Desde el pasado sábado se está desarrollando en Myanmar una fuerte oposición popular contra el golpe de Estado del 1 de febrero. Miles de manifestantes invadieron las calles de Rangún y otras ciudades del país.

Philippe Alcoy París
Jueves 11 de febrero de 2021 10:02
A la cabeza de varias de estas manifestaciones se encontraban trabajadores y trabajadoras, especialmente de la industria textil, jóvenes, empleados de varios ministerios, profesores y funcionarios.
Mientras la represión caía sobre el movimiento, una mujer fue herida de bala en Naypyidaw, la capital del país. Su estado era crítico y según las últimas informaciones fue declarada con muerte cerebral. Al mismo tiempo, ha habido varios informes de deserción entre las fuerzas de la represión policiales.
Esta situación se está convirtiendo en una pesadilla para los militares de Myanmar, que esperaban hacerse con el poder sin demasiados problemas. Ahora temen que la desestabilización de la situación social y política pueda provocar la retirada de determinadas inversiones, el retraso de proyectos o incluso la salida de capitales y las sanciones económicas impuestas por las potencias internacionales. Además, algunas empresas internacionales ya han anunciado la suspensión de sus actividades en el país o su salida. Nueva Zelanda fue el primer país que cesó los intercambios diplomáticos con el poder militar.
Como explica Phillip Orchard, "los militares pueden creer que el flujo de inversión extranjera, que ha convertido a Myanmar en una de las economías de más rápido crecimiento del mundo en la última década, no se detendrá de repente sólo por un golpe de estado incruento. Las empresas extranjeras suelen dar más importancia a la estabilidad y seguridad que a la democracia, y además el traslado de las fábricas es costoso. Las empresas extranjeras también aprecian un entorno en el que no corran el riesgo de enfrentarse a sanciones occidentales". Pero la apuesta de los militares podría estar equivocada si ejercen una fuerte represión ante una oposición que se les puede ir de las manos.
Las potencias siguen de cerca los acontecimientos
La situación en Myanmar es aún más delicada y peligrosa, ya que la crisis podría tener consecuencias tanto internas como externas. El país está en el centro de los intereses estratégicos de varias potencias de la región, empezando por China, India y, por supuesto, Estados Unidos, que aspiran a bloquear los planes internacionales de Pekín. Esto significa que nadie tiene interés, por el momento a una degradación de la situación, sin embargo, ninguna de estas potencias dudará en actuar si sus intereses están en peligro o si un rival se aprovecha para sacar beneficio de los eventos.
Para China, Myanmar se ha convertido en un país central para sus intereses estratégicos. De hecho, China todavía depende demasiado de sus exportaciones a los mercados europeos y a Estados Unidos, pero también de las importaciones de materias primas necesarias para su industria. Esto implica un acceso sin obstáculos a las rutas marítimas, en particular al Océano Índico. En este sentido, los puertos de la costa oriental de China obligan a sus barcos a que viajan por rutas controladas por potencias hostiles, especialmente por Estados Unidos. Por eso, en los últimos años, Pekín se ha asociado con Myanmar en su iniciativa "Nueva Ruta de la Seda" para crear corredores comerciales que conecten el territorio Chino directamente al Océano Índico.
Por ello, "China ha conseguido mantener buenas relaciones con la LND [Liga Nacional para la Democracia, el partido de Aung San Suu Kyi] y el ejército, así como con los principales partidos de las minorías étnicas y los grupos militantes étnicos, lo que le permite avanzar, independientemente de cuál sea el resultado de la crisis actual. Pekín intervendrá discretamente cuando sea necesario para evitar el caos. Pero su principal preocupación será la continuidad de sus proyectos de infraestructura, intereses comerciales y seguridad fronteriza", afirma Stratfor.
Para los Estados Unidos y las potencias imperialistas europeas, Aung San Suu Kyi, ahora derrocada y encarcelada por los militares, siempre ha representaba un aliado y una figura presentada como símbolo de la "lucha por la democracia". Este discurso hipócrita de las potencias occidentales esconde, evidentemente, sus objetivos geopolíticos en la región. Sin embargo, en los últimos años Suu Kyi ha perdido gran parte de su aura internacional, especialmente tras defender al ejército responsable de llevar a cabo un genocidio contra la minoría mayoritaria musulmana Rohingya. Ahora, tras el golpe, las potencias imperialistas pueden intentar utilizar la defensa de Suu Kyi y la "democracia" de Myanmar como manera de presionar a los militares contra China. Sin embargo, algunos analistas creen que la presión occidental sobre los militares podría tener el efecto inverso y acabar ser empujándoles a los brazos de China. De hecho, Estados Unidos espera que la represión seguirá siendo limitada, que los militares establecerán un calendario para una rápida transición del poder a los civiles y que liberarán a los presos políticos para que Washington no se vea obligado a imponer sanciones más duras en su país.
Por último, la otra potencia que sigue de cerca los acontecimientos es la India. Nueva Delhi, en su ambición de competir con Pekín como la "fabrica del mundo", está completamente alineada detrás de Washington en su política de cercar a China. En este sentido, la India sólo puede seguir a los Estados Unidos en Myanmar.
La clase obrera a la cabeza de la resistencia contra el golpe de Estado
Uno de los actores "no esperados" de esta crisis ha sido la joven clase trabajadora de Myanmar. Cientos de miles de trabajadores de todo el país han tomado la delantera en la lucha contra el golpe de Estado y en la defensa de las libertades democráticas, que ya son bastante escasas en Myanmar. La clase trabajadora joven de Myanmar se ha desarrollado en la última década con un mayor acceso a Internet y con algunas libertades que otras generaciones trabajadoras y populares no han experimentado en el país.
Sin embargo, Myanmar es uno de los países que ofrece las condiciones de explotación más ventajosas para el capital, con salarios que no superan los tres dólares diarios. Pero la clase trabajadora del país, especialmente en el sector textil, ha experimentado un proceso de cambio en los últimos años. la organización sindical y la lucha contra la represión patronal y los recortes de empleo. La pandemia de Covid-19, y la caída de pedidos, sólo ha empeorado la situación de los trabajadores. Así, en un artículo del China Labour Bulletin se decía: "Al menos 42 fábricas de ropa han cerrado. Al parecer, muchos propietarios de fábricas han utilizado las dificultades del sector como excusa para atacar a activistas laborales y sindicalistas.” Esto desencadenó una serie de luchas de los trabajadores contra los despidos rechazando la indemnización por despido.
En otras palabras, no es realmente tan "sorprendente" que la clase obrera haya tomado la delantera en la lucha si tenemos en cuenta justamente estos procesos de organización sindical y de lucha por las condiciones de trabajo, por el mantenimiento del empleo y por los derechos sindicales de los trabajadores y trabajadores, muy numerosos en ciertos sectores.
¿Quién lidera el movimiento?
Por el momento, el movimiento parece estar relativamente canalizado por la defensa de Aung San Suu Kyi y su partido. Sin embargo, no está claro que esta fuerza política esté en condiciones de dirigir y controlar a estas masas obreras y populares. The Asia Times, cita a un manifestante que dijo que "muchos han salido a la calle por su propia voluntad sin ser dirigidos por ningún líder, al contrario de lo que ocurrió en 1988 y 2007". Y como afirma The Guardian: " Las demandas de los manifestantes van ahora más allá de desafiar el golpe de Estado. También piden la abolición de la constitución de 2008 que se desarrolló bajo la supervisión militar y que dio a los generales un veto en el parlamento y el control de varios ministerios, así como el establecimiento de un sistema federal en un Myanmar étnicamente diverso".
En otras palabras, el enorme poder social de la clase obrera se despertó con el golpe de Estado; la movilización se preparó de alguna manera por las luchas que los trabajadores han llevado a cabo en los últimos meses y años; por el momento Suu Kyi sigue siendo bastante popular pero nada puede garantizar que la clase obrera y la juventud se limiten a las exigencias de Suu Kyi y su partido, que están profundamente vinculados a los poderes fácticos imperialistas. Esta perspectiva asusta más a las clases dirigentes del país en su conjunto que cualquier golpe de Estado o gobierno.
En este sentido, los trabajadores y las clases populares tienen la fuerza no sólo para frenar a los militares, sino incluso para plantear sus propias reivindicaciones, si logran desarrollar la movilización de forma independiente, creando sus propios órganos de autoorganización para dirigir la lucha y evitar así caer en las trampas que las fuerzas reaccionarias les tenderán, ya sean los militares, los partidarios de Suu Kyi o los representantes de las potencias imperialistas.
Traducción: Ana Adom.
El original en francés fue publicado en Révolution Permanente