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Sociedad. La agricultura industrial y la “revolución verde”

Los cambios en la producción agrícola produjeron un enorme aumento en la productividad, junto con diversas consecuencias colaterales, desde hace tiempo se está cuestionando la llamada “revolución verde”.

Martes 30 de mayo de 2023 16:57

Este jueves 24 de mayo se realizó en CABA, la marcha contra las multinacionales agroquímicas y biotecnológicas. La convocatoria se viene impulsando desde 2013, cuando la activista norteamericana Tami Monroe Canal funda el movimiento March Against Monsanto “para detener los GMO (Organismos Modificados Genéticamente) y los pesticidas dañinos” y apoyar “un sistema de producción de alimentos sostenible”.

Manifestación contra las multinacionales agroquímicas y biotecnológicas realizada este jueves 24 de mayo en CABA.

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Hoy la marcha se extiende ante otras corporaciones responsables del uso de agroquímicos como Bayer, Syngenta, etc.. Pero veamos de dónde salió está llamada «revolución verde». Esta denominación fue utilizada por primera vez en 1968 por el exdirector de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), William Gaud refiriéndose al cambio en las prácticas agrícolas que venían llevandose a cabo desde, aproximadamente mediados de siglo XX.

Los cambios comenzaron en EEUU y luego, se extendieron por el mundo, principalmente en los países en vías de desarrollo y se aplicaron en ciertos cereales como el trigo, maíz, arroz etc. y luego soja, algodón y otros. En Argentina se aprobaron y sembraron por primera vez, cultivos transgénicos en 1996, durante el neoliberalismo y desde ese momento el área sembrada de esta manera ha crecido en forma sostenida. Se incorporaron mecanización, irrigación y uso de agroquímicos, lo que condujo a altos rendimientos productivos. Por su semejanza a la industria por la mecanización y estandarización de las prácticas, también se le denomina agroindustria o agricultura industrial a este tipo de producción de granos, también agricultura intensiva por el uso en rotación de cultivos todo el año.

Incremento en la productividad de los cultivos de trigo en países en desarrollo (kilogramos por hectárea) entre 1950 y 2004, según la FAO.

Como puede verse en el gráfico, hubo un enorme incremento en la productividad en cuanto a peso de grano obtenido. Sin embargo, este aumento trajo aparejadas una serie de consecuencias dignas de debatir cómo:

Beneficios económicos sesgados.
Baja en la calidad y el nivel nutricional de los granos.
Pérdidas significativas en la biodiversidad.
Alta dependencia de hidrocarburos.
Severos costos ambientales y de salud.

Beneficios económicos sesgados

En pasaje a la agricultura industrial produjo cambios que condujeron a la monopolización de la producción y en el uso de la tierra. El beneficio fue sólo para grandes cultivadoras, capaces de utilizar grandes extensiones de tierra y grandes capitales para adquirirla o rentarla. En Argentina se registró un incremento en las migraciones internas desde áreas rurales a urbanas por las pérdidas económicas de pequeños productores familiares. Las tierras se agruparon aún más que lo que ya estaban volviéndose a formar grandes latifundios pertenecientes a pocas familias acaudaladas.

Baja en la calidad y el nivel nutricional de los granos

Al seleccionar plantas sólo por su productividad, no se le dió relevancia a la calidad nutricional. Los cultivos de cereales de alto rendimiento, presentan deficiencias en aminoácidos esenciales y un contenido desequilibrado de ácidos grasos esenciales, vitaminas, minerales y otros factores de calidad nutricional y presentan una mayor proporción de hidratos de carbono.

Pérdidas significativas en la biodiversidad

La reducción en la biodiversidad se produjo tanto en las plantas cultivadas (variedades de maíz, arroz etc) como en las enormes áreas de tierras utilizadas en donde los ecosistemas han sido reemplazados por completo.

Los cultivos agroindustriales se tratan de un puñado de plantas transgénicas idénticas, plantadas en gigantescas extensiones de monocultivo lo que las hace más susceptibles a enfermedades, plagas y cambios en las condiciones abióticas que las variedades de cultivos ancestrales o que si se plantaran diversos cultivos intercalados en áreas menores. Esta susceptibilidad es compensada con el uso de agroquímicos, sin embargo los venenos matan todo excepto las plantas resistentes, afectando enormemente la biodiversidad de los agroecosistemas. No queda rastro del ecosistema nativo.

Además al poco tiempo de la implantación de la agroindustria empezaron a crecer entre los cultivos las llamadas malezas resistentes, que son otras plantas que también resisten los venenos pero de manera natural. Esto se "solucionó" simplemente tirando más venenos, aumentando la dosis y mezclando distintos agrotóxicos en cócteles.

Entre la agricultura industrial y otras causas estamos al borde de haber causado la sexta extinción masiva. En los últimos 50 años hemos aniquilado en promedio el 68%, es decir 2/3 partes, de todas las poblaciones de mamíferos, reptiles, aves, anfibios y peces del planeta. En las subregiones tropicales de América la cifra es del 94%. El número de plantas extinguidas documentadas es el doble que el de mamíferos, aves y anfibios juntos. Una de cada cinco (22%) está amenazada de extinción.

Alta dependencia de hidrocarburos como fuente de energía

La agricultura industrial es altamente dependiente de la maquinaria agrícola, el transporte de alimentos, sistemas de riego e industria química que consumen hidrocarburos, combustibles fósiles, liberando gases de efecto invernadero. Esto es importante en un contexto de cambio climático y con el objetivo global de llegar a cero emisiones netas de CO2 para el 2050, la única manera de mitigar los efectos del calentamiento global.

Severos costos ambientales y de salud

El costo ambiental de la agricultura es altisimo; tala e incendios indiscriminados para utilizar los ecosistemas autóctonos en el cultivo intensivo, pasaje de los agroquímicos y/o residuos químicos hacia cursos de agua; napas, ríos, arroyos, la atmósfera, el suelo y los alimentos. Esto tiene consecuencias en la salud de las personas, principalmente en los pueblos fumigados.

Además, la agricultura industrial al ser intensiva, produce varias cosechas a lo largo del año, esto ocasiona pérdidas en la fertilidad de los suelos, agotamiento del agua de napas y arroyos y lixiviación de los químicos hacia las mismas fuentes de agua. El 40 % de los lagos pampeanos bonaerenses tiene glifosato según un estudio. Hay múltiples trabajos científicos que indican los mismos resultados como el que han detectado glifosato y atrazina en la lluvia.

El uso de agrotóxicos en cada vez más altas dosis es el peor efecto de la agroindustria. El glifosato es la base del herbicida patentado por Monsanto en 1974. Los herbicidas fueron patentados y luego comercializados por Monsanto como arma química y fueron usados entre otros venenos, en la guerra de Vietnam. Aún en algunas regiones de Vietnam, después de casi 50 años, sufren las consecuencias, no solo en sus suelos, sino en la gente, que tiene una tasa inusitadamente alta de malformaciones congénitas por las trazas de lo que se llamó “agente naranja”.

Los soldados norteamericanos que resultaron afectados durante las “fumigaciones” ganaron juicios contra el gobierno, sin embargo EEUU nunca se hizo cargo de los perjuicios contra el pueblo vietnamita. Posteriormente, al probar el glifosato en distintos organismos, se encontró que algunos eran naturalmente resistentes a este herbicida, que mataba casi la totalidad de las plantas. La resistencia de esos organismos a este potente veneno, se debía a la expresión de un determinado gen. Ese gen bacteriano se incorporó en el genoma de plantas de cultivo haciéndolas también resistentes a los venenos, las plantas transgénicas.

Acá debemos aclarar que el problema ambiental no son los transgénicos en sí mismos. Sino la inserción de genes de resistencia a herbicidas y el procedimiento de bañar las plantas en venenos para que quede solamente el monocultivo transgénico.

El glifosato afecta particularmente una enzima vegetal (herramienta química de los seres vivos) que los mamíferos no tenemos. Sin embargo esto no significa que sea inocuo para nosotros, se ha probado que tanto el glifosato como otros químicos usados en la agroindustria pueden afectar severamente la salud de quienes tengan contacto con el producto.

La toxicidad del glifosato ha sido determinada como de categoría 3 (en escala de 1-5) y tiene diversidad de efectos en animales incluidos los humanos. Los efectos de los agrotóxicos pueden ser genéticos (cancerígenos), epigenéticos (interferir en la expresión genética), neurodegenerativos, inmunológicos, epidérmicos y endocrinos al actuar como disruptores hormonales. El glifosato puede producir malformaciones neuronales, intestinales y cardíacas en los embriones humanos (Andrés Carrasco, 2010, Chemical Research in Toxicology 76)​.

Y como si esto fuera poco, además de los herbicidas, la agricultura industrial es altamente dependiente de plaguicidas; insecticidas, acaricidas, fungicidas etc que también son tóxicos para los seres humanos y otros habitantes de los ecosistemas.

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Agrotóxicos en los alimentos

Según un informe de Naturaleza de Derechos (Febrero 2021) en donde se recopilaron y analizaron los resultados de los controles oficiales del SENASA (2017-2019) se encontró que la presencia de agrotóxicos en frutas, hortalizas, verduras, cereales y oleaginosas de Argentina era altísima. De los 80 principios activos hallados, el 75 % actúan como alteradores hormonales, el 49 % son agentes cancerígenos y el 20 % inhibidores de las colinesterasas. Además, el 47 % de los principios activos de agrotóxicos detectados fueron cancelados (ciertos usos o prohibición total) en la Unión Europea.

La agroindustria y el hambre en el mundo

En un reciente informe elaborado conjuntamente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) se muestran resultados terribles, el hambre y la malnutrición en el mundo ha aumentado hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021, lo que indica que se está produciendo un retroceso a pesar del aumento en la producción de agroindustrial.

En el mismo informe, se indica que: "el apoyo mundial al sector alimentario y agrícola representó un promedio anual de casi 630 000 millones de USD entre 2013 y 2018. Sin embargo la mayor parte de ese apoyo se destina a los agricultores individualmente, a través de las políticas sobre comercio y mercados y de subvenciones fiscales. También indican que el apoyo no está llegando a muchos agricultores, daña el medio ambiente y no promueve la producción de alimentos nutritivos que conforman una dieta saludable."

Y además, citando el informe "Esto se debe, entre otras cosas, al hecho de que las subvenciones suelen dirigirse a la producción de alimentos básicos, lácteos y otros alimentos de origen animal, especialmente en los países de ingresos altos y los países de ingresos medianos altos. El arroz, el azúcar y las carnes de diversos tipos son los alimentos que más incentivos reciben a nivel mundial, mientras que las frutas y las hortalizas reciben un apoyo relativamente menor, sobre todo en algunos países de ingresos bajos."

De 2005 a 2015, el 36% de los granos producidos en el mundo se destinaron para consumo animal de ganado, que aunque indirectamente es consumido por un sector de la población humana, esta “escala” corresponde a un enorme derroche energético, comparado a si directamente fuera utilizado por las personas más necesitadas. De continuar la misma demanda de carnes y lácteos, para el 2025 el 70% de los granos será destinado a consumo animal.

La agricultura industrial no ha solucionado el hambre en el mundo ya que existe una severa desigualdad en el consumo y derroche de alimentos (el 30% de los alimentos que se producen se tira). Claramente la producción no está ideada de manera racional y no repercute en una mejora en las condiciones de la población más pobre. Por el contrario, la agricultura industrial ha deteriorado enormemente el ambiente y la salud de las personas, sobre todo las poblaciones rurales. Su expansión se debe a que es altamente redituable para los grandes productores capitalistas y las corporaciones transnacionales que venden los “paquetes” agrotecnológicos.

Argentina

Nuestro país es uno de los principales productores a nivel mundial de este tipo de granos. Aquí existen 44 productos transgénicos aprobados resistentes a agrotóxicos, y la exportación es prácticamente un negocio monopólico en donde además, de 10 exportadores, 6 son empresas extranjeras que manejan 2/3 del mercado, que sale por la hidrovía prácticamente sin control del Estado.

En Argentina tenemos la tasa más alta del mundo en uso de agrotóxicos, y crece año a año, en este último se utilizaron un promedio de 15 litros por habitante. Para el 2020 creció exponencialmente el volumen de productos químicos utilizados, que ha superado los 500 millones de kilogramos en los últimos años, un promedio de 13 kg por hectárea. Entre los agrotóxicos más usados se cuentan el glifosato, el 2,4-D, el endosulfán, la atrazina, la dicamba, la cipermetrina y el clorpirifos.

La política estatal es la misma en todos los gobiernos, cuando ponen en la balanza el medio ambiente (y la salud) vs la ganancia capitalista y el extractivismo, no hay grieta que valga y todos se ponen del mismo lado, el del extractivismo. Se busca exportar para pagar deuda y favorecer a los negocios agropecuarios con el dólar soja por ejemplo. Además pretenden aumentar la producción a futuro, incorporando más hectáreas de campos de monocultivos transgénicos.

Este es un modelo de producción suicida, tiene un coste extremadamente alto que van a pagar las futuras generaciones porque deja ecosistemas degradados, suelos arruinados y salud deficiente. Todo para simplemente aumentar la desigualdad.

Convocatoria a la marcha contra el agronegocio de la coordinadora basta de falsas soluciones BFS.

Pero no vamos a poder seguir en esa dirección. En un contexto de cambio climático y de creciente población global, no es la producción agroindustrial la que nos salvará. Es evidente que no ha sido la solución, un cambio llevado a cabo por el capitalismo tampoco lo hará, sino un manejo responsable, consciente de producción de alimentos, en donde las decisiones no sean tomadas por unos pocos. La responsabilidad del hambre es del sistema en que nos vemos envueltos, el capitalismo, ilógico y brutal, en donde reina la sed de ganancias.

Tenemos que levantar nuestra voz en contra, tomar las riendas para llevar a cabo la transición productiva, ir hacia una agricultura más digna, más saludable y más equilibrada. Creemos que otro tipo de producción es posible, aplicando el conocimiento biológico moderno, molecular pero también ecológico, asociación de cultivos, control biológico de plagas, fertilización natural de suelos etc.

Además de rescatar variedades de cultivos y saberes ancestrales, necesitamos muchas manos y muchos cerebros para llevar a cabo esta transición. Necesitamos ir hacia la producción agroecológica, que se ha demostrado experimentalmente que tiene buenos rindes, con todos los cambios que ello implica, en el manejo y en la propiedad comunal de la tierra, ya no más renta y latifundios capitalistas, mejor para los trabajadores, para los consumidores y para los seres vivos que nos rodean. Muchos se deciden por una alimentación saludable, está habiendo cada vez más productores agroecológicos, que se organizan en cooperativas y centros de distribución.

Se necesitan cambios profundos y eso no se puede hacer sin afectar las ganancias de las multinacionales y los grandes empresarios. Esto también implica ir en contra de los gobiernos que garantizan las ganancias capitalistas de un sector, valiéndose de leyes que favorecen la acumulación y el robo de tierras a pueblos originarios, hasta utilizan la represión por parte de fuerzas armadas si es necesario para llevar a cabo sus negocios.

Una transición justa con todo lo que ello implica tiene unos límites bien definidos, el capitalismo. Destruyamos el capitalismo, no el planeta.