Hablemos de la democracia. De la democracia como sistema institucional, como régimen político, como forma del Estado. Hoy escribí en el diario Tiempo Argentino que “la coyuntura deja lecciones sobre la naturaleza del sistema político. Una democracia en la que el Fondo Monetario Internacional traza el plan económico y los especuladores condicionan el armado de la mayoría de las coaliciones políticas debe ser puesta en cuestión. La extorsión despótica de los "mercados" echa luz sobre este fenómeno y lo hace más patente en tiempos de crisis. Un sistema en el que la política, antes que nada y por sobre todo, está determinada por profundos intereses de clase.” Permitámonos criticar a la democracia, pero primero dejemos de lado algunos lugares comunes que se repiten cuando alguien osa cuestionar el sistema democrático: “entonces sos autoritario, entonces preferís la dictadura o, entonces, sos antidemocrático”. Los más sofisticados citan aquel famoso discurso de Churchill de 1947, en la Cámara de los Comunes inglesa, cuando sentenció que "de hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, haciendo excepción de todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando". Básicamente, dicen, que la democracia es “el menos malo de los sistemas políticos”. Después de la experiencia de la dictadura en la Argentina, estas concepciones están muy arraigadas. Pero hay que decir que esto que parece tan de sentido común, es simplemente falso. No es necesario remontarse a los orígenes de la revolución Rusa y el ciclo que la continuó en Europa, o más atrás a la Comuna de París, para mostrar otras formas de democracia. En términos históricos, hace muy poco tiempo se ensayaron experiencias en nuestro continente e incluso en nuestro país: los llamados “Cordones Industriales” en Chile, la Asamblea Popular boliviana de los años setenta del siglo pasado o incluso las “Coordinadoras Interfabriles” en la Argentina fueron distintos procesos masivos de autoorganización. Eran experiencias de poder constituyente, democrático y de democracia real. Justamente para evitar que esas experiencias se desplieguen y generalicen, los que mandan, tuvieron que organizar golpes militares sangrientos. Porque, como bien explicó para el caso argentino hace algunos programas nuestra columnista de historia, Claudia Ferri, los golpes militares fueron esencialmente contra esas formas de democracia, contra ese poder que emergía desde lo más profundo de la sociedad. Pero volvamos al presente. En el último tiempo y esta semana especialmente, quedó nuevamente en evidencia que bajo esta democracia, una corporación poderosa (el FMI) bosqueja la política económica y otras corporaciones similares (los especuladores, los fondos de inversión o lo que llaman “los mercados”) llevan adelante una extorsión deliberada para diseñar la campaña electoral. Christine Lagarde dijo hace poco que sería una tontería que el eventual Gobierno que surja de las elecciones de este año, deje de lado “el trabajo que se está haciendo” en común con el FMI. Los “mercados” extorsionaron esta semana, como nunca, para marcar la cancha a todos los candidatos e incluso para que Macri desista de su postulación y coloque a María Eugenia Vidal porque creen que pierde como en la guerra. Con sus medidas, con los golpes de mercado o las corridas, toman decisiones todos los días que luego tienen consecuencias para el conjunto de la sociedad, por años e incluso décadas. Nadie considera estas afrentas de los “mercados” como ataques contra la democracia o como lo que realmente son: medidas violentas que afectan a millones de personas o pasan por arriba de cualquier institución. De hecho, nadie los persigue, los reprime o los judicializa para encarcelarlos. Ahora, eso sí, cuando hay movilizaciones populares, como las jornadas de diciembre de 2017 contra el robo a los jubilados y se producen grescas o enfrentamientos, tenemos a un ejército de periodistas condenando a los “violentos”, a los “agitadores”, a los “revoltosos”, porque atentan contra la democracia. Atrás de ellos viene la Policía y más atrás el poder judicial: persecuciones, procesamientos, causas armadas. Todo muy “democrático”. Sintéticamente se puede decir que los ciudadanos votan cada dos o cuatro años y los “mercados” o los poderes fácticos deciden todos los días o cuando se les canta. Y cuando las amplias mayorías quieren volcar a la calle su poder para incidir en algo sobre temas que tienen que ver con su vida, se les tira toda la “democracia” encima. Otro ejemplo es lo que llaman el “pacto electoral”, que se rompe permanentemente. Es una “ley” que los que llegan al Gobierno hacen todo lo contrario de lo que prometieron. Macri fue el último caso, pero no el único. Ni siquiera se ponen en funcionamiento instituciones que están habilitadas en muchas de las constituciones modernas, como las consultas populares o las asambleas constituyentes ¿Qué votaría la gente si se le preguntara si hay que pagar o no al FMI una deuda que ellos no generaron? ¿Qué temas querría que se discuta en una asamblea constituyente -que es como un parlamento más democrático, el más democrático que permite este sistema-, si se la interrogara sobre qué quiere que se trate y se decida? ¿Cuántos funcionarios o legisladores quedarían en pie si hubiera, por ejemplo, poder de revocatoria? “La democracia es la mejor envoltura para la dictadura del capital” se dijo alguna vez y se desató el escándalo: una multitud de académicos que aseguraban que era muy “mecanicista”, muy “lineal” que, como dicen los sociólogos, “es más complejo”. Sin embargo, observen las últimas semanas o el último tiempo y piensen sinceramente quién tuvo el poder de decisión real sobre las cosas verdaderamente importantes. Y saquen sus conclusiones. Es sustancial hoy, cuando el “mercado” se radicaliza de manera violenta, poner en cuestión todo: incluso un sistema que se llama a sí mismo “democrático”, en el que aparentemente todos somos iguales ante la ley, pero que en esencia algunos son bastante más iguales que otros.