La Iglesia Católica tuvo un papel relevante en impulsar la transición pactada a la democracia y la reconciliación nacional. La visita de Juan Pablo II, en 1987, fue clave para esa política.
Lunes 15 de enero de 2018

Entre el 1º y el 6 de abril de 1987, Juan Pablo II visitó Chile, siendo recibido en el aeropuerto por Augusto Pinochet, Lucía Hiriart y otros jerarcas de la dictadura. Durante esos días se reunió además con pobladores, visitó ciudades como Punta Arenas y Puerto Montt, e inclusive estuvo en el Estadio Nacional, donde señaló la necesidad de la “paz” y la “reconciliación nacional”.
El 3 de abril, en el acto realizado en el Parque O´Higgins, se produjo una brutal represión de parte de carabineros contra los manifestantes que se estaban pronunciando contra la dictadura, lo que terminó con cerca de 600 personas heridas, decenas de detenidos y otras tantas torturadas en los recintos de la CNI.
En ese acto, el papa señaló “Chile tiene vocación de entendimiento, no de enfrentamiento”. Esas palabras son claves para comprender el contexto que vivía el país, ya que desde 1983 se venían desarrollando con fuerza las protestas populares contra la dictadura, con más de 20 jornadas entre ese año y 1986.
Ese mismo año, asumió como Cardenal Juan Francisco Fresno quien era “conocido por sus posturas teológicas y políticas bastante conservadoras- fue uno de los obispos que habían felicitado a Pinochet después del golpe” (Veit Strassner. La Iglesia chilena desde 1973 a 1993).
Sin embargo, la fuerza de la movilización popular fue desviada por la oposición al régimen, agrupada en la Alianza Democrática, que posteriormente se transformación en la coalición de partidos por el No y en la Concertación de Partidos por la Democracia.
El rol de Fresno y la Iglesia fue fundamental para mediar entre la dictadura y la Alianza Democrática, utilizando también un discurso contra la violencia y el comunismo e insistiendo en la necesidad de una salida consensuada a la democracia, apoyando y visibilizando el “Acuerdo Nacional para la transición a la plena Democracia”, base de la futura transición y que significó aceptar la Constitución del 80’ y el modelo económico neoliberal, entre otras cosas.
Una vez que las protestas fueron acalladas y la oposición se concentró en la lucha por el plebiscito, cobró más fuerza la idea de reconciliación nacional para dejar atrás el pasado. “Con la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988 terminó la primera fase de la redemocratización. El viejo régimen se iba acabando. Empezó la fase de la institucionalización de la democracia. En esta fase de normas inseguras la Iglesia se retiró de la vida política activa. En la medida de lo posible, los obispos trataron de estabilizar la situación y de facilitar la transición a la democracia. La Conferencia Episcopal organizó reuniones informales entre gobierno y oposición para fomentar el diálogo” ” (Veit Strassner. La Iglesia chilena desde 1973 a 1993). Así como la iglesia hablaba de derechos humanos, se pronunciaba contra “el odio” o “revanchismo”, lo que sería parte fundamental del discurso concertacionista y de Patricio Aylwin, al hablar de justicia en la medida de lo posible, mirar al futuro y reconciliación.
Con la llegada de la democracia, la iglesia católica adquirió un rol activo para impedir cualquier cambio que significara avanzar en los derechos de las mujeres o la diversidad sexual. Se opusieron férreamente a la ley de divorcio, a que se hablara de educación sexual en los colegios, a la píldora del día después, a la discusión sobre el aborto, a despenalizar la homosexualidad, entre otras cosas. Para esto se alió en muchas ocasiones con la derecha más dura, representada por la UDI y Renovación Nacional.
Veit Strassner, M.A. “La Iglesia chilena desde 1973 a 1993: De buenos samaritanos, antiguos contrahentes y nuevos aliados. Un análisis politológico”.