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La Cuarta Transformación: el hijo incómodo de la alternancia

Mario Caballero

La Cuarta Transformación: el hijo incómodo de la alternancia

Mario Caballero

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El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ha confundido a muchos. Unos opinan que es nuevo régimen; otros que es de izquierda o liberal; otros que es autoritario y al mismo tiempo enemigo de los empresarios. Aquí trataremos de dar algunas aproximaciones sobre el tipo de gobierno que representa y hacia dónde se encamina.

La fuerza que expresa López Obrador como presidente a un año de gobierno, así como la de su partido (el Morena), es producto de la reconfiguración del régimen de la alternancia, surgido en el 2000; un reacomodo del poder político que parecía no tener fecha exacta de caducidad.

Fue el desgaste de estas instituciones y una gran crisis de representación lo que cambió la relación de fuerzas entre los partidos del Congreso, dando paso así a un gobierno diferente a los que ha representado al llamado régimen de partidos. Nuevas formas de gobernar y un nuevo discurso que se distancia de lo significó ese acuerdo estratégico entre los partidos del Pacto por México.

Fue la politización de la población —acompañada de mucha polarización—, basada en el hartazgo de gobiernos que aplicaron profundas medidas neoliberales y profundizaron la entrega de entrega de los recursos estratégicos al imperialismo —principalmente al estadounidense—, lo que volteó de cabeza a estas fracciones políticas representantes del capital nacional y extranjero en particular desde el año 2014, con las movilizaciones por Ayotzinapa. A diferencia de 1994, cuando se pactó la “transición política” ante la crisis terminal del

priato que concluyó más de 70 años en el poder, en esta ocasión no hubo tal acuerdo en las alturas. Incluso algunos sectores del imperialismo vieron con preocupación el posible ascenso de un “izquierdista” a la presidencia de la República.

Era L’enfant terrible, surgido de un régimen autoritario, antidemocrático y proimperialista que, anteriormente, como dirigente estatal del PRI en Tabasco, había encabezado tomas de pozos petroleros de PEMEX en apoyo a productores afectados por la contaminación del territorio. Sin embargo, eso fue lo más que el actual presidente podía hacer como “izquierdista” en el régimen.

Contra los que critican y temen el “populismo” de AMLO, el tabasqueño evitó que el régimen, desgastado y disfuncional después de décadas años de aplicación de planes neoliberales, estallara en una crisis superior a la de 1999-2000, donde el descontento fue desviado hacia las urnas y mediatizado por la “pata izquierda” de ese nuevo régimen: el PRD.

Solamente un discurso radical (en la forma) y la promesa del combate a la privilegiada casta política (“la mafia del poder”) pudo evitar una radicalización de masas que, bajo una política independiente, hubiera logrado tirar al régimen. Fue un momento donde los principales dirigentes de los partidos patronales habían perdido toda autoridad. Nadie más podía tener una política para recomponer las instituciones tan cuestionadas y desgastadas.

Y es que, pese a las diferencias de AMLO y el Morena con la casta política tradicional, la 4-T busca reordenar y reorganizar el sistema político para volverlo funcional, así tenga que realizar importantes cambios formales en las instituciones. La bandera de la lucha contra los privilegios, en un país con tanta desigualdad social, es una de las principales armas políticas que fortalecen a este gobierno. Aunado a esto, la profundización de los programas asistenciales hace hoy a López Obrador el hombre fuerte del régimen y el principal caudillo de masas como no se había visto desde la época del cardenismo.

¿Un nuevo régimen o un nuevo gobierno?

Los rasgos distintivos del gobierno de la 4-T son una nueva característica del régimen de la alternancia. La fortaleza de AMLO le permite imprimirle a su gobierno rasgos bonapartistas, basándose en la hegemonía política sobre los demás partidos y el Congreso. Es un gobierno asentado, para el que la oposición no representa un grave riesgo por ahora.

Sin embargo no ha habido un cambio sustancial que modifique el carácter esencial del régimen o sus instituciones. Por ejemplo, lejos de acotarse el presidencialismo (la principal institución de régimen), éste tiende a fortalecerse dado el predominio del poder ejecutivo sobre la Suprema Corte de Justicia y el Congreso de la Unión.

Igual que la transición política del 2000, se mantiene el aparato sindical corporativo, aunque ahora la reforma laboral le imponga algunas medidas de aparente democracia sindical. Y es sobre la base de esta estructura corporativa (más allá del discurso “democrático”) que se mantiene la explotación de los trabajadores y la paz social que demanda el capital, explotación que se profundiza con la preservación del régimen laboral de outsourcing.

Se están asentando nuevas características de predominio político en el régimen, donde se mantenga la relación entre las clases expresada en los últimos años. Prueba de ello, es que AMLO y el Morena no echaron abajo las neoliberales reforma laboral y la privatización de la seguridad social; ni mucho menos se propusieron tirar la reforma jubilatoria que aumentó la edad a 65 años para el retiro de los trabajadores. Tampoco López Obrador metió a la cárcel a Peña Nieto, una promesa que le valió millones de votos. Lo que demuestra que tampoco es un “gobierno para los pobres” como reza la propaganda oficial.

Pero si el régimen no ha cambiado a favor de los trabajadores ¿por qué existen roces con sectores claves del empresariado nacional? Sobre todo cuando el imperialismo estadounidense comprendió que hoy le es más funcional a su política económica un gobierno fuerte y muy legitimado. Estos roces se dan porque la política moral de AMLO choca con las prácticas evasivas fiscales (o condonación de impuestos) de sectores empresariales, así como con las formas en que éstos recibían concesiones del gobierno y hacían negocios con altos funcionarios.

Pero por encima de todo, AMLO se aseguró de garantizar la defensa de la propiedad privada, y por lo tanto, de los negocios de los capitalistas. En esta pugna, buscó un equilibrio apoyándose en otro sector industrial con el cual pactó inversiones privadas, ya que la inversión pública es la más baja en muchos años. El apoyo de Carlos Slim a los planes de inversión de la 4-T es lo suficientemente fuerte como para resistir los embates del Consejo Coordinador Empresarial, y de su beligerante presidente que responde más al panismo y busca postularse para las elecciones del 2024.

Un camino nada terso hacia nuevas formas de gobernar

En medio de un régimen que no logra recomponerse de la crisis que viven sus partidos (como lo expresa un PRI cada vez más decadente, un PAN dividido y desdibujado, y un PRD a punto de extinción), sólo un hombre fuerte puede recomponerlo bajo nuevas condiciones y reglas políticas. Se trata de sacar adelante al régimen de la alternancia cuyo desgaste evidenciado con el tsunami electoral en el 2018, lo metió en una profunda crisis.

Esto no significa el surgimiento de lo que se denomina un nuevo régimen de dominio, donde las instituciones sufren profundas transformaciones, y existen importantes cambios estructurales; es decir, lo que López Obrador llama un nuevo régimen. Tampoco tiene que ver con una nueva formación social; siguen existiendo las relaciones de subordinación de una clase hacia la otra; no cambia el régimen de propiedad, ni las condiciones materiales de existencia de los de abajo.

Tampoco es un régimen independiente de las exigencias imperialistas. Ya vimos cómo el gobierno de la 4-T se subordina, en lo fundamental, a las exigencias de Trump, para que México contuviera el paso de inmigrantes hacia los Estados Unidos, y donde la Guardia Nacional cumple el papel de policía fronteriza. Este es uno de los aspectos más reaccionarios de la 4-T, lo que no garantiza que la Casa Blanca no ejerza más presión sobre México y su presidente en aras de imponer su política económica —sobre todo cada vez que se acercan más las elecciones presidenciales en Estados Unidos.

Pese a todo esto, la transición hacia esa forma de gobernar está enfrentando la resistencia de los sectores económicos y políticos que controlaban el Estado. Es la pelea por el poder entre la clase política, el elemento de inestabilidad en este proyecto estratégico (de largo plazo) que busca imponer López Obrador. Pero si AMLO logra sortear los errores políticos de su gobierno, es por la debilidad de la oposición burguesa y la crisis existente en estos partidos. En ello requiere mucho la fortaleza del gobierno de la 4-T.

Paradójicamente, los sectores de derecha inconformes, obnubilados por la pérdida del poder, no aceptan que el nuevo gobierno busca recomponer al régimen y, a partir de su fuerza hegemónica, establecer las nuevas reglas del juego que eviten que la polarización —en el contexto de una alta politización de las masas— haga surgir una radicalización de sectores de la población. Sobre todo cuando las viejas demandas estructurales, así como el conflicto abierto con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa (los feminicidios, los miles de desaparecidos y ejecutados, etc.), no ha sido resueltas.

Y es que, pese a haber decretado “el fin del neoliberalismo”, las diferencias de la 4T con sus adversarios políticos y empresariales, para nada responden a un antagonismo de clase. Es decir, no es un gobierno antineoliberal.

Pero no solamente son estos elementos obstáculos para esta transición emprendida por el presidente. Al ser el Morena un partido-movimiento formado por gran parte de sectores descompuestos del PRD (que aportaron miles de votos al triunfo de López Obrador), por panistas (conservadores), por priístas (que representan las peores tradiciones de la política mexicana), por sectores reaccionarios como la senadora Lilly Téllez y la alianza con el reaccionario y evangelista PES, es esta heterogeneidad y los distintos intereses uno de los principales problemas que enfrenta el proyecto del caudillo tabasqueño. Y es que AMLO también tiene al enemigo en casa.

Es probable que las pugnas desatadas al interior del Morena por las elecciones para elegir a su dirección nacional y a las estatales, escale con la disputa por los puestos para las elecciones de 2021, en donde se posicionarán los grupos que buscan la presidencia en el 2024. De abrirse una gran crisis en el Morena, tendría repercusiones en el gobierno y el régimen en un momento en que no hay un recambio burgués creíble ante las masas, lo que abriría la posibilidad de la irrupción de sectores más de izquierda e independientes en la escena nacional. La advertencia de López Obrador de su posible renuncia al partido que formó es una alerta sobre la posibilidad de un escenario como el señalado arriba.

La estabilidad como requisito elemental para el proyecto de la 4-T

Muchos critican que López Obrador, desde el comienzo de su gobierno, no haya iniciado un juicio contra el corrupto y asesino expresidente Enrique peña Nieto como lo prometió en campaña, sobre todo ahora, que éste presume ostentosamente su riqueza e impunidad en Europa. Pero la estrategia de AMLO no es la confrontación directa con los grupos de poder recientemente desplazados. Busca arrinconarlos y debilitarlos, como es el caso de los políticos y empresarios más cercanos a Peña Nieto.

Así, el tabasqueño va tendiendo en un cerco en torno al expresidente, metiendo a la cárcel a algunos de sus más cercanos colaboradores (como Juan Collado y Rosario Robles), o haciendo que renuncien a sus cargos otros de ese círculo íntimo (como el ministro Eduardo Medina Mora y dirigentes sindicales como Carlos Romero Deschamps). Al mismo tiempo, su estrategia se basa mucho en fijar en el imaginario popular la lucha contra los corruptos que representan el pasado oscuro de la vida del país. En tanto, AMLO emerge como el paladín de la moral y la lucha contra la corrupción, poniendo ésta como la causa de los males del neoliberalismo.

Por ello, las conferencias mañaneras cumplen el rol de una artillería en el ejército, que atacan sin cesar al enemigo procurando dar siempre en el blanco. Para López Obrador, este desgaste del enemigo —un intento de anulación política— le permite conquistar una relación de fuerzas favorables a su gobierno.

Lo contrario sería un enfrentamiento directo con fuerzas reaccionarias (políticas y empresariales) que podrían abrirle flancos de crisis y una unificación de los sectores debilitados que apuntarían a desgastar a su gobierno. En este actuar está la base de sus políticas conservadoras, y el pragmatismo mostrada en otras de tinte más “progre”.

Esa misma estrategia se muestra en el combate al narcotráfico, donde destaca la impotencia de la militarización. El episodio del fallido operativo en Culiacán para capturar al hijo del Chapo Guzmán muestra las contradicciones de su política de pacificación, a la vez que muestra también la debilidad del Estado ante situaciones como estas, donde el narco ejerce fuerte control territorial y actúa como una milicia organizada (con mandos y tropa) en la defensa de las empresas alrededor de la droga.

Para muchos es claro que este hecho pesará bastante en los planes estabilizadores de la 4-T, al mismo tiempo que plantea un dilema a López Obrador: o combate directamente a estas fuerzas enemigas del Estado (con todas las consecuencias anunciadas ya por los narcos), o pacta con ellos la pacificación en las regiones más conflictivas del país. ¿Pero hasta dónde lo que hoy pudo ser visto como una decisión que evitó una masacre puede mantenerse más adelante como apoyo a esta estrategia? No podemos descartar que el problema del narcotráfico sea uno de los grandes obstáculos en los planes de de gobierno de López Obrador.

La lucha de clases como factor disruptivo

Si bien por ahora, es mucha la legitimidad de AMLO y no hay procesos de lucha por izquierda, empiezan a mostrarse muestra de descontento a nivel obrero y popular, donde el señalamiento de “radicales” y conservadores” no basta para contener las profundas aspiraciones de las masas que aspiraron a algo mejor con el cambio de gobierno. El fenómeno de lucha obrera surgida Matamoros, es un indicativo de las viejas demandas estructurales que los paliativos asistencialistas de la 4-T no pueden apagar.

Y no puede verse la situación del país por fuera del contexto internacional que, como vimos recientemente, se expresa en varios países de América Latina con la juventud, las mujeres y las masas llenando las calles masivamente en rechazo a la miseria, la opresión y la antidemocracia. Esto en el marco de una economía mundial que avanza a la recesión, y donde México, como país dependiente con rasgos coloniales, sufrirá más presiones de los Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional.

Por eso es necesario levantar desde ahora una política independiente del gobierno y del de régimen que se prepare para luchar junto a los que el gobierno llama “radicales conservadores” y los sectores desencantados de la 4T por la política que favorece a los empresarios y (más allá de las declaraciones “nacionalistas”) con la subordinación al imperialismo yanqui.


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Mario Caballero

Nació en Veracruz, en 1949. Es fundador del Movimiento de Trabajadores Socialistas de México.