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Red Internacional
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Conversaciones. La entrevista de La Izquierda Diario a Hernán Casciari, el hombre que hizo llorar a Messi

Sus obras de teatro, columnas y cuentos cosecharon miles de seguidores en todo el mundo. Pulga incluida. Esta conversación fue en Villa Urquiza y Hernán invitó el café.

Jueves 22 de diciembre de 2022 20:14

El escritor, relator y tantas cosas más, Hernán Casciari, volvió a escribir sobre el 10 de la Argentina. Si hace casi una década se había viralizado su definición de que "Messi es un perro", ahora recalculó, observó al jugador que admira hace quince años y que lo salvó de la nostalgia del emigrado. El Lío campeón, más adulto, más argentino que nunca escuchó las palabras de Hernán y se dio otra magia mundialista: le respondió. En un audio de WhatsApp repleto de yeísmos y despojado de la letra "s", el ídolo contó que lloró, agradeció con la humildad de los grandes.

Hernán Casciari es un narrador innato y un famoso por accidente. Lo que inició como un blog para entretener a sus amigos y familiares mercedinos desde el otro lado del charco fue su primera carta de presentación ante miles de lectores virtuales. Pasó más de una década. Desde entonces publicó novelas como El pibe que arruinaba las fotos o Más respeto que soy tu madre -llevada al teatro por Antonio Gasalla- y libros de cuentos. Además se animó a la revista gráfica, la radio y los escenarios.

Casciari escribió sobre las palabras que se atascan en la punta de la lengua, los sentimientos encontrados del fanático de fútbol, su familia, las pérdidas y las picardías adolescentes; diálogo con sus autores favoritos e incluso se embarcó en alguna aventura científica. Quizás por la simpleza con que aborda cada tema, sus textos fueron llevados a distintos países y traducidos en múltiples idiomas.

A lo largo de su recorrido literario trabajó en diarios reconocidos y el hasta el viejo de la Pulga reaccionó frente a uno de sus clásicos: “Messi es un perro”. Con el nacimiento de esta década dejó los grandes medios y lanzó su propia editorial. Por la revista Orsai, que vio la luz en 2011, pasaron grandes plumas e ilustradores como Horacio Altuna, Juan Villoro, Leila Guerriero, Eduardo Sacheri, Abelardo Castillo, Enrique Symns y Juan Forn. Fue un proceso de prueba, error y alegrías durante el cual consiguió entrevistas imposibles y un perfil cercano de Stephen Hawking (todo disponible en PDF). Luego de una pausa, el proyecto vuelve por su segundo round.

Con cuarenta y seis años, el autor mostró que no le teme a ningún formato. Entre gaseosas e infusiones, nos recordó que su género es el humor.

- ¿Cómo surgió para vos el oficio de escribir?

H. C.: Últimamente me di cuenta que el nacimiento del oficio o, mejor dicho, de un estilo, tiene que ver con mi viejo. Él era muy poco curioso con aquello que no fuera deportivo. Por eso desde muy chiquito comencé a tener un gusto por leer y, en consecuencia, por escribir. Empecé con textos deportivos y humorísticos desde chiquito. El hecho de escribir fue azaroso pero que pueda hacerlo y vivir de eso se relaciona con que haya elegido esa veta. Hubiera sido muy malo “escribiendo en serio”. De hecho, lo fui. Hasta los treinta quise ser un escritor con polera y no me salía.

- Empezaste tu carrera escribiendo. Ahora también actuás y leés en la radio. ¿Te reconocés como un escritor o como un narrador de historias?

H. C.: Usar la voz es algo muy nuevo para mí. Comenzó como algo que me propuso Pergolini, cuando vivía en Barcelona. Al principio le dije que no y hasta me parecía ridículo. Después me empezó a gustar. Lo que me resulta más interesante es el proceso de edición. Es decir, adaptar un texto literario que nació para ser leído en voz baja y llevarlo a un registro coloquial. No sabía que podía ser tan divertido ese traspaso: que la palabra “aún” no se usa, sino el “todavía”. Hay un montón de sustantivos, verbos y formas, que te impiden ser natural en la hora de hablar. Se trata de encontrar el tono, el matiz de la voz.

Lo que pasó es que me di cuenta de que nadie es escritor. Escribir es solo una de las múltiples variantes de contar una historia. Después podés desarrollar -o no- la voz, poner el cuerpo a lo que estás escribiendo. Yo creo que se viene un tiempo, de diez a quince años, que eso a lo que llamamos “escritor” va a tener que renovarse. Es lo mismo que les pasa a los músicos. La experiencia en vivo de la lectura de tu obra tiene un precio posiblemente más interesante que aquello intangible que puede leerse en internet gratis. No es un invento de ahora. Edgard Allan Poe recitaba sus cuentos y cobraba diez centavos. Dicen que la gente llegaba a desmayarse del susto por su voz cavernosa. Lo mismo pasaba con Dickens en Inglaterra. Los últimos diez años de su vida se dedicó a interpretar su obra. Eliminaba los elementos descriptivos y jugaba con las voces de todos sus personajes, dicen que con muchísima calidad. Yo lo encuentro fascinante.

- En uno de tus relatos, “Puro cuento”, recomendás dos cosas a los que quieren escribir: leer el Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga y publicar en internet. ¿Qué significaron esas dos cosas en tu propia experiencia?

H. C.: Hasta la existencia de Internet, de los veinte a los treinta años, sobreviví mandando cuentos a los concursos literarios. Stalkeaba un poco al jurado y enviaba textos que -sospechaba- les iba a gustar. Yo creo que no era bueno escribiendo: sí era capaz de volcar todas esas voces que podían llegar a agradarle al grupo de tipos que evaluaba. Las últimas cosas horribles que escribí antes de dejar de ser escritor eran de tipo “juanrulfescas”. Buscaba palabras rebuscadas para convencer a los jurados y me salía. Fue recién gracias a la computadora que encontré mi propia voz, muchísimo más pelotuda de lo que yo pensaba. Era una literatura muy simple, que no hubiera descubierto de la otra forma.

- ¿Cuáles fueron los libros que te marcaron?

H. C.: Mis lecturas son, sobre todo, latinoamericanas. Tengo muy poca experiencia en literatura traducida, lo cual me avergüenza cuando estoy en lugares con cierta gente (risas). Sí leí todo lo latinoamericano que hubo antes, durante y después del boom: Felisberto, Lezama Lima, Vargas Llosa, García Márquez, todos los muchachos.

El Gabo tiene una fórmula maravillosa para aparecer simplísimo. Creo que es algo que aprendió por hablarle a su público. Inclusive hay frases que a nosotros nos parecen rebuscadas y no son más que el léxico cotidiano de los barrios de Medellín. Otros como el propio Lezama Lima o Cortázar eran más de rizar el rizo y, por supuesto, son geniales. Pero a mí siempre me gustó y sorprendió lo otro, la búsqueda de simpleza.

- Muchos cronistas reconocidos que siguieron la escuela de Gabo, como Juan Villoro y Leila Guerriero escribieron en Orsai. ¿Cómo fue la búsqueda de plumas y dibujantes en los comienzos de la revista?

H. C.: La idea de Orsai es fusionar un escritor que nos copa con un ilustrador que nos gusta mucho. Nuestras mesas de redacción son gourmet: gente que dice “qué bueno sería que estén éste o éste”. Al principio era complicado mostrarle a los escritores y a los dibujantes lo que hacíamos, sobre todo porque no teníamos publicidad. Nos preguntaban de qué grupo éramos… era muy difícil explicar que éramos un grupo de amigos. Después de que salió la número 1, en la que participaron bestias como Altuna, Juan Villoro y Nick Hornby, que apostaron a ciegas, la segunda fue facilísima.

- En uno de los últimos números de la primera vuelta de Orsai consiguieron un perfil imposible: Stephen Hawking, el famoso científico y divulgador. Contanos de ese proceso.

H. C.: Lograr una entrevista con Hawking en su casa era algo que no había conseguido ni el New York Times. Generalmente le pasan las preguntas, él las evalúa y las devuelve por escrito. Nosotros no queríamos eso sino algo personal. De casualidad descubrimos que hay un científico argentino en Cambridge que es amigo de él y conseguimos algo rarísimo que habíamos querido desde un principio. Esa fue posiblemente una de las razones por la que dejamos de hacer la revista en su momento: nos dejó sin objetivos.

La segunda razón por la que dejamos de hacerla es porque Chiri, mi socio y amigo, vivía lejos. Lo más lindo que tiene la revista es el consejo de redacción. Intentamos hacer un número vía Skype y fue un embole. Ahora estamos los dos en Argentina, conseguimos nuevos desafíos y por eso volvimos.

- Desde que empezaste, la mayor parte de tus lectores son virtuales y siempre marcás la necesidad de “liberar” toda tu producción. ¿Cómo vivís eso?

H. C.: Al toque que cada número de la revista salía a la venta, liberábamos el PDF para que no sea elitista. Creo que no es un principio mío sino un principio de hacer cosas. Si en algún momento creés que lo que estás haciendo debe llegarle a uno porque tuvieron la suerte de tener dos mangos, estás en el horno. Y en eso hay una suerte de justicia poética. Empecé a escribir gratis en Internet, por hobby, una novelita que llegó a tener un público enorme. Así como yo me sorprendí también lo hicieron Mondadori, Planeta y a varias editoriales. Yo era muy inexperto, tenía 32 años y nunca había publicado con nadie. Por entonces firmé un contrato pensando que estaba tocando el cielo con las manos pero prontó caí en que había una cláusula estándar, que dictaba que tenía que sacar los textos de la web. Ahí me di cuenta que estaba haciendo tratos con el diablo. La editorial Orsai empezó así, cuando nos dimos cuenta que eran muy burdos robando. Ahí nos podemos dar gustitos, aunque muchas veces perdamos plata.

- Tu primer contacto con las carteleras fue a través de la adaptación que hizo Antonio Gasalla de “Más repeto que soy tu madre”. ¿Te gustó cómo quedó?

H. C.: La obra estuvo en cartelera durante siete años y llegó al millón doscientos mil espectadores, que para el teatro argentino es un número muy bestia. A mí me divirtió mucho, sobre todo los primeros dos años donde se respetaban los textos. Después se tornó chabacana por el propio aburrimiento que les genera a los actores tener que repetir los mismos diálogos día tras día, pero fue excelente. Tiene una cosa muy “multitarget”, como se dice. Aparte mi vieja, “Chichita”, está muy loca y sigue convencida de que el personaje principal es ella.

- ¿De qué manera se dio tu salto personal a los escenarios?

H. C.: El teatro y la radio son hijos del infarto. Después de tener uno el año pasado, el doctor me dijo que no podía fumar más. Yo antes fumaba todo el tiempo tabaco espolvoreado con marihuana y tuve que dejar porque si no me moría. Me pasó que cuando quería escribir, las manos se me iban, querían armar. Entonces arranqué con radio y teatro. Textos que ya tenía pero adaptados. Me entretiene un montón, son actividades de mi yo no fumador.

- ¿Actualmente cuál es tu actividad favorita, la que más te apasiona?

H. C.: Tengo una obra con Zambayonni, donde él canta y yo cuento historias, que versan en torno a lo trágico; y otra con Fabi Cantilo, que se inclina por el lado de lo cómico. Las dos me gustan mucho. Pero la que hago con mi familia es, por lejos, mi preferida. Tuvo mucha repercusión el boca a boca, quizás por cierta falta de costumbre en el espectador de teatro de ver la verdad. Hay un momento en la obra en donde mi vieja me acompaña en un cuento sobre la muerte de mi viejo, donde ella reproduce cosas que realmente dijo el día que él murió. Cuando llora –porque se pone a llorar siempre-, es un momento completamente incómodo para el espectador, porque sabe que es una señora que llora de verdad.

En la página web de Hernán hay una leyenda que sintetiza su camino: Lo que empezó siendo un blog puede convertirse en cualquier cosa. Allí se pueden descargar audios, textos y las fechas de sus próximas actuaciones. Además, hay una serie biografías inventadas: de supuestos parientes, de amigos, de una seguidores anónima y de un troll. Es la forma de Casciari de cuestionar los perfiles oficiales (y -por qué no- las entrevistas acartonadas). Otra prueba de que la potencia de su literatura -en libros, recitada, cantada o actuada- reside en el juego constante con sus lectores, en esa complicidad que lo hace sentir un amigo.