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La Europa del capital, contradicciones de derecha a izquierda y fragmentación política

Josefina L. Martínez

La Europa del capital, contradicciones de derecha a izquierda y fragmentación política

Josefina L. Martínez

Ideas de Izquierda

Las elecciones europeas, realizadas durante 4 jornadas en los 28 países de la Unión, permiten un análisis sobre la dinámica de la Unión Europa y las contradicciones nacionales. Avanzamos aquí unos primeros apuntes sobre los movimientos más importantes y sus posibles implicancias para el futuro.

El conjunto de los partidos conservadores y socialdemócratas, que forman parte de la gobernanza de la Unión Europea desde sus comienzos, no logran sumar más del 50% de los votos por primera vez desde las elecciones de 1979 (hasta esa fecha la elección era indirecta, con representantes elegidos por los parlamentos nacionales). Esto significa que han perdido la mayoría absoluta y, a partir de ahora, una mayor fragmentación será la imagen del Europarlamento, más a tono con los fraccionados escenarios políticos nacionales. Esto implicará pactos cruzados con los Liberales y los Verdes para cada cuestión de importancia.

El retroceso electoral del “extremo centro” puede medirse en uno de los países que hasta ahora ha tenido mayor estabilidad dentro de la UE. En Alemania, la “Groke Koalition” se encuentra fuertemente cuestionada. Mientras que en las últimas elecciones europeas había sumado un 62.7% de los votos, ahora se queda en un 44,3%, con una caída de casi 20 puntos. La alianza de partidos conservadores que encabeza Merkel, la CDU/CSU alcanza un 28.9% votos (7.6 puntos menos que en las anteriores elecciones), mientras que los socialdemócratas del SPD quedan terceros con 15.8% (12 puntos menos).

La crisis en Reino Unido es más aguda, producto del brexit irresuelto, con resultados devastadores para los partidos que han sido pilares del orden neoliberal. Conservadores (9%) y Laboristas (15.2%) salen humillados de los comicios por el nuevo Partido del Brexit de Nigel Farage (30.5%) pagando así las facturas del divorcio conflictivo con la Unión Europea. El Partido Liberal Demócrata queda en segundo lugar (21.1%) y los Verdes (12%) superan al partido de Theresa May. El “trauma” del brexit ha implicado la renuncia de dos primeros ministros (Cameron y May) y una profunda crisis que no tiene una clara salida a la vista.

En Francia, Le Pen gana las elecciones y Macron es golpeado por el voto castigo. El Partido Reagrupamiento nacional (ex Frente Nacional) de Marine Le Pen logra la cabecera (23,31%), aunque con un porcentaje inferior al de 2014. Pero sin dudas el derrotado es Macron (22,41%) que acusa el desgaste producto de un extendido descontento social y el impacto del fenómeno de los “chalecos amarillos”, un conflicto social que, aunque ha perdido magnitud, ha persistido durante los últimos meses, enfrentando una represión sin parangón en las últimas décadas.
Aun así, es importante notar que la crisis del extremo centro ha tendido a moderarse, y se expresa de forma desigual en el continente, con algunas importantes recomposiciones. En el Estado español, por ejemplo, aunque el PP pasa por un mal momento, el PSOE se recupera significativamente, fortalecido como alternativa de “mal menor” ante el temor del ascenso de la extrema derecha y levantado por el apoyo incondicional de Unidos Podemos. El elemento desestabilizante, sin embargo, es la eleccion de dos dirigentes independentistas catalanes como Puigdemont y Junqueras al Parlamento europero, lo que internacionaliza el conflicto y augura tensiones. También en Portugal se repite una victoria para el PS en el gobierno (33.58%), aunque con una abstención récord del 70%.

En Italia, la Liga de Salvini se transforma en el partido más votado (34.3), en una nueva reorganización del sistema de partidos italiano, mientras que el PD comienza a recuperarse desde la oposición (22,7%) superando al Movimiento 5 Estrellas (17,1%).

Ahora comienza el proceso de elegir al presidente de la Comisión europea, para reemplazar al luxemburgués conservador Jean-Claude Juncker. El Partido Popular Europeo (PPE) sigue siendo el primer grupo en el Europarlamento, por lo que suponía asegurada la elección de Manfred Weber, un joven político socialcristiano bávaro de la CSU, socio de la CDU de Merkel. Un político joven (46 años) con un perfil marcadamente conservador y cristiano, que se escora claramente hacia la derecha en temas de inmigración. Sin embargo, su camino para liderar la UE se está complicando; ya han anunciado su oposición socialdemócratas y liberales, mientras Macron reclama un aspirante con más “experiencia y credibilidad”. Aquí juegan, también, las tensiones en el eje franco-alemán, y las pretensiones de Macron de incidir un poco más en algunas decisiones.

Las tensiones con Estados Unidos han atravesado también las elecciones europeas. Un ejemplo ha sido la intervención del “amigo americano”, Steve Bannon, quien pretendía aunar a los partidos populistas de derecha en una suerte de “internacional reaccionaria” que favoreciera las políticas de Donald Trump. Sin embargo, aun cuando Salvini se alineó en la línea bannonista -negándose a participar en la recepción de “Estado” que su gobierno le brindó al presidente chino Xi Jinping para sellar un acuerdo por la ruta de la seda-, otros pusieron más límites a esa línea. Bannon apostaba a que los partidos de la extrema derecha se transformaran en actores decisivos en las instituciones europeas para bloquear o cambiar políticas, cosa que no resultó, pero ganan poder y se afirman como actores que marcan la agenda.

La extrema derecha avanza y se integra al concierto europeo

El Secretario General de la Comisión Europea, Martin Selmayr, decía con alivio, un día después de las elecciones: “La llamada ola populista, creo que fue contenida". En esta referencia, al igual que los análisis que hacían algunos sectores del mainstream europeo, se incluía por igual en la “ola populista” a los partidos de la extrema derecha y a los “populistas de izquierda” o neorreformistas como Syriza -en su momento-, Podemos o La Francia insumisa. Según esta interpretación, los “populistas” han sumado en total un 29% de los escaños en el Europarlamento, pero difícilmente se podrán poner de acuerdo en un bloque común. Pero esa definición indiferenciada del “populismo” no permite trazar un análisis más profundo de las tendencias políticas, los desplazamientos del voto hacia derecha o hacia izquierda, ni explicar en realidad casi nada.

Es un hecho que en estas elecciones volvieron a ponerse en evidencia la existencia de tendencias hacia las crisis orgánicas que, en diferentes gradaciones, atraviesan a los regímenes políticos de varios países europeos, fragmentando los regímenes políticos y dando lugar a movimientos o fracturas en los sistemas de partidos, dejando atrás los momentos de bipartidismos estables. En esta ocasión, las variantes de extrema derecha son las que más han capitalizado electoralmente, mientras que la izquierda populista o neoreformista ha tenido importantes caídas.

Los partidos populistas de derecha, euroescépticos y xenófobos han obtenido de conjunto entre un 20 y un 25% de los votos. Han resultado vencedores en Italia (La Liga, Salvini), Francia (RN, Marine Le Pen), Polonia (Pis), Hungría (Fidesz, Viktor Orban) y Reino Unido (El Partido del Brexit, Farage). En otros países han sido segunda fuerza, o han alcanzado resultados importantes para condicionar la agenda política, como Alternativa por Alemania (11%).

A diferencia de hace unos años atrás, sin embargo, la cuestión monetaria o la ruptura abierta con la UE ya no está presente en sus programas, y en su mayoría se inclinan por renegociar los tratados europeos para fortalecer las reaccionarias fronteras nacionales y recuperar atribuciones delegadas en Bruselas, como un bloque resistente dentro de la misma UE. En este sentido, las tendencias a los extremos, y las amenazas de ruptura con la UE se han moderado, en una situación de relativa estabilidad económica (aunque de estancamiento sostenido).

Estos partidos combinan una ideología nacionalista, populismo y xenofobia, apelando a los “olvidados” por el establishment de la UE. Los inmigrantes son el blanco principal de sus ataques reaccionarios. Lo que se percibe en estas elecciones es que en los últimos años estos partidos “populistas de derecha” han tendido a “normalizarse” e integrarse bastante en los nuevos regímenes, aunque no logran tampoco ser elementos estables que permitan superar las crisis orgánicas. La extrema derecha tampoco está exenta de crisis de la “política tradicional”, como en Austria, donde el partido FPÖ ha sido golpeado por un escándalo de corrupción, lo que provocó la caída del gobierno de coalición entre el conservador Partido Popular Austríaco (ÖVP) y el FPÖ, con la convocatoria a elecciones anticipadas.

Los verdes y la juventud por el clima

La gran novedad en estas elecciones es el crecimiento de los Verdes, que capitalizan por izquierda la crisis de los partidos tradicionales en importantes países como Alemania o Francia. El grupo de los Verdes en el Parlamento Europeo (agrupa a 33 partidos) obtiene 70 escaños y se posiciona como la cuarta fuerza, donde pasarán a ser claves para nuevos pactos.

La “ola verde” traslada de las calles al palacio el sentimiento ecologista de miles de jóvenes que en los últimos meses se han movilizado en los “Friday for Future” y las llamadas “huelgas por el clima”. Los Verdes quedan en segundo lugar en Alemania (20.5), y en tercer puesto en Francia (13.5), superan a los conservadores en Reino Unido (11.1), empatan la tercera posición en Irlanda (15%), crecen en Bélgica, Luxemburgo y Portugal. En Finlandia logran el segundo puesto (16%), mientras que en Austria, Irlanda y Holanda, quedan por arriba del 10% de los votos.

El avance más importante es en Alemania, donde duplican su resultado del 2014, obtienen el 20.7% de los votos y se convierten en el partido más votado entre las personas menores de 30 años donde llegan hasta el 33% de los votos (en esa franja el SPD no supera el 10% y Die Linke cae al 7%).

Los Verdes tienen un discurso centrado en el ecologismo, son europeístas, se oponen a las medidas más xenófobas de la UE y tienen un programa que en algunos puntos se puede asimilar a un tipo de “neokeynesianismo verde”, aunque muy light. En este sentido aparecen como una contratendencia al avance de la extrema derecha continental. En la extrema derecha, algunas formaciones son abiertamente contrarias a la defensa del medioambiente, mientras otras pasan de la cuestión. La dirigente de VOX, Rocío Monasterio habla despectivamente del “camelo climático”, mientras una diputada de Alternativa para Alemania (AfD), Beatrix von Storch se refiere a los “gritos de crisis climática de los nazis del clima”.

Después de que la estudiante sueca Greta Thunberg, se preguntara: "¿Para qué voy a ir a clase si no tengo futuro?, el movimiento de las “huelgas por el clima” se multiplicó en Europa. Se trata de un movimiento progresivo, que expresa el descontento con las consecuencias de las políticas neoliberales y extiende un “sentido común” de conciencia medioambiental que cuestiona la voracidad y depredación de las multinacionales. Pero la ambigüedad y abstracción de sus reivindicaciones, su falta de radicalidad y la idea de que se trata de “concientizar” a políticos o líderes mundiales (¡sic!), permiten que sectores políticos social-liberales como los verdes lo puedan capitalizar fácilmente. Recordemos que los Verdes, aunque aparezcan como algo “nuevo” en estas elecciones, son partidos que tradicionalmente han sellado acuerdos de todo tipo con socialdemócratas y liberales.

Sin dudas, después de estas elecciones todos los partidos tomarán nota de la importancia de la “cuestión verde” que, al igual que la cuestión feminista o la inmigración, polariza y agrupa simpatías y enemistades.

La izquierda europea y la crisis del neorreformismo

La izquierda neoreformista y/o “populista” ha sido claramente la gran derrotada de las elecciones. El mapa de la izquierda está formado por varios grupos en el Europarlamento. El Partido de la Izquierda Europea (PI) ha sido el grupo tradicional de la izquierda eurocomunista, incluyendo a Izquierda Unida del Estado español, Syriza de Grecia, Die Linke de Alemania y Partidos Comunistas de varios países. La novedad en 2018 fue la creación del grupo “Ahora el Pueblo” un acuerdo firmado por La Francia Insumisa de Melenchon, Podemos de Pablo Iglesias y Catarina Martins del Bloque de Izquierda (Portugal), al que adhieren la Alianza Rojo-Verde (Dinamarca), Alianza de la Izquierda (Finlandia), el Partido de la Izquierda (Suecia) y el italiano Poder al Pueblo (aunque no logró presentarse a las elecciones europeas). Por otro lado, se ha formado una plataforma pequeña alrededor de Yanis Varoufakis DiEM25, quien pasó de postular un “Plan B” para salir de la UE a plantear una “reforma social” de la misma.

Para hacer un balance más profundo de sus resultados, es útil navegar en una “máquina del tiempo” para recordar cuáles eran las expectativas de la izquierda neorreformista hace 5 años, y cuáles sus perspectivas actuales.

En 2014, Syriza ganaba las elecciones europeas en Grecia con un 26.6% de los votos, acelerando una crisis política que culminaría en el llamado a elecciones anticipadas en otoño de ese año, que la llevarían al gobierno en enero de 2015. En aquel momento, gran parte de la izquierda mundial se subía al carro ganador de Syriza, anunciando un futuro prometedor para esta “nueva izquierda” que se preparaba para formar un “gobierno de izquierda” con un moderado programa antineoliberal. Seis meses después de asumir, Syriza protagonizó la capitulación más grande vista en las últimas décadas por parte de la izquierda reformista, transformándose en un peón de la Troika, aplicando Memorándums, recortes y ajustes brutales sobre el pueblo griego.

En estas elecciones Syriza obtuvo 24%, pero mientras hace cinco años iba en ascenso, ahora su caída es precipitada. El Partido Conservado Nueva Democracia se ubicó en primer lugar, 10 puntos por encima de Alexis Tsipras, obligando al primer ministro a convocar elecciones anticipadas para junio. Varios analistas destacan, además, el cambio en la composición del voto a Syriza, que se ha extendido hacia el centro y las clases medias, con la incorporación de candidatos independientes y provenientes del socialdemócrata To Potami, ocupando el espacio del viejo PASOK, que, aun así, recupera parte de su electorado hasta quedar en tercer lugar. El partido de Varoufakis queda afuera del Europarlamento por una décima, porque solo llega al 2.99%.

Las europeas de mayo del 2014 alimentaban esa ola de optimismo neorreformista con los resultados de Podemos en el Estado español, un partido creado en enero de ese año y que obtenía 5 diputados -que se sumaban a los 6 conseguidos por IU-. En ese entonces escribía Josep Maria Antentas de Anticapitalistas-Revolta Global: “No hay duda: la abrupta aparición de Podemos es la gran novedad en clave estatal. Una irrupción espectacular, por sus resultados y por lo que significa.” Y afirmaba que: “No es un momento de business as usual, de grises rutinas para la izquierda. No es el momento por parte de fuerzas como IU de seguir con las inercias institucionales y la mentalidad de complemento del PSOE.”

De regreso al 2019, Unidas Podemos recibe un fuerte golpe y retrocede en escaños europeos, en las municipales (pierde los Ayuntamientos de Madrid, Barcelona, Zaragoza y otras ciudades) y autonómicas. En el Europarlamento, Unidas Podemos obtiene 5 diputados, perdiendo 6 de los que sumaba con IU. Y, finalmente, Pablo Iglesias se dedica a hacer “business as usual” actuando con las mismas “inercias institucionales y la mentalidad de complemento del PSOE” que Antentas reprochaba a sus socios de IU hace unos años atrás.

A la derrota de Syriza y el retroceso de Podemos hay que sumarle los pésimos resultados de La Francia Insumisa de Melenchon que pasa de un 19,58% en las últimas elecciones nacionales a un 6.19% en las europeas. En Alemania, Die Linke cae al 5.5%, respecto a 7.4% en 2014. En Portugal el Bloco saca 9.8%. En Grecia es paupérrimo el resultado de Unidad Popular (0,58%), el partido formado con los opositores internos de Syriza.

El mal resultado de las europeas ahondará el debate entre diferentes sectores de la izquierda reformista. Están aquellos que sostienen que hay que profundizar los rasgos “populistas” para articular alianzas y elaborar discursos, dando paso a formaciones trasversales que se constituyan en base a la oposición entre un “nosotros” nacional y popular enfrentado a un “ellos” -las elites del establishment europeo-. Están aquellos que, por su parte, sostienen que hay que recuperar los gestos de una izquierda reformista más tradicional- aunque sin la relación orgánica que aquella supo tener con los sindicatos y el movimiento obrero-. Otro plano del mismo debate, entre “populistas” o promotores de una “vuelta a los valores de la izquierda” (léase izquierda socialdemócrata o eurocomunista), pivota alrededor de la cuestión de la clase obrera y las “identidades”. Mientras algunos proponen un “vuelta a la clase” en clave corporativa y chovinista-nacional, otros se aferran a las “guerras culturales” identitarias con la extrema derecha, pero desligadas de una lucha verdaderamente anticapitalista y radical contra el imperialismo europeo.

Pero más allá de las tendencias “soberanistas” o “europeístas” que también los cruzan, los reformistas comparten algo clave: cada vez que se enfrentaron a momentos de graves crisis del régimen, priorizaron los pactos o la convivencia pacífica con los partidos tradicionales, y por esta vía con los poderes reales de las burguesías imperialistas europeas, huyendo de desarrollar la lucha de clases. Evidentemente, la derrota griega de 2015, facilitada por la capitulación- sin intentar dar mínima pelea- por parte de Syriza, ha marcado desde entonces el achicamiento del horizonte de expectativas de las formaciones políticas neorreformistas, imponiéndose la idea de que “No hay alternativa”. Así han restringido su programa a conseguir algunas mínimas -realmente mínimas- medidas de distribución en los marcos del capitalismo neoliberal actual.

En el último período hemos visto la emergencia de tendencias de la lucha de clases que mostraban la posibilidad de un camino diferente, especialmente en Francia. La irrupción de los chalecos amarillos, que algunos medios del establishment llegaron a calificar como el retorno de “aires insurreccionales” en ese país, ha sido el fenómeno de vanguardia combativo más destacado, más allá de los límites del mismo.

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Por eso, el ejemplo de Francia es importante para sacar algunas conclusiones. Durante los últimos meses, muchos analistas de izquierda se preguntaban por qué Melenchon no lograba capitalizar electoralmente el movimiento de los chalecos amarillos, para que aquel se expresara en un aumento de la intención de voto hacia La Francia Insumisa. Algo que finalmente no ocurrió, como quedó claro después de las elecciones, mostrando que el crecimiento electoral del pasado era un fenómeno efímero, poco orgánico. Pero lo que nadie se preguntaba era, a la inversa, por qué el partido de La Francia Insumisa y las direcciones sindicales no se proponían desarrollar las manifestaciones de los chalecos amarillos como un movimiento de masas realmente “insumiso”, buscando unir estas movilizaciones -que expresaban la irrupción de un descontento social profundo- con las fuerzas del conjunto de la clase trabajadora y los sindicatos, la juventud y las mujeres, en un movimiento de lucha combativo y autoorganizado que pudiera derrotar a Macron por medio de la lucha de clases.

En vez de hacerlo, los dirigentes de LFI daban su apoyo retórico al “pueblo”, pero dejaban que siguiera pasando el tiempo, sábado tras sábado de movilizaciones, esperando capitalizar en las elecciones. Los chalecos amarillos seguían manifestándose, pero perdiendo extensión y parte del apoyo inicial de la población, mientras Macron buscaba aislar el movimiento y descargaba una furibunda represión sobre el mismo. Finalmente, la ola de furia e indignación no logró expresión por izquierda en las elecciones, algo en lo que también tienen responsabilidad los grupos de la izquierda anticapitalista como la mayoría del NPA y LO, que nunca se propusieron confluir con ese fenómeno, ni buscar su unidad real con sectores de la vanguardia obrera y juvenil.

Las grandes posiciones que atraviesan a la izquierda europea -europeístas o soberanistas, “populistas” o socialdemócratas de izquierda- son igualmente reacias a la lucha de clases, y desde su estrategia reformista conducen a un callejón sin salida.

Si bien por ahora el ciclo ascendente de los chalecos amarillos ha entrado en un impasse, su irrupción en la escena política francesa constituyó un elemento de ruptura y radicalidad de los de “abajo” sin parangón en los últimos años, que hizo tambalear al gobierno de Macron y permitió que el fantasma de la “rebelión social” volviera a recorrer las calles parisinas. En este sentido, fue una señal de alarma ámbar para los capitalistas, reafirmando que cuando la lucha de clases emerge, hace temblar el orden establecido. En una situación donde ninguno de los partidos del régimen puede ofrecer concesiones significativas a las demandas sociales irresueltas, y más bien se preparan nuevos ataques, esa experiencia puede recrearse con nuevas formas y radicalidad, abriendo paso a que entren en escena sectores claves de la clase trabajadora y la juventud estudiantil.

Para enfrentar las políticas de la Europa del capital y la xenofobia de la extrema derecha, es necesario luchar por un programa internacionalista, anticapitalista y de clase. Construir organizaciones que se propongan desarrollar los elementos más progresivos y combativos de la lucha de clases, y que defiendan un programa para superar la fragmentación de las filas obreras, combatir la xenofobia, el racismo y el machismo, y como ganar para esta lucha a los sectores de las clases medias arruinadas por la crisis. Para esa tarea no son alternativa ni los “populismos” soberanistas de izquierda, ni los que fomentan ilusiones en reformar la Europa del Capital. Por eso, estratégicamente, la lucha tendrá que ser por gobiernos de trabajadores y por los Estados Unidos Socialistas de Europa.


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Josefina L. Martínez

@josefinamar14
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.