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Red Internacional
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HISTORIA DE LAS RELIGIONES. La Pascua y la constitución de la Iglesia católica

La Pascua, una importante celebración de las religiones católica y judía, tiene sus raíces en celebraciones paganas de las que se sirvió el Concilio de Nicea para fundar la Iglesia tal como la conocemos en la actualidad.

Viernes 19 de abril de 2019 20:00

La Pascua es una celebración tradicional del mundo occidental inscripta en la misma cultura y particularmente un elemento fundante de la Iglesia Católica, tal como se manifiesta hasta nuestros días. Del mismo modo que la Pascua judía, de la cual no se registra ninguna evidencia histórica (ya sea de Moisés como del éxodo de los judíos de Egipto relatado en el Antiguo Testamento), la Pascua de la cristiandad tampoco registra prueba fáctica alguna en la existencia de Jesús más que los textos de los Evangelios, el más antiguo de ellos, el de San Marcos, escrito poco más de un siglo después de los acontecimientos narrados.

Contra todo purismo, y análogamente a la Navidad, la Pascua hunde sus raíces en las culturas paganas de los pueblos germánicos y anglosajones que celebraban con ritos vinculados a la naturaleza el cambio de estaciones. Así la Pascua como fecha de la resurrección de Jesús estaba asociada al festival de Eostre, la diosa germánica de la primavera y la luz, celebrada en el equinoccio de primavera después de la luna llena. La festividad se extendía durante una semana, aunque non tan sancta, con motivo del renacer de la vida dejando atrás la cepa de los fríos inviernos europeos. De esas costumbres se distinguió el conejo como símbolo de la fertilidad y los huevos coloreados traduciendo el esplendor de los rayos del sol que renace. Esas tradiciones remiten incluso a culturas más antiguas como los asirios y los babilonios que transferían las mismas propiedades a la diosa Ishtar. La superposición de estas tradiciones místicas es la característica del sincretismo cristiano, como producto original de la evangelización, mediante la cual se resemantizaban los ritos paganos, es decir que se asimilaban las formas de las celebraciones paganas pero con un significado distinto. A fines del siglo IV, en una carta enviada por el papa Gregorio I a Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín (el gran pensador de la cristiandad cuyas ideas rigieron durante el primer milenio e nuestra era), aquel sugiere la conversión de los pueblos paganos conservando las formas de las prácticas religiosas aunque modificando las tradiciones para “consensuar más fácilmente la consolación interna de la gracia de Dios”.

La institucionalización de la Pascua fue uno de los aspectos más importantes del Concejo de Nicea del año 325, el primer concilio católico convocado por el emperador Constantino para unificar a la Iglesia Católica como religión de Estado del Imperio Romano, recién reunificado bajo el leit motiv “un emperador, una ley, un Dios”. Sin embargo el imperio estaba condenado, Constantino administraba la declinación de una economía sostenida sobre el pillaje de los pueblos conquistados cuyas arcas estaban exhaustas y la vigencia de la institución de la esclavitud que ya resultaba sumamente cara. Para contrarrestar esas tendencias centrífugas hacia la descomposición del imperio, Constantino se propuso homogeneizar las diferencias en el seno de la Iglesia, proporcionándole la configuración jerárquica del imperio, ordenándola desde el pontífice, tal como se llamaba al emperador.

Alrededor de la Pascua la discusión abrevó sobre el concepto de la “trinidad”, es decir la configuración de Dios como padre, como hijo y como espíritu santo, un concepto que los católicos explican como un “misterio de fe”. Esa entelequia fue cuestionada por los partidarios de Arrio, los que señalaban que Jesús era un hombre creado por Dios, al único que le reservaba un carácter divino. La mayoría del concilio atacó la herejía de los arrianos, que de hecho ponía en tela de juicio la letra de los Evangelios, pero resultó impotente para responder ese argumento lógico. Fue la picardía pragmática de Constantino la que resolvió el cisma con la formulación fantástica de la “consustancialidad”, puesto que Dios en tanto padre e hijo son de la misma sustancia. Así Constantino consumó su objetivo, los arrianos fueron excomulgados (perseguidos junto a otras sectas heréticas) y la Iglesia se fusionó con el Estado, pasando numerosos obispos a revistar como funcionarios civiles del imperio.

Sobre esas bases la Iglesia se constituyó como una organización de dominio de las clases dominantes en 2000 años de historia, legitimando las más terribles masacres en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.