Diciembre caliente para los sindicatos. La CGT disimula la crisis con un festival de comunicados. Moyano dejó “a pata” a quienes se ilusionaban con un revival MTA-CTA. Cambia el clima. El clasismo en escena.
Lucho Aguilar @Lucho_Aguilar2
Miércoles 20 de diciembre de 2017
El debate que terminó en la reforma previsional pinta de cuerpo entero el curso que ha tomado el sindicalismo peronista.
Hagamos un repaso rápido. El Triunvirato quiso hacerse el distraído cuando el saqueo a los abuelos se consumaba en el Senado. Cuando lo pescaron arrancó la novela “las mil y una formas de evitar un paro”. Paramos si sesiona, paramos si se aprueba, paramos desde el lunes, paramos desde el martes, paramos pero capaz no paramos todos. Cuando el gobierno venía de la derrota del jueves 14 y las calles podían quebrar los pactos del palacio, el lunes a la mañana terminó convocando un paro sin ganas y, sobre todo, sin movilización. Ni siquiera era consecuente con su propuesta de "realizar una consulta popular", una propuesta interesante pero que solo podía ser impuesta con una fuerte medida.
Con toda esa previa, era lógico que el paro no solo fuera tardío, sino impotente. Gran parte de los gremios de peso en la CGT no pararon (Comercio, UOCRA, Sanidad, UPCN, Petroleros) y en el transporte casi no existió (además de la “carnereada” de la UTA, lo de ferroviarios y camioneros fue simbólico).
Sin embargo, después del mediodía de este martes el triunvirato emitió un llamativo comunicado que definió la medida como “contundente” y aprovechó para tirarse contra “los violentos que han atacado actos de esta CGT y son los mismos que ayer se han expresado del mismo modo”.
Un velado ataque contra la izquierda, en vez de condenar la violencia de sacarles el pan de la boca a los jubilados y reprimir a quienes se oponían. Pero además, una acusación peligrosa. Según un informe publicado el fin de semana por el Observatorio Social de la CTA, “en 2017 la cantidad de detenidos en protestas sociales va camino a duplicarse respecto del año anterior (514 en 2017 contra 269 un año atrás). En la mayoría de los casos (52%) las víctimas de las acciones fueron trabajadores y dirigentes de organizaciones de trabajadores”. Y eso que no incluye lo sucedido este último lunes.
El mismo pacto, una crisis mayor
La crisis política que se destapó las últimas semanas no podía dejar indemne a la CGT. Es obvio. Ha sido, en estos dos años, uno de los mayores “dadores de gobernabilidad”. Si un sector del peronismo fue clave para aprobar la “reforma” en el recinto, la CGT fue clave para evitar la masiva entrada en escena de la clase trabajadora.
Pero así como para el gobierno la victoria legislativa tuvo un costo político que aún no se termina de medir, para la CGT la entrega tampoco será gratuita.
Por un lado, ha quedado cuestionada la dirección del triunvirato. José Luis Lingieri lo resumió sin vueltas este martes. Dijo que no hay que protestar sino crear una “mesa de diálogo”. Además reconoció la crisis de conducción: “es evidente que no tenemos una cabeza… nadie maneja a nadie”.
Por otro, el abismo entre las cúpulas y la realidad empieza a generar fisuras con algunas conducciones que se reubican ante el malestar de las bases. Primero fue la escisión de la Corriente Federal, luego la tensión con Pablo Moyano y ahora se suma la renuncia del metalúrgico Gutiérrez al consejo directivo. La promocionada alianza "con los movimientos sociales" quedó en el pasado.
No está sencilla. Como sabe cualquier sindicalista “sabio y prudente”, una CGT así no solo pierde el poco respeto que le queda entre las bases. También entre sus aliados. Por eso desde el fin de semana se puso en marcha el “operativo rescate”. Como resumió Nicolás Balinotti en La Nación, surgen “los arquitectos de la unidad. Así se autodenominó el grupo de dirigentes que pretenden poner paños fríos a la interna cegetista y reorganizar las fuerzas para negociar con la Casa Rosada”. Los “arquitectos” (bomberos podríamos decirles), se sacarán en los próximos días una foto de respaldo a los triunviros. Allí posarían Moyano, Barrionuevo, Caló, Cavalieri, Rodríguez y Martínez.
Qué yunta.
El “MTA” que no fue
El 29 de noviembre pasado una importante manifestación contra las reformas había rodeado el Congreso. Allí hablaron Yasky y Micheli (CTA), Pablo Moyano y el bancario Palazzo.
Desde el escenario se hicieron duras críticas a los planes del gobierno, rememorando lo que llamaron “la resistencia de los 90”, en referencia a la confluencia de la CTA y el MTA, una ruptura de la CGT liderada por Hugo Moyano. Desde allí también se prometió “retomar ese camino de unidad en las calles”.
Los discursos no pasaron la prueba de estos días agitados. Pablo Moyano, aunque venía pidiendo “un paro o movilización” desde agosto, ni paró ni movilizó a los Camioneros. Ni el jueves ni el lunes. Encima el único diputado camionero, el chubutense Taboada, no fue a votar contra la reforma. Pablo se limitó a emitir un comunicado “apoyando las medidas de fuerza que decida la CGT”, mientras festejaba el título de Independiente y negociaba la continuidad de Oca, sus verdaderas pasiones.
Ni se dio la prometida “unidad”, ni la Corriente Federal, las CTA y Camioneros jugaron un rol clave en la crisis. O se adaptaron a la estrategia política del triunvirato (moyanismo) o a la del kirchnerismo. Como planteó hace pocos días Claudio Dellecarbonara, “una estrategia de "oposición parlamentaria", que se limita a "evitar el quórum", donde los sindicatos tenemos que acompañar y no ser protagonistas con nuestros métodos. Donde los trabajadores tenemos que esperar que las cosas "las resuelvan desde arriba" y no que depende de nuestra fuerza”.
Bronca
De lo que no quedan dudas es del clima social. Más del 70% de la población se opone a la “reforma previsional”, y una cantidad similar a la laboral. Esos números aumentan en los lugares de trabajo. Ese malestar es el que obligó a muchos sindicatos a convocar paros que luego no garantizaron, incluso enviando “manuales de cómo actuar ante la represión”.
El tema se seguía discutiendo hoy en los lugares de trabajo. El repudio por la votación y la represión, el debate sobre qué se podía hacer en la Plaza. Son todos síntomas de que la situación empieza a cambiar. Contra esa imagen de un gobierno “que no se puede frenar”, como intentaban transmitir los medios, las cúpulas sindicales y la oposición tradicional, la última semana fue una desmentida. Muchos empiezan a sentir que “si el pueblo sale a la calle”, los planes del gobierno entran en crisis.
Esa bronca no está solo en los lugares de trabajo. Ya vimos a miles de jóvenes que se sumaron a las jornadas en el Congreso, a enfrentar la represión policial. Son los que más sufren la desocupación, la precarización laboral y la violencia cotidiana de esas fuerzas de seguridad. Y desde la noche del lunes volvieron los “cacerolazos” en muchos barrios metropolitanos y hasta en capitales provinciales.
El sindicalismo de izquierda
La izquierda fue protagonista de las jornadas. El jueves ya se había destacado la presencia del Movimiento de Agrupaciones Clasistas que impulsa el PTS en el Frente de Izquierda. El lunes volvió a confluir con el resto de las organizaciones en el abrazo al Congreso, participando de la combativa resistencia a la represión policial. Pero antes sus agrupaciones habían dado la pelea en decenas de fábricas y gremios. Pelea para que los gremios docentes no solo paren sino movilicen masivamente, para que los subtes y edificios telefónicos se sumen a la medida de fuerza. En la Alimentación logrando un contundente paro en Mondelez Victoria y marchen muchos trabajadores de la planta Pacheco. También logrando una fuerte participación en dependencias estatales, así como en empresas aeronáuticas o los Astilleros Río Santiago, donde marcharon más de 600 trabajadores.
Habían llegado a las jornadas calientes planteando una posición clara. Por un lado, reclamando a los sindicatos y centrales que se oponen a las reformas que convoquen a un paro con movilización. La unidad en las calles de toda la clase trabajadora es la única forma de frenar los ataques de Macri. Sin dejar de participar en la primera línea de cada pelea, como sucedió estos días, el clasismo se juega a desarrollar la “lucha de masas” para derrotar no solo las “reformas” sino también la represión. Es la forma también de sumar a los jóvenes y los caceroleros que han salido estos días a la calle.
Pero también, para plantear sus propias banderas. Que en este caso no pasa por quedarse con el actual régimen previsional, donde la mayoría de los abuelos pasa hambre, sino por reclamar el 82% móvil real, que salga del aumento de los aportes patronales e impuestos a los empresarios, para que los que trabajaron toda la vida puedan disfrutar lo que les queda.
No solo son propuestas para frenar el ajuste, que como demostraron las últimas jornadas hay fuerzas para hacerlo. También para que avance la influencia de las ideas de la izquierda entre los trabajadores, para que crezca la militancia de las agrupaciones clasistas en la pelea por recuperar las comisiones internas y los sindicatos hoy en manos del sindicalismo peronista.
El 2017 parece cerrar distinto a lo que pronosticaban hace poco algunos analistas. Se abre una crisis política para el gobierno y la CGT, el peronismo ya arrastraba la suya. La clase obrera vuelve a entrar en escena. Una buena oportunidad para la izquierda clasista.
Lucho Aguilar
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.