Con las declaraciones de Trump se abrió lo que muchos consideran la peor crisis en años, entre México y Estados Unidos.
Domingo 2 de junio de 2019 12:30
Una definición que solo puede explicarse considerando que las distintas administraciones nacionales, incluida la de AMLO, han ido atrás de los intereses del vecino del norte. La retórica de “dignidad empleada en distintos momentos —por ejemplo, en el último tramo de la administración de Peña Nieto—, no oculta el hecho irrefutable que los gobiernos mexicanos se alinearon a los dictados de Trump.
La amenaza de la imposición generalizada de un impuesto del 5% a todas las exportaciones mexicanas, en caso de que López Obrador no “frene” la migración que llega al Río Bravo, provocó una caída de los mercados y desató una corrida similar en el gobierno mexicano, con el viaje acelerado del canciller Marcelo Ebrard para entrevistarse con altos funcionarios estadounidenses.
Si la amenaza de Trump prospera —el miércoles 5 hay una “cumbre” entre ambos gobiernos— el enfriamiento de una de las relaciones comerciales y productivas más importantes del mundo sería un hecho. Hasta el T-MEC —el tratado que vino a sustituir al TLC después que fuera torpedeado desde la Oficina Oval— podría caerse.
El contexto internacional nos dice que lo que estamos viendo, era poco previsible: Estados Unidos está en una confrontación comercial con China, y los empresarios y el gobierno mexicano ya disfrutaban el renovado lugar de ser el principal socio (menor) de EEUU, que días antes había retirado los aranceles al acero y al aluminio. Pero cualquiera sabe que, en los tiempos de Donald Trump, la palabra “previsibilidad” desapareció del diccionario político. Aun y a pesar de las opiniones en contra de los demócratas e incluso varios republicanos y de parte de sus propios asesores, la amenaza fue lanzada, potenciada por las redes sociales, y se mantiene en pie.
Hay quienes afirman que —como en otras bravuconadas de Trump— los motivos están también en encontrarse las necesidades internas. En este caso, el debate en curso sobre el posible juicio político (impeachment) en su contra y el objetivo, siempre presente, de la reelección en el 2020, donde machacar sobre el problema migratorio y el “peligro mexicano” puede ayudarlo a consolidar su base electoral.
También podría estar orientado a presionar in extremis al gobierno de López Obrador; una especie de trueque entre mantener los privilegios del “libre comercio” (que incluirían la quita de gravámenes al acero y aluminio) y profundizar la subordinación a los dictados en materia migratoria. Esto jugaría con el hecho que, más allá de su retórica “progresista” y “nacional”, AMLO mostró alineamiento total en los primeros seis meses de su mandato. Aún así resulta un juego peligroso incluso para Trump, más para las corporaciones interesadas en mantener el tráfico comercial, porque el gobierno mexicano podría medir sus pasos considerando también sus propias necesidades internas.
Escribiéndole a Donald Trump
Las amenazas fueron respondidas por AMLO en una amistosa carta donde lo invita a Trump a recibir a sus emisarios. No fueron pocos los medios de comunicación que resaltaron la supuesta firmeza del mandatario nacional y sus afirmaciones en cuanto a que “no me falta valor”.
Pero a no engañarse. La carta es otro llamado al diálogo, apelando esta vez a ejemplos históricos; en particular a la actitud de Franklin D. Roosevelt ante Lázaro Cárdenas, aunque debemos decir que esto poco cabe, considerando la confrontación entonces existente entre las trasnacionales imperialistas y el gobierno mexicano a raíz de las expropiaciones petroleras y ferrocarrileras.
Lo que hay que reconocerle al presidente es que no miente cuando dice que su gobierno “está cumpliendo con su responsabilidad de evitar... el paso por nuestro país” de los migrantes.
La misiva de AMLO fue respaldada por los principales actores políticos nacionales. Desde la Conferencia Nacional de Gobernadores, hasta todos los partidos de oposición; como fue cuando Peña Nieto, a los panistas no les tembló la voz para pedir “firmeza”. Un cierre de filas generalizado para evitar que la presente crisis golpee al nuevo gobierno y en particular al proceso de legitimación política de las instituciones.
No es la primera vez que las declaraciones del presidente estadounidense le dan la posibilidad, a las autoridades y políticos mexicanos, de ponerse en un lugar de “autodeterminación” e “independencia” que les es absolutamente ajeno. Lo vimos con Peña Nieto, ahora con AMLO. Después de los dichos de Trump, afirmó que “defenderemos a todos los migrantes, no solo a los mexicanos... siempre vamos a tender la mano fraterna a los migrantes”.
Pero no hay nada más chocante que el contraste entre su discurso y su política migratoria real, la cual no cambió nada respecto a su antecesor. En el mes de mayo, fueron detenidos 22 mil migrantes y más de 15 mil deportadas. Estas cifras son las más altas de los últimos 3 años. En los primeros seis meses de su gobierno, más de 50 mil personas fueron deportadas. Es indudable que las amenazas de Trump también responden a que se esperan que este 2019 cerca de 800 mil personas intenten llegar a Estados Unidos a través de la frontera mexicana; a pesar de eso, es evidente que el gobierno mexicano viene esforzándose por cumplir con las exigencias del magnate estadounidense.
La flamante Guardia Nacional tuvo entre sus primeras acciones resguardar las desbordadas estaciones migratorias en Chiapas, en la frontera sur. El objetivo era evitar las reiteradas fugas de los migrantes, detenidos, en condiciones de hacinamiento, antes de ser repatriados. Como se ve, el objetivo de esta nueva corporación policíaco-militar es mantener la militarización y contener el flujo migratorio.
Hay que recordar que el gobierno mexicano quiere combinar su función como policía migratoria, con la implementación de un plan presentado por la CEPAL para México y Centroamérica, el cual articularía el desarrollo de megaproyectos con controles migratorios. Aunque AMLO buscaba interesar a la Casa Blanca, tuvo poco eco en ésta, que al día siguiente de dicha presentación inició un espiral de declaraciones hasta llegar a la actual amenaza de tarifas a las exportaciones.
Perspectivas inciertas, hielo quebradizo
Hay quienes avizoran que esta crisis podría empujar cambios en la política migratoria de AMLO y un distanciamiento en su relación con Trump. Lo que podemos decir es que no parece ser el camino que AMLO quisiera. Su actitud, como de la administración anterior, es preservar dicha relación, en aras de mantener la dependencia económica y la subordinación política que ninguno de los principales partidos quieren romper, desde el PAN hasta Morena.
Lo que es verdad es que el principal factor de inestabilidad en los últimos dos años viene del norte. Y obliga a los sucesivos gobiernos a responder ante eso, maniobrando para evitar el desprestigio ante una población cada vez más descontenta con las amenazas de la Casa Blanca. No hay que olvidar que, para Peña Nieto, la actitud de Trump fue una verdadera pesadilla que minó aún más su legitimidad, a pesar del respaldo institucional con el que contó. A AMLO lo amenaza el mismo fantasma; sus llamados al “diálogo” pueden agotar su utilidad si Trump se mantiene en su postura. Y puede afectar la alta popularidad con la que cuenta, que descansa en la percepción social de que su administración es distinta a los gobiernos neoliberales subordinados hasta el extremo a Washington.
Posiblemente López Obrador confíe, más que en la versatilidad diplomática de su canciller Ebrard, en la presión que puedan ejercer los lobbys de los demócratas, republicanos y las trasnacionales beneficiadas por los flujos comerciales transfronterizos, sobre Trump, para que suavice sus términos. Pero el hielo de la relación entre los dos gobiernos es evidentemente muy quebradizo, y del otro lado están empeñados en probar su resistencia.
Migración, antiimperialismo e internacionalismo
Las declaraciones de Trump y las exigencias en materia migratoria son el corolario de la agresividad imperialista contra México. Ésta se basa en la subordinación del país a Washington y no es ajena a la política desplegada por las administraciones anteriores, republicanas o demócratas.
Los tratados comerciales son el armazón sobre el que se construyó la actual sujeción de la economía nacional a los intereses de las trasnacionales, acompañados desde los 80 y 90 por la privatización de las principales empresas paraestatales, y más recientemente por la entrada del capital extranjero a usufructuar el sector energético.
La estructuración, a través de la frontera norte, de uno de los circuitos productivos más notables del orbe —la Cadena Automotriz de Valor— implicó la reconfiguración de la economía nacional como plataforma de exportación, la apertura comercial indiscriminada, y una precarización laboral que llevó a México a niveles salariales de los más bajos del continente.
Acompañando la recolonización del país, los gobiernos pagaron puntualmente una de las deudas más altas de la región, lo cual implicó reducciones presupuestales para la salud, la educación y —como se está viendo ahora— para el conjunto del gasto público.
La dependencia económica fue acompañada de la aceptación de todas y cada una de las exigencias de Estados Unidos en el terreno político, militar y diplomático, comenzando por la llamada “guerra contra el narcotráfico”. Su saldo: alrededor de 500 mil muertos en las últimas décadas y una militarización que el gobierno pretende continuar bajo una nueva corporación policíaco-militar, la Guardia Nacional. Esto fue acompañado de fenómenos aberrantes como las redes de trata, el feminicidio y la masacre de migrantes, lo cual no se puede disociar de la descomposición que provoca la expoliación por parte de un imperialismo con el que se comparten 3000 kilómetros de frontera.
El rol histórico de México como “estado tapón” al sur del Río Bravo hoy tiene un nuevo significado: frenar la migración, un fenómeno estructural del capitalismo moderno, protagonizado en nuestro país por cientos de miles de personas de origen centroamericano, caribeño, africano y, por supuesto, también mexicano.
Los “acuerdos” migratorios impuestos por Estados Unidos y aceptados por las administraciones mexicanas, no se contentan con el muro fronterizo (que existe desde los tiempos del demócrata Bill Clinton y que Trump pretende extender). Han logrado que el estado mexicano haga en su territorio y en la frontera sur en particular, lo que la nefasta Border Patrol hace al norte del Río Bravo.
La actual crisis entre la Casa Blanca y el gobierno de México, y la respuesta dada por éste, muestran la necesidad de que la clase obrera mexicana y sus organizaciones levanten una política claramente antiimperialista y en favor de los derechos de los migrantes, independientemente de su país de origen. En unidad con los trabajadores y pueblos de Estados Unidos y de Centroamérica y el Caribe, la exigencia de plenos derechos sociales y políticos para todas y todos, freno a las deportaciones en México y Estados Unidos y contra cualquier acción represiva y restrictiva que impida el paso a través de las fronteras existentes.
Particularmente en Estados Unidos, que se forje una clase obrera con una política independiente del gobierno y los partidos de las trasnacionales, depende de que sus organizaciones sindicales —así como la izquierda que se reclama socialista—, levanten enérgicamente la lucha contra la política imperialista de su propio gobierno y en particular contra el saqueo de América Latina que se lleva adelante con la deuda externa y el control de las áreas fundamentales de las economías nacionales. En esto no puede haber dudas; no se trata sólo de la solidaridad abstracta, sino que es imprescindible luchar contra los mecanismos por los que se manifiesta concretamente la opresión imperialista de “su” gobierno y la clase dominante, poniéndose del lado de la clase obrera y los pueblos oprimidos.
En México, las amenazas de Trump ponen sobre la mesa la necesidad de conquistar la independencia nacional, íntegra y efectiva, económica y política, rompiendo las cadenas que nos atan y que permitieron la recolonización del país en función de los intereses de las trasnacionales y la Casa Blanca. La ruptura con el imperialismo no está disociada de enfrentar a su socio menor —los empresarios “nacionales”— y sus partidos. El No Pago de la deuda externa, el quiebre de los pactos y acuerdos que nos subordinan en todos los terrenos al imperialismo estadounidense, la expropiación sin indemnización de todas las empresas y zonas entregadas al capital extranjero, son las primeras tareas, que, sin embargo, no llevará adelante un gobierno como el de López Obrador. La perspectiva antiimperialista e internacionalista que sostenemos los socialistas debe iniciar por allí y plantear —a ambos lados de la frontera—, que luchamos por acabar con la opresión imperialista, expropiar a los expropiadores y construir los Estados Unidos Socialistas de América del Norte y Centroamérica. Esa debe ser la bandera de la clase obrera y la juventud combativa en México.
Pablo Oprinari
Sociólogo y latinoamericanista (UNAM), coordinador de México en Llamas. Interpretaciones marxistas de la revolución y coautor de Juventud en las calles. Coordinador de Ideas de Izquierda México, columnista en La Izquierda Diario Mx e integrante del Movimiento de las y los Trabajadores Socialistas.