El programa de “Salvados” del pasado domingo ha generado gran revuelo mediático al mostrar algunos de los aspectos más brutales la industria que se encarga de la producción masiva de alimentos cárnicos.
Jaime Castán @JaimeCastanCRT
Martes 6 de febrero de 2018
El programa de Jordi Évole abordó la situación de la industria cárnica en un tono de denuncia como pocas veces se ha podido ver en los “mass media” y, menos todavía, en la franja de horario de máxima audiencia que es cuando se emite el programa. El alcance fue considerable, superando ratios de audiencia de programas anteriores con un 12,8%, y se dejó notar en las reacciones e interacciones del público a través de las redes sociales.
Centrado en la industria porcina, se lanzaron varias denuncias principales: el uso de antibióticos, las condiciones laborales en los mataderos, las situaciones de ilegalidad y de falta de transparencia de esta industria y, por último, el maltrato y las penosas condiciones de la corta vida de los cerdos destinados al consumo humano. Tres puntos abordados a partir de casos concretos como el “Matadero Le Porc Groumet S.A.” (en Santa Eugènia de Berga, Vic) o de una granja vinculada con “Cefusa” y “El Pozo alimentación”, en la que pudo colarse el programa y grabar imágenes con la colaboración de activistas del colectivo “Igualdad Animal”.
Las imágenes del interior de la granja fueron las más impactantes al mostrar a decenas de cerdos hacinados, muchos de ellos con heridas, malformaciones, úlceras y tumores de gran tamaño. Una situación que el programa vinculaba directamente con una gran multinacional de la alimentación cárnica como es “El Pozo Alimentación”, presente en 82 países.
Durante el programa la multinacional desmentía vía Twitter el contenido del programa hasta que, tras su emisión, se desvinculó totalmente del mismo y afirmó en un comunicado que los animales mostrados no entran dentro de su cadena de producción.
Es imposible que animales como los mostrados en el programa Salvados entren en nuestra cadena de producción. Aquí nuestro comunicado ➡ https://t.co/lwCzTkTY93 pic.twitter.com/VqWcfqGF42
— ElPozo Alimentación (@ElPozoAlimenta) 4 de febrero de 2018
La respuesta de Évole no tardó en llegar, recriminando a la corporación cárnica su negación a participar y dar su versión de los hechos en el propio programa.
Gracias por dar vuestra versión. Si hubieseis querido, lo podríais haber hecho en el programa. Pero gracias igualmente.#SalvadosGranjas https://t.co/ZY2gcNMDxf
— Jordi Évole (@jordievole) 4 de febrero de 2018
Precisamente la falta de transparencia y las situaciones irregulares de la industria fueron otros de los temas centrales. Las imágenes de la granja fueron grabadas sin permiso, irrumpiendo por la noche en la misma, precisamente porque las compañías y multinacionales presionan a los propietarios de las granjas y criaderos, y especialmente a los trabajadores, para que no permitan grabaciones. Situación que reflejó el programa y que han denunciado activistas y documentalistas, como también muestra el documental “Food. Inc.”.
Las compañías cárnicas suelen desmentir los contenidos de este tipo de programas y documentales, considerándolos casos “distorsionados”, “extremos” o “aislados”, pero al mismo tiempo se niegan a mostrar públicamente sus cadenas de producción. En el caso de “Salvados”, el programa ha recibido duras críticas no sólo de la industria cárnica, sino también de profesionales de la veterinaria, como es el caso de Gemma del Caño.
Esto le cuento, caballero. “Sr. Évole, a propósito del cerdo.” https://t.co/HjlV4QGB6k
— Gemma del Caño (@farmagemma) 5 de febrero de 2018
Estas críticas destacan que las imágenes de los cerdos eran de una granja reservada a animales enfermos, siendo un dato que según esta profesional se debía haber aclarado, ya que no es representativa del sector. Acusan a Évole de sensacionalista y de que su programa es poco riguroso científicamente, al tratar de alarmar a la sociedad con la idea de que llegan a los hogares carnes de animales enfermos y plagados de antibióticos. “Porque el miedo vende, ¿verdad? Y lo sabe”, le ha recriminado Del Caño.
En definitiva, las críticas al programa reivindicaban especialmente la calidad de los productos cárnicos, pero también las “buenas prácticas” de la industria e incluso el buen trato a los animales, garantizadas en su opinión por el cumplimiento del marco legal y normativo europeo.
Pero las imágenes eran reales y difíciles de justificar, fueran utilizadas de manera más o menos efectista por Évole. Como también eran reales las entrevistas a las trabajadoras y trabajadores del “Matadero Le Porc Groumet S.A.” y su situación de absoluta precariedad en uno de los mataderos más grandes del Estado, donde se llegan a matar 14.000 cerdos al día.
Bajo unas condiciones de “falsos cooperativistas” o “falsos autónomos”, los trabajadores de este y tantos otros mataderos padecen jornadas de trabajo que llegan a superar las 10 horas o 12 horas, sin cobrar festivos o días de baja, y por un salario que hay meses que no alcanza los 900 euros. Una plantilla compuesta en su totalidad por personas migrantes que han llegado al Estado español y que están siendo explotadas con total impunidad. Una situación de precariedad y explotación que aquí, sin lugar a dudas, no es un caso aislado ni en este sector ni en el conjunto de la economía.
Es momento de profundizar la crítica
Lógicamente “Salvados” tiene un marcado carácter sensacionalista y sus denuncias tienen un alcance limitado, porque es “La Sexta”, porque es parte de la corporación Atresmedia. Tampoco se pueden pedir peras al olmo. No obstante, no se puede negar que el programa del pasado domingo, a pesar de su sensacionalismo, avivó el debate en torno a la industria cárnica. Pero esto no es suficiente.
Tenemos que enfocar la cuestión de la industria cárnica, pero también de la industria alimentaria de conjunto, desde una perspectiva emancipadora, desde nuestra situación de trabajadores y trabajadoras, desde la solidaridad internacionalista y desde el respeto al medio ambiente y a otras formas de vida.
El sistema capitalista practica un “juego de sombras” en el que nos muestra un producto acabado en el supermercado, pero nos oculta la brutalidad de todo el proceso de producción que hay detrás. De esta manera la humanidad en las últimas décadas ha modificado radicalmente sus hábitos de consumo y de alimentación sin conocer la realidad que se estaba entretejiendo detrás.
El consumo cotidiano de carne y de alimentos derivados de los animales ha aumentado en gran medida en los últimos cincuenta o sesenta años, en el marco de un crecimiento exponencial de la población mundial. Una situación que se ha sostenido sobre la industrialización y mecanización de la agricultura y la ganadería, así como por el desarrollo y la aplicación de la química y la biotecnología.
Como suele ser habitual, el desarrollo técnico y científico en el capitalismo abre grandes posibilidades para el mejoramiento de la vida, pero que son cerradas permanentemente por la aplicación de ese desarrollo dentro de su lógica de maximización de beneficios y competencia salvaje entre distintos capitalistas. Este es el caso de la industria cárnica, generando terribles consecuencias sociales, para los animales y para el medioambiente.
Los animales destinados al consumo humano en la industria capitalista son simples mercancías, prácticamente objetos inanimados, destinados única y exclusivamente a convertirse en un producto. Las necesidades de aumentar la producción y la rentabilidad los han condenado a una vida de hacinamiento y sufrimiento inauditos. Desde luego una realidad muy alejada de las idílicas granjas que nos vende la industria en su publicidad y en sus productos, en las que además sus trabajadores padecen brutales condiciones de explotación y precariedad.
El hacinamiento es además el caldo de cultivo perfecto para la generación de patógenos, lo cual hace imprescindible el uso masivo de antibióticos en los animales, generando un suculento mercado para las multinacionales farmacéuticas, y lo que es peor, bacterias cada vez más resistentes como la Salmonella o el E.coli.
Al mismo tiempo, la producción masiva e industrial de carne precisa de amplias zonas de plantación para abastecer de alimento y piensos al ganado. Hemos de tener en cuenta que los pastizales y tierras de cultivo dedicadas a la producción de alimentos para este fin representan casi el 80 por ciento de todas las tierras agrícolas. Lo que implica a su vez el uso de grandes cantidades de agua para su regadío. Desde Argentina y Brasil hasta la India, han aparecido grandes superficies de monocultivos transgénicos, arrasando bosques y selvas, así como condenando a muchos agricultores y campesinos a la pobreza y a la dependencia de multinacionales como Monsanto.
La propia Monsanto es una de las multinacionales destacadas en la producción de pesticidas para ese tipo de cultivos, impregnando el medio natural de químicos altamente tóxicos y cuyo uso ha generado grandes controversias.
Sin olvidar que la industria cárnica y la ganadería son de las actividades más contaminantes. Sólo la ganadería genera más gases de efecto invernadero que los medios de transporte debido, entre otras cosas, a la producción masiva de ganado vacuno, ya que en su proceso digestivo las vacas liberan metano. Por otro lado, las granjas industriales e intensivas generan una gran cantidad de residuos, como es el caso de las granjas de cerdos, donde la limpieza de los purines genera un gran coste de agua (por su utilización a presión) y, por la mala gestión de estos residuos se terminan contaminando acuíferos y aguas superficiales por la filtración de los nitratos del estiércol.
Por último, como decíamos antes, la industria cárnica en su lógica de reducir costes y aumentar la rentabilidad es una de las destacadas en lo que a precariedad laboral se refiere. Sea en el caso que hemos visto del Estado español, pero también en el resto de Europa y países como EEUU, China, India o Brasil, grandes mataderos abusan despiadadamente de trabajadoras y trabajadores en sus procesos de producción, en muchos casos aprovechándose de personas migrantes.
Toda esta situación se hace necesaria para poder mantener las ganancias capitalistas a base de los actuales niveles de consumo de carne y productos de origen animal de una población mundial cada vez más pobre que vive o bien, en la subalimentación, o bien en riesgo de obesidad por alimentarse a base de productos procesados y repletos de “calorías vacías”. Alimentos industriales cuyas consecuencias de consumo a largo plazo todavía están por determinar.
No podemos seguir tolerando una industria que se sustenta sobre la mercantilización y explotación de cientos de miles de seres vivos, sobre la destrucción de ecosistemas y sobre las espaldas de la clase obrera mundial. Es preciso profundizar el debate para llevar adelante un cuestionamiento radical, que no se contente con simples cambios de hábitos individuales o con una especie de “capitalismo verde”, sino que ataje los problemas de fondo, es decir, dentro de una estrategia que cuestione al capitalismo de conjunto. Recuperar, parafraseando a Marx, el metabolismo natural entre los seres humanos y la naturaleza, sólo será posible superando el sistema capitalista.