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Red Internacional
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Tribuna Abierta. La derecha se anota una victoria en Bolivia: La ingobernabilidad permanente como estrategia

La clave de la derrota política del MAS en el actual conflicto es que la oposición de derecha logró insertar con efectividad su relato sobre la (ahora abrogada) Ley 1386. ¿Por qué tuvo éxito en ese afán? En primer lugar, tienen hegemonía comunicacional. El bloque oligárquico es capaz de redactar agenda política.

Domingo 14 de noviembre de 2021

Foto: Diario Opinión

La clave de la derrota política del MAS en el actual conflicto es que la oposición de derecha logró insertar con efectividad su relato sobre la (ahora abrogada) Ley 1386. ¿Por qué tuvo éxito en ese afán? En primer lugar, tienen hegemonía comunicacional. El bloque oligárquico es capaz de redactar agenda política dado el abrumador despliegue que realiza en los medios de comunicación, incluyendo redes sociales virtuales.

Pero eso no basta para llevar el conflicto hasta donde llegó. La emisión de mensajes, basados en una estrategia de desgaste permanente, precisa de condiciones de recepción en los diferentes grupos sociales para surtir efecto. Al igual que sucedió con las “amenazas” del nuevo código penal en 2018 y el “fraude” del 2019, el discurso de la oposición contra la ley 1386 logró hacerse carne más allá de los pititas hasta alcanzar sectores populares como choferes de trufi y comerciantes minoristas.

El Estado como amenaza

La simple mención de la palabra “informal”, y, más aún, la alusión, en el texto de la Ley y su “Anexo”, a que el Estado busca intervenir sobre actividades informales que generen ganancias ilícitas fueron asideros suficientes para los discursos de miedo difundidos superabundantemente. El silogismo es simple: “Si la ley quiere combatir ilícitos dentro de la informalidad, y nosotros (gremiales, transportistas, etc., etc.), somos informales, ergo, el Estado amenaza con atacarnos”.

Pese a su simplicidad, es muy difícil rebatir este silogismo. No porque la gente de las clases populares sea ignorante, como gustan pensar los pititas, sino debido a que las representaciones sobre la Ley se asientan sobre núcleos ideológicos que funcionan en vastos sectores de masas. Con “ideología” no queremos decir aquí una simple representación mental, una idea falsa ni una falsa conciencia. No. Las ideologías son prácticas sociales, son experiencias internalizadas. Las ideologías no se piensan, diría el filósofo Althusser, sino que se sienten.

El rechazo, miedo, dudas, incertidumbres y demás actitudes que varios sectores de masas, que no son antimasistas per se, sintieron frente a la Ley 1386 expresa que en Bolivia el Estado (aunque ahora se llame Plurinacional) se sigue experimentado más como amenaza que como garantía. Mucha gente de a pie no confía ni en la policía, ni en la justicia ni en las alcaldías. Con esto no quiero caer en la falacia derechista de que “es lo mismo” un Estado plurinacional que un Estado neoliberal – blancoide. Por supuesto que también mucha gente reconoce sus posiciones ganadas en el actual régimen. El movimiento de masas plebeyo siente que la wiphala es su símbolo y experimenta que tener escuelas o carreteras en las comunidades rurales son avances reales. Sin embargo, esto no niega que mucha gente se siga sintiendo al margen del Estado y sólo perciba su carácter parasitario. “Sólo sirven para cobrar impuestos, pero no hacen nada”, es una frase de plena vigencia, aplicable a alcaldías, gobernaciones y también al gobierno central.

El prejuicio social extendido que percibe al Estado como una amenaza, en vez de un eje de convergencia, denota que estamos en una grave crisis. Tan grave que el Estado carece de legitimidad para aprobar ciertas leyes. La desconfianza, temor y percepción de amenaza frente a las políticas públicas es el caldo de cultivo donde la derecha –cada vez más desbocada- hará su trabajo para desenvolver su estrategia de desgaste y derrocamiento. La clave del discurso reaccionario es que “miente con el ropaje de la verdad” (Zizek). Miente, porque detrás de sus hipócritas denuncias al gobierno del MAS, encubre sus propósitos de volver al poder político para destruir las posiciones ganadas por las masas e incluso destruir las propias organizaciones de masas. Su ropaje de verdad, no obstante, está en que se asientan en nociones cognitivas, ideológicas que la gente ha experimentado. El 2019, muchos votantes de Evo Morales llegaron a pensar como posible el “fraude electoral” porque, evidentemente, habían visto al MAS desconocer con argumentos inverosímiles, los resultados de un referéndum.

Una derecha transgresora y un gobierno conservador…

Todavía falta decir lo más grave de todo. El MAS, que sigue siendo la dirección política del movimiento de masas, tiene una estrategia conservadora. Conservadora en el peor sentido. Ahora resulta que tenemos que apostar por la “estabilidad”, “cuidar la economía” y limitarnos a “defender al gobierno” de los ataques avezados de la reacción. Con esa política, estamos condenados a la derrota. La derecha está ganando la guerra moral, en vez de limitarse al parlamento, ahora apuesta a la calle, basándose en nociones de carácter ultimatista: dice luchar por la libertad, por la democracia y las futuras generaciones. Significantes rellenados de contenido racista, religioso, patriarcal y de un capitalismo salvaje.

La mejor manera de enfrentar la compleja situación económica, que es mundial, no es cuidarles el bolsillo a los ricos, garantizando la “normalidad” en la exacción de recursos naturales a las transnacionales, protegiendo el latifundio de la burguesía agroindustrial golpista. ¿No debería estar en un punto principal de la agenda política una reforma agraria radical en el Oriente boliviano para cortarle de una vez las garras a la bestia golpista? ¿No debería estar en agenda la ampliación de derechos democráticos como la legalización del aborto? ¿Hasta cuándo se va seguir mimando a los empresarios mineros (mal llamados cooperativistas) en vez de poner en pie una minería nacionalizada e industrializada?

El capitalismo global está en crisis aguda en todo el mundo. Una parte de la burguesía internacional, apuesta por una salida depredadora y fascistoide a esa crisis. Esa política tiene amplia vigencia en Bolivia: promovió un golpe el 2019 y ahora acaba de ganar una batalla política. Mientras tanto, los que dirigen el gobierno y al MAS, siguen ilusionados en que podrán administrar la crisis conciliando con la reacción oligárquica.