La profunda catástrofe sin parangón en que se encuentra sumergida Venezuela, arrastrándose por largos seis años, es una de las expresiones de una de las crisis más prolongadas y profundas en la historia del siglo XX, manifestándose como una de las formas más exasperadas de la debacle de un proyecto político. La crisis estatal, de régimen de dominio, de economía y política en su conjunto es generalizada con un gobierno con una gran descomposición que se aferra al poder recurriendo y gracias al apoyo de las Fuerzas Armadas, su pilar fundamental. En tales circunstancias el gobierno de Maduro se eleva como la etapa superior de la bancarrota del chavismo que se refleja en todo el organismo estatal, al mismo tiempo que se le confronta una oposición política sustentada en lo más rancio de la derecha vernácula sostenida por el imperialismo, lo que completa el cuadro dramático del país desde el punto de las clases subalternas.
En un artículo anterior (“Estado integral”, bancarrota del chavismo: lecciones para el presente) dábamos cuenta de cómo se había erigido el proyecto del chavismo, los diversos mecanismos, su fuerza política devenida de un “líder carismático” aprovechando una de las más grandes bonanzas económicas, así como en las grandes aspiraciones de cambio de vastos sectores del movimiento de masas hartos del régimen político anterior que yacía moribundo. Como desarrollamos en dicho trabajo no hubo sector que no penetrara el chavismo, las fuerzas políticas de izquierda cedieron a la presión engrosando el llamado “proceso bolivariano”, orgánicamente unas, y otras con políticas de las más variadas al estilo de los llamados “entrismos”, no se resistieron al nuevo fenómeno político.
En este nuevo escrito buscamos explicar qué tipo de crisis es por la que está cruzada Venezuela, y cuál es la explicación, desde nuestro punto de vista, de esta crisis que se expresa en todas las esferas de la sociedad, aunque no golpeando de la misma manera, pues en una sociedad dividida en clases la suerte de unos es la desgracia de otros (de las clases subalternas) con sus padecimientos y todas las consecuencias. Pero no nos interesa solamente dar cuenta de la explicación de la crisis y de la magnitud de la misma que trastoca al propio Estado y sus diversas formas, sino cómo ha impactado en el movimiento de masas, cómo han quedado sus fuerzas, sus niveles de subjetividad, y su disposición para aprovechar, en clave independiente, erigirse como una fuerza social aprovechando la desagregación de los de arriba.
La “crisis orgánica” en el Estado rentista venezolano
Todo Estado semicolonial o dependiente, bajo la esfera de un imperialismo, sufre tendencias recurrentes a crisis per se, por su naturaleza, con enormes dificultades para encontrar largos períodos de estabilidad a diferencia de los países centrales, producto del sometimiento sea por la vía política directa, por la fuerza del capital financiero internacional, o por la combinación de ambas. La alta dependencia, por su estructura y formación económica, los hace estar fuertemente condicionados, y más aún si esta dependencia está completamente determinada por ser países monoproductores orientados a captar una parte de la renta mundial para activar su economía interna, como en el caso específico de Venezuela con el petróleo.
De allí que las “crisis orgánicas” de estos países adquieren formas particulares con respecto a las que se desarrollan en los países centrales para los que Gramsci, de quién tomamos la categoría, analizaba con detenimiento en sus trabajos. Siendo que estas crisis adquieren connotaciones superiores, sobre todo por la gran presión imperialista combinándose con momentos de descomposición interna y con catástrofes que se prolongan por años, tal como la que se atraviesa en el país caribeño.
Por eso es que no se está afirmando que toda crisis de “carácter histórico” deviene necesariamente de una profunda crisis económica, sino remarcando el papel del imperialismo. Por ejemplo, si observamos todo el largo interregno entre 1936-1958 en el país, con coyunturas de crisis en la economía pero también momentos de crecimiento, las convulsiones del mismo no estarán signadas siempre por alguna crisis económica, sino también por la necesidad de nuevas reconfiguraciones estatales, las expectativas de las masas, reubicaciones entre las clases dominantes, todo bajo el marco más general de las exigencias de Estados Unidos (golpes de Estado de por medio) con el nuevo ordenamiento post segunda guerra mundial donde al país se le designará un rol particular de abastecedor seguro de energía al mercado mundial y, en especial, a la potencia del norte.
Ahora bien, si observamos la hegemonía que se impondrá con el Pacto de Punto Fijo (post 1958), consolidándose luego con la incorporación a la esfera estatal de los más diversos sectores de la “sociedad civil” (agremiaciones sindicales como la CTV, campesinas, empresariales, Iglesia, etc.), comenzará a sufrir su resquebrajamiento a finales de los 70 con el comienzo de la crisis del patrón de acumulación rentista (“Viernes negro” [8.02.1983]) , para devenir el estancamiento de la actividad económica, esto en el marco de la crisis económica mundial. Solo era cuestión de tiempo para el advenimiento de la crisis del pacto, así como la llamada crisis de representatividad (“agotamiento político del modelo”, otro término comúnmente usado) y la eclosión para 1989 con el Caracazo, abriéndose una “crisis orgánica” que se arrastrará por toda la década de los años 90. Es que bajo el “puntofijismo” cada crisis llevó inscrita en su ADN las contradicciones del capitalismo rentista y dependiente y su relación con los planes (cipayos) de los partidos del régimen, del imperialismo estadounidense en la región y las fluctuaciones económicas del mercado petrolero internacional.
A partir de ese momento, se abrió una profunda crisis en el régimen, fracturando incluso las FF.AA., de donde surgieron dos fallidos golpes militares en un mismo año, así como también, a pesar de hacer sido derrotada sangrientamente la revuelta popular (Caracazo) con la intervención del ejército, del lado de “los gobernados” se inauguró una espiral de protestas que, con altas y bajas, continuó hasta por 10 años, hasta la llegada al gobierno de Hugo Chávez.
Es de destacar que este tipo de crisis no siempre se resuelven por la vía progresiva, o sea, por el aprovechamiento por parte la clase obrera en la lucha por llevar hasta el final la desagregación de ese bloque en crisis, para constituirse como clase independiente y agrupar a los restantes sectores sociales subalternos y oprimidos para luchar por el poder. Sino que pueden terminar imponiéndose salidas regresivas prolongándose la crisis orgánica o, en otras, las resoluciones son de tipo reformista, que no hacen sino reestructurar las formas de dominación dentro de la misma estructura, aunque construyendo una nueva hegemonía, con lo cual los resultados son nuevos equilibrios políticos inestables, tal como lo apreciamos con la hegemonía que vendrá a imponer con el bloque erigido por Hugo Chávez y el aspecto bonapartista con sus características particulares.
El fracaso de “una gran empresa” y la injerencia imperialista
Pero precisemos los conceptos para analizar los particulares de la crisis en curso bajo el chavismo. Ya en su formulación original, Antonio Gramsci argumentaba que “en cada país el proceso es diferente, aunque el contenido sea el mismo” se trata, pues, de una “crisis de hegemonía de la clase dirigente” que se produce porque esta “ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas” o bien porque “vastas masas (…) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución” [1].
Pero ajustemos a esta definición de “crisis orgánica” desarrollada por el marxista italiano con un aspecto nodal que no está contemplado en la misma por la razón obvia que analizaba países centrales y no semicoloniales o dependientes como lo afirmamos anteriormente, y es el papel del imperialismo con una permanente presión e injerencia.
El proyecto de Chávez y el “bloque hegemónico” para sustentarlo tendrá sus particularidades, diferenciado claramente del viejo puntofijismo. Esto se vino a expresar, como hemos definido en otros trabajos, en los trazos de bonapartismo sui generis de izquierda que tendrá Hugo Chávez, donde “el hombre fuerte de la nación” se apoyaba en las masas para regatear con el imperialismo y para resistir a sus agresiones. Si hacemos un rápido recorrido en los veinte años que lleva el chavismo, observamos que aun cuando Chávez contó con algunos años de relativa estabilidad (una vez derrotados intentos de derrocamientos), no ha existido período donde la agresión imperialista no se haya hecho sentir, sobre todo desde el 2001 en adelante, tensionando la vida política del país permanentemente, con tentativas de golpes de Estado inclusive.
Por eso es que decimos que, como toda gran definición, la que aquí retomamos atrae hacia sí todas las peculiaridades del caso. En líneas gruesas puede explicarse como la combinación de la presión del imperialismo y la oposición de sectores tradicionales de la clase dominante con el colapso de un proyecto que, contando con un amplio apoyo de masas como lo fue el chavismo, sostuvo lo fundamental de la estructura rentista y semicolonial del capitalismo nacional, por lo que vino a mostrar todos sus límites ante el escenario de crisis por “la solución de tipo reformista” que buscó dar. En otro artículo que acompaña este número de Ideas de Izquierda desarrollamos más en extensión estos límites y sobre todo en lo que dice respecto a la no superación de la estructura rentista del país.
De allí que afirmamos que, dentro de la definición de Gramsci, el elemento distintivo de nuestra crisis orgánica está marcado justamente por el fracaso de esta “gran empresa” que fue la llamada “Revolución bolivariana”, donde la presión o injerencia del imperialismo constituye también un elemento nodal. Pero una “crisis orgánica” donde no presenciamos la entrada de “vastas masas” interviniendo políticamente como factor independiente, ni reivindicaciones inmediatas que impliquen cuestionamientos a las clases hegemónicas sino subordinación y entrampamiento de las clases subalternas a las expresiones políticas de aquellas, más aún, se encuentran cruzadas por fuertes elementos de desmoralización, como explicaremos más adelante.
Lo que se vive actualmente no es una crisis coyuntural (“ocasional”) o del fin de un ciclo, es algo más profundo. En su cotidiana realidad Venezuela está atravesada por los episodios más variados de una profunda “crisis de hegemonía” (política, económica y social), como no se había visto en décadas. Como escribiera Gramsci “Los fenómenos orgánicos dan lugar a la crítica histórico-social, que afecta a las grandes agrupaciones, más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá del personal dirigente. Al estudiar un periodo histórico se revela la gran importancia de esta distinción [entre lo orgánico y lo ocasional o coyuntural]. Tiene lugar una crisis, que en ocasiones se prolonga por decenas de años.” En tal sentido, la “crisis de hegemonía” significa que el “bloque” dominante pierde su capacidad de dirigir al resto de la sociedad básicamente mediante los mecanismos de consenso y participación activa de las masas –como lo venía haciendo el chavismo– por lo que la faceta de la represión se hace cada vez más presente, y esto no es de una resolución inmediata.
Para el marxista italiano, también estas crisis se verifican especialmente en momentos en que “los viejos dirigentes intelectuales y morales de la sociedad sienten que les falta el terreno bajo los pies, advierten que sus ‘prédicas’ se han convertido precisamente en eso, ‘prédicas’” [aquí], no se trata pues de una crisis económica o política coyuntural más, sino de algo mucho mayor, una clara manifestación de imposibilidad de los partidos hegemónicos para hacerse cargo de las grandes contradicciones estructurales con sus métodos habituales, su personal político y sus bases sin afectar la hegemonía creada y la autoridad del Estado, dado que esta relación se volatiliza al extremo aflorando las divisiones, desatando pugnas y nuevas crisis.
Aunque es destacar que la desaparición física de Chávez (05.03.2013) quien por más de década y media fungiera como sostén del “bloque histórico” posneoliberal en el país y la región, se transformó en “generador de caos” (como escribimos en su momento). Esto se vino a combinar con una profunda crisis económica de carácter catastrófico –que empezaba a manifestarse a inicios de febrero del 2013 y tomará más cuerpo a partir del 2014– y, posteriormente, la renovada injerencia imperialista.
A partir de entonces, el grupo hegemónico (burocracia cívico militar) en el poder ya no pudo “hacerse cargo de las grandes contradicciones estructurales con sus métodos habituales”, partiendo entonces a las más aviesas formas de gobernar, y donde la camarilla bonapartista instalada derivó en los más completos autoritarismos, actuando infamemente sobre las masas (que antes los habían apoyado) con brutales planes de ajuste en medio de procesos hiperinflacionarios descontrolados, megadevaluaciones, anulación por decreto de conquistas laborales históricas, en fin, políticas que en su conjunto sumergieron a trabajadores y pobres urbanos en la ruina. Todo en función de atender intereses de especuladores internacionales con pagos puntuales de deuda externa y seguir permitiendo la fuga de capitales, en lugar de atender las grandes necesidades de las masas. Han sido pérfidas y conscientes decisiones.
La catástrofe, con todo lo que ha traído aparejado, no ha hecho sino desnudar la debacle del “socialismo con empresarios” por el que apostó siempre Chávez y sobre el que erigió una forma institucional hoy en crisis, propiamente “el fracaso de una gran empresa”, así como sus límites con respecto al imperialismo una vez llegado el escenario de crisis. Más en particular, también podemos decir, que lo que le otorga carácter “orgánico” a la actual crisis es precisamente la imposibilidad de que tanto el chavismo como la derecha tradicional logren con sus métodos habituales recomponer su hegemonía perdida, en alguna de sus variantes, como veremos a seguir.
Crisis de Estado y las “soluciones de fuerza”
“Se habla de ‘crisis de autoridad’ y esto es justamente la crisis de hegemonía, o crisis del Estado en su conjunto”, escribe Gramsci, y los grupos dominantes solo puede hallar salida si encuentra bases materiales para la renovación de su hegemonía, en la ausencia de esto se abre el espacio para soluciones de fuerza. Aquí es donde radica el gran dilema actual de la crisis venezolana. En el marco de los albores de una recesión mundial, la vuelta de los nacionalismos en los países centrales, guerras comerciales, las condiciones materiales para la renovación de algún tipo de hegemonía no están a la vista. Esto es necesario subrayarlo como elemento cardinal de la crisis de autoridad en ciernes.
De allí las tensiones abiertas en el país y las situaciones convulsivas que estremecen al país de tanto en tano en lo que va en los últimos seis años. Pero donde hay que destacar que en esta confrontación no solo actúan las fuerzas nacionales, sino también el imperialismo –con su presencia histórica permanente– que puja por lograr la restauración y la recolonización del país.
Mientras tanto el viejo “bloque histórico”, que busca reconstituirse con nuevas formas, como el erigido bajo el chavismo (alianzas con sectores empresariales y las Fuerzas Armadas, y cada vez menos con sectores de las masas pobres) se confrontan contemplando “salidas de fuerza”, en un enfrentamiento que se prolonga, marcan toda una situación que cifran el cuadro de “crisis orgánica” del capitalismo rentista y semicolonial venezolano. Sumergidos en las más grandes de sus contradicciones no consiguen dar resolución, pero la anhelan buscando una sobrevivencia unos y erigirse al poder otros, o algún tipo de transición pactada que les permita un nuevo tipo de reconfiguración estatal que haga posible un nuevo “consenso” aunque sea con bases frágiles.
Pero esto solo evidencia el trauma social que generan los enfrentamientos entre los grupos dominantes tradicionales desplazadas del control político directo, y las camarillas de nuevos sectores burgueses (“boliburguesía”) con los militares que la sucedieron, una profunda pugna de intereses por echar mano de la renta petrolera cuya expresión política genera, a decir de Gramsci, “los fenómenos morbosos más variados” [2] mientras se mantiene irresoluble.
En tal sentido hemos asistido en el último período, y sin ir más lejos, en lo que va del año 2019, donde “el campo queda abierto a soluciones de fuerza” ante los constantes fracasos de buscar soluciones negociadas, con el imperialismo actuando más ofensivamente, tal como se observó en tres momentos significativos, el 23E, 23F y el 30A con la ofensiva de Juan Guaidó respaldado por el principal imperialismo de la región y primera potencia militar mundial. Este sector, con sus salidas de fuerza apostó durante largos meses a generar un golpe militar y actualmente implica la continuidad de una agresión imperialista que incluye confiscaciones de activos extraterritoriales venezolanos por parte de Estados Unidos, bloqueo en el sector petrolero y demás variados mecanismos para intentar un estrangulamiento económico.
Por su parte el gobierno de Maduro busca cerrar la brecha aumentando su bonapartización y un autoritarismo proporcional a la crisis que se vive, afianzándose en las Fuerzas Armadas y con una concentración de poderes, muchas veces escudado tras discursos “securitarios”, argumentando amenazas internas y externas. Pero en lugar de “cerrar la brecha” de la crisis no hace más que acrecentarla.
Hemos visto cómo durante el año 2017, se erigió una Asamblea Nacional Constituyente, a su imagen y semejanza, que se auto arrogó poderes “supraconstitucionales” y “plenipotenciarios”, pero que en realidad no pasa de un instrumento de las camarillas bonapartistas. Así como demás medidas subsiguientes que fueron aumentando la concentración de poderes, y sobre todo el poder con las FF.AA., avanzando en ese camino con brutales ajustes y los acuerdos con el sector empresarial nacional y trasnacional, así como realizando acuerdos con potencias como Rusia (que su interés es más geopolítico) y China (que cuida más sus negocios comerciales y garantizarse que se le siga fluyendo el petróleo como pago de la enorme deuda).
Por eso es que en el conflicto reinante aparecen las Fuerzas Armadas con su papel cada vez más preponderante. Es de tomar en cuenta que una vez fuera de escena Chávez, quien evidentemente ejercía un fuerte liderazgo natural entre los militares, Maduro en la Presidencia fue compensando la falta de liderazgo propio ante el estamento militar otorgándole más espacios de poder a los mismos. Con Chávez las FF.AA. también tenían un papel central en el régimen, pero era Chávez quien ejercía el poder real y el control, estaba por encima de éstas, como el “hombre fuerte” de la nación, en cambio Maduro fue avanzado hacia una especie de “pacto” con las FF.AA., mediante el cual estas han llegado a prácticamente ejercer un co-gobierno con el mismo.
Como explica Ángel Arias en un reciente artículo: “Las FF.AA. saben que la situación social y política es catastrófica, que la permanencia de Maduro es hoy por hoy el mayor factor de la profunda inestabilidad política, de la posibilidad de que se presenten nuevas deserciones, escaramuzas o intentos de golpe (como el 21 de enero o este 30 de abril), que van deteriorando la propia unidad del aparato militar y lo pueden conducir a mayores enfrentamientos internos. Sin embargo, su lealtad a Maduro o su paso hacia una transición como la que exigen el imperialismo y la oposición, están determinadas por la posibilidad de mantener sus privilegios, sus cuotas de poder.” [3]
En tal situación de “soluciones de fuerza”, es que las Fuerzas Armadas se han transformado el fiel de la balanza en la profunda crisis nacional, a la que tanto el gobierno como el imperialismo estadounidense y la derecha le otorgan ese rol de “árbitros” de la situación (o de una “transición”), alcanzando un posicionamiento que les permite tener un juego propio en la diatriba, con cierta “autonomía” como estamento militar (¿“actividad de potencias oscuras”?). Para solo un ejemplo, entre uno de los puntos de negociación en Noruega, los partidos de la oposición propusieron que Maduro y Guaidó “se separaran de sus cargos” formándose un “gobierno de transición” con “un consejo de gobierno plural con participación de las FF.AA.”.
Aún no está claro cuál será el desenlace para este agitado intervalo, no podemos afirmar de antemano si la balanza se inclinará más a sectores del oficialismo, o de la oposición, o combinaciones pactadas que apenas se avizoran, pero sin descartar tampoco que producto de convulsiones mayores o del sufrimiento inaudito de las masas se produzcan levantamientos que puedan hacer volar todos esos planes por los aires, situación en la que se pueden dar fenómenos de los más variados, que si son aprovechados por la clase trabajadora puede dar una salida progresiva. El imperialismo ha sostenido que –por los momentos– no apuesta a una intervención militar abierta, más allá de frases altisonantes de Trump, a saber.
Mas lo fundamental de la crisis persistirá creando nuevos estragos, para lo que las élites dominantes continuaran apelando a “salidas de fuerza”. “El interregno, la crisis a la que así se impide su solución históricamente normal, ¿se resolverá necesariamente a favor de una restauración de lo viejo?”. No lo sabemos, vivimos tiempos de incertidumbre. Este interregno no cuenta con una duración que pueda ser calculada a priori, puede prolongarse sin resolverse por mucho tiempo. En todos estos años se han vivido complejas situaciones donde las alternativas que se pueden presentar para la “resolución de la crisis” están llenas de múltiples variables en la ecuación política, al menos desde el punto de vista de los grupos de poder confrontados. Búsqueda de “transiciones” pactadas que abortan, tentativas golpistas de la mano del imperialismo que fracasan pero que tensionan al país, una catástrofe económica que no hace más que profundizarse –agravada aún más por las sanciones imperialistas– que no hace más que poner a la deriva a un gobierno autoritario en descomposición. Toda una situación que “impide su solución históricamente normal” para los grupos de poder, y en la que no se descartan autogolpes, cuartelazos, agudizamiento de la intervención imperialista, nuevas tentativas de golpes, etc. En toda esta dramática complejidad, los revolucionarios apostamos a que las “vastas masas” irrumpan en el escenario nacional por una resolución a su favor, cuestión que abordamos a continuación.
El movimiento de masas y la clase obrera en particular en la “crisis orgánica”
Para Gramsci “Si la clase dominante ha perdido el consenso, es decir, si ya no es dirigente, sino únicamente dominante, detentadora de la pura fuerza coercitiva, esto significa precisamente que las amplias masas se han apartado de las ideologías tradicionales, no creen ya lo que antes creían, etc.”.
Aunque el “bloque” político del chavismo no era precisamente “la clase dominante” –en el sentido de los gruesos sectores de la burguesía–, mutatis mutandi podemos asociar la definición de Gramsci –y con todas las diferencias del caso– en el sentido de ese apartamiento de sectores de masas dejando de creer en lo que “antes creían” (el “proceso bolivariano”), donde toda una etapa se mantuvo por el consenso entre las clases subalternas (aunque la coerción siempre estuvo presente), para hacerlo ahora con la “fuerza coercitiva” en una situación donde su ascendencia sobre las masas no es la de antes.
Tomado más de conjunto, las masas “no creen ya lo que antes creían”. Si antes sustentaron sus grandes aspiraciones y esperanzas de cambio en la llamada “Revolución bolivariana” movilizándose en masa cada vez que eran convocadas, o para rescatar a su líder como aconteció durante el golpe de Estado del 2002, hoy, tras las grandes frustraciones y la desesperanza con la crisis económica que le han descargado encima, se apartaron. Haciéndose más presente desde el Estado, la fuerza de la coerción.
La oposición de derecha ha buscado capitalizar este descontento, a la que el gobierno de Maduro le allana el camino con todas sus políticas antiobreras y antipopulares, pero no ha conseguido penetrar en los sectores más empobrecidos, los cerros no han atendido en masa a sus llamados, aunque tiene políticas hacia los mismos, así como hacia los movimientos sindicales, activando sus brazos hacia los mismos.
El consenso de grandes masas creado para erigir el modelo político-económico de la “revolución bolivariana” contó con el respaldo no solo de aquellas masas, sino de casi todo el arco de la izquierda tradicional que hizo parte de dicho “bloque histórico”, marcando la pauta en la mayoría de las instituciones creadas por el chavismo y que hoy buscan erigirse como nuevas mediaciones de la fuerza obrera y popular al estar distanciados diversos sectores del gobierno de Maduro.
Eventualmente estas direcciones tampoco escaparán del cuestionamiento histórico que se abre en estos períodos, donde se generan nuevas maneras de interrogar y de pensar. El fin de las ilusiones de reivindicación social que despertaron los proyectos posneoliberales abre nuevamente el camino al pensar de las reales estrategias para la emancipación de los explotados, de verdaderas alternativas progresivas a los grandes problemas de la vida de la clase trabajadora y sectores populares, buscando cerrar esa distancia que hoy existe entre la profundidad de la crisis y la conciencia de la misma, y su significado entre los trabajadores, la juventud y las mujeres.
Pero es de tomar en cuenta que Venezuela la manera en que se terminó desarrollando la debacle del chavismo, ha producido lo que ya hemos marcado como elementos de desmoralización a nivel de masas, de bajos niveles de subjetivad del movimiento obrero, ello en el marco de que esta crisis de subjetividad deviene también del engaño que significó el chavismo que habló de “socialismo” y de “revolución”. Se trata de remontar esta situación, pero no se parte de cero, sino, una vez, a la luz histórica de lo que significó el chavismo, sacar las lecciones para las luchas del presente.
En Venezuela se debate entre una crisis de la clase obrera, en cuanto fuerza material [4] y la cuestión subjetiva, donde las dosis de desmoralización se manifiestan con fuerza, pero a pesar de ello hay sectores que comienzan a moverse resistiendo los duros golpes y del azote de la hiperinflación que hace estragos entre sus filas, y en la juventud –golpeada también por la precarización extrema y la migración– en pequeñas capas se abren nuevas formas de pensar. Desgraciadamente, frente a la situación exasperante comienza a impregnar una especie “cualquierismo”, es decir, cualquier cosa vale que sustituya al actual gobierno sin dimensionar que cualquier variante enemiga que se imponga no significará más que calamidades, perdiéndose la perspectiva de clase.
De allí el grado cero de la estrategia de algunos sectores políticos de izquierda que alimentan esta situación, en lugar de luchar por recrear las fuerzas de la clase trabajadora en clave independiente, no solo antigubernamental sino también anticapitalista. Si no se saca las lecciones del pasado, donde sectores de la izquierda, incluyendo la que se dice partidaria de las ideas del trotskismo que se sumó al “proceso bolivariano”, no llevará más que a repetir los errores del pasado.
El pensamiento que imposibilitó, durante el chavismo, el surgir de un polo político y de fuerza estratégica independiente, y que pudiera estar en mejores condiciones para intervenir frente al descontento que se desarrolla, hoy persiste, solo que bajo nuevas formas, pero con los mismos contenidos. Si ayer, para ese pensamiento, el estar por fuera del “proceso bolivariano” significaba estar “por fuera de la realidad”, ahora vemos cómo es reciclado por agrupamientos políticos oriundos del trotskismo [5], pero casi en clave inversa, que pasan a levantar un antigubernamentalismo –por fuera de toda ubicación anticapitalista– tejiendo acuerdos con brazos políticos sindicales de partidos de la oposición de derecha, todo bajo el argumento de una supuesta “unidad de acción”, pero actuando diluidos en los pequeños procesos de luchas de trabajadores y trabajadoras en curso. Todo esto a sabiendas que el objetivo de esas corrientes sindicales de la derecha no es organizar la fuerza de la clase obrera para enfrentar en clave independiente al gobierno, con delimitación clara de los partidos patronales de la oposición. Es necesario estar dispuesto sí a luchar en unidad de acción, incluso por los objetivos más modestos, pero a condición de que vayan en el sentido del desarrollo histórico de la clase trabajadora y que no sean puestas bajo la sombra de la política de sectores hostiles a la clase obrera (como lo es la oposición patronal, cuestión que por su inmediatismo antigubernamental, estos agrupamientos políticos pierden de norte de una verdadera lucha anticapitalista.
La única salida progresiva a la actual crisis solo puede venir si los trabajadores y trabajadoras, junto a la juventud, avanzan en un camino independiente. Se trata de encauzar esa rabia y desespero que existe por abajo entre los trabajadores y el pueblo pobre, como energía revolucionaria y ponerla en movilización permanente, pero esto solo es posible asegurándose de antemano la más resuelta independencia política frente al Gobierno, la oposición de derecha y el imperialismo, construyendo una verdadera opción política de la clase trabajadora, que estimule la confianza únicamente en sus propias fuerzas de clase en alianza con el resto de los sectores explotados. Unificando demandas comunes y articulando planes de lucha y movilización; que logre poner en marcha la lucha por una verdadera salida al servicio de todos los explotados, afectando directamente el dominio burgués, y con ello toda la estructura rentista y dependiente del capitalismo nacional, para el cual ninguna las fuerzas políticas de la burguesía, por más progresista que se vuelva a presentar, o sectores marginales de ella, estarían dispuestas a emprender hasta el final. Todo esto en la pelea por organismos de autodeterminación de las masas en la perspectiva de la lucha por un gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre.
Solo de esta manera podremos abreviar los actuales padecimientos de los asalariados y pobres del país, acabar con los males incurables que emanan de la estructura económica en crisis –el capitalismo semicolonial dependiente–, así como frenar el desarrollo de mayores catástrofes sociales enterrando este sistema de explotación, peleando a brazo partido por la resolución íntegra y efectiva de nuestras demandas estructurales en una revolución en permanencia en el camino del socialismo, que sólo puede ser llevada hasta el final por la clase trabajadora apoyada por los pobres urbanos y campesinos pobres, teniendo al frente un partido revolucionario.
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