En este libro, Carlos Mackevicius entrevista a Adrián Krmpotic: un hombre que el 4 de abril de 1996 intenta secuestrar a Jorge Antonio Bergés, médico comisario de la policía bonaerense, involucrado en la apropiación de bebés durante la última dictadura militar.
Viernes 11 de octubre de 2019 18:20
Krmpotic (Ediciones Paco) es un libro que trabaja sobre el pasado. No porque lo añore sino más bien porque necesita volver sobre él para abrir una herida que el tiempo insiste en negar. En un ejercicio que se ubica entre el salvataje y la restauración, entre la historización y la evocación, Carlos Mackevicius entrevista a Adrián Krmpotic: un hombre que el 4 de abril de 1996 intenta secuestrar en el Partido de Quilmes a Jorge Antonio Bergés, médico comisario de la policía bonaerense, involucrado en la apropiación de bebés nacidos en cautiverio durante la última dictadura cívico militar.
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Como el de tantas otras, es el fracaso de la operación lo que signa el destino de la Organización Revolucionaria del Pueblo, y lo que lo dejó en la historia, en palabras del discutido intelectual Horacio González, como “un capítulo poco notorio, menos enlutado, pero no carente de vibración trágica”. Krmpotic se propone reconstruir no solo la escena misma del acto que falla ―y no fallido, para evitar psicologismos― sino los tiempos políticos en los que se insertó, seguidos a la reforma constitucional de 1994 en los que las leyes de Obediencia Debida y Punto Final estaban en plena vigencia.
En una erótica trazada entre el periodismo y la literatura, donde ficción y no ficción se compenetran hasta deshacerse, los ejercicios de reconstrucción son abordados entre las licencias de la posverdad y el rigor de lo estrictamente ocurrido. Tal como lo prefirió el francés Emmanuel Carrère para escribir El adversario ―basado en el famoso caso de Jean Claude Romand―, o como Carlos Busqued lo hizo en Magnetizado ―para narrar el caso de Raúl Melogno―, Mackevicius también recurre al género de la entrevista en un intento de proteger a la historia de los vicios de la escritura y del ejercicio nunca secundario y cada vez más autorreferencial del escritor.
El autor titula al libro con el apellido, a secas, de su protagonista con el objetivo de que “cobre la máxima potencia posible su voz, esa voz parsimoniosa, opaca y lejana, borrada de las currículas de la inmensa mayoría de las corrientes de izquierda, progresistas y nacional-populares de la actualidad”. En este sentido, el autor del libro no es el autor de los hechos: Adrián Krmpotic evoca y vuelca en palabras el valor irremplazable de “haber estado ahí”. No como un mero testigo sino desde un lugar de autoridad, de integridad, de total autoría.
Hijo de un combatiente croata que luchó para el Eje y de una madre argentina hija de polacos, Adrián Krmpotic llega a la militancia en 1982 por la puerta de Abuelas de Plaza de Mayo para saldar la historia de sus padres por oposición. Ya con 17 años, la vuelta de la democracia lo encuentra en absoluta desconfianza. Las medidas de gobierno del radical Raúl Alfonsín, “la ley de Punto Final estableciendo plazo de caducidad de la potestad coercitiva del Estado” y la versión lavada de una socialdemocracia dispuesta a todo con tal de mantener la paz, lo llevan a tomar una posición de mayor profundidad hacia la izquierda. Teniendo en mente los procesos revolucionarios de países de la región como Nicaragua y El Salvador, y a raíz del impacto sufrido en organizaciones pequeñas y medianas de la izquierda, surge la ORP. A pesar de una justicia que lo condenó como jefe de una asociación ilícita, Krmpotic se desmarca de la jefatura para reconocerse más cercano al rol de líder, “como una pequeña correa de transmisión entre la política y lo reivindicativo”, en una organización que operó como el músculo atomizador ante el desperdigamiento de militantes de otras.
Ya ante el retroceso cultural de la década del noventa y la resistencia totalmente replegada, la ORP comprendió que la vía institucional no era para ellos sino un camino hacia el absurdo y la idea de atentar contra Bergés, de detenerlo para interrogarlo sobre los delitos cometidos, surge de un rechazo categórico a la política de derechos humanos considerada por Krmpotic y los suyos como “una política de impunidad”. Herido el genocida Bergés y abortado el plan de la ORP, el gobierno de Carlos Menem logra poner su aparato en la frecuencia del repudio con la asistencia inestimable de los medios: “por un lado logró agitar con éxito los temores de la violencia, y por el otro lado logró que el arco del progresismo, incluso que los organismos, salieran a denunciar fuertemente el hecho”. Por eso, la descripción de la experiencia orpiana que hace Adrián Krmpotic no le escapa a la evaluación crítica: falta de timing, voluntarismo e inmadurez política son algunas de las sentencias que se dicta a sí mismo sin arrepentirse, en ningún momento, de la acción.
Para Krmpotic, el pueblo es el reservorio moral de la Patria y la insurrección, ante la ausencia institucional, un derecho. “Mientras existiera un argentino digno de la tierra que habita, los genocidas no podrían andar tranquilos por las calles”, leería en su alegato ante la Sala II de la Cámara de Casación Penal en el año 2007. Adrián Krmpotic no fue apresado después del atentado al bautizado por la prensa “Menguele argentino” sino un año después y a causa del cobro de un pedido de dinero efectuado al supermercadista Alfredo Coto ―también dueño de armamento y cabeza de una estructura empresarial fanática de desconocer los manuales de toda ética― a través de quien se financiaba, en parte, la organización. La operación que hace Carlos Mackevicius en el recupero de la figura de Krmpotic toma, al menos, dos matices. El primero tiene que ver con el contexto, esa suma imperfecta de tiempo y espacio: pone en la historia reciente del país un hecho que antes no estaba. El segundo se vincula con la discusión que propone el texto con la actualidad.
Krmpotic aparece poco antes de que el gobierno de Mauricio Macri condenara “la violencia y el terror”, otorgara subsidios y decidiera rendir homenaje a soldados caídos durante los setentas. Aparece en un momento donde “cualquier forma de resistencia popular puede convertirse en un delito” en un Estado que no precisa de un crimen para impartir un castigo. Aparece en un contexto en el cual la incógnita acerca de la financiación de la política traza la línea entre buenos y malos, entre transparentes y corruptos, entre los que redactan las leyes y quienes son juzgados a través de ellas. Adrián Krmpotic aborda el tema de la justicia desde su experiencia y sentencia que “no hay que coincidir con los presos políticos, hay que reconocer su status nada más” y que en esas condiciones se llega “al banquillo de los acusados con la sentencia confeccionada”. A través de relatos carcelarios que poco tienen que ver con la espectacularidad de las ficciones de gran rating, Krmpotic entabla un diálogo en el que pasado y presente confluyen para reforzar los resortes vagos de la memoria.