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La autodeterminación del pueblo palestino y la lucha por el socialismo

Josefina L. Martínez

La autodeterminación del pueblo palestino y la lucha por el socialismo

Josefina L. Martínez

Ideas de Izquierda

Más de 40 días después del inicio de los bombardeos de Israel sobre la Franja de Gaza, el genocidio en curso no cesa. Millones de personas se han manifestado en todo el mundo en las últimas semanas para exigir el fin de la masacre y expresar su solidaridad con el pueblo palestino. Un movimiento que adquiere especial masividad en los países árabes y en países imperialistas como Estados Unidos, Reino Unido y otros países europeos.

Tal como desarrollamos en este artículo, participamos del movimiento buscando desarrollar la masividad y la autoorganización, con un programa para enfrentar a los gobiernos imperialistas, sostén clave del Estado sionista de Israel. Queremos aportar a que el movimiento estudiantil adopte una perspectiva combativa y antiimperialista, y que la clase trabajadora intervenga con sus propios métodos de lucha, mediante huelgas y bloqueos, contra el envío de armas y las empresas imperialistas. Como socialistas internacionalistas, consideramos que la lucha por la liberación de Palestina contra el colonialismo sionista y el imperialismo es una batalla fundamental. Al mismo tiempo, sostenemos que no será posible lograr la plena autodeterminación de Palestina, sin luchar por una perspectiva socialista.

En la lucha de un pueblo oprimido por el colonialismo sionista y el imperialismo, nos ubicamos de forma incondicional con la resistencia del pueblo oprimido. Lo hacemos desde un programa de independencia política respecto de todos los sectores burgueses en la región, ya consideramos que es la única forma de luchar hasta el final por la autodeterminación. A diferencia de las corrientes populistas, que confunden la justa defensa de un pueblo oprimido, con su dirección circunstancial, polemizamos con las diferentes estrategias políticas que históricamente han tenido peso en el seno de la resistencia palestina. En este artículo retomamos algunas de ellas, buscando responder a la pregunta: ¿cómo hacer efectiva la lucha por una Palestina libre, después de 75 años de ocupación sionista? ¿Por qué luchamos por una Palestina obrera y socialista?

A continuación, abordamos cuatro estrategias centrales, que definimos como la vía negociada a los dos Estados, la lucha armada para una estrategia islamista-nacionalista burguesa, la ilusión de la revolución democrática y la lucha por una Palestina obrera y socialista.

El fracaso de la vía de los “dos Estados”

Consideremos en primer lugar la estrategia que podemos llamar de vía negociada a los dos Estados. Es lo que sostienen instituciones como la ONU, incluso Estados imperialistas, aunque sea discursivamente. Una orientación asociada a la ANP, que defienden corrientes reformistas y socialdemócratas en gran parte del mundo.

Recientemente se cumplieron 30 años de los acuerdos de Oslo, firmados en 1993 entre el líder de la OLP, Yaser Arafat, con Isaac Rabin, primer ministro israelí, bajo el auspicio del presidente estadounidense, Bill Clinton. La gran promesa de Oslo era la vía de los “dos Estados”: un Estado palestino (en una parte minoritaria de sus territorios históricos) conviviendo pacíficamente, lado a lado, con el Estado de Israel. ¿Era posible?

El intelectual palestino Eduard Said definió en su momento a los acuerdos de Oslo como “un instrumento de la rendición palestina; el Versalles palestino”. La OLP reconocía por primera vez la existencia de Israel, renunciando a su consigna histórica de “una Palestina laica democrática y no racista” en todo el territorio histórico de Palestina. Mientras que Israel reconocía a la OLP como representante legítimo del pueblo palestino, la creación de la Autoridad Nacional Palestina significaba legitimar la ocupación, a cambio de una pseudo administración limitada de franjas de territorio en Gaza y Cisjordania, separadas geográficamente, y sin disponer libremente de recursos básicos como el agua, la electricidad o las ayudas “humanitarias” internacionales, bajo control de Israel.

Es decir, la farsa de un Estado propio, mientras además los colonos seguían avanzando sobre territorios legalmente adjudicados a Palestina. El historiador Rashid Kalidi resumía afirmando que “Oslo ha sido un gran éxito si crees en la colonización, la limpieza étnica y la apropiación de tierras”.

El fracaso de Oslo abrió paso en el 2000 a la Segunda intifada, en la que entraba en escena una nueva generación combativa, que había experimentado la gran frustración de la política de “dos Estados” Y en 2006, Hamas, que se opuso a los acuerdos de Oslo, ganaba las elecciones en Gaza.

¿Por qué nunca fue posible la vía negociada de los dos Estados? Se explica, en primer lugar, por el carácter del Estado de Israel. Ilan Pappé y otros historiadores han señalado la especificidad de su constitución como Estado colonial. Los viejos Estados coloniales europeos tenían su principal centro de gravedad en las metrópolis, mientras los ejércitos coloniales sometían en el extranjero a grandes poblaciones y naciones. En el caso de Israel, este se constituyó como un colonialismo de colonos, cuya existencia depende de la continuidad de la ocupación. En otros colonialismos de colonos modernos, como Sudáfrica durante el apartheid, la población negra nativa fue sometida brutalmente para ser utilizada como mano de obra semiesclava (y constituyó los batallones centrales de la clase obrera sudafricana). En cambio, en Israel los sionistas llevaron adelante una descomunal limpieza étnica, expulsando a la mayoría de la población nativa de su propio territorio, con el objetivo de constituir un Estado “puro” a nivel étnico y religioso. De hecho, más de cuatro millones de palestinos viven actualmente fuera de Palestina, cerca de un millón menos que la población palestina que vive entre Gaza y Cisjordania.

A la salida de la Segunda Guerra Mundial, la salida reaccionaria que el imperialismo encontró a la cuestión judía después de la barbarie del holocausto fue la creación de Israel, para lo cual contó con el invaluable apoyo de la URSS estalinista. Desde entonces, el Estado sionista se transformó en el principal enclave imperialista en la región. Al tratarse de un Estado creado artificialmente en el corazón de un territorio de vasta población árabe que simpatizaba con la causa palestina, el Estado sionista se construyó como fortaleza militarizada, financiada por Estados Unidos y los Estados de la OTAN.

Pappé también ha señalado que el colonialismo de colonos implica la deshumanización de los pueblos colonizados. Para el Estado de Israel, cada palestino debe ser percibido como un “salvaje” o un “potencial terrorista”, cada territorio palestino como un escenario de guerra. La lógica expansionista y guerrerista del Estado de Israel es parte de su ADN y por lo tanto este es incompatible con la autodeterminación del pueblo palestino, como se ha demostrado en los últimos 75 años.

La estrategia de Hamas y el papel de las burguesías árabes

En segundo lugar, consideremos la estrategia de Hamas y otros grupos de la región, que despliegan diferentes métodos de lucha armada, al servicio de una estrategia islamista-nacionalista burguesa.

La traición histórica de Fatah y la OLP al firmar los acuerdos de Oslo dio paso al triunfo de Hamas en las elecciones legislativas de 2006. Su control de la Franja de Gaza fue respondido con el bloqueo total por parte de Israel a una población de más de 2 millones de personas, transformando la zona en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.

Hamas es una organización populista islamista que desde su fundación en 1987 ha atravesado diferentes momentos políticos. En su carta de fundación incluye el objetivo de un Estado islámico, fin último que no ha abandonado, aunque para las elecciones de 2006 se presentó con un programa más pragmático que podría ser evaluado como “reformista desde el punto de vista social y nacionalista burgués en cuanto al conflicto palestino” [1].

Esta estrategia islamista-nacionalista burguesa se ha desarrollado por medio de variadas tácticas de lucha armada a lo largo de los años, que incluyeron desde atentados suicidas en los años 90 y 2000, al enfrentamiento de sus milicias con el ejército de Israel, lanzamiento de misiles y la reciente incursión (junto con otros grupos de la resistencia palestina) en territorio de Israel el pasado 7 de octubre. Una acción de resistencia contra la ocupación colonial que tuvo una parte dirigida contra objetivos militares o directamente vinculados a las fuerzas de ocupación, pero otra parte que, como los ataques al festival de música en Reim o a la población civil no combatiente en los Kibutz, se inscribe en una estrategia que no compartimos.

[Te puede interesar: Medios y fines. Un debate sobre la posición de la izquierda frente a la estrategia y los métodos de Hamas]

Hemos planteado en otros artículos que defender de forma incondicional la resistencia del pueblo palestino contra Israel, más allá de sus direcciones circunstanciales, no es contradictorio con cuestionar los métodos, el programa y la estrategia de Hamas. Se trata de una estrategia que se enfoca en buscar la unidad y el apoyo de sectores de las burguesías árabes (lo contrario a intentar desarrollar la lucha de clases en el mundo árabe). Esto se expresa por ejemplo en su afinidad con las milicias de Hezbolah (y por esa vía con la teocracia iraní) y con la reaccionaria monarquía de Qatar.

Ahora bien, además de ser la corriente hegemónica de la resistencia palestina, Hamas actúa como administración política de la Franja de Gaza. Al interior de ese territorio, hostigado y bloqueado por Israel, Hamas desarrolló durante años una profusa red de asistencia social, escuelas y hospitales que le valieron una importante base social entre la población gazatí. En los últimos 15 años, ha impuesto una creciente islamización de Gaza (aunque allí también viven cristianos y sectores laicos) y un régimen represivo sobre la disidencia política y social, reprimiendo manifestaciones o expresiones de protesta contra la pobreza. Esto incluso ha dado lugar en el último tiempo al surgimiento de sectores juveniles críticos con Hamas, según varios analistas.

Por sus métodos, programa y estrategia, Hamas no busca desarrollar la autoorganización del pueblo palestino, ni la unidad entre los palestinos y las masas obreras y campesinas árabes, ni con sectores judíos antisionistas, sino atar su destino a los acuerdos con las reaccionarias burguesías y monarquías teocráticas de la región.

¿Revolución democrática o la lucha por una palestina laica, libre, obrera y socialista?

Por último, consideremos lo que podemos llamar una vía etapista o de revolución democrática, en contraposición a la lucha por una Palestina libre, laica, obrera y socialista.

Después del fracaso estrepitoso de la estrategia de los dos Estados, entre varios intelectuales palestinos, árabes e israelíes antisionistas crece la idea de que hay que luchar por un Estado único, no sionista, donde convivan pacíficamente árabes y judíos, una palestina laica y democrática. La propuesta sería presionar internacionalmente para una “des-sionización” del Estado de Israel. Incluso, sectores que se reivindican socialistas, sostienen que esta podría ser una “primera etapa” en la democratización de Palestina, para luchar, más adelante, por el socialismo. Sin embargo, como hemos explicado anteriormente, el carácter racista y colonialista del Estado de Israel, que actúa como principal enclave del imperialismo en la región, hace de esa idea una aspiración totalmente ilusoria, en los marcos del capitalismo actual.

Luchar contra el sionismo y el colonialismo de Israel significa no solo enfrentar a uno de los ejércitos más pertrechados del mundo, sino también luchar contra el imperialismo en la región. Luchar por una Palestina libre, significa no solo garantizar el derecho al retorno de más de 4 millones de palestinos de la diáspora, sino también la devolución de sus tierras (donde hoy se levantan asentamientos de colonos y también ciudades israelíes, grandes conglomerados inmobiliarios y turísticos) y la devolución o reconstrucción de sus viviendas (que fueron arrebatadas o destruidas). Una palestina libre y democrática significa también terminar con el régimen de apartheid para los trabajadores y trabajadoras palestinos y los árabes-israelíes, que son utilizados como mano de obra de “segunda”, garantizando plenos derechos civiles, sociales y laborales para todos, independientemente de su origen nacional, etnia o religión. Lo que implica cuestionar una fuente importante de ganancias de los grandes grupos económicos y financieros de Israel. Es decir, que para terminar con el Estado sionista y la opresión del pueblo palestino es necesario liquidar sus bases materiales. Ni la burguesía colonialista israelí, ni el imperialismo permitirán que se pueda avanzar pacíficamente en ese camino. Entonces, ¿qué fuerzas sociales pueden luchar por esa perspectiva?

En un artículo que forma parte del libro Palestine: A socialist Introduction [2], Daphna Thier [3] polemiza con la idea de una palestina socialista, señalando que no hay posibilidades de luchar por esa perspectiva dado el carácter sionista de la clase trabajadora israelí. Este argumento está presente en diferentes autores, que apuntan que, dado que la constitución de la clase trabajadora judía en Israel se basó en el carácter colonial del Estado, esta no será nunca un aliado para el pueblo palestino. Efectivamente la clase trabajadora israelí adhirió mayoritariamente al proyecto sionista desde la fundación del Estado de Israel. Esto cambió la dinámica que se había abierto en los años 30, cuando por ejemplo los trotskistas desarrollaron algunas experiencias de organización conjunta de trabajadores judíos y árabes.

La central de trabajadores Histadrut fundada en 1920 para defender los intereses de los trabajadores judíos, se constituyó en las décadas siguientes como un bastión de la defensa de los intereses coloniales y sionistas, negándose a organizar a los trabajadores árabes-israelíes, sosteniendo la ideología racista del Estado de ocupación. Incluso recientemente, las manifestaciones y huelgas de trabajadores que se desarrollaron en Israel contra Netanyahu y su reforma del sistema judicial el último año, tuvieron el enorme límite político de no cuestionar el sionismo y rechazar cualquier cuestionamiento a la ocupación de Palestina por Israel. Así lo señalaron críticamente intelectuales judíos antisionistas. [4] Ahora bien, esto no significa que algunos sectores de la clase trabajadora no puedan romper con el sionismo, en condiciones de radicalización de la lucha de clases en la región. Este un combate político a dar, ya que actúan ahora mismo como un polo reaccionario frente a la lucha por la liberación palestina. Y un indicador de que eso puede cambiar es que comienzan a surgir sectores pacifistas antisionistas entre la población y la intelectualidad israelí y judía en el mundo.

Para la autora antes citada, sin embargo, el sionismo de la clase obrera israelí parece ser un elemento inamovible, y, desde su punto de vista, eso significa que solo es posible buscar aliados para el pueblo palestino entre sectores “democráticos” de los países árabes. Es decir, sectores burgueses y pequeñoburgueses, trabajadores y sectores populares, que estuvieran dispuestos a avanzar en reformas democráticas. Sin embargo, su planteo omite las profundas contradicciones de clase en las sociedades árabes, con burguesías que se han enriquecido mediante fabulosos negocios con el imperialismo y otras potencias regionales, imponiendo regímenes reaccionarios y monarquías teocráticas. Como se mostró durante las Primaveras árabes, las burguesías árabes aliadas del imperialismo optaron una y otra vez por aplastar sangrientamente las protestas obreras y populares, bloqueando cualquier tipo de “democratización” real de esas sociedades, antes que se desarrollara la autoorganización y movilización obrero y popular.

La lucha contra el imperialismo

El Estado de Israel es el socio estratégico más importante de Estados Unidos en Medio Oriente. Trump y Biden en cierta medida compiten para garantizarle al lobby sionista norteamericano que defenderán sus intereses de “forma incondicional”. La crisis de hegemonía de Estados Unidos, que hace tan solo dos años salía de forma vergonzosa de Afganistán, hace que sea aún más vital mantener a su aliado estratégico en una región que ha atravesado revueltas, guerras civiles, guerras reaccionarias y múltiples inestabilidades en la última década. Más aun frente a Irán y los desafíos de Rusia y China a su hegemonía.

A su vez, el imperialismo y sus multinacionales son claves para garantizar los grandes negocios de las burguesías árabes, que se enriquecen con los recursos y bienes naturales de la región desde el petróleo, los gasoductos, la minería, pesca y agronegocio, mediante la expoliación del campesinado y la explotación brutal de una extendida clase obrera nativa y migrante proveniente de Asia y África. Los intereses de las burguesías árabes están entrelazados con los de las potencias imperialistas (Estados Unidos y Europa) desde los albores del desarrollo capitalista en la región. De ahí que sean una fuerza social incapaz de enfrentarse realmente con el imperialismo y el sionismo, con el que han convivido, más allá de algunos enfrentamientos puntuales, a lo largo de estos 75 años. De hecho, venían avanzando en la “normalización” de las relaciones con Israel, siguiendo el curso de los acuerdos de Abraham promovidos por Trump, aun en contra del sentir de la mayoría de las poblaciones árabes.

En Palestina, por lo tanto, la lucha contra el sionismo no se puede separar de una lucha contra el imperialismo. Más en general, como demostró la Primavera Árabe, en la región no es posible avanzar en transformaciones democráticas duraderas (contra dictaduras, monarquías reaccionarias y regímenes bonapartistas) sin combinar esta lucha con la pelea por resolver demandas democráticas estructurales (como la tierra y la vivienda), demandas sociales y nacionales profundas.

Volviendo a la pregunta acerca de qué fuerzas sociales pueden luchar junto al pueblo palestino por su autodeterminación íntegra y efectiva tenemos que mirar entonces no hacia las burguesías árabes, sino hacia los millones de trabajadores y trabajadoras, campesinos y sectores populares de Medio Oriente y el norte de África, que en los últimos años han visto degradarse aun más sus condiciones de vida, producto de los planes de ajuste de imperialismo y el FMI aplicados por regímenes cada vez más autoritarios.

En el mundo árabe, gran parte de la población siente la causa palestina como propia, por eso millones se han movilizado en los últimos días. Palestina sigue siendo la “herida abierta” de la conciencia nacionalista árabe y concentra la ira contra los agravios coloniales y del imperialismo en la región. Por este motivo, como se dice popularmente, el camino para la autodeterminación de Palestina pasa por Beirut y El Cairo. Pero no por el apoyo de las burguesías reaccionarias, que nunca fue tal, sino por la fuerza potencial de la clase trabajadora y campesina en la región.

A su vez, millones de trabajadores provenientes de pueblos oprimidos por el imperialismo forman parte de las clases trabajadoras e incluso medios en países imperialistas. La gran empatía con la lucha palestina se alimenta también del rechazo a las campañas islamofóbicas y racistas en estos países, que se han incrementado en el último período. Esta composición plurinacional, multiétnica y diversa de la clase trabajadora y sectores populares en los países imperialistas está alimentando el enorme movimiento en solidaridad con Palestina a nivel internacional, con masivas manifestaciones en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Estado español y otros países en las últimas semanas. Las acciones, todavía pequeñas y simbólicas, de algunos sindicatos como los estibadores de Barcelona o los sindicatos belgas, llamando a bloquear el envío de armas, las muestras de solidaridad de trabajadoras y trabajadores de la sanidad en muchos países, junto con las acciones de miles de estudiantiles y de organizaciones judías antisionistas, marcan el camino para desarrollar y amplificar.

Para avanzar en la verdadera autodeterminación de Palestina será necesaria la confluencia de un fuerte movimiento antiimperialista internacional y la lucha revolucionaria de la clase trabajadora de los países árabes, junto con el pueblo palestino y aquellos trabajadores judíos que rompan con el sionismo. El desarrollo consecuente de esta lucha plantea, como fuimos señalando, la construcción de una Palestina obrera y socialista, donde puedan convivir democrática y pacíficamente árabes, judíos, como parte de una federación de Repúblicas socialistas de Medio Oriente.


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NOTAS AL PIE

[1Claudia Cinatti, Islam político, antiimperialismo y marxismo, ver: https://www.ft-ci.org/Islam-politico-antiimperialismo-y-marxismo

[2AAVV, Palestine: A socialist Introduction; Haymarket books, 2020, Chicago.

[3Daphna Thier; Not an Ally. The Israeli Working Class. En: Palestine: A socialist Introduction; Haymarket books, 2020, Chicago

[4Ilan Pappé; “El origen de la violencia en Gaza está en la ideología racista de la eliminación del nativo”, en: https://ctxt.es/es/20231101/Firmas/44652/ilan-pappe-israel-conferencia-charla-gaza-colonial-exterminio-apartheid-racismo-palestina-cisjordania.htm
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Josefina L. Martínez

@josefinamar14
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.