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Red Internacional
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Estado Español. La abstención entre la juventud y las elecciones de “los de arriba”

En una primavera que estará marcada por las elecciones en el Estado español, el aumento de la abstención de una gran parte de la juventud y los sectores populares es el reflejo de la crisis de representación del conjunto del Régimen del 78.

Martes 26 de marzo de 2019

Foto: Manifestación antifascista en Andalucía tras las elecciones autonómicas y el ingreso de Vox al parlamenta andaluz.

Entramos en meses en los que se van a suceder varias citas electorales (generales, europeas, autonómicas y municipales). Los partidos del Régimen ya destinan ingentes sumas de dinero para llenar las calles de carteles, spots publicitarios en las principales cadenas de televisión y de radio y aprovechar al máximo la difusión por redes sociales con enormes campañas de marketing. Toda la maquinaria propagandística se pone en marcha, haciendo que el debate político en estos meses gire exclusivamente alrededor de esta cuestión.

A pesar de los diferentes contenidos de las campañas de los distintos partidos, hay un elemento que todos comparten. Para el Régimen y sus formaciones políticas, es casi un deber cívico ir a votar, y quien no lo hace tiene menos derecho a quejarse de cómo está la situación. De esta manera se intenta hacer responsable al conjunto de la población de los principales problemas sociales, ya que la carga de la responsabilidad no está en un sistema corrupto que defiende los intereses de una minoría privilegiada, sino en la gente que “no sabe votar” o no participa de los procesos electorales y de esta manera permite que se impongan opciones políticas contrarias a sus intereses.

A través de este discurso se intenta legitimar democráticamente al propio Régimen, ya que mientras mayor sea la participación en las elecciones de manera más contundente pueden vender la idea de que las decisiones que toman los distintos gobiernos y parlamentos obedecen a la voluntad de la mayoría popular.

Abstención electoral y participación política

Todo este bombardeo propagandístico tiene sin embargo efectos limitados. De esta manera la participación es totalmente desigual en función de la edad, país de origen o clase social.

Entre los menores de 25 años se espera que la abstención ronde alrededor el 50 por ciento, según una reciente encuesta del CIS. Este dato es significativamente superior a otras franjas de edad. Para muchos analistas de los grandes medios esto es un ejemplo de cómo las nuevas generaciones tienen una visión más cínica e individualista de la vida, negándose a participar de las grandes decisiones políticas del país. Sin embargo, en los últimos años ha habido varias muestras de exactamente lo contrario: la participación masiva de la juventud.

La eclosión hace ocho años de la gigantesca movilización social que implicó el movimiento del 15M, tenía un claro componente juvenil. Cientos de miles de activistas jóvenes por todo el país pusieron encima de la mesa algunos de los grandes problemas democráticos y sociales que afectaban no solo a las nuevas generaciones sino al conjunto de las clases populares.

Esto se hizo en contra de toda la propaganda de los grandes medios de comunicación que criticaban y criminalizaban la protesta. Y también de la violencia desatada por el propio Estado que no dudo en utilizar métodos represivos y dotarse de leyes como la ley mordaza para dar respuesta al ciclo de movilizaciones que estaba teniendo lugar.

Más recientemente, el gigantesco movimiento de mujeres a nivel internacional, que tiene al Estado español como uno de sus epicentros, ha estado protagonizado e impulsado sobre todo por mujeres jóvenes. Este último 8 marzo los reclamos eran contra el sistema patriarcal, pero también contra el racismo y la explotación capitalista sobre el conjunto de sectores oprimidos de la sociedad, fueron millones las mujeres, pero también los varones, en su mayoría jóvenes, que tomaron las calles e hicieron temblar la tierra una vez más.

En Catalunya, la juventud ha estado a la vanguardia de la organización del movimiento independentista, así como de la realización del referéndum del 1-O y la huelga del 3-O. Han sido en su mayoría jóvenes quienes han poblado los CDRs, que siguen movilizándose para conquistar su derecho a decidir y por la libertad de los presos políticos, a pesar de las dilaciones de las direcciones burguesas y pequeñoburguesas del procés.

En este otoño pasado también se pudo ver la implicación sin precedentes de las y los jóvenes de más de veinte universidades en todo el Estado que organizaron e impulsaron referendos sobre la monarquía. Un movimiento extraordinario que se extendió la mayoría de las universidades públicas del estado español. En los hechos se convirtieron en los mayores procesos de participación democrática que se ha visto en la universidad en las últimas décadas. Muy por encima de cualquier proceso electoral ordinario, como las elecciones a rector o a claustro.

Lejos de lo que dicen los liberales y representantes de la burguesía, la juventud participa en politica, sólo que lo hace a través de movimientos reivindicativos y de lucha.

Juventud, extracción de clase y abstencionismo

En estos años de crisis económica, la precariedad y el paro se ha cebado especialmente con las franjas más jóvenes de la sociedad. La incertidumbre y la falta de perspectiva en un mejoramiento de la situación es una constante en una generación que durante la mayor parte de su vida consciente solo ha conocido la crisis capitalista y sus consecuencias. Estos debates están fuera de las distintas campañas electorales, lo cual hace de estos procesos no impliquen ningún estímulo para la mayoría de las y los jóvenes.

Por otro lado, en términos generales y especialmente entre la juventud, hay una clara diferencia en la participación en las elecciones dependiendo de la extracción social. En ciudades como Madrid esto se traduce en que los barrios obreros y populares la abstención es diez puntos mayor que en las zonas con las rentas más altas donde viven los hijos de la burguesía y la pequeñoburguesía acomodada. En una relación casi directamente proporcional, los barrios pobres son los que menos votan en las elecciones, mientras a medida que sube el nivel medio de renta la participación en los comicios es mayor.

Este hecho está relacionado con la fuerte desafección hacia las opciones políticas del Régimen por un motivo muy sencillo: las cuestiones que más afectan a las clases populares están fuera de las campañas electorales. A pesar de los discursos dominantes de recuperación económica, ya sea con gobiernos conservadores, social liberales o autodenominados “ayuntamientos del cambio”, para la mayoría de la población la situación no ha mejorado sustancialmente en los últimos años. Para muchos, al contrario, la exclusión, la precariedad y la falta de oportunidades se ha vuelto un drama permanente en sus vidas.

Al mismo tiempo, los barrios o “dormitorios” obreros son las zonas donde más se concentra la clase trabajadora inmigrante, que representa un porcentaje considerable de nuestra clase en todo el Estado. Las y los inmigrantes sin papeles o con permiso de residencia no pueden ejercer su derecho a voto. A estas personas el sistema electoral deja totalmente excluidas a pesar de que en estas elecciones gran parte del debate político va a estar centrado sobre esta cuestión por la irrupción de una agenda racista, que Vox ha enarbolado como bandera, pero que ha colonizado al conjunto de los grandes partidos del Régimen.

Podemos, ilusión y fracaso

Esta tendencia abstencionista de los jóvenes y los barrios populares ha sido una constante en las últimas décadas. Sin embargo, con la irrupción de Podemos en 2014, parecía que podría romperse esta dinámica. En las elecciones de 2015 y 2016, la abstención entre los sectores más jóvenes de la población bajó considerablemente, un fenómeno que tuvo como base la ilusión que despertó entonces el partido de Pablo Iglesias. Este fue uno de los componentes que permitió la llegada a las principales ciudades del país de los llamados “ayuntamientos del cambio”.

Sin embargo, después de las expectativas iniciales que despertaron estos nuevos gobiernos, a los pocos meses la realidad dejaba claro sus límites insalvables. El rápido abandono de su tibio programa de reformas ante el “no se puede” de la institucionalidad capitalista, así como su progresiva adaptación como “pata izquierda” del Régimen, desinflaron todas las ilusiones.

En la misma medida que el discurso “anticasta” contra el bipartidismo daba paso a la ubicación de Pablo Iglesias como ministro sin cartera del gobierno de Pedro Sánchez, para muchos de sus votantes la desilusión con el proyecto podemista se traducía en la abstención. Una reacción natural, además, ante un panorama en el que todo el espectro político que representaba la formación morada se presenta cada vez más fragmentado y hasta su propia supervivencia esta puesta en cuestión.

Crisis de Régimen, desvío neorreformista y fortalecimiento de la derecha

La exclusión de enormes sectores de la población del proceso electoral, sin embargo, va mucho más allá de los fracasos de cualquier opción política. Es un reflejo de los propios mecanismos de un Régimen que fue creado a la medida de las elites de este país. Desde su nacimiento, los “padres” de la Constitución se dotaron de una Ley Electoral profundamente antidemocrática. Esta tenía un claro contenido de clase, dando un peso mucho mayor a las zonas rurales en detrimento de las grandes ciudades, en las que se concentraba un poderoso movimiento obrero.

Como ha sucedido históricamente en todos los regímenes políticos capitalistas, todos los engranajes mediáticos y políticos siempre han alejado el debate político de los grandes problemas de la mayoría de la población. Para una gran parte de la juventud y la clase trabajadora el Régimen del 78 solo ha aportado miseria y exclusión, mientras se les apartaba conscientemente de cualquier posibilidad de intervenir en la toma de decisiones. Esta es la base la enorme desafección de la juventud y los sectores populares hacia los partidos del Régimen y sus instituciones -incluida la Corona- que estalló de forma explícita el 15M de 2011.

Estos años de crisis capitalista, en el que las contradicciones sociales han provocado cada vez más polarización, han mostrado que cuando las cuestiones fundamentales como la precariedad, el paro, la falta de libertades democráticas o la opresión de género se han instalado en la agenda política, enormes sectores de la población, especialmente la juventud, han intervenido a través de la movilización y la acción en las calles.

Esta enorme fuerza social movilizada, sin embargo, fue desviada hacia la ilusión de conquistar las instituciones por la vía electoral, una gigantesca operación que permitió la cesión de toda iniciativa política que venía “desde abajo” a una nueva casta “de izquierda”.

Como decimos en otro artículo, “si hubo una característica fundamental en Podemos desde su surgimiento fue su excesivo optimismo en las posibilidades de democratizar las instituciones del Estado capitalista, el cual era directamente proporcional a su pesimismo en relación al potencial transformador y revolucionario de la clase trabajadora y la lucha de clases”.

De ese modo, el neorreformismo dejó vía libre a un intento de recomposición de los principales partidos del Régimen, especialmente en el campo de la derecha. Su mayor prueba, sin duda, fue la crisis catalana. La falta de una respuesta por parte de Unidos Podemos que cuestionara la brutal represión y la deriva antidemocrática del Estado español, el debate político mediático se ubicó de manera cada vez más favorable a la derecha y las elites del país.

El colofón de este proceso tiene dos caras: por un lado, la enorme crisis de Podemos, por el otro, la irrupción de Vox, expresión radicalizada y sin complejos del bloque del 155 para dar una salida de extrema derecha a la crisis orgánica del Régimen del 78.

“Malmenorismo” y nueva hipótesis política

Una gran parte de quienes escogerán la abstención en estas elecciones posiblemente lo harán ante la falta de alternativas que merezcan la pena o, dicho de otro modo, por su profunda desafección hacia el conjunto del Régimen político, incluyendo su “pata izquierda”. Estos sectores pertenecen en su mayoría a los que han sido golpeados de manera más descarnada por estos años de crisis capitalista.

Tanto el PSOE como “Unidas Podemos” han hecho eje de su campaña el miedo a la extrema derecha, presentándose como dique de contención ante un posible gobierno del “trifachito” de la derecha (PP, Cs y Vox).

Un discurso que en el caso de la deshilachada alianza entre Podemos e Izquierda Unida, que explíticamente propone “gobernar con el PSOE”, incorpora además un fuerte argumento favorable al “mal menor”. Su aspiración es convencer a todos aquellos que -con buen tino- desconfían que el PSOE del Ibex35, las reformas laborales, el 155, los CIEs y la defensa de la monarquía vaya a ser muy distinto que un gobierno de la derecha.

Más allá de la perorata de las “nuevas formas de hacer política”, lo que se impone irremediablemente es la vieja y penosa lógica del “mal menor”, con la que la izquierda reformista tradicional actuó en el Estado español durante décadas. Una lógica por la que se justifica votar al PSOE o gobernar con él, en vez impulsar una política independiente. ¿Qué mejor vía que esta para facilitar la supervivencia de un Régimen decadente como el que nació en el ’78?

Para frenar el ascenso de la extrema derecha lo que hay que desarrollar es la lucha de clases y promover la movilización y autoorganización precisamente de los sectores desilusionados y que más tienden hacia la abstención. Pero para ello es necesario presentar una alternativa política de clase que vuelva a poner encima de la mesa los principales problemas democráticos y sociales que afectan a la mayoría de la sociedad.

Como decimos en la última declaración de la CRT, la tarea del momento es “poner en pie una extrema izquierda sin complejos, que pelee por un programa radical contra este Régimen y los capitalistas”.

“Una izquierda que defienda el derecho de autodeterminación, el fin de la Corona, de la impunidad, de las leyes liberticidas, la libertad de todos los presos políticos y encausados por luchar, el fin de todos los privilegios de la casta política, de la casta judicial patriarcal al servicio de la banca y la ofensiva represiva... y que a su vez combata por un programa para dar respuesta a los grandes problemas sociales que le haga pagar todos los costos a los grandes capitalistas. Que se proponga conquistar el reparto de horas de trabajo sin reducir el salario, la nacionalización bajo control obrero de las grandes empresas y la banca, la expropiación de todo el parque de viviendas en manos de la bancos y especuladores, el no pago de la deuda o los impuestos a las grandes fortunas para garantizar la financiación suficiente a los servicios públicos y pensiones dignas, entre otras medidas urgentes”.

Un programa así es imposible de llevar a cabo sin romper con la utopía reaccionaria de que es posible democratizar las podridas instituciones del Régimen del 78. La superación de la crisis orgánica del régimen español sólo puede resolverse en favor de la clase trabajadora, las mujeres, la juventud y los sectores populares “expropiando a los expropiadores”, es decir, luchando por que la clase trabajadora conquiste su propio gobierno.