Relato de una docente y estudiante que expresa la realidad de las mayorías frente a la crisis. No hay resignación, que estalle la bronca y la organización.
Jueves 9 de mayo de 2019 00:56
El trabajo en docencia está lleno de particularidades, pero este año comenzó de una manera distinta a la usual. Soy estudiante terciaria del profesorado de nivel primaria y auxiliar docente desde hace 3 años. Ahora trabajo en una nueva escuela privada porque el año pasado fui despedida. Los colegios privados son los espacios de mayor precarización laboral para las estudiantes como yo, porque es la forma fácil de contratar personal que desempeña tareas como cualquier docente con título, salvo que por no tenerlo, pueden pagarte mucho, muchísimo menos, tenerte en negro y una serie de cosas más.
Este año, la búsqueda de trabajo fue más complicada que en otros, nos ofrecían por un puesto de trabajo (auxiliar docente, quienes acompañamos en la tarea pedagógica a las maestras) un sueldo de 8000 pesos, cuando por ejemplo, el año pasado ofrecían hasta el doble.
El no tener título y ya estar ejerciendo, nos lleva a también no poder titularizar cargos, a pesar de tener antigüedad dando clases en la misma institución más de cuatro años. Por lo tanto, este año conseguí trabajo, por menos plata, simultáneamente sostengo mi trabajo en un programa socioeducativo del Gobierno y hago changas en eventos, en los momentos que tengo libre. Tres trabajos para llegar a fin de mes y sostener la carrera.
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En los pasillos del profesorado, en la sala de maestras y maestros, en la calle, la bronca crece, se siente y se puede ver también en los grandes medios de comunicación, donde hablan de cifras terribles con el mismo tono de voz con el que hablan del clima: 32 % de pobres, 9,1 % de desocupación, la deuda externa trepa a U$S 323.075 millones, el aumento descontrolado del dólar, el riesgo país en 931 puntos.
Mientras tanto las trabajadoras y los trabajadores que madrugamos todos los días para ganar el mango sabemos que todo, absolutamente todo, está costando mucho más. Y la pregunta que nos hacemos es ¿quiénes son los verdaderos responsables de todo esto? ¿Quién decidió que nos gobierne el FMI?
Las consecuencias de esta crisis se ven en lo cotidiano, como en el programa socioeducativo donde trabajo, cuando hace algunas semanas nos desayunamos de que solo contaríamos con 71 viandas a pesar de tener 95 pibes anotados.
¿Qué respuesta deberíamos dar como buenos docentes? Decidimos distribuir el pollo y el arroz que tocaba de las ya pequeñas porciones, en algunas de menor tamaño.
Ahí también nos encontramos siendo, los días sábados, solo seis personas con hasta 95 realidades. Respondiendo a preguntas como "dónde está la leche que nos llevábamos los sábados" o "seño, ¿se puede repetir?"
En ese contexto, nos encontramos también con que en un solo día de inscripción se anotaron más de 85 pibes, cuando los años anteriores éramos nosotras, las docentes de estos programas, las que íbamos a los barrios a hacer “difusión” para que las familias anotaran a los chicos. Hoy en día asisten a estos espacios porque sus padres no tienen con quién dejarlos o porque es al menos la garantía de que van a poder tener el almuerzo.
Mi escuela queda en la Ciudad de Buenos Aires. Todos nos miramos sabiendo que si esto sucede en una de las zonas de clase media de la ciudad, es evidente que en otras el desborde es aún peor.
Y mientras en las escuelas la comida no alcanza, en esos mismos medios de comunicación te dicen que por día se destinan U$S 46 millones para pagar la deuda externa por hora. Y los recortes siguen siendo en los mismos lugares. Nos están saqueando.
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Unas semanas atrás, saliendo de la segunda escuela, me encontré en la calle con una familia que estaba en una esquina del barrio pidiendo para vivir. Conversando con los chicos, me comentaron que el mayor de ellos va a la escuela, pero los otros dos no. La madre se acercó y, al reconocer el guardapolvo blanco, me preguntósi hay alguna posibilidad de que le consiga una vacante, porque no pudo anotar a su hija más chica al colegio y “no quiere que se pierda otro año”.
La más chica de la familia salió del tacho de basura para saludarme (si no la veías salir, ni cuenta te dabas que estaba adentro). Intenté ayudar a poder encontrarle una escuela o que participe de nuestro espacio, me comuniqué con quien pude para intentar resolverlo y seguí mi camino rumbo al profesorado. Masticando bronca salté el molinete y esperé el próximo subte.
La cabeza no para, porque esa bronca no es solo mía, es la de todos. Capaz no se ve, pero esta ahí, contenida, pero como una olla a presión seguramente algún día será inevitable. Pero sigue contenida gracias a que en medio de tanta miseria, los burócratas sindicales de siempre llaman a un paro un ¡feriado!
Se nos ríen en la cara. Porque la situación ya no da para marchas folclóricas y paros domingueros, como venimos diciendo con mis compañeros Nicolás del Caño y Myriam Bregman del Frente de Izquierda, necesitamos un verdadero plan de lucha para tirar abajo al FMI, porque yo también me siento parte de la juventud que quiere dar esa pelea.
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Y así es como llegamos finalmente a esa encrucijada que tantas veces ponemos en debate en el profesorado: ¿cuál es nuestro rol como docentes frente a estas realidades? ¿Qué tiene que hacer la escuela en momentos de crisis?
Yo sé que no quiero ser un parche a esta miseria que nos imponen los de arriba. Quiero denunciarlos, desenmascararlos y derrotarlos, porque la única forma de salvar a esos pibes, de salvar a los hijos de nuestros hijos de la crisis que quieren que nosotros paguemos es si de una vez por todas damos vuelta todo.
Por esto me levanto todos los días y organizo mi bronca militando en el PTS en el Frente de izquierda, porque vemos que hay una salida a este mundo de miseria, esa salida es desde abajo, con los trabajadores y trabajadoras a la cabeza, rompiendo con el FMI, desconociendo esta deuda ilegal, ilegitima y fraudulenta.
Si a vos también te pasa lo mismo y querés que la olla deje de estar contenida, sumate a dar esta pelea juntos. Son ellos o nosotros.