente. En nuestra opinión, su propia desmoralización muestra las ilusiones que mantuvieron hasta hace poco en el proyecto de Unidas Podemos. Si se hace un balance profundo de la historia del PCE, desde su actitud contrarrevolucionaria en la guerra civil española, pasando por su rol traidor durante la Transición, hasta la política actual del Secretario General del PCE, Enrique Santiago, llamando a confiar en el Gobierno durante la huelga del metal de Cádiz mientras les enviaba tanquetas, y la votación de los presupuestos militares exigidos por la OTAN, son buenas pruebas de que el PCE es irreformable.

Los neorreformistas nos podrían reprochar ¿cómo podemos saber que si Podemos hubiera llegado al Gobierno con mayoría no habría hecho algo diferente? No necesitamos especular: el caso de Syriza en Grecia es el ejemplo perfecto. Cuando el “hermano” de Podemos ganó las elecciones en 2015 aplicó los planes de ajuste del FMI que se había negado a aplicar. Cuando le preguntaron en una entrevista a Pablo Iglesias si Syriza tenía que haber tomado medidas “duras” contra la Troika, respondió: “El problema es que todavía se tiene que verificar que alguien desde un Estado puede plantear semejante desafío [...] si nosotros gobernando vamos a hacer una cosa dura de repente tienes a buena parte del ejército, del aparato de la policía, a todos los medios de comunicación y a todo contra ti, absolutamente todo”.

Esta reflexión de Pablo Iglesias marca claramente dos caminos que tiene que elegir la estrategia: ¿combatir o no combatir? Y ante sesta pregunta los neorreformistas no eligen combatir, sino atenerse a los marcos de lo instituido y actuar dentro de los límites impuestos por el capitalismo. Por eso Syriza y Podemos no podían hacer otra cosa que lo que hicieron. Porque su estrategia es reformar el capitalismo no aplastarlo y construir una sociedad distinta.

La correlación de fuerzas es algo que se construye, y los neorreformistas son expertos en construir relaciones de fuerza contra la clase trabajadora. Porque allá donde intervienen inoculan en las masas la idea de que no se puede derrotar al Estado y a sus fuerzas represivas, y que por lo tanto la lucha de clases es inútil, que no hay que tomar las calles, que no vale la pena luchar. Lo que hay que hacer, nos dicen, es ganar las elecciones y llegar al gobierno capitalista para introducir reformas desde los ministerios. Pero cuando llegan, son incapaces de enfrentar a los poderes facticos del capital que son el verdadero poder detrás del trono.

Si el arte de la estrategia consiste en concentrar volúmenes de fuerza en el punto decisivo o en el “centro de gravedad del enemigo”, aquel que te permite vencerlo con más facilidad, los neorreformistas concentran las fuerzas en el terreno de las elecciones para formar un gobierno que en el mejor de los casos le pueda arrancar algunas migajas al capital, mientras gestionan los intereses comunes de los capitalistas.

Su estrategia, y esto lo comparte con la estrategia de la socialdemocracia clásica (la de “desmantelar el capitalismo”), hace abstracción del carácter imperialista del Estado y su propia capacidad de cooptación/coerción. Las masacres en Melilla y los presupuestos militares son ejemplo de que los ministros reformistas, aunque en ciertos momentos puedan conseguir ciertas migajas para la clase obrera, son ministros imperialistas, un engranaje de la maquinaria imperialista de expoliación y guerra contra otros pueblos.

El caso de Sumar, que ahora se presenta como la nueva gran esperanza de la izquierda, es más de lo mismo. En un marco más conservador, fruto del desvío del ciclo de lucha anterior, se trata de una reactualización a la derecha del neorreformismo, incapaz de resolver ninguno de los objetivos de “reforma” que se plantea, haciendo que crezca la desmoralización, o las expresiones del descontento por derecha, como VOX.

Esto último es muy importante, porque hoy más que nunca los reformistas se sirven de la extrema derecha para reproducir un eterno chantaje: si no se les vota, la derecha ganará las elecciones. Sin embargo, es justamente el neorreformismo quien lleva diez años abriéndole la puerta a la extrema derecha base de aplicar políticas de derecha y desmovilizar a los únicos que podrían hacerles frente, la clase trabajadora, la juventud, el movimiento de mujeres y los sectores populares.

Esto aplica en particular al caso de Catalunya. El desvío del procés catalán llevado al callejón sin salida de la vía “procesista”, también contribuyó a generar el marco para el desarrollo de la reacción españolista contra el derecho a la autodeterminación de Catalunya y la emergencia de la extrema derecha.

La reemergencia del movimiento independentista desde 2012 en Catalunya supuso la mayor afrenta al Régimen del 78 desde su nacimiento, poniendo en cuestión nada menos que uno de sus pilares como la unidad territorial. Sin embargo, este enorme movimiento fue conducido detrás de una estrategia de “unidad nacional” con los partidos de la burguesía y la pequeña burguesía catalana, que impidió que la lucha por la autodeterminación se uniera con un programa de reivindicaciones sociales, económicas y políticas que pudiera poner en movimiento la fuerza de la clase trabajadora y, con ello, el poder y los intereses de la propia burguesía catalana. Esa era la única manera de enfrentar la reacción del Estado y el régimen monárquico, que respondieron brutalmente. La Izquierda Independentista, lejos de plantear una política de independencia de clase que disputara la dirección del movimiento, actuó conscientemente para evitar cualquier desbordamiento del control procesista apostando por una estrategia de “unidad popular”, es decir, de colaboración de clases con la burguesía catalana.

En ese contexto, la lucha por el derecho de autodeterminación del pueblo catalán fue enfrentada no solo desde la derecha, sino también desde la izquierda reformista bajo la defensa de la democracia del IBEX35, la monarquía, la Constitución del 78 y su justicia heredera del franquismo. Ese fue el abono para el campo sobre el que creció el españolismo del que se alimentó y se alimenta la extrema derecha.

Pero la contención y las políticas de desvío del neorreformismo o variantes populistas de izquierda no es eterna: la oleada de huelgas en Europa es un ejemplo de cómo, aunque los gobiernos capitalistas puedan dar algunas migajas no pueden resolver los problemas sociales profundos que aquejan a las mayorías sociales. La pelea es por aprovechar cada lucha para ir más allá de los límites de lo instituido, atacar los intereses capitalistas y enfrentar al Estado burgués, para lo cual, efectivamente, hay que prepararse para enfrentar a toda una serie de fuerzas materiales que van a reaccionar en contra.

3. Resistirse al capitalismo

Se trata de una lógica estratégica que trata de influir en el Estado o bloquear las acciones estatales, pero no ejercer el poder estatal. Es la estrategia de “hacer la revolución sin tomar el poder”, una idea que ha sido por mucho tiempo un importante fundamento político e ideológico del activismo de los movimientos sociales (ecologistas, identidades, vivienda, consumidores, etc.) o lo que nosotros hemos llamado, citando a Daniel Bensaïd, la “ilusión de lo social”.

El problema de esta perspectiva es que tiene una visión evolutiva del cambio social: como si la consigna de “10, 100, 1000 centros sociales” quisiera decir que se puede avanzar progresivamente de 10 a 100 y después a 1000 sin confluir con la clase trabajadora y sin plantear un horizonte político concreto. Entender que los movimientos sociales sirven por sí solos es, además, aceptar que la única perspectiva política posible es la de resistir a los diversos ataques del capital: resistir contra el desmantelamiento de la sanidad, la educación, los desahucios, etc.

Esta estrategia, en realidad, no es una estrategia anticapitalista propiamente dicha, pues no se propone superar al capitalismo. Como ya hemos visto, la lógica de solo resistencia, sin plantearse la pregunta sobre cómo derrocar al capitalismo, en realidad conduce a la desmoralización y no interviene en las luchas para lograr que estas superen su estadio de revuelta avanzando hacia situaciones revolucionarias. Por lo tanto, no impiden que la clase obrera intervenga de forma atomizada en los procesos de lucha y que sea desviada como una “masa de maniobra” para proyectos neorreformistas o incluso por la extrema derecha.

Además, es importante señalar frente a esta estrategia que una de las grandes causas por las que las movilizaciones del último periodo fueron desviadas fue que no existía una organización política del proletariado con una dirección revolucionaria que pudiera llevar esas luchas hacia la victoria. Quizá el fundamento más importante por el que hace falta un partido revolucionario es el rol que juega para favorecer el ascenso revolucionario sin tener que empezar de cero cada vez: preservando las lecciones y estratégicas del pasado.

4. Huir del capitalismo

Esta es una estrategia que en cierto modo podemos rastrear desde las comunidades utópicas del siglo XIX hasta los movimientos cooperativistas y los espacios autogestionados. Considera que la mejor alternativa es aislarse de los efectos perjudiciales del capitalismo. Dentro de esta estrategia podemos considerar con matices algunas variantes del anarquismo y al autonomismo actuales, y también, como veremos, lo que podemos denominar el “autonomismo socialista”.

En concreto, el autonomismo actual -para diferenciarlo de otras experiencias de las décadas de los 60 o 70 que tuvieron base proletaria, como por ejemplo el autonomismo italiano- sostiene que, mediante el impulso de diversos movimientos sociales, así como la pelea por “liberar” espacios de la “lógica del capital” (centros sociales okupados, por ejemplo), sin centralidad de la clase trabajadora sino de la “ciudadanía” podemos situarnos más allá de las instituciones burguesas y trascenderlas. El problema principal de esta posición es que el sistema capitalista se reproduce a un ritmo mucho más rápido que la capacidad que tienen estos “espacios” para expandirse. Por eso el capitalismo tiene ya más de 300 años de historia en los que ha conquistado continentes y civilizaciones enteras organizadas “fuera de la lógica del capital”. Por otro lado, existe algo que se llama “Estado burgués”, una institución que opera para o bien reprimir o bien cooptar estos “espacios liberados”, como hemos visto con el movimiento de la vivienda durante los últimos años, o con los barrios autogestionados que han sido brutalmente reprimidos por el Estado.

Los marxistas revolucionarios no estamos en contra en determinados momentos de “okupar” espacios, ni mucho menos de la ocupación de empresas o fábricas. Allí está el ejemplo de la cerámica Zanon bajo control obrero en Argentina, liderada por nuestros camaradas del PTS junto a otros trabajadores independientes. Lo que planteamos es que ocupar espacios no va a superar al capitalismo. Por ello, no se puede transformar este elemento táctico en una estrategia en sí misma, porque lleva a un callejón sin salida.

La estrategia anarquista, aunque tiene elementos propios de una “huida” –especialmente las variantes actuales de anarquismo, más posmodernas y de contenido social pequeñoburgués que lo que fue el anarquismo de fines del siglo XIX y principios del siglo XX–, es diferente. Tanto el anarquismo como el marxismo comparten un objetivo común: el comunismo. Incluso existen puntos en común con la estrategia bolchevique en cuanto al desarrollo de la lucha de clases contra el Estado capitalista. Pero la gran diferencia estratégica es que para los anarquistas una vez conquistado el poder, este no debe ejercitarse como parte de la construcción de un poder estatal transicional que sirva para derrotar la resistencia de los capitalistas, construir el socialismo a nivel nacional e internacional y que, por esa vía, el Estado se extinga, como plantea el marxismo revolucionario. Lo que sostienen es que hay que liquidar el Estado y hacer inmediatamente “una asociación de productores libres asociados”, o una unión de cooperativas. Porque hacerse cargo del poder y planificar democráticamente la economía mediante un Estado transicional sería darle el poder a una burocracia y va en contra de los principios del comunismo libertario. Esta lógica tuvo quizá su expresión más trágica en la Revolución española, cuando la CNT y la FAI se niegan a “tomar el poder” en Barcelona en 1936 para no aplicar la “dictadura del proletariado”, pero terminaron finalmente participando en el Gobierno del Frente Popular ayudando así a recomponer la “dictadura del capital” con rostro democrático. La gran contradicción es que la flor y nata de la revolución y la Guerra civil española, el proletariado anarquista, combatió bajo los prejuicios ideológicos y la dirección de una estrategia equivocada que lo llevó al desastre.

Tanto las teorías autonomistas, con su promoción de experimentos de “huida” del capitalismo, como la estrategia anarquista y su perspectiva de construcción del comunismo anárquico inmediatamente después de la destrucción del poder burgués, no tienen suficientemente en cuenta que hay una economía capitalista global y una política estatal dirigida por las distintas potencias imperialistas, y que eso plantea el peligro real del aislamiento económico y de ataques militares del imperialismo coaligado con los restos de las fuerzas burguesas derrotadas.

No vamos a detenernos en esto ahora, que daría para una charla en particular. Lo que sí queremos profundizar un poco más es sobre un fenómeno que tiene sus particularidades y merece nuestra atención: lo que denominamos el “autonomismo socialista”, que en nuestra opinión es en buena medida lo que caracteriza al autodenominado “movimiento socialista” que ha surgido en el último período. El “movimiento socialista”, donde se integran el EPS, el GKS en Euskal Herria o HS en Catalunya, es un movimiento relativamente nuevo que tiene como eje la idea de poner en marcha un “proceso socialista”, consistente en acumular fuerzas construyendo espacios fuera de la lógica del capital -que en algunos casos denominan “consejos socialistas”-, hasta conquistar gradualmente una masa crítica que permita sobrepasar al estado capitalista e instaurar un estado socialista. Lo insólito es que este trabajo estratégico se plantea, no como un combate a muerte en el terreno político, de la organización y la lucha de clases misma con las burocracias sindicales y políticas que dirigen al movimiento de masas, sino como una actividad de propaganda sectaria y acumulación evolutiva, o para decirlo en otras palabras, en “cocinarse en su propia salsa”, pero socialista.

Donde mejor se puede identificar esta lógica es en su posición acerca de los sindicatos y la lucha de clases actual, en particular el proceso que hay en Francia. Estos grupos afirman, y en esto estamos de acuerdo, que los sindicatos están dirigidos por burocracias que hacen que las luchas de los trabajadores se limiten a luchas económicas. Esto es, a luchas por mejores salarios y condiciones laborales, sin impugnar las relaciones de propiedad capitalistas y la lógica de acumulación del capital. Lo que Lenin denominaba ya en su famoso ¿Qué hacer? una “conciencia tradeunionista”, corporativa, sindical, de los obreros. Esto no es ninguna novedad. Es algo que el marxismo revolucionario viene señalando desde hace más de cien años. Trotsky decía que las burocracias sindicales, esa casta antidemocrática que dirige los sindicatos y que funciona como correa de transmisión de las ideas reformistas al movimiento obrero, es un “agente del capital” en el movimiento obrero, una “policía política de carácter investigativo y preventivo”. Nosotros hemos desarrollado algunas elaboraciones al respecto, retomando a su vez el concepto “estado integral” de Gramsci, es decir, la estatización, de los sindicatos por el estado burgués como una forma de las democracias burguesas de controlar al movimiento obrero sin necesidad de recurrir directamente a la represión estatal a través de la policía y la censura.

El problema es que de esta caracterización de las burocracias sindicales, el autodenominado “movimiento socialista” llega a la conclusión de que no hay que intervenir en los sindicatos existentes como CCOO y UGT, ni siquiera en los sindicatos que se reivindican combativos, como CGT, aunque en nuestra opinión también tengan rasgos burocráticos. Agregan como fundamento que el capitalismo no puede dar más concesiones porque está en crisis, lo que hace de los sindicatos instituciones obsoletas. Un argumento unilateral que se choca con la realidad cuando viene un Gobierno como el del PSOE y da pequeñas concesiones como los aumentos del SMI, que son migajas, pero sectores enormes de la clase trabajadora lo consideran un alivio para su situación.

Por esta vía, acaban teniendo una posición abstencionista hacia los procesos de lucha de clases que son dirigidos por las burocracias sindicales, señalando solo sus límites y no viendo sus potencialidades ni buscando como intervenir para que se desarrollen sus aspectos más revolucionarios. Una especie de purismo sectario que en los hechos desprecia a la clase trabajadora tal cual es, y no plantea una estrategia para ayudar a que avance su consciencia.

Esto los lleva a caracterizar la lucha en Francia, el proceso más avanzado de la lucha de clases en las últimas décadas, como una lucha que se limita a la “una lucha contra la subida de la edad de jubilación”, como si fuera una huelga más, y manteniendo una posición sectaria hacia el proceso, es decir, absteniéndose de plantear un programa, una táctica y una estrategia para que triunfe uno de los procesos más avanzados de la lucha de clases en el mundo. Buena prueba es que solo han escrito un Editorial en la que plantean que todo lo que hay que hacer es “difundir la lucha a favor del socialismo”

En un contexto de enorme autoactividad de la clase obrera francesa, de masividad de las manifestaciones y tendencias embrionarias de autoorganización, pero donde el proceso todavía es dirigido por las direcciones sindicales oficiales, esta posición abstencionista impide pensar concretamente cómo “articular los volúmenes de fuerza” necesarios para impulsar el movimiento y superar a las burocracias, llevando la lucha “más allá” del nivel de la conciencia sindical hacia una conciencia política, avanzando a un cuestionamiento revolucionario de la V República. Es decir, ayudar a que la situación de revuelta avance en un sentido revolucionario. Precisamente es este el rol clave de la estrategia revolucionaria: preparar las condiciones para que las situaciones no revolucionarias se conviertan en revolucionarias. En este terreno es donde se prueban los partidos, los programas y las estrategias. Y el “movimiento socialista” no pasa la prueba. Porque en vez de poner el centro de gravedad de su política en la lucha de clases realmente existente, en el movimiento real, lo ponen en la acumulación evolutiva de fuerzas de sus propias organizaciones combinada con la propaganda de las ideas socialistas, hasta que el nivel de acumulación sea tan vasto que les permita superar al estado burgués sin necesidad de preparar una insurrección triunfante. Un esquema evolucionista abstracto totalmente por fuera de la lucha de clases realmente existente, una estrategia que rechaza la experiencia de las revoluciones del siglo XX, tanto las triunfantes como la Revolución Rusa, como las derrotadas, como la revolución española.

Una de las características fundamentales del capitalismo en su etapa imperialista son los cambios bruscos de situación y toda organización revolucionaria debe estar preparada para ello, no para un crecimiento evolutivo, gradual, por fuera de las luchas, sino preparada para intervenir en ellas, para que, en momentos de crisis, podamos hacer que se desarrollen sus factores más avanzados. Es precisamente en los momentos agudos de la lucha de clases, cuando hay radicalización, que la conciencia de la clase obrera, habitualmente una conciencia reformista, avanza en un sentido político hacia una conciencia revolucionaria. Pero esto no llueve del cielo, sino que es fruto del trabajo previo, teórico y práctico, de lo que nosotros denominamos construir “fracciones revolucionarias” en el movimiento obrero y los movimientos sociales, y no solo de una “propaganda socialista” desde fuera del movimiento realmente existente de la lucha de clases.

En forma opuesta a la lógica política del MS, nuestros compañeros y compañeras de Révolution Permanente en Francia, vienen jugando un papel destacado en el combate por desarrollar el movimiento en un sentido revolucionario, planteando desde el comienzo una posición que combinaba una enérgica denuncia a las burocracias sindicales y su rol “pasivizador”, con la pelea por una estrategia para que el conflicto pueda ganar y derrotar al Gobierno de Macron. Es decir, combatir desde adentro del movimiento por una política para superar a las burocracias sindicales, partiendo de la propia experiencia de la clase trabajadora en la lucha. En ese sentido, defendieron la necesidad de ampliar el pliego de reivindicaciones, incorporar la lucha por una jubilación a los 60 años el aumento de salarios contra la inflación, la lucha contra la precariedad en la juventud. Eso es, agrupar el conjunto reivindicaciones de sectores obreros, precarios y populares en una misma lucha, multiplicando las fuerzas en disposición para este combate. En el 8M, plantearon la necesidad de unir la lucha del movimiento de mujeres a la lucha de la clase trabajadora contra Macron. Y en las movilizaciones contra la ley de extranjería racista, defendieron la unidad de la lucha antirracista con la de la clase trabajadora, cuyos sectores más explotados son migrantes y racializados. Al mismo tiempo, llamaron a desarrollar ampliamente la autoorganización, impulsando asambleas de base en los centros de trabajo y estudio y buscando concretar la coordinación de los sectores más combativos en asambleas interprofesionales y “comités de acción por la huelga general”, para que la clase obrera pudiera tomar la lucha en sus propias manos, construyendo así una verdadera huelga general activa contra el gobierno de Macron. Es decir, unir “por abajo” lo que las burocracias dividen “por arriba”, para que la lucha y el movimiento avance, supere a las burocracias y se eleve al terreno político.

Si los grandes combates de la clase trabajadora se consideran solo como como acontecimientos objetivos, como expresión de “la crisis general del capitalismo”, y encima se los tacha de luchas económicas sin perspectiva, en vez de considerarlos como parte de la experiencia estratégica del proletariado, lo que se construye no es una organización con una estrategia comunista, sino una secta cuyas proclamas son documentos diplomáticos que no buscan intervenir en la realidad para transformarla. Y peor aún, una organización que considera que puede acumular fuerzas gradualmente y sustraerse del dominio del capital sin que el estado imponga su naturaleza fundamental, que es el uso de la fuerza.

Recapitulando, más allá de sus matices y diferencias, la estrategia de “huida” del capitalismo que plantean tanto los autonomistas, como los anarquistas y los autonomistas socialistas, no tienen en cuenta que ningún tipo de experimento, ya sea pequeño o grande, ya sea un espacio ocupado, una cooperativa de vivienda autogestionada o una comuna agraria, puede subsistir como un oasis de autogestión en un desierto capitalista. Y si lo hace, es solo porque el Estado capitalista en algún nivel lo permite. Porque si no, es solo cuestión de enviar algunas decenas de policías y el experimento se termina. Ahora, si hablamos de la planificación de la economía de un país entero, es imposible que se mantenga un solo día si no se crea un nuevo Estado basado en la democracia soviética y un poder propio, esto es, milicias en un primer momento y luego un ejército propio, que permitan enfrentar y derrotar al ejército de la burguesía. Y, sobre todo, la conquista del poder en un país, sobre todo si es atrasado, no puede ser más que una trinchera para el desarrollo de la revolución socialista internacional. La gran cuestión estratégica es cómo llegar a esto. Y la respuesta no la da ni el anarquismo ni el autonomismo socialista, sino el bolchevismo.

5. Aplastar al capitalismo: la estrategia bolchevique

Hemos ido señalando ya algunos elementos que distinguen la estrategia del marxismo revolucionario de las otras posibles estrategias que se plantean para enfrentar el capitalismo. La estrategia de aplastar el capitalismo sostiene que el capitalismo no se puede reformar y que es necesario acabar con él mediante la revolución social que conquiste el poder político, destruya el Estado burgués y construya otro tipo de Estado, un estado obrero, transicional hacia el comunismo.

Para Lenin, Trotsky y los bolcheviques, como antes para Marx y Engels, el sujeto social llamado a dirigir la revolución era el proletariado. La clase obrera a través de su fuerza de trabajo no solo es la fuente de la plusvalía capitalista, sino que también es una clase productora. El capitalismo, al desarrollarse, crea sus propios sepultureros, decía Marx. Esto es, el capitalismo, a pesar de todos los ataques sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora a finales de siglo XX que tuvo que realizar para poder relanzar las tasas de ganancia, se vio obligado, contradictoriamente, a extender la clase obrera por todo el mundo, y a aumentar numéricamente el trabajo asalariado; concentraba a trabajadores muy explotados en la columna vertebral de la producción y la distribución. No podía ser de otra manera. Estos trabajadores ocupan lo que nosotros denominamos posiciones estratégicas. Como afirma John Womack, un historiador de la clase obrera, “Posiciones estratégicas –dice– son aquellas que les permiten a algunos obreros detener la producción de muchos otros, ya sea dentro de una empresa o en toda la economía” [6].

Ahora bien, desde el punto de vista estratégico, del arte para vencer, hacía falta un instrumento vital, y esta es la segunda clave de la estrategia bolchevique: el partido revolucionario. Para derrocar el Estado autocrático y triunfar en la lucha por el poder político hace falta un partido revolucionario democráticamente centralizado. Este partido no es solo para luchar contra la burguesía, sino también contra las direcciones traidoras del movimiento de masas y contra las organizaciones que oscilan entre la reforma y la revolución, a las que los marxistas denominamos “centristas”. Es un partido que no se forja en un día, sino en un proceso largo de formación teórico-política y de experiencia de lucha de clases. Un partido marxista se construye no solo en el estudio. sino en una inmensa variedad de formas de lucha. Y es justamente como parte de esa lucha que la clase trabajadora o, mejor dicho, sus sectores más conscientes, se transforman en sujeto político.

¿Y por qué en situaciones así es vital tener un partido forjado en la lucha de clases? Esta es la tercera cuestión clave de la estrategia bolchevique: para crear organismos de frente único donde unifiquen las masas revolucionarias para luchar por el poder. Es decir, soviets o consejos obreros, o coordinadoras, o incluso comités de fábrica. El soviet es la organización de toda la clase obrera, y por tanto en él intervienen los diferentes partidos que tienen base en la clase obrera, los sindicatos, y los trabajadores sin partido. Antes de los soviets surgen organismos de coordinación para extender y defender las huelgas, asambleas de trabajadores de diferentes fábricas o de un barrio, que pasan a organizar a los trabajadores de toda una ciudad. Como dijimos anteriormente el capital trata de dividir y fragmentar a la clase obrera. La Revolución Rusa demostró que estos organismos podían unificar a toda la clase obrera en un gran frente único para concentrarse en el punto débil del enemigo y arrebatarle el poder. El soviet es un elemento central de nuestra estrategia. Como decía Lenin, no se trata de soviet o partido, sino de soviet y partido.

Cuando surgen soviets lo que surge es un doble poder. ¿Y eso qué significa? Como explica un camarada francés, Emmanuel Barot: “el ‘doble poder’ designa un tipo de proceso y de instrumentos políticos particulares por los cuales las masas en lucha crean sus órganos de decisión independientes, alternativos y antagónicos a las instituciones existentes en la perspectiva de la huelga general y de la insurrección”. Es decir, es un poder alternativo al poder real de los capitalistas. Ahora bien, para que los soviets sean un verdadero poder, estos tienen que armarse, sino son un semi poder. Por eso, en situaciones revolucionarias, los soviets no solo se organizan, también se arman, se enfrentan a las bandas fascistas, surgen milicias revolucionarias. Esa es la base sobre la que se puede formar un “ejército revolucionario” [7].

Lo que pensamos es que, si nuestra época sigue siendo la de crisis, guerra y revolución, si la clase trabajadora se rebela y vienen nuevas crisis y catástrofes, se van a crear las posibilidades, la “coyuntura estratégica”, para que la perspectiva bolchevique se despliegue. Pero para aprovecharla el partido tiene que existir previamente, tiene que haberse forjado en las luchas de la clase obrera. Si no hay una vanguardia fogueada de algunos miles que pueda construir un partido de decenas de miles que dirijan millones, puede haber revolución, pero no habrá triunfo de la revolución.

Entonces llegamos a un cuarto aspecto central de la estrategia bolchevique: la toma del poder mediante la huelga general insurreccional. La huelga general, al paralizar la producción, la distribución, etc., tiene la capacidad de paralizar a la burguesía y a su estado y la capacidad de, al mismo tiempo, facilitar la libertad de movimientos de la clase obrera en su lucha contra los capitalistas. La insurrección es el momento álgido de toda revolución, y sucede, no se puede provocar.

En su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky dice que “Al igual que la guerra, la gente no hace por gusto la revolución. Sin embargo, la diferencia radica en que, en una guerra, el papel decisivo es el de la coacción; en una revolución no hay otra coacción que la de las circunstancias. La revolución se produce cuando no queda ya otro camino. La insurrección, elevándose por encima de la revolución como una cresta en la cadena montañosa de los acontecimientos, no puede ser provocada artificialmente, lo mismo que la revolución en su conjunto. Las masas atacan y retroceden antes de decidirse a dar el último asalto” [8]

Y añade un poco más adelante: “Etapa históricamente condicionada de la revolución, la insurrección de las masas no es nunca exclusivamente elemental. Aunque estalle de improviso para la mayoría de sus participantes, es fecundada por aquellas ideas en las que los insurrectos vean una salida para los dolores de su existencia. Pero una insurrección de masas puede ser prevista y preparada. Puede ser organizada de antemano. En este caso, el complot se subordina a la insurrección, la sirve, facilita su marcha, acelera su victoria. Cuanto más elevado es el nivel político de un movimiento revolucionario y más seria su dirección, mayor es el lugar que ocupa la conspiración en la insurrección popular.” [9]

¿Pero qué significa tomar el poder? El poder no es una sustancia, sino una relación social. Entonces, la toma del poder significa destruir el poder burgués y su Estado, es decir, su fuerza represiva, para construir un poder alternativo de la clase trabajadora, un nuevo tipo de Estado: un Estado obrero transicional. Los soviets son la base de un Estado en el que son los propios trabajadores los que deciden cómo y con qué objetivos se organiza la producción. Lo que llamaba Lenin en El Estado y la revolución “un estado dirigido por las cocineras”. Y ¿por qué un estado transicional? Porque la conquista del poder político en un Estado aislado no implica la desaparición inmediata de las clases sociales. Es necesario aumentar el desarrollo económico, social y cultural del país, liquidando al mismo tiempo la resistencia de la burguesía.

Este proceso es lo que llamamos la “dictadura del proletariado”. Es decir, la organización de la sociedad en función de los intereses de la mayoría por sobre los de la pequeña minoría de parásitos que son los grandes capitalistas y banqueros, empresarios, monarcas, etc. No solo a la clase obrera, sino a todas las grandes masas explotadas, como los campesinos y los pobres urbanos, en una alianza obrera y popular con el objetivo de desarrollar la movilización permanente de las masas antes y después de la toma del poder. Si es un país semicolonial o dependiente, esto es para liberarlo de la influencia del imperialismo, resolver la cuestión agraria, expropiarle las fábricas al imperialismo y a la gran burguesía nacional. Y en todos los países, expropiar al capital poniendo toda la economía al servicio de un plan racional bajo control de la clase obrera que termine con la miseria, impida que avance la catástrofe ambiental. Para hacer avanzar la revolución en todos los terrenos: la economía, la cultura, las desigualdades, el fin de las opresiones por género, raza o condiciones sexual. Dicho de otro modo, revolucionar el conjunto de las relaciones sociales.

Pero la construcción del socialismo, esto que Marx llamaba “una sociedad organizada de cada cual según su capacidad a cada cual según su necesidad”, es imposible a nivel de un solo país, solo puede serlo a nivel internacional. El propio capitalismo es un sistema mundial, y cualquier estado obrero seguirá sometido al influjo de la economía capitalista, a sus crisis, a sus guerras, a sus catástrofes climáticas. Como decían Lenin y Trotsky, el proletariado ruso sigue siendo, después de la toma del poder, un parte de la división del trabajo de la clase obrera mundial. Entonces un paso clave de la propia revolución es que no quede confinada a un solo país, es una cuestión de vida o muerte: la revolución tiene que pasar del plano nacional al plano internacional.

Este es el quinto y último aspecto clave, el internacionalismo: para nuestra estrategia, es decir, la estrategia bolchevique, la revolución comienza en el terreno nacional, se extiende en el internacional y culmina en el mundial. Es la lógica opuesta a la que representó el estalinismo y su teoría del socialismo en un solo país. Esta perspectiva es la que Trotsky desarrolla en su teoría de la revolución permanente, y quedó demostrada con el trágico destino de la Revolución Rusa a lo largo del siglo pasado.

Revuelta y revolución en el siglo XXI

Como decíamos al principio, una oleada de huelgas recorre Europa. Salen a la calle a luchar sectores clave para la economía como respuesta a las crisis capitalistas que no dejan de sucederse y tras las cuales la amenaza velada es la de que viviremos peor que nuestros padres. La juventud está jugando un papel clave en muchas de estas luchas. Una de las lecciones estratégicas que podemos extraer de las movilizaciones de los últimos años es que es necesario superar su estadio de revuelta o de movilización para presionar al Estado. La pregunta que nos tenemos que hacer los revolucionarios es cómo intervenir para que avancen hacia situaciones revolucionarias. Aquí hemos dado algunas claves.

En estos ciclos de lucha de clase hemos visto tanto la potencialidad de la revuelta para impugnar los regímenes burgueses como sus límites. El carácter ciudadano de los anteriores ciclos de movilización, como el que se abre con el 15M, esto es, la intervención de la clase obrera de forma atomizada, individual, facilita el desvío de la lucha por todo tipo de proyectos electorales y la emergencia de una extrema derecha que trata de canalizar todo ese descontento. En ambos casos, la clase trabajadora termina siendo utilizada como “masa de maniobra” de la clase burguesa para terminar restaurando regímenes burgueses en crisis, como ha pasado con Unidas Podemos.

Pero la clase trabajadora no tiene por qué intervenir desorganizadamente y tan solo con demandas corporativas, esto es, limitándose a sus condiciones de trabajo y salariales: la lucha en Francia es una muestra de ello. La clase obrera es mucho más diversa que nunca, feminizada, racializada, LGTB, e internacional, por eso la pelea contra el machismo, contra la lgtbifobia dentro de la clase obrera es una pelea por la “unidad” de la clase obrera. Pero también una pelea porque la clase obrera dé una salida socialista a las demandas de todos los sectores oprimidos que no pertenecen estrictamente a su clase, es decir, una pelea por la hegemonía obrera, por las “alianzas” con otros grupos sociales.

Superar esta disgregación y fragmentación es una pelea material, contra las burocracias sindicales y las burocracias de los movimientos sociales, imponiendo un plan de lucha que supere sus intereses conciliadores con la burguesía e integrando al resto de sectores en la lucha, como muestran allí los compañeros, incorporando la pelea para acabar con el racismo, la precariedad juvenil, el machismo, la LGTBfobia…

Por eso, desde Contracorriente y Pan y Rosas peleamos por volcarnos desde la juventud a las luchas de los trabajadores y a otras luchas como la feminista donde denunciamos que la burocracia del 8M está ligada al gobierno y plantean no hacer huelga al ministerio de Irene Montero, a la par que planteamos un programa propio. Con esta perspectiva de hegemonía obrera intervenimos en el movimiento estudiantil, en el ecologista, etc. Esto es lo que llamamos construir “fracciones revolucionarias” en los movimientos y en los sindicatos.

Para nosotras, un elemento clave de nuestra estrategia es la unidad obrero-estudiantil, como sucedió en mayo del 68. Porque cuando la juventud interviene en la lucha de clases esta se radicaliza y tiene el potencial de superar a las burocracias que la contienen y derrotar al estado burgués. Pero también porque con la organización juvenil no es suficiente, solo la clase obrera ocupa las posiciones estratégicas desde las que puede cambiarlo todo. Entre las revueltas y las revoluciones no hay un muro infranqueable: las revueltas contienen en germen la posibilidad de superación del momento de resistencia o de presión extrema, abriendo el camino a la revolución. Esto depende de su desarrollo y, especialmente, de si la clase trabajadora y el movimiento de masas pueden ir más allá en su conciencia y organización.

No sólo la pelea contra las burocracias sindicales y de los movimientos sociales es clave para que se desarrollen los elementos más avanzados de la lucha de clases: damos una importancia estratégica a la pelea política e ideológica contra otras corrientes políticas que defienden estrategias que facilitan o contribuyen a estos desvíos. Ya sea por oportunismo y subordinación a las burocracias sindicales y políticas, como por ejemplo hace el Sindicato de Estudiantes, o por sectarismo, como el autodenominado “movimiento socialista”, que se abstiene de combatir contra estas con un discurso maximalista de que lo que hace falta es luchar por el socialismo.

Contra toda lógica oportunista, sectaria o centrista, es decir esos que oscilan entre posiciones reformistas y revolucionarias, pero cuando hay situaciones agudas suelen actuar de furgón de cola del reformismo, nosotras defendemos la independencia de la clase obrera de toda variante burguesa y neorreformista, no solo de palabra sino en una lucha permanente contra todas las burocracias y por construir una gran juventud socialista y revolucionaria. Y como parte de ello, la construcción de un gran partido de trabajadoras y trabajadores revolucionarios que se prepare de verdad para “tomar el cielo por asalto”.

Por eso al principio hablábamos de la articulación de las tácticas, la lucha estudiantil, sindical, etc., con la estrategia. Debatimos sobre estrategia para que cada uno de los compañeros y compañeras aquí presentes pensemos las tareas y actividades que hacemos en los lugares de organización y militancia que estamos como instrumentos tácticos para grandes objetivos. Para eso es útil la estrategia y el pensamiento estratégico. No solo para luchar, no solo para resistir, no solo para organizarse sino, sobre todo, para vencer.


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NOTAS AL PIE

[1Matías Maiello, "De la movilización a la revolución", recientemente publicado por nuestra editorial. En este trabajo, el autor se adentra en una serie de contrapuntos con las elaboraciones de Ernesto Laclau sobre la articulación populista y la idea de que la ampliación del campo de la hegemonía depende de la pérdida del carácter de clase de las demandas, así como los intentos de reconstruir una “socialdemocracia de los orígenes” de autores como Eric Blanc, Bhaskar Sunkara o Vivek Chibber. A partir de una revalorización del pensamiento estratégico, Matías Maiello recupera la noción de “programa transicional” sistematizada por León Trotsky y revisita los debates que, en torno a estas problemáticas, han atravesado al marxismo desde sus orígenes, para repensar la perspectiva socialista hoy.

[3Gramsci, Antonio, “Cuadernos de la cárcel”, Ediciones Era, 1999, México D. F. p. 39 (Q13)

[4Trotsky, León, “La estrategia y la táctica en la época imperialista”. Disponible en: https://ceip.org.ar/B-La-estrategia-y-la-tactica-en-la-epoca-imperialista

[5Para el desarrollo y balance crítico de estas estrategias hemos tomado como base el articulo “Estrategia y revolución: debates de la izquierda para el siglo XXI” de Diego Lotito, publicado en Contrapunto el 04/07/2021

[6Womack, J., Posición Estratégica y fuerza obrera: Hacia una nueva historia de los movimientos obreros. Fondo de Cultura Económica, 2016, México.

[8Trotsky, León, “El arte de la insurrección”, en Historia de la revolución rusa. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/histrev/tomo2/hoja20.htm

[9íbid.
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Elías Lavín

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