Ésta es la tercera y última entrega sobre las comunas socialistas utópicas del norte
de Sinaloa: Topolobampo y La Logia.
En las dos entregas anteriores hablamos sobre cómo el ingeniero civil estadounidense, Albert Kimsey Owen, llegó en septiembre de 1871 al hoy poblado y puerto comercial de Topolobampo; lugar en donde proyectó la creación de una gran metrópoli económica, que permitiría el intercambio de mercancías entre las naciones del atlántico y el pacífico en un momento donde aún no existía el canal de Panamá. Esto, en el primer artículo.
En el segundo nos referimos a cómo A. K. Owen abrazó las ideas del socialismo utópico, así como quiénes lo influenciaron y quién fue la principal ideóloga de las comunas socialistas utópicas de Topolobampo y La Logia; nos referimos a Marie Howland, feminista y socialista a quien la historia no le ha hecho justicia al reconocerla como la principal ideóloga del que, probablemente, fue el proyecto utopista de mayor envergadura en México durante el siglo XIX.
En esa entrega también se exponen algunas diferencias básicas entre la perspectiva socialista utópica, que militaba Howland y el socialismo científico propuesto por Marx y Engels, desarrollado por Lenin y Trotsky, así como nos referiremos al contexto de la fundación de la comuna de Topolobampo —a partir de la cual se tenía pensado que nacería la metrópolis socialista que se llamaría Pacific City— y las razones por las cuales, personas de varias nacionalidades, dejaron sus propiedades y arriesgaron su vida emprendiendo viajes épicos en respuesta al llamado para la creación de esta utopía.
Este tercer artículo aborda las dificultades que las y los comuneros enfrentaron en Topo, así como la construcción de La Logia, la cual es la segunda de las comunas mencionadas, así como las razones del fracaso de estos proyectos y el impacto que este experimento social dejó en la región.
El trato con las comunidades indígenas de la región y las primeras discordias
La antidemocracia será una de las semillas de la discordia, que provocará el cisma definitivo del proyecto, misma que se manifestó desde el inicio en la manera como se tomaban las decisiones sobre cosas de la vida cotidiana en la comuna de Topo. Al respecto, llama la atención que autores como Velásquez, Ortega, Gill y Robertson [1] coinciden en que A. K. Owen comenzó a actuar de forma mesiánica, imponiendo sus ideas morales, donde lo prohibido y lo permitido fue trazado con base en las categorías de “puro” e “impuro” propuestas por el líder:
Por lado de la relación de los socialistas con la población indígena yoreme-mayo de la región, parece ser que fue buena. Este asunto ha quedado un tanto ausente en los trabajos de Gill y Robertson [2] ─dos de los principales autores que han trabajado el tema─ pero es abordado por Alejandro García y Ernesto Guerra [3] quienes aseguran que, debido a la sensibilidad que A. K. Owen desarrolló durante la primera etapa de su vida al estar en contacto directo con la lucha contra la esclavitud de indígenas y afroamericanos durante la guerra civil estadounidense, rápidamente estableció una relación de amistad con los yoreme-mayo.
Cabe mencionar, que nunca hubo choques violentos entre los socialistas y ellos. De hecho, estos últimos les proporcionaron conocimientos sobre obtención de agua y pesca, lo cual fue decisivo para la supervivencia de los recién llegados durante esta primera etapa del asentamiento. Cuando no podían obtener comida por sus propios medios, los indígenas les vendían carne de venado, pescado, iguana, conejo y tortuga, así como leche, maíz y frijoles [4], las cuales eran compradas con moneda local, que, a su vez, era obtenida en cambio gracias a los fondos que la Credit Foncier Company enviaba.
Sobre la cuestión educativa, en la comuna se echó a andar una escuela construida con paja donde se impartía clases no sólo a los comuneros y sus familias, sino también a indígenas e, incluso, hijos de las estirpes acaudaladas de la región, quienes estaban interesados en que recibieran el aprendizaje de nuevos idiomas. Para 1886, se trasladó hacia Topo el militar Edward Daniels, quien fundó la Academia de Ciencias de Topolobampo dedicada a hacer trabajos de investigación de biología marina, enviando pruebas regularmente al Instituto Smithsoniano de Washington.
La Credit Foncier Company, con A. K. Owen como principal accionista, era dueña de 7300 hectáreas colindantes a la bahía. Cada miembro de la comunidad tenía derecho a un terreno para construir su casa o granja; pagaban los costos de mano de obra con el intercambio de servicios o trueques entre integrantes de la comunidad. Por los trabajos de construcción llevados a cabo por indígenas, se les pagaba con moneda común.
No obstante, la vida era difícil en la comuna. Sus habitantes, que para 1887 ya eran alrededor de 400 [5], sufrían multiplicidad de obstáculos en la vida diaria, que iban desde picaduras de animales hasta enfermedades gastrointestinales. Aun cuando el optimismo primaba en la mayoría, ya había algunos integrantes que manifestaban desmoralización, los cuales eran identificados por tener inclinaciones capitalistas.
Dos de esos personajes fueron un pastor de nombre Eaton y un abogado llamado Hawkins, quienes se apoderaron de provisiones y quisieron imponer condiciones tiránicas para devolverlas; finalmente, fueron expulsados y, a su regreso a EE. UU., hicieron una ardua labor de propaganda contra la comuna, la cual fue combatida en publicaciones del Credit Foncier of Sinaloa y en otros periódicos aliados, donde acusaban a ambos de hacer propaganda malintencionada apoyados por la prensa capitalista gringa.
Para mayo de 1888 se trasladan a Topo los mentores de A. K. Owen: Edward y Marie Howland, esta última se encargaba, principalmente, de la edición del Credit Foncier, así como de sus principales textos filosóficos. Como se mencionó anteriormente, la importancia de Marie en esta historia es tal que, a nivel ideológico, podría considerársele la piedra angular del proyecto utópico [6]. Marie, inmediatamente, pone manos a la obra y se encarga del proyecto educativo de la comunidad; sin embargo, sus ideas feministas y de liberación sexual son rechazadas, totalmente, por la mayoría de los comuneros, quienes estaban muy lejos de haberse librado de sus prejuicios patriarcales absurdamente exacerbados que, incluso, rechazaban que las mujeres montaran a caballo como hombres [7].
A estos problemas morales de la vida cotidiana se sumaban los de la cada vez más constante falta de agua, lo cual obliga a algunos a trasladarse a vivir a las comunidades de Sufragio y San José de Cahuinahua. Viendo la imposibilidad para llevar a cabo, en ese momento, grandes labores de urbanización en el territorio adyacente a la bahía de Topo, dos residentes encargados de los trabajos de ingeniería ubican unas tierras al norte, que colindan con fuentes de agua dulce del Río Fuerte. Identifican una propiedad del hacendado Zacarías Ochoa, que se ubicaba entre los poblados de Higuera de Zaragoza y Ahome. Ahí fundarán la comuna de La Logia a principios de 1888. Los comuneros, desplazados por la falta de agua y los que estaban en Topo, volverán a reunirse aquí.
La Logia
En La Logia se reanudaron los trabajos de todo tipo, donde destacaban los educativos. Precisamente, en esta comunidad creció y se educó uno de los cuadros más radicales del Partido Liberal Mexicano: Fernando Palomares, indígena yoreme-mayo anarquista, que fue adoptado por la comunidad tras la muerte de su madre por inanición, quien ya en su vida adulta participó en la heroica huelga de Cananea en 1906 [8] y estuvo a punto de dar muerte a Porfirio Díaz el 15 de septiembre de 1908 [9].
Esta nueva etapa del proyecto socialista utópico fue apoyada económicamente por los simpatizantes en EE. UU., quienes se solidarizaron en cuanto se enteraron, a través del Credit Fonciert of Sinaloa, de la difícil situación por la que atravesaba la comunidad. La elección del nombre La Logia deriva de la filiación masónica que tenía gran parte de los utopistas. Para los masones una logia es un taller [10] donde se construyen ideas ─o sea, logos─ y ellos se conciben a sí mismos como constructores de razonamientos; de ahí que nombraran a la nueva comuna de esa forma.
La edición e impresión del órgano de propaganda se trasladó a este nuevo lugar. Desde el norte se envió el equipo de imprenta necesario.
Conforme la comunidad fue enfrentando más problemas, también se dio el primer cisma donde un grupo de comuneros, cuya tendencia era capitalista, al que le pusieron el mote de los kickers (pateadores) tuvo reclamos en torno a la propiedad de los bienes, que siguieron en manos de A. K. Owen. Otro grupo se mantuvo firme en la posición socialista, los llamados saints (santos). Estas dificultades, según Verónica Velásquez, explotaron de forma irreversible, principalmente, en torno a la administración del titánico sistema hidráulico e irrigación, que construyeron comunitariamente y que se alimentaba de la cuenca del Río Fuerte. Según refiere la autora, Owen “mantuvo tres recursos significativos bajo su control: la tierra, el agua y las relaciones con el exterior a través de los ferrocarriles, el dinero y el periódico. Dado que él tomaba las decisiones, él decidió la suerte de la comunidad” [11].
Christian B. Hoffman y Benjamin Francis Johnston: el inicio del ocaso
A esto se sumó la llegada de dos personajes cuya audacia capitalista abonaría al declive de la comuna socialista: Christian B. Hoffman, en 1888, y Benjamin Francis Johnston, en 1890, quienes, junto a otros inconformes se asociaron con caciques azucareros locales y terminaron asfixiando el experimento social provocando que las propiedades, que se decían comunitarias, pero que en realidad pertenecían a la Credit Foncier Company, se vendieran poco a poco o, de plano, que fueran despojadas, a través de litigios que se extendieron por años, valiéndose de favoritismos de las instancias jurídicas estatales. En este ímpetu voraz, los personajes antes mencionados no sólo despojaron a los socialistas, sino también a indígenas que tenían sus viviendas en los alrededores de La Logia.
De ahí en adelante los conflictos continuaron y se agudizaron cada vez más, tanto así que para mayo de 1893 su fundador, Albert Kimsey Owen, abandonó el proyecto y regresó a los Estados Unidos para no volver jamás al Topus Uranus que intentó materializar en Topolobampo y La Logia [12]. Ese mismo año partió también Marie Howland ─su esposo Edward ya había muerto en diciembre de 1890─ y no volvió de nuevo. Albert falleció el 12 de junio de 1916 en Baldwinsville, condado de Onondaga, en New York. Por su parte Marie, fiel a sus ideas socialistas hasta el final, desde 1899 pasó sus últimos años en otra comuna llamada Fairhope en Alabama, donde falleció el 18 de septiembre de 1921.
El Credit Foncier of Sinaloa continuó publicando más números hasta 1896, año en el que termina este sueño socialista. Los caciques regionales y los personajes capitalistas que hemos mencionado se valieron de la tecnología que trajeron los utopistas, así como de la infraestructura hidráulica que ellos, junto a indígenas yoreme-mayo, construyeron. Esta historia demuestra las limitaciones del socialismo utópico y de aquellas posiciones autogestivas que pretenden construir un “socialismo aquí y ahora”. Llegada la revolución mexicana los ideales de justicia social que se transmitieron en las escuelitas de La Logia y Topolobampo encontraron eco en la rebelión yoreme-mayo liderada por Felipe Bachomo [13] así como el levantamiento zapatista de 1912 en Sinaloa [14].
Es decir, alimentaron los anhelos de la fuerza social popular que luchó en contra de la incipiente burguesía agrícola de la región, representada primero por los remanentes del grupo de Los Científicos ─quienes en 1911 combatieron al gobernador revolucionario, que, a la postre, sería el emblema del zapatismo sinaloense, Juan M. Banderas─ y luego por Ramón F. Iturbe, militar del constitucionalismo en Sinaloa, del bando más conservador, que resultó victorioso en la revolución y que, en última instancia, reconsruyó el régimen de dominación capitalista tras la debacle de Zacatecas cuando el ejército federal huertista fue destruido hace 110 años, conteniendo, finalmente, el proceso revolucionario mediante el combate, que posteriormente llevó a cabo el constitucionalismo contra el convencionismo; es decir, contra las facciones más a izquierda del proceso revolucionario y que en Sinaloa tuvo su derrota militar definitiva en la batalla de El Fuerte, acontecida los días 5, 6 y 7 de noviembre de 1915 [15].
Si bien estas y estos utopistas genuinamente enarbolaban ideas socialistas, fueron instrumentalizados por los intereses del naciente imperialismo estadounidense. Estas experiencias no pueden verse al margen de políticas de ocupación tanto nacionales como estadounidenses para despojar tierras que pertenecían a comunidades indígenas.
Los comuneros extranjeros llevaron al norte de Sinaloa tecnología que posibilitó el paso de las haciendas a los modernos ingenios azucareros y planificaron infraestructura hidráulica y ferroviaria, que fue materializada con mano de obra mayoritariamente indígena que sirvió a los intereses de la burguesía agrícola nacional y luego internacional en la región. El primer tramo de vías férreas de la costa a la sierra se terminó en 1903 [16], con 60 millas construidas que conectaban el puerto con el poblado de El Fuerte; para 1905 se interconectaba la ruta a Guaymas y en 1907 a Culiacán. No fue sino hasta 1961 que se cierra la ruta hasta Ojinaga ─de la cual una parte ya estaba edificada desde la frontera hasta Creel, Chihuahua─ enlazándose a Kansas.
El pensamiento de A. K. Owen se enmarca en lo que Carlos Illades llamó el primer socialismo en México, influenciado en el socialismo utópico, el liberalismo y el anarquismo. Algunos de sus exponentes fueron Rhodakanaty [17], Juan Nepomuseno Adorno, Nicolás Pizarro, Victor Considerant [18] y Stéphane Guénot. Estos últimos, por cierto, intentaron establecer comunas socialistas utópicas, el primero en Dallas, Texas, en 1855 y el segundo en Jicaltepec, Veracruz, en 1833. Hubo algunos intentos de proyectos similares en Baja California, Sonora y Durango en el siglo XIX [19], pero todos sin éxito.
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