La censura de obras literarias recorre todas las geografías y períodos, pero algunas se destacan por la pasión con que los acusadores pretendieron sacarlas de circulación en nombre de valores literarios que llevaron como argumentación ante el Estado. Una tradición que se sigue practicando y quizá merezca ya ser reconocida como escuela.
Ariane Díaz @arianediaztwt
Martes 30 de septiembre de 2014
El “buchonismo” podría ser un nombre tentativo. Uno de sus hitos debería ser el entusiasmo censor del fiscal del Segundo Imperio francés, Monsieur Pinard. La compilación El origen del narrador (2013), recoge las actas de los procesos por “obscenidad” dirigidos contra Madame Bovary de Flaubert y Las flores del mal de Baudelaire, ambos a cargo de Pinard. Éste no sólo lee con fruición largas parrafadas ante el tribunal de los pasajes inmorales que motivan su encono, sino que se entrevera en largas disquisiciones sobre el efecto nocivo que dichos estilos de escritura, justamente por estar tan bien logrados, pueden tener en los lectores.
Cruzando el Atlántico y ya en el siglo XX podemos encontrar el caso de Howl en la película de Epstein y Friedman (2010) que aborda el juicio por “obscenidad” contra el editor del libro del mismo nombre de Allen Ginsberg, de la generación Beat. Allí el tribunal decide convocar a 9 especialistas literarios para atestiguar, por lo que los interrogatorios del fiscal, preocupado por si las palabras utilizadas en el poema son las adecuadas, si expresa algo significativo de la sociedad de la época y cómo se relaciona con la tradición literaria local, terminan en muchos casos por ser mini clases de crítica literaria.
En nuestros pagos también hubo nobles buchonistas. La reedición de Tumulto de José Portogalo (2012), pone en circulación esta serie de poemas censurados en la década de 1930 por “ultraje al pudor”. Aquí las instituciones no necesitaron un juicio, sino que sumariamente prohibieron el libro y persiguieron al poeta (nacido en Italia) hasta sacarle la ciudadanía. Lo sintomático aquí fue el gafe del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, en ese entonces a cargo de Mariano de Vedia y Mitre, versado en las lides literarias. El libro había sido galardonado en 1935 con el Premio Municipal de Poesía, con el voto de un concejal del partido del intendente, que no lo había leído. Cuando la noticia llega al intendente –según se cuenta en la introducción a la nueva edición–, azorado, éste llama a su concejal y le propone leerle un poema, donde un personaje “orinaba en las pilas de agua bendita”. Ante el horror del concejal, retruca Vedia y Mitre: “No sólo es un horror, sino que, además, usted lo ha votado para uno de los premios municipales”. Después del fiasco, el intendente hizo de la persecución ejemplar del libro una cuestión de honor político y literario.
Desde el punto de vista de la institucionalidad burguesa, es destacable el celo y el gasto que el Estado es capaz de poner para defender la moral y las buenas costumbres de la “sospechosa” producción artística. Desde el punto de vista de la crítica literaria, los buchonistas han saldado sin mayores vueltas un problema que recorre la teoría y la crítica desde siempre: la relación entre literatura y sociedad, para ellos evidente, y por eso mismo, peligrosísima.
Ariane Díaz
Nació en Pcia. de Buenos Aires en 1977. Es licenciada y profesora en Letras y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Compiló y prologó los libros Escritos filosóficos, de León Trotsky (2004) y El encuentro de Breton y Trotsky en México (2016). Es autora, con José Montes y Matías Maiello de ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? (2024) y escribe sobre teoría marxista y cultura.